miércoles, 24 de abril de 2024

7. Roma es eterna

Termino este post frente a la puerta de embarque del aeropuerto Fiumicino, donde he de tomar un vuelo a Estambul que todavía no se abre. He pasado unos días preciosos en Roma, que ahora les cuento, porque primero les quiero hablar de un fleco que me queda sobre Nápoles, que es un tema que no se acaba nunca. En concreto, la historia del Cristo Velato que se custodia en la Capilla de San Severo, en Nápoles. Cuando visité la ciudad en 2018, entré a ver esta estatua yacente de Cristo desclavado de la cruz y creo que no he visto una escultura más maravillosa en mi vida. Y mi propósito en esta nueva visita era volver a ver esta preciosidad. Pero no he podido. Cuando se entra en la capilla, Cristo muerto aparece cubierto con un sudario, con los clavos y la corona de espinas a un lado y todo ello está esculpido en un mármol blanquísimo, con un detalle minucioso y súper delicado de cada pliegue del paño del sudario. Vean una foto bajada de Internet.

En 2018, había que reservar entrada por Internet, pero era factible. Ahora, se ha vendido la idea de que se trata de la estatua más bella del mundo y el turismo tóxico impide visitarla. Les cuento. Me acerqué un día a la puerta, donde había una cola discreta (la capilla es minúscula) y pregunté. Era imprescindible reservar por Internet. Entré en la página luego en el hotel. Las primeras fechas que ofrecían, eran para dentro de 60 días. Ni más ni menos. Pero, entre medias te entraban diversas propagandas publicitarias. Si tú reservas un paquete completo de los que ofrecen los tour-operators, puedes verla al día siguiente. Estos paquetes incluyen el Cristo y otras tropecientas cosas que, para mí, no tienen ningún interés. Y cuestan a partir de 80€, la mayoría por encima de 100 o 120.

Lo pillan. Estos tour-operators tienen copado el mercado hasta dentro de dos meses, han reservado todas las entradas posibles porque saben que los turistas yanquis y alemanes pagan esos 100€ sin problemas. Esto es lo mismo que las plataformas televisivas, que no puedes ver, por ejemplo, un solo partido de fútbol, tienes que comprar toda la plataforma y aguantar todo el año la propaganda del 80% de bazofia que te van ofreciendo. Y yo soy alérgico a ser socio de nada. Yo pagaría gustoso 40 o 50€ por ver la final de la Champions de fútbol, por ejemplo. Lo que antes se llamaba pay per view, que ahora no existe. Creo que jamás pagaré por ser socio de una plataforma que me admita a mí como socio, parafraseando la celebrada frase de Groucho Marx. Por cierto, esto es lo que intentaban hacer en su día los reventas de los toros y el fútbol, lo que pasa es que estaba prohibido que coparan el mercado y siempre se reservaba un número de entradas para vender en la puerta. En Nápoles no hay freno para esto.

Bien, el domingo 21 de abril, octavo día de mi periplo, me levanté a las cinco de la mañana. Me duché, terminé de recoger mis cosas y salí del cuarto. Según las instrucciones que me habían mandado, dejé las llaves más 12€ de taxas en la mesa de escritorio, debajo de la toalla que no había usado. Es decir, que yo no vi a nadie de este hotel o lo que fuera, algo típico de estos tiempos. En mitad de la noche, bajé la larga escalinata/cuesta de Montecalvario con mi equipaje, llegué a la vía Toledo, por donde los últimos juerguistas se retiraban derrotados a sus cubiles, caminé un poco a la izquierda y entré en el Metro. Dado que era domingo, el Metro tardó bastante en llegar, como ya me esperaba, pero me llevó a la estación Central con tiempo. Allí, busqué un lugar para desayunar que me había recomendado mi hijo Kike, conocedor de esta ciudad: Casa Attanasio, que presume de tener las mejores sfogliatelle calde de Nápoles. Vean qué sitios más cutres controla mi hijo.

La sfogliatella estaba deliciosa, pero me la tuve que llevar a un bar enfrente, no menos cutre, donde la acompañé con un caffelatte. El tren llegó puntual y en hora y media me dejó en la Estación Termini de Roma. Allí me estaban esperando mis contactos romanos, que no eran otros que mis consuóceri. ¿Cómo dicen? ¿Que no saben qué significa consuócero? Coño, pues búsquenlo en el traductor Google, a ver si se lo voy a tener que dar todo mascado. Vale, vale, ya no les vacilo más: estoy refiriéndome a mis consuegros romanos, los padres de mi queridísima nuera Clarice (así escribo yo su nombre en honor a Clarice Lispector). Kike lleva con ella creo que cinco años, pero hasta ahora no había podido conocer a sus padres.

Y de verdad, tenía muchas ganas de encontrarme con ellos, pero creo que todavía tenían ellos más ganas de conocerme a mí, porque son una gente estupenda, empática y súper cariñosa. En mis tres días romanos me han tratado a cuerpo de rey, me han enseñado muchas cosas que no conocía, me han llevado a unos restaurantes magníficos y no me han dejado pagar en ninguno. Habían preparado mi visita con mucho cuidado. Parece que Kike les había contado cosas de mí, como que me encanta pasear solo por las ciudades a mi bola y que me gusta la cerveza. Con esas informaciones, habían decidido llevarme a ver algunos lugares para los que se necesita coche y así ampliar mi radio de acción. El domingo, el plan era ir a visitar las ruinas de Ostia, el puerto de los romanos, cerca de la desembocadura del Tíber.

Dejamos primero mi equipaje en el hotel, que estaba al lado de la estación Termini y donde no se podía hacer el check-in hasta mediodía, y salimos por la carretera hacia Ostia. Allí estuvimos toda la mañana viendo ruinas, de las que abajo les pongo unas fotos. A mediodía paramos un instante a tomarnos un sándwich, en mi caso con una cerveza y nos acercamos a otras ruinas cercanas, incluidas en el ticket, las de la antigua dársena de Adriano, adonde llegaban los barcos romanos y distribuían sus mercancías a una serie de tiendas cuyos restos dan una idea del volumen comercial que alcanzó este lugar. Después regresamos a Roma y yo les pedí que me dejaran un rato para descansar en el hotel, porque estaba bastante cansado después del madrugón y la mañana de ruinas bajo el sol.






Pero dos horas después, me recogieron de nuevo para pasearme en coche por diversos barrios que no conocía y subirme a un mirador desde el que se ve toda la ciudad. Así llegamos a la hora de la cena, que habían reservado en un restaurante extraordinario, La Rampa, cerca del Vaticano, en la zona por donde trabaja Paolo, el padre de Clarice (su madre se llama Patrizia). Paolo es conocido del chef, porque debe de comer a menudo en este lugar. Comimos unas alcachofas a la romana exquisitas, una pasta alla gricia y unas chuletas de cordero buenísimas. Yo les dejé que pidieran y ahí fue cuando vi que pedían vino para ellos y una birra alla spina para mí y supe con qué cuidado habían preparado mi visita. Les diré que nuestro encuentro fue emotivo y hermoso, que nos pusimos al día de todos los detalles de nuestras respectivas familias y compartimos confidencias que, obviamente, no voy a contar aquí. Por cierto, hablamos todo el tiempo en italiano: después de una semana de inmersión, a mí se me daba bastante bien ya. Les pedí permiso para publicar en el blog los selfies que nos hicimos en las ruinas y aquí los tienen.


Con Paolo y Patrizia tengo una nueva familia política encantadora. Esa noche llegué a mi hotel reventado después de un día tan intenso. Y les agradecí a mis consuóceri que me dejaran libre el martes para callejear a mi bola por Roma, para visitar los sitios que ya conocía de anteriores visitas. El hotel era regular, quizá el peor alojamiento hasta ahora, pero tiene una ventaja: el desayuno está incluido en el precio que yo he pagado. El martes bajé a desayunar al comedor y luego salí a caminar por Roma. Creo que es el momento de traer una música ad hoc. Roma es la ciudad de la Dolce Vita, de Anita Eckberg caminando con su escote esplendoroso por el borde de la Fontana de Trevi. Durante los 50 y 60, la noche romana se desarrollaba hasta la madrugada entre música, baile, bebidas y mucho ligoteo.

Y un participante imprescindible de esa juerga permanente era Fred Buscaglione, uno de los más grandes artistas del pop de los 50, un tipo que cada jornada apuraba la noche bebiendo, bailando y fumando puros, hasta que el amanecer le sorprendía cuando todos sus amigos se habían ido ya a dormir reventados. Entonces se subía en su descapotable y se dirigía a su casa en las afueras de la ciudad, con su último puro humeando y conduciendo completamente borracho, porque por entonces no existía el control antidoping en las carreteras de Roma. Hasta que una madrugada no muy diferente de otras, se quedó dormido al volante, se estampó contra un árbol de la carretera y se mató. Tenía 38 años y su muerte, como la de James Dean, acrecentó su leyenda. Antes nos dejó algunas grabaciones deliciosas, como este Juke Box que les pido que escuchen. Además, el vídeo viene aderezado por imágenes de vespas y muchachas hermosas. Todo un símbolo.

Después de caminar un rato, alcancé el monumento a Victor Manuel II, al que los romanos llaman irónicamente la máquina de escribir, abajo tienen una imagen. Allí arranca la Vía del Corso hacia el norte, seguramente una especie de decumanos que llega hasta la Piazza del Popolo. Al otro lado del gran monumento a Victor Manuel, quedan el Coliseo, el Foro Romano y algunos arcos importantes, pero por esta vez decidí no visitarlos y empezar a caminar hacia el norte. Un poco más adelante, una calle a la derecha te lleva a la Fontana de Trevi que a hora temprana no está tan atestada de turistas como más tarde. Volviendo hacia la Vía del Corso, al otro lado se puede ver la Columna de Marco Aurelio y el Panteón, que yo visité libremente en su día, pero ahora es de pago y de aguantar una cola importante. Desde allí me acerqué a la Chiesa de San Luigi dei Francesi, donde hay tres cuadros de Caravaggio. Están a oscuras, hasta que algún samaritano echa unas moneditas en la hucha y entonces se iluminan un ratito, momento que la gente aprovecha para hacerles fotos. En fin, vean la máquina de escribir, que fotos de los demás lugares pueden encontrarlas en Internet.

Visité después la Piazza Navona, con sus fuentes llenas de estatuas de marmol de seres mitológicos y animales marinos y la Piazza del Campo de Fiore con su mercadillo en el que se vende toda clase de productos alimenticios de calidad. Desde allí crucé el Tíber y me interné por las callejas del Trastévere, que es mi barrio preferido de Roma. Después de caminar un rato arriba y abajo, me senté en una terraza a tomarme un Aperol Spritz. Si en Nápoles cuestan cinco euros y te ponen un montón de tapas, aquí cuestan ocho y a pelo. En la mesa de al lado había un par de italianos del tipo macarra hablando en voz muy alta de sus cosas. En un momento dado, uno de ellos se dirigió a mí en español: hola, que tal se ha quedado España. Le contesté en italiano: ¿cosa sucede, ho faccia de espagnol o cosa? Enseguida replegó velas y me dijo que era un enamorado de España, sobre todo de Marbella. A eso le respondí que yo era del norte y no me gustaba especialmente Marbella. Ya no me dijo nada más.

Luego pensé que me había pasado un poco y les volví a hablar. Les dije que yo no era un turista, sino un viajero que viajaba solo y les pedí que me indicaran un restaurante que estuviera fuera del radio de acción de los turistas. Al unísono dijeron: Corrado. Me explicaron cómo llegar y realmente era un restaurante barato, como de barrio, lleno de italianos y gente joven. Me comí unos penne arrabiati, que estaban arrabiatti de cojones, hay que ver cómo picaban. Con una cerveza y una pequeña ensalada, solucioné la manduca y regresé caminando al hotel. Una buena caminata. Luego, la siesta y escribir el post anterior, antes de salir a caminar de nuevo, para explorar ahora la zona norte de la Vía del Corso, con la Piazza de Espagna y su fabulosa escalera florida y llegar hasta la Piazza del Popolo. Casi al final de la Vïa, encontré una heladería artesanal, en donde me tomé un cono de yogur y frutas del bosque, estupenda cena para dormir bien. Hay muchísimas películas sobre la vida en Roma, pero a mí me gusta especialmente una: Vacaciones en Roma (William Wyler, 1953), con dos intérpretes maravillosos: Gregory Peck y Audrey Hepburn. Rememoremos la conocida escena de la vespa.

Ayer miércoles, desayuné en el hotel y estuve buena parte de la mañana haciendo gestiones para la continuación del viaje: tarjeta de embarque para hoy, tren al aