viernes, 23 de agosto de 2024

Extra ball: The Priority Scam

Para quien no lo sepa, scam es como se denomina en inglés una estafa. Lisa y llanamente.  Casi un mes después de regresar de mi viaje de vuelta al mundo que ha constituido el objeto narrativo de este blog, un fleco de la historia se ha revivido cuando ya no me lo esperaba y me ha vuelto a hacer pasar por lo que mi amigo Henry Guitar llama acertadamente una nueva penaera. Por suerte, parece que la cosa, más o menos, está controlada. Pero quiero contársela a ustedes para cerrar, ahora sí, esta página, porque el asunto es bastante peculiar y, en cierta forma instructivo y les va a interesar sin duda.

La cosa arranca precisamente el último día de mi viaje, 24 de julio, por la tarde. Como les conté, estaba yo en el aeropuerto internacional JFK de Nueva York, haciendo tiempo para embarcar en el vuelo AA94 de American Airlines que saldría esa noche con destino a Madrid. Una vez confirmada la puerta de embarque a la que debería dirigirme, busqué un restaurante donde comerme algo rico, como despedida de casi tres meses y medio de viajar por el mundo hasta el confín. Me atrajo el restaurante Bobby Van’s Steakhouse, es decir la Parrilla de la Furgoneta de Bobby, que ofrecía buenos filetes y hamburguesas con cerveza Brooklyn Lager.

Mientras esperaba a que me acomodaran, observé un cartel que anunciaba ventajas para los titulares de una Priority Pass. Yo tenía una de esa tarjetas, que en todo momento me había parecido un timo, puesto que te ofrecen acceso gratis a las salas VIPS de los aeropuertos, pero luego te cargan 30€ mediante la aplicación, por cada visita que hagas a dichas salas. Un amigo, cuyo nombre no voy a revelar, me dijo que esa tarjeta podía serme de utilidad, dado que iba a pasar muchas horas en los aeropuertos. Pero ahora mismo tengo súper claro que no compensa. En las salas VIPS, donde las hay, dispones de buenos sofás y cheslongs, WiFi de alta definición y comida y bebida libre. Pero que luego te cobren 30€ por todo ello, es un poco caro. Además, la compra de la tarjeta ya te cuesta 80€ anuales.

Entiendo que esta tarjeta es útil para gente que esté viajando todo el año por trabajo y parece que normalmente es la propia empresa que te contrata, la que te ofrece esa tarjeta entre sus formas de sueldo indirecto. Pero yo, que sólo he llevado ese ritmo de viajes durante tres meses, no saco ninguna ventaja. Los 80€ del coste se dividen entre siete u ocho salas que me ha dado tiempo a visitar, lo que da ya un precio para cada visita de unos 40€. Por mucho menos puedes tomarte un aperitivo en cualquier bar del aeropuerto, sentarte donde quieras y tener un WiFi gratis bastante aceptable. Pero volvamos al día 24. Vino por fin la chica que me debía acomodar, una latina menuda, muy maquillada y pizpireta que me abordó con cierta coquetería impostada. Le pregunté cuáles eran las ventajas de ser titular de una Priority Pass y me pidió la tarjeta para verificarla.

Entonces me dijo que yo tenía un descuento de 28 dólares para comer allí, y me imprimió un ticket con dicho descuento. Miren qué bien. Yo me comí una hamburguesa con una Brooklyn Lager y, a la hora de pagar, aporté el ticket, más todos los sueltos en dólares que me quedaban, para deshacerme de la calderilla yanqui, y sólo tuve que completar el pago con otros diez dólares que pagué con mi tarjeta Revolut. Y me fui a la puerta de embarque feliz de terminar mis aventuras de una vez por todas. Como era previsible, cinco días más tarde me cargaron en la VISA un pago de 24€ de la Priority Pass, correspondientes a mi cena del día 24 de julio.

Bien, desde mi regreso estoy dedicándome a visitar amigos, resetear mi mente de viajero y acomodarme otra vez a mi vida de soltero con gato y forofo de Samantha Fish. En ese contexto, el día 16 de agosto me cogí un tren a La Coruña para ir a pasar unos días con mi hermano Pepe, mis sobrinos y mi amigo del alma Alfred, todos ellos incluidos en el mailing de este blog y al tanto de mis aventuras pasadas. El día 18, revisando la página de mis cuentas y tarjetas del BBVA, encontré un nuevo pago a nombre de Priority Pass, correspondiente al 5 de agosto, por importe de 48€. Entrando en el detalle, descubrí que se refería a una comida de dos personas en el Bobby Van’s el día 31 de julio, día en el que yo estaba en Madrid y, por tanto, difícilmente podía ir a comer al aeropuerto de Nueva York.

No le di demasiada importancia, pensé que podía tratarse de un error y que los de Priority Pass me lo resolverían. Así que les escribí contando lo que me pasaba. En una respuesta automática me informaron de que abrían una incidencia y que me responderían en dos días. Al día siguiente, 19 de agosto, estaba yo acostado haciendo por dormirme, cuando vi que me habían contestado. Una tal Renata, de atención al cliente de Priority Pass, me decía que habían hecho una investigación exhaustiva que evidenciaba que era yo sin duda ninguna quien había comido el día 31 de julio en el Bobby Van’s y que la evidencia era absoluta según sus datos. Entré en un cierto pánico. Para mí estaba claro que la chica que me había atendido había copiado mis datos y los había usado para lograr un descuento, quizá para comer allí con su novio.

La actitud de esta chica, aparte de ser una estafadora, es coherente. Ella, como yo, pensó que esa tarjeta me permitía un descuento de verdad; de ninguna forma imaginó que esos 24€ luego se me cobrarían a mí, con lo que el tema se destaparía. Es que un descuento que luego se te cobra a los cinco días es un absurdo, no te sirve para nada. Pero, ya puesto en la cabeza de esta latina ladrona, ¿por qué no repetir la jugada? Se me ocurrió abrir la app de Priority Pass y allí estaba la evidencia: dos nuevas comidas con cargos de 48€, correspondientes a los días 15 y 18 de agosto, ya registradas y pendientes de cobrar con mi VISA. Les escribí inmediatamente a los de Priority Pass, denunciando la continuidad de este fraude y me contestaron enseguida: la evidencia de que era yo quien había comido en el Bobby en las tres ocasiones era contundente. Si yo sospechaba que había sido víctima de una suplantación, debía denunciarlo ante las autoridades competentes. Y la tal Renata zanjaba el tema diciendo que ellos ya no iban a hacer ningún seguimiento del asunto.

Aterrorizado en mi cama sudando la gota gorda, inmediatamente se me iluminó la mente. La comida del 15 estaban a punto de cargármela en la VISA, justo al día siguiente. Así que tenía que bloquear inmediatamente mi VISA. El BBVA tiene un servicio permanente de atención telefónica, en el que, cada vez que llamo, me identifican como cliente senior y me pasan con una persona física. Eran las dos de la mañana, pero me atendieron enseguida y procedí a bloquear mi tarjeta VISA para cualquier pago nacional o internacional. No pude dormir apenas ese día, pero por la mañana comprobé que la VISA estaba bloqueada y no se había llegado a cargar ningún pago nuevo.

El golpe estaba parado, pero el asunto no estaba de ninguna forma resuelto. Al día siguiente, llamé a una amiga que me asesora en asuntos financieros. Ella le trasladó el tema a un hijo suyo que es auditor internacional de fraude, acreditado y certificado como miembro del cuerpo internacional de auditores. Y el chico, que por cierto se apellida Martínez como yo, les envió a los de Priority Pass un correo con copia a mí en el que se identificaba como sobrino mío, diciéndoles que estaban incumpliendo conmigo al menos dos preceptos del código ético de las compañías comerciales. Les dio 24 horas para responder y les amenazó con poner el asunto en conocimiento del auditor que tiene asignada la empresa Collinson, propietaria de Priority Pass.

Casi a vuelta de correo, la tal Renata nos contestó toda meliflua, como si se le hubiera hecho el culo agualimón y perdonen la ordinariez de la expresión. Ahora decía lo que me tenía que haber dicho ante mi primer mail: que procedían inmediatamente a bloquear mi tarjeta Priority Pass para evitar nuevos cargos, que investigarían el asunto debidamente en colaboración con el restaurante; que en caso de confirmarse la suplantación iniciarían el procedimiento para reembolsarme los 48€ pagados indebidamente y que activarían también los trámites para asignarme una nueva tarjeta. A eso, mi salvador contestó en mi nombre que lo último no era necesario, porque yo no quiero una tarjeta nueva.

Lo cierto es que pienso que la Priority Pass es una simple engañifa y, visto cómo me han  tratado hasta que se ha metido por medio un pariente inspector de fraudes, pues no tengo ningún motivo para continuar siendo miembro de un club que trata así a sus socios. No tengo muchas esperanzas de que los 48€ me sean devueltos, pero es una cantidad nimia, al lado de lo que podía haber llegado a ser. El chico que me ha salvado la vida dice que cree que me los devolverán, porque el tema pone en cuestión el prestigio de la marca. Pero yo lo único que quiero ya es que se olviden de mí y me dejen en paz. Con el bloqueo de mi VISA es imposible que me saquen un solo euro más y con los 48 que me han estafado, por mí pueden hacer un fino canutillo, apto para que se lo introduzcan por el orificio en el que están ustedes pensando. Y, desde luego, estoy pendiente de decidir qué regalo voy a hacerle a este chaval tan majo.

