domingo, 21 de abril de 2024

5. Scaprichiatiella napolitana

Días inolvidables en Nápoles, segunda parada de mi viaje, tan distinta de Bologna, la ciudad de mi amiga Costanza. Bologna es el norte rico, con una historia y un nivel cultural de altura. Me dice mi amigo napolitano Gianni Rondinella, que Bologna y Módena componen el llamado Motor Valley, el eje de la industria automovilística del lujo; Ferrari, Lamborghini, Maserati y Ducati, marcas que nacieron y se desarrollaron en un espacio de apenas 80 kms. Es decir, el automóvil como signo de estatus, el culto al motor, el consumo indefinido de petróleo, el capitalismo del lujo en suma. Nápoles, en cambio, es la capital del sur más pobre, con tres millones de habitantes y también con un punto cultural destacado, basado en su magnífica universidad y su larga historia, que ha supuesto la presencia de sucesivas civilizaciones que han dejado huellas sucesivas y con una vida en la calle que no se detiene nunca. Y todo ello bajo la amenaza permanente del Vesubio y otros volcanes cercanos en activo, que con un simple estornudo pueden causar una debacle como la que enterró completamente las cercanas villas de Pompeya y Herculano.

Si Bologna es, digamos, Chamberí, Nápoles sería Vallecas. ¡Qué digo! Vallecas es un lugar sofisticado y pijo en comparación con esto. Caos circulatorio, atascos constantes, sonido de claxons omnipresente, miles de motos por todas partes, motoristas enloquecidos atravesando áreas peatonales atestadas de gente, sin bajar la velocidad, avisando con la bocina para que te apartes. A veces un pequeño roce entre automóviles hace que los dos conductores se bajen, dejando sus vehículos en medio, y se enzarcen en una discusión interminable en su dialecto napolitano, trufada de gestos característicos, en la que a menudo tercian señoras que se suman a la trifulca con mucha convicción sin soltar las cestas de la compra, repletas de verduras y viandas con la barra de pan sobresaliendo. Para cruzar una calle, has de hacerlo como en el Tercer Mundo, con arrojo y sin retroceder nunca. Si dudas y das un paso atrás, es posible que te atropellan, porque no se lo esperan. En la ciudad hay barrios elegantes más tranquilos, pero el casco antiguo es un conglomerado de callejas con edificios viejos faltos de una mano de revoco, ropa tendida en todos los balcones y basura, mucha basura.

En Nápoles, la basura la controla la Camorra, como es sabido, pero no es muy diferente en Madrid, donde los concursos para su recogida los ganan siempre los mismos: Dragados, FCC, Ferrovial (con perdón de la comparación). En Nápoles hay más basura por la calle en situación normal, que en muchas ciudades occidentales cuando se declara una huelga de basuras. Por entre los montones de bolsas apiladas y cuidando de esquivar las motos que te achuchan tocando el claxon, circula una multitud abigarrada y bulliciosa de todas las edades. Las mujeres son de rompe y rasga y caminan seguras y lo mismo los niños, que tienen en la calle una escuela de la vida. Hay ancianos con garrota, mendigos que te piden una moneda, negros que venden baratijas y la amenaza de los borseggiatori, que es como llaman aquí a los carteristas. De todas formas, me cuenta Gianni que la llegada del turismo masivo tras la pandemia ha suavizado bastante el tema; el turismo y la hostelería atraen mucho dinero a la ciudad y además son el vehículo perfecto para blanquear el dinero de la droga. Se dice que la Camorra ha dado orden de que no se moleste a los turistas. Al que les robe lo pueden colgar de los cataplines. 

Era muy diferente en 2018, cuando yo visité la ciudad con un grupo organizado de unas 18 personas. Un minibús nos recogió en el aeropuerto y nos acercó todo lo que pudo al hotel. El conductor se bajo en la esquina de una plaza atestada de gente por un mercadillo y nos indicó que el hotel estaba al otro lado, sólo había que cruzar el mercadillo en diagonal, lo que hicimos arrastrando nuestros trolleys. Bien, pues al llegar a la puerta del hotel, a dos del grupo les habían birlado sus teléfonos móviles sin que se enteraran. Dicho esto, es justo señalar que, para un madrileño habituado a moverse por la periferia como yo, aquí no se percibe una sensación de riesgo de robo, y mucho menos de ataque o violencia alguna. La ciudad es apasionante y está llena de vida por todos los rincones. Tiene el sabor de una ciudad del Tercer Mundo, pero sigue estando en Europa y predomina el respeto a la vida como primer valor del ser humano. Las motos te azuzan, pero en los días que he estado aquí en mis dos visitas, no he visto un solo accidente grave.

Es momento de hablar de la música napolitana. En los posts anteriores hablamos de la época dorada que representaban Paolo Conte y Lucio Dalla. Mucho antes hubo otra epoca también muy destacada, centrada en los festivales de San Remo de los 60, con Domenico Modugno, Celentano o Nicola di Bari. Pues todavía mucho antes, en los 50, la figura que sobresalía por encima de todos era el gran Renato Carosone. Este hombre, napolitano de pura cepa, fue un pianista excepcional y un showman divertidísimo, que se bregó tocando con su grupo por Abisinia durante la Segunda Guerra Mundial, antes de regresar a su tierra. Carosone, tuvo en los 50 un éxito extraordinario, yo lo escuchaba en La Coruña en la radio en donde sonaba a todas horas. Por aquel entonces, había un solo programa dedicado a las listas de éxitos de lo que se llamaba entonces la música ligera, y Carosone copaba siempre los primeros lugares (a mi madre le encantaba). Fue así hasta la irrupción de los Beatles en 1962. Una irrupción que nos cambió la vida a todos.

Por cierto, ese programa del que les hablo se llamaba Los Superventas y era una lista de sólo diez temas, antecedente de lo que luego serían Los 40 Principales. Y lo presentaba un joven bigotudo con mucho futuro, llamado José María Íñigo, que aun no había dado el salto a la tele. Siempre que vengo a Italia suelo comprarme discos de Renato Carosone, para mi colección. Hoy les voy a traer alguna de sus canciones, empezando por este delicioso tema, con todo el sabor de la bahía napolitana. Se llama Scaprichiatiella y usa dos recursos muy en boga en aquellos años: los silbidos y lo que se llamaba el órgano que habla. Llegaron a editarse discos enteros de tipos que silbaban y también del órgano que habla, pero ambos pasaron rápido de moda. 

La historia de Nápoles pueden buscarla en la Wikipedia. La ciudad fue fundada por los cumanos, un pueblo prerromano y tuvo un gran auge con los griegos primero y con los romanos después. Una eternidad después, fue la capital del Reino de las Dos Sicilias, bajo los Borbones y aquí se guarda un buen recuerdo, sobre todo, de Carlos III, que puso la ciudad guapa antes de trasladarse a Madrid a hacer lo mismo. El reino de las Dos Sicilias se mantuvo hasta la reunificación italiana, obra fundamentalmente de dos personas: Camille Cavour, el ideólogo (que por cierto era francés) y Garibaldi, que era el general que dirigía la parte militar del asunto. Se impuso el idioma italiano, que era la lengua de los toscanos, pero se volvió obligatoria para todo el mundo (igual que en Portugal, donde el portugués sólo se hablaba en el norte). Pero lo cierto es que, a día de hoy, en Italia perviven todavía numerosas lenguas, de forma que un genovés difícilmente entiende a un napolitano.

El napolitano es una jerga autóctona, con aportaciones del italiano, el francés y el español. Y Renato Carosone escribía muchas de sus letras en napolitano. Les voy a pedir ahora que vean un vídeo más, con uno de sus mayores éxitos internacionales, para que vean qué simpático era él y también los de su grupo: Renato Carosone e il suo complesso. La canción se llama Tú vuo fa l’americano, es decir, tú quieres hacerte el americano, ya ven cómo es el dialecto de los napolitanos. Tu quieres hacerte el americano, por eso bailas rock’n roll, juegas beisbol y tomas whisky and soda, tú quieres hacerte el americano, pero has nacido en Italia, así que haz el favor de dejar de tirarte el rollo. Escuchen y vean esta maravilla.

Mi estancia en Nápoles ha sido maravillosa, gracias a mi amigo Gianni Rondinella, del que les hablaré más abajo. Llegué en el tren y, justo enfrente de la estación estaba la parada de Metro Garibaldi, en donde me hice con un ticket y empecé a bajar tramos de escalera mecánica, como si estuviera bajando a los infiernos del Dante (que, por cierto, era napolitano). Cuando visité San Petersburgo, leí que su Metro era el más profundo del mundo. Que allí la gente se sentaba en las escaleras mecánicas y leían capítulos enteros de novelas. Que, mientras llegaban abajo, en el mundo exterior sucedían cosas como nacimientos, muertes o ruptura de parejas. Pues el de Nápoles no le va muy a la zaga. Tenía cuatro paradas para llegar a la de Toledo. Allí, el gestor de mi hotel me había dicho que buscara la salida a Montecalvario. El Metro iba muy lleno y yo salí con el pelotón hasta un cruce en te. Allí, indicaba a la izquierda la salida de Montecalvario y a la derecha la de la vía Toledo. Doblé a la izquierda pero, para mi sorpresa, todo el resto del pelotón se dirigió a la derecha. Yo era el único que iba a la izquierda y dudé. Pero seguí adelante. Después de un largo tapis roulant, que afronté completamente solo, alcancé un último tramo de escalera mecánica y salí ya en pleno centro del mogollón que es el llamado Quartiere Espagnol.

Según me contaría Gianni más adelante, el Ayuntamiento se ha gastado un pastal en hacer esta nueva salida del Metro directamente al corazón del Barrio Español, y ahora nadie la usa, porque todo el mundo prefiere salir en Toledo y acceder al barrio por arriba, por sus calles. El Barrio Español parece que debe su nombre a que se construyó para alojar a los soldados del tiempo de los Borbones. A partir de la calle Toledo que es recta y bastante plana, las calles de este barrio suben empinadísimas por las laderas de una de las colinas más altas de la ciudad. Estas calles a menudo resuelven la diferencia de cota con escaleras construídas con la misma roca basáltica de color negro y origen volcánico con la que están pavimentadas todas las calles de la ciudad.

Mi hotel estaba arriba de todo, en plena cornisa. Bueno, llamarle hotel es un  exceso de optimismo: más bien era un Bed&Breakfast, pero sin breakfast, es decir, sólo un Bed. No tiene recepción, no te hacen la cama y no hay nadie que te pueda ayudar si tienes un problema. Pero la habitación era más amplia que la de mi hotel en Bologna y tenía un pequeño balconcito que daba a un patio lleno de naranjos y otros árboles. Una instalación hotelera limpia y con encanto, en un edificio recién restaurado y a precio asequible. Conseguí llegar al portal con mi equipaje, encontré las llaves y me tumbé a descansar. Gianni no podía quedar conmigo esa tarde, pero me recomendó una pizzería casera del barrio para cenar, la Prigiobbo, a unos cien metros del hotel, donde me tomé una pizza caprichiosa con una cerveza doble que me sentó fenomenal.

Porque Nápoles es el lugar donde se hacen las mejores pizzas del mundo. Y esto nos lleva al jueves 18 de abril. Apenas abrí los ojos, me despertó un mensaje de Gianni Rondinella. Me proponía venir a recogerme con su vespa y llevarme a desayunar al centro. Me vestí a toda prisa y bajé al portal donde mi amigo ya me esperaba. Gianni es una persona con múltiples tareas profesionales y familiares, que resuelve a ratos on line y el resto yendo con su moto de un lado a otro, por en medio del caótico tráfico de Nápoles. En esa agenda apretada de hiperactivo, había encontrado un hueco para venir a desayunar conmigo. Después del abrazo correspondiente, se aseguró que a mí no me incomodaba la idea de subirme de paquete en su vespa, lo que le confirmé. Me puse el casco y nos hicimos las primeras fotos.

Gianni me bajó por las cuestas del Quartiere Espagnol, con mi culo rebotando sobre el irregular pavimento de basalto, menos mal que tengo bien los discos intervertebrales, y luego se metió por todo el tráfico de la calle Toledo para llevarme a la plaza de Dante. Y les diré que en ningún momento tuve miedo o aprensión alguna. Porque Gianni Rondinella no sólo es mi amigo, sino que además es mi ídolo. Gianni vivió en Madrid doce años y durante la feliz (para mí) legislatura de la señora Carmena, nos conocimos y coincidimos en varios eventos profesionales. Por ejemplo, Madrid Escucha, una iniciativa en la que se juntaban funcionarios y ciudadanos para hacer proyectos conjuntos. Con su coordinación, mi compañera Marta Arruza y tres ciudadanos que se prestaron a ello (César, Penélope y Noelia) diseñamos un parking en un pequeño edificio en Usera, todo ecológico y cubierto de vegetación, que presentamos en la última jornada y pusimos a disposición del Ayuntamiento. Pero, una vez que la señora Carmena perdió las nuevas elecciones, el Ayuntamiento resultante de ellas guardó nuestra idea en un cajón. Llegamos a salir en la prensa y todo, como pueden ver. Gianni está a la izquierda, de espaldas pero se le reconoce.
















Pero mucho antes de eso ya habíamos hecho amistad y me había contado su historia, que me había maravillado. En resumen, él había empezado como activista en Italia, su actividad lo había llevado a estar unos años en San Francisco, la cuna de todos los movimientos de protesta del mundo, y allí comprendió que, para cambiar de verdad el mundo debía prepararse bien, lo que le llevó de vuelta a Italia, para hacer la carrera de urbanista y poder luchar mejor contra los poderosos. Esto es lo que yo tenía en la memoria y el jueves, mientras desayunábamos, le pregunté si me daba permiso para contarlo en mi blog de road runner (que él sigue desde Nápoles). Me dijo que no sólo me daba permiso, sino que me iba a hacer un relato de la historia completa para que yo pudiera contarla adecuadamente. Y es lo que me dispongo a hacer. Por cierto su apellido Rondinella es en italiano golondrina, o sea que estamos ante un trasunto de Jack Sparrow.

Gianni no es napolitano (primera sorpresa para mí). Es oriundo de la Puglia profunda, el tacón de la bota italiana, y se crió en Turín, adonde sus padres tuvieron que emigrar después de diversas vicisitudes. Allí empezó a estudiar Filosofía, pero la llama del activismo social había prendido ya en su mente generosa y llena de amor a los demás. Después de hacer el servicio civil sustitutorio, como objetor de conciencia, su activismo le llevó a enrolarse en una organización que yo desconocía hasta ahora: las Brigadas de la Paz. Parece que esta organización completa el papel de Amnistía Internacional, con una tarea sobre todo preventiva. Amnistía ayuda a los perseguidos políticos de todo el mundo, mientras las Brigadas ayudan y asesoran a los que son susceptibles de ser acosados y perseguidos, antes de que la persecución empiece.

Con estas Brigadas, viajó a Guatemala, donde estuvo cuatro años (por supuesto dejó la Filosofía). Y allí le encontró el amor, la fuerza que mueve al mundo, según él (lamentablemente yo pienso que hay otras como el poder y el dinero, pero este es otro tema). Se enamoró de una compañera que era de San Francisco y por eso se fue allí y vivió con ella siete años, en pleno renacer de las campañas antiglobalización, finales de los 90. Después de siete años, la pareja se rompió y él buscó cómo recuperarse anímicamente. En paralelo a esta crisis, resulta que él, cada vez que preguntaba por su formación académica a sus compañeros de lucha, una buena parte se definían como city planners. Gianni no sabía lo que era eso, pero empezó a averiguarlo y le pareció apasionante. Preguntó en las principales universidades norteamericanas y comprobó que el precio de cualquier matrícula para formarse como city planner era prohibitiva económicamente para él.

