miércoles, 17 de abril de 2024

4. Bologna, la primera parada

El domingo 14 de abril, día de resonancias republicanas, me levanté a las cinco de la mañana para desayunar adecuadamente, ducharme, recoger las últimas cosas y salir a mi aventura. La sensación cuando cerré la puerta por fuera y bajé al portal de mi casa, fue muy intensa, a la vez sugestiva e inquietante, con un matiz de irreversibilidad, como de soltar amarras, como de despedirme por una temporada de mi mundo pequeñito y bajo control. A partir de ahí ya era un viajero dispuesto a surcar el universo mundo con mi pequeña maleta y mi mochila como únicas pertenencias, como un caracol con la casa a cuestas. Era noche cerrada cuando cogí el Metro, luego el tren y luego otra vez el Metro, para llegar a la T4 con hora y media de adelanto por si acaso. Pero todo fue bien en la terminal, no me pusieron ni una sola pega al equipaje.

Antes, de camino al aeropuerto, de pronto había caído en la cuenta de que ya había hecho la primera jaimitada del viaje. Al final, la única vacuna que me he puesto por insistencia de los médicos es la de la tifoidea, que en España se comercializa con el nombre Vivotif. Pero desde hace tiempo mi médico me hablaba siempre de ella por teléfono y yo creía que el nombre era Bigotif. Cuando se lo dije, se partía de risa: ¡¡bigotif el que tú tienes, jajajaja!! El caso es que a mí ya se me quedó llamarle Bigotif. El viernes me había calzado la primera de las tres dosis, que se deben tomar en días alternos. El domingo, antes de desayunar, me tomé la segunda y guardé la tercera en la maleta, para tomarla el martes en Bologna. Pero entonces recordé que el farmacéutico me había advertido que debía guardarse en nevera. Así que la saqué de nuevo y la dejé al frío. Y luego me olvidé de rescatarla. Iba en el Metro cuando me acordé, me di una palmada en la cabeza y dije: hostias, el Bigotif.

Eso me trajo a la memoria la siguiente historia. En mi último viaje de aventuras, Madagascar, 2019, uno de los colegas del grupo, bastante peculiar él, llevaba el Malarone que tomábamos todos en ayunas, para prevenir la malaria, pero él lo llamaba el Maradone y todos los días se le olvidaba tomárselo. A mitad del desayuno, se daba una palmada en la cabeza y proclamaba: Mecachis, ya se me ha vuelto a olvidar el Maradone. Era un clásico que se repetía cada mañana. Yo me reía de él, pero ahora, cinco años después, estaba repitiendo la historia. Al final, me voy a quedar con dos dosis, que no es un escudo tan potente como las tres prescritas, pero supongo que alguna protección me brindará. Por lo demás, volé a Bologna en un avión que parecía de juguete, con cuatro asientos por fila, y llegamos a la hora prevista.

Allí, el tren ligero que te lleva al centro urbano estaba averiado, por lo que cogí un autobús de sustitución, que me dejó en la estación de ferrocarril. Y se planteó un problema nuevo: el Google Maps no me funcionaba. Yo creo que los móviles y las aplicaciones son sensibles también al jet-lag y los inconvenientes de que te trasladen a 1.200 kms en apenas dos horas. Estas criaturas mecánicas se descolocan, igual que mi Tarik Marcelino cuando lo llevo a casa de África. Pero Tarick es muy listo y en unos segundos se adapta al nuevo hábitat. En cambio, a mi móvil le dio un flus y no conseguía decirme cómo llegar al hotel. Eché a andar bajo el sol de justicia de un mediodía tórrido, en la dirección que creía correcta. Un rato después, se me ocurrió una cosa. Paré a un chaval que andaba por la calle consultando su móvil, le expliqué en un italiano espantoso lo que me estaba pasando y le pedí que buscara el hotel en su aparato, porque el mío tenía jet-lag.