La cosa tiene sin embargo una última derivada chusca, de estirpe puramente kafkiana, que les quiero contar, porque evidencia el absurdo del mundo en el que nos movemos. El joven que me atendió a las dos de la mañana en el teléfono del BBVA, me dijo que la tarjeta quedaba bloqueada a todos los efectos con carácter inmediato. Pero que, para hacer las cosas bien, yo debía acudir a una comisaría, denunciar el caso y luego llevar una copia de la denuncia a cualquier sucursal del BBVA, para confirmar el bloqueo y pedir una tarjeta nueva. Incluso pensé en hacerlo en La Coruña, pero finalmente lo dejé para mi vuelta a Madrid. De acuerdo con esto, anteayer 21 de agosto, me acerqué a la comisaría de policía de la calle Huertas. Tras una pequeña espera, les conté lo que me había pasado y procedieron a escribirlo.

Pero el jefe de esa comisaría me dijo que ellos no iban a hacer nada; que ellos no se ponen en acción por 48€ con la cantidad de casos más graves que tienen. Que esto es una gilipollez burocrática de los bancos, que se cubren las espaldas con ello y les hacen perder el tiempo y los recursos para nada. Le di las gracias por su sinceridad y me dirigí con la copia de la denuncia a la sucursal del BBVA que hay enfrente de Las Cortes. Allí, los empleados de dicha oficina me dijeron que, para aportar la denuncia tenía que ir a mi sucursal (que está en Galapagar, a 35 kilómetros de Madrid; nunca la he cambiado desde que vivía por allí). Pero que, no obstante, en su opinión mi tarjeta estaba bloqueada definitivamente, no hacía falta confirmar el bloqueo y la petición de una tarjeta nueva estaba activada automáticamente, desde el mismo momento en que había bloqueado la anterior.

Como no tenía ninguna gana de hacerme 70 kilómetros de coche, ida y vuelta, si ello no era estrictamente necesario, volví a llamar al eficiente servicio de atención al cliente que siempre me pasa enseguida con una persona. En este caso era una chica bastante amable. Me dijo que aportar la denuncia a la policía no era imprescindible, pero que no viene mal, para que ellos tengan toda la documentación. Me explicó cómo cambiarme de sucursal (yo lo he intentado varias veces pidiéndoselo a los de Galapagar, que siempre se resisten) por medio de la propia página Web, para evitarme este tipo de problemas. Y me dio una dirección de mail a la que yo podía enviar el documento de la denuncia para que se aporte al expediente del bloqueo de la tarjeta.

La dirección que me dio la chica es denunciasdefraudes.es@bbva.es. Esta mañana he procedido a enviar mi denuncia a esa dirección. Y dos minutos más tarde me ha llegado un mensaje que me informa que mi correo no ha podido ser enviado, porque la dirección de destino no existe. Ante ello, he borrado todos los correos entrantes y salientes relacionados con el tema, y me he puesto a redactar este post. No me digan que no vivimos en un mundo absurdo, gobernado por inútiles y burócratas. Los burócratas del mundo están crecidos desde que disponen de sistemas informatizados. En los tiempos analógicos, las cosas no eran tan abstrusas, irritantes y ridículas.

En fin, este es un post extra-ball que, esta vez sí, cierra el blog definitivamente. Les cuento que, durante este mes sabático de bloguero que me he tomado, he tomado conciencia de que he de seguir contando mis experiencias. Mis seguidores más fieles saben que yo tenía un blog anterior, llamado Reflexiones a la carrera, que he mantenido vivo once años y que cerré para abrir el The Road Runner Trip. Pues ahora estoy pensando en abrir un tercero, cuyo nombre no tengo aún definido, pero que tendrá una periodicidad de publicaciones menos frecuente. Para este nuevo blog voy a hacer un mailing en el que incluiré a los veteranos del primero y algunos de los que me han seguido en el segundo con mayor constancia. Al resto, les pido que, si quieren seguir siendo lectores de mis nuevas andanzas, me lo indiquen en persona, por teléfono o por mail. Los que no me digan nada no los incluiré en el nuevo mailing.

Y ahora sí: adiós, queridos seguidores del Road Runner Trip. Ha sido un placer escribir para ustedes durante cuatro meses, espero que hayan disfrutado de esta forma literaria novedosa que les he brindado, heredera de las novelas por entregas. Que pasen ustedes un cuatrimestre final de año feliz y venturoso.