En cambio, en Italia, la cosa era asequible siempre que la compatibilizara con un trabajo. Y fue así como regresó de vuelta a su tierra. Volvió, se matriculó en la Escuela de Venecia y empezó la carrera con 31 años. Cuenta que los profesores estaban encantados con él, porque era una persona mucho más madura y de sólidas convicciones que la mayoría de sus compañeros más jóvenes. Allí estuvo otros siete años, porque con su dedicación a tiempo parcial no podía correr más. Luego, por una casualidad, aterrizó en Madrid donde estuvo doce años, formó una familia y donde también nació su hijo. Al llegar la pandemia, decidieron venirse a Nápoles, de donde es su mujer. Aquí lleva diversas actividades académicas (es profesor de un máster) y relacionadas con el urbanismo social y participativo que el promueve, siempre con un enfoque medioambiental.

Más o menos esto es lo que me contó. Y me parece una historia ejemplar. Yo creo que a los 17 años uno no está preparado para elegir una carrera y es tiempo de que los chicos busquen su propio camino, incluso con años sabaticos, antes de encontrar cada uno su destino. Pero hay que ser muy valiente para seguir una trayectoria como la de Gianni. Y además, a mí me encanta la gente que ha encontrado su lugar en el mundo y que tiene un relato de sí mismo que no le importa contar. Yo estoy en este viaje visitando fundamentalmente a personas a las que aprecio, para renovar mi amistad con ellos. Eso está por encima de las ciudades que visito. Y Gianni Rondinella es definitivamente mi héroe. El jueves nos volvimos a encontrar para comer en la Trattoría de Pepino Ritrovo Degli Artisti, cerca de su oficina, en donde probé un plato muy napolitano: pasta e patati. Luego subimos al mirador de Pizzofalcone, donde nos hicimos fotos con el Vesubio al fondo.


Pero he de dividir mi texto sobre Nápoles en dos, porque la figura de mi querido amigo Gianni es muy grande y ya he alcanzado un tamaño crítico sin contar todas las cosas que quiero decirles sobre mis andanzas por esta ciudad única, con sus informaciones correspondientes que les pueden ser de utilidad si un día deciden venir a visitarla, algo que les recomiendo encarecidamente. La segunda parte dentro de unos días. Voy a publicar este primero durante mi nuevo trayecto en tren. Esta vez voy a Roma, tercera parada de mi vuelta al mundo. Estén atentos a la continuación.

8 comentarios:

  1. Emilio, cada vez escribes los posts más cortos. Menos mal que hay una segunda parte... Me encanta, hay que ver cómo te lo curras. Oye, y qué guapo estás con el casco, y mira que los cascos son difíciles.
    Ya espero la segunda parte.

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    1. Gracias, querida. La segunda parte ya está publicada, espero que te haya gustado también. Besos.

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  2. Lola, tu amiga de Bolonia21 de abril de 2024, 19:52

    Emilio, me lo estoy pasando muy bien con tu blog! Qué bien que coincidiéramos en Bolonia. Que sigas disfrutando y nos lo cuentes.

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    1. Pues mira qué bien, de eso se trata, de que la gente se divierta con lo que voy cargando en el blog. Un abrazo.

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  3. Vaya viaje chulo que estás haciendo. Conocí a Gianni en ese encuentro de Madrid Escucha, donde yo estuve en otra mesa inventando semáforos que estaban siempre en verde para los peatones. Una gran idea. Ha sido una sorpresa encontrarlo en tu viaje. Este viaje va para legendario...Espero la siguiente entrega...

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    1. Gracias, Gianni es un tipo estupendo. Si lo conociste aunque poco, sabes que es así. Besos.

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  4. Muy bonita la historia. La foto me recuerda a la terraza de la comisaría de la serie "Los bastardos de Pizzofalcone" policiaca por las calles de Nápoles.

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    1. No conozco esa serie, pero seguro que cuenta cosas fantásticas, solamente relatando la realidad de esta ciudad magnífica. Un abrazo.

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