Muy amablemente lo buscó y por suerte iba en la dirección correcta. Con sus indicaciones llegué enseguida, dejé las cosas en la habitación y salí a toda pastilla a buscar una terraza próxima, en donde me tomé dos pintas de cerveza de presión, acompañando a los clásicos tagliatelli alla bolognesa, que me supieron a gloria. Estas situaciones son normales cuando estás de viaje y hay que afrontarlas con calma y con entereza. Subí entonces a echarme una merecida siesta, que me había levantado a las cinco y había penado mucho para llegar al hotel desde el aeropuerto Guglielmo Marconi, dedicado al inventor de la radio, que era de Bologna. Como tantos otros ilustres vecinos de esta ciudad, que alberga la universidad más antigua del mundo, fundada en 1.088 y en funcionamiento desde entonces.

Otro ilustre boloñés fue Pier Paolo Pasolini, director clave del cine italiano, que había nacido en el barrio de San Stefano. Pero en este blog se privilegia la música por encima de las otras artes y en el post anterior terminamos con Paolo Conte, una de las figuras más grandes de la mejor época de la música italiana, que, por cierto, vive todavía, tiene 87 años y está retirado. Tal vez la otra figura trascendental de la música italiana de finales del siglo pasado, fue Lucio Dalla, que precisamente era de Bologna. A su muerte, mucha gente se sorprendió al descubrir que era gay, cuando un joven con el que convivió los últimos diez años de su vida reclamó su parte de la herencia. 

Antes de eso dio un concierto de despedida en la Plaza Mayor de Bologna, al que corresponde el vídeo que les pongo abajo. Viéndolo, yo creo que era evidente que era gay; a mí, toda su gimnasia gestual me recuerda a la de un querido amigo que perdí el año pasado y a quien voy a aprovechar para dedicarle esta preciosa canción que dice: querido amigo, te escribo y así me distraigo un poco…  Lucio le cantaba este tema a un caro amico que se había ido. Yo también le escribo a un caro amico que se fue. No dejen de fijarse en cómo Lucio va subiendo semitonos, de forma imperceptible, con mucha elegancia, de la forma en que lo hacían Frank Sinatra y otros, lo que le da mucha profundidad a la canción. 

Nos habíamos quedado en que subí a echarme una siesta, sobre todo para evitar las horas más calurosas de un día en el que nos acercamos a los treinta grados. Después, tenía una cita para dar una vuelta al anochecer y tomar algo para cenar. ¿Con quién? Pues aquí viene la primera sorpresa de este viaje. Unas semanas antes de salir, me llamó mi querida amiga y compañera del Ayuntamiento Cristina Moreno, para decirme que iba a andar por Italia estos días, de viaje con tres amigas con las que de vez en cuando sale a ver mundo. Y acordamos coordinar nuestras agendas para encontrarnos en Bologna. El mismo domingo quedamos en la Plaza Mayor. Sus amigas se llaman Lola, Gabi y Casilda; yo ya las conocía de otras citas en Madrid. Dimos una vuelta por la ciudad y paramos, como no podía ser de otra manera, a tomarnos un Aperol Spritz, el aperitivo prototípico de Italia. Después nos fuimos a cenar. Aquí las primeras fotos.



Bologna es una ciudad interesantísima, con una población que casi alcanza los 400.000 habitantes y una magnífica universidad que constituye su principal atractivo para la gente joven. Se dice que Oxford, Cambridge, Lovaina o Salamanca se inspiraron en el modelo de Bologna a la hora de crear sus propias universidades. El centro histórico, de la época medieval, tiene algunas características propias, por ejemplo, los kilómetros y kilómetros de pórticos que hay en todas las calles y que son Patrimonio de la Unesco. Parece que se empezaron a construir en la Baja Edad Media para resguardar de las inclemencias a los viajeros a caballo, aunque ahora resguardan sobre todo del sol. Más adelante, se impusieron como obligatorios en unas ordenanzas urbanísticas, lo que explica su profusión. Aquí unas fotos.


Otro tema a destacar son las torres medievales, como las que hay en el pequeño y muy conocido pueblo de San Geminiano en la Toscana, pero mucho más altas. Estas torres no tenían mayor función que la de marcar estatus. Las familias más pudientes del momento erigían su torre para ver quien la tenía más grande (literalmente). Está documentado que llegó a haber cerca de 200 de estas torres. Luego se empezaron a caer, por terremotos, por incendios, por ruina por construcción deficiente o por simple abandono. Ahora quedan en torno a diez. Las más conocidas son las que se sitúan en la llamada Plaza de las Dos Torres. La Asinella, que es la más alta de las dos, se podía visitar hasta hace pocos días; ahora han descubierto que se estaba cayendo de verdad y la han cerrado para apuntalarla y repararla. Vean una imagen más.

Hay muchos monumentos para visitar en Bologna, como la Basílica de San Estefano, en la plaza de las Siete Iglesias, o la plaza de San Francisco. Impresionan las edificaciones de la primera universidad, como el Teatro Anatómico, donde se procedía a la disección de los cadáveres, generalmente de los reos ejecutados en la ciudad. O la Academia de Jurisprudencia, construida según los cánones renacentistas de Bruneleschi. Pero lo más interesante es callejear por las calles llenas de estudiantes, en un ambiente que recuerda un poco a Salamanca, con las terrazas de los restaurantes repletas de parroquianos tomándose sus cervezas o sus aperitivos.

El domingo, mis amigas se volvían a Madrid por la tarde, así que quedamos temprano para subir a visitar el Santuario de San Luca, que está en una colina desde la que se domina toda la ciudad. Es una subida muy empinada, en parte con escaleras, de cerca de 5 kilómetros, al final de la cual llegamos desfallecidos y con la convicción de habernos ganado sendas indulgencias plenarias. Por cierto, toda la subida se hace por una vía peatonal porticada, lo que te protege del sol, aunque ya empezaba otra vez el calor. Para bajar, decidimos tomar el trenecito como de juguete que la municipalidad boloñesa pone a disposición de los turistas. Aquí algunas fotos que nos hicimos arriba y ya a punto de empezar a bajar en el tren.



Continuamos abajo visitando algunos de los monumentos que les he citado más arriba, tras de lo cual nos fuimos a comer a Da Bertino, un restaurante casero y familiar que alguien les había recomendado por quedar fuera de los circuitos turísticos. Comimos divinamente y luego me despedí de estas chicas, que son un encanto, con la promesa de que quedaremos a la vuelta para que les cuente cosas de mi viaje. Después, aproveché que no estaba lejos de mi hotel para subir a echarme una merecida siesta. Y me encontré con un rato libre hasta la cena, que aproveché para hacer algunas gestiones de las siguientes etapas del viaje y empezar a escribir este post. Me he propuesto contar todo a toro pasado; lo que vaya planeando no se lo voy a anticipar, para no fastidiarles las sucesivas sorpresas.

Mi encuentro con mi querida Cristina y sus divertidas amigas fue ciertamente una de esas sorpresas, un imprevisto de mi viaje planeado. Pero yo había seleccionado Bologna como primera parada, para encontrarme con otra amiga muy querida. Es italiana, de Bologna, y se llama Costanza de Stefani. Antes de la maldita pandemia, Costanza trabajaba para la red de ciudades C40, en la que el representante de Madrid era yo. Y la responsable de urbanismo de la red, mi también amiga Hélène Chartier, la seleccionó para ayudar al lanzamiento de la segunda edición del concurso de proyectos Reinventing Cities, que patrocinaba C40 y en cuya primera edición habíamos trabajado mucho desde el Ayuntamiento de la señora Carmena. Costanza era por entonces una becaria haciendo méritos para que la contrataran como fija, lo que sucedió años más tarde, porque es muy buena profesional.

A finales de 2019 y principios de 2020, Costanza y yo trabajamos juntos y nos hicimos muy amigos, sobre todo a cuenta de que tiene un novio coruñés que, encima, corre maratones (está claro que tiene buen gusto para los hombres). El 4 de marzo de 2020 celebramos el Launching Seminar de la nueva convocatoria de Reinventing Cities, en el Medialab, ya acosados por la pandemia. Yo actuaba de presentador y moderador del evento y me dediqué a dar besos y abrazos a todos los participantes, en un intento vano de conjurar el terror y la histeria que nos empezaba a atenazar a todos y que culminó unos pocos días después con el cierre de nuestras oficinas municipales y el primer encierro por la pandemia. Costanza intervino en el Seminar en nombre de C40 y dio un discurso magnífico. Pocos días después me escribió para decirme que se había pillado el covid en Madrid, aunque no en nuestro encuentro, y que estaba confinada en su casa de Londres. Y no la había vuelto a ver desde entonces.

Costanza sigue viajando mucho, como toda la gente de C40, y yo adapté mi programa para estar en Bologna justo los días en que ella iba a parar aquí, en casa de su madre, entre viaje y viaje. Finalmente, nuestros encuentros se redujeron a la cena del lunes, en un restaurante informal que ella controla y que se llama La Montanarina Bistró. Fue un encuentro precioso, Costanza es emotiva y pasional y tuvimos tiempo suficiente para ponernos al día de nuestras novedades y nuestras vidas respectivas, cruzando unas informaciones que, naturalmente no les voy a contar aquí, en una tribuna pública. Eso queda entre nosotros. Lo que sí les diré es que mi amiga no ha cumplido aún los 30, como yo creía, o sea que, cuando yo la conocí era casi una niña, pero ya era una mujer brillante y llena de entusiasmo. Al final de la cena nos hicimos los selfies de rigor.  

Hablar de una ciudad como Bologna, puede llenar una enciclopedia. Yo estoy intentando sintetizar, pero es que hay muchas cosas que contar. Por ejemplo, Bologna ha tenido siempre un gobierno municipal de izquierdas, salvo algún mínimo lapsus. Dice Costanza que, cuando ella nació, ya había un gobierno del Partido Comunista y sigue hasta hoy con diferentes nombres. Tal vez por eso, los terroristas neofascistas de los setenta eligieron esta ciudad para perpetrar el atentado más terrible de su desempeño: la llamada Matanza de Bologna. Unas bombas en la estación de ferrocarril mataron a más de 80 personas en 1980 (Costanza no había nacido). He de decirles que, cuando yo entré en el Ayuntamiento de Madrid en 1982, tiempos del dylaniano Tierno Galván, el primer trabajo al que me incorporé fue la redacción del Plan General, que se aprobaría en 1985.

Bien, pues ese Plan estaba completamente inspirado en el Plan Urbanístico de Bologna y los demás de las ciudades por entonces gobernadas por la sinistra. Muchas de ellas cayeron luego sucesivamente en manos de la derecha, pero Bologna aguantó. Tal vez porque no incurrió en los errores de otras: mala gestión y corrupciones múltiples, que hicieron que la gente dejara de apoyarlos. Costanza me contó que el actual Ayuntamiento está sopesando la recuperación como arteria fluvial del río Reno, que atraviesa la ciudad de oeste a este y que quedó canalizado y enterrado bajo el asfalto de las calles en los años 70, los de la política de movilidad urbana de TODO PARA EL COCHE. Ahora mismo, sólo hay dos pequeños tramos descubiertos, que se llaman La Piccola Venezia, nombre que los boloñeses se toman a choteo. Vean dos imágenes. La segunda me la quiso sacar Costanza para reírse un poco. 


He de ir cerrando. Como han podido ver, el domingo y el lunes fueron dos días de continua e intensa actividad social, compartiendo el tiempo con mi amiga programada y mis amigas sobrevenidas. Apenas tuve margen para descansar un rato. Ayer martes, sin embargo, me quedé solo para hacer lo que me diera la gana, primera vez en el viaje. Les diré que me levanté con la luz del sol, hice mi rutina de hora y media de yoga (porque me he traído una travel mat), desayuné y salí a dar una vuelta por la ciudad, para ver las cosas que me faltaban, como las siete iglesias y la Piazza San Francesco. Decidí volver a comer en Da Bertino, comida casera y familiar al lado de mi hotel. Tras la siesta, me puse a rematar el post y hacer diversas gestiones con el ordenador. Y salí de nuevo a vagabundear por la noche boloñesa. Vida muelle de viajero. 

De pronto, las temperaturas habían caído quince grados y hacía bastante frío. Al final, entré en el Mercato di Mezzo, un antiguo mercado pequeñito, ahora lleno de bares para picar algo. Me pedí, cómo no, un Aperol Spritz y me pusieron de tapa un par de lonchas de mortadela, otra de las señas de la gastronomía local. Rematé con un delicioso helado de nata y pistacho en la heladería Cavour, en la plaza del mismo nombre, que tiene fama de ser la mejor de Bologna. Y me retiré al hotel, que hacía un frío que pelaba. Esta mañana he hecho el equipaje, he caminado hasta la estación (reconstruida después del atentado) y he cogido el tren de alta velocidad en el que estoy ahora, repasando mi post, para publicarlo en cuanto pueda. Mi siguiente destino es la ciudad de Nápoles, a tres horas en tren de Bologna. Que ustedes lo pasen bien.

17 comentarios:

  1. Sigues en tu línea, amigo aventurero: entre chicas. Qué grande.

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  2. Ah, y no soy 'Anónimo', soy Ronaldo (no el futbolista, sino el ateo)...

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    1. Qué buen alias, El Ateo Ronaldo. Me alegra mucho que me sigas, aunque ya ves que no soy capaz de seguir tus consejos y sintetizar un poco más, no tengo talento alguno para el microrrelato. Pero hay algunos lectores que me dicen que se quedan con ganas de más.
      Abrazos.

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  3. Muy buen comienzo si señor a por la siguiente,

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  4. Querido amigo: Veo que ha empezado con ganas y alegría, lo cual siempre es positivo; pero, como buen maratoniano, no olvide la prudencia al comienzo de la carrera. El ritmo normal no hay que alcanzarlo sino bastante después de iniciarla, para poder mantenerlo lo más constante posible.

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    1. No estoy de acuerdo, hay que empezar fuerte y que sea lo que Dios quiera.😜😜

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  5. Bolonia también ejemplo de la participación ciudadana en el urbanismo. Primera parada y ya estoy deseando leer la segunda. ¡El viaje ha comenzado!

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    1. Muchas gracias, querida. Espero estar a la altura de tus expectativas. Dale un achuchón a Jonás, que dentro de nada podrá seguir este blog.

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  6. Magnífica y envidiable crónica en esta tu primera etapa. No se puede empezar mejor. Ánimo y a seguir así.

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    1. Gracias Alfred, ya sabes que cuento contigo como lector preferente.

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  7. ¡Qué maravilla Emilio! Deseando leer tu siguiente entrega.Disfruta mucho. Tu amiga municipal Eva te desea las mejores experiencias en esta aventura.

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  8. Gracias Eva, tú tienes parte en el diseño de mi ruta, como ya se contará. De momento estoy en una terraza del Tratevere tomándome un Aperol Spritz.

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  9. Pues ya has quemado una etapa de tu larguísimo camino, y te ha ido muy bien como era de esperar. Que sigas disfrutando así, y nosotros contigo.

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  10. Milu.me ha gustado mucho.
    Voy atrasada pero me pondré al día. Bssss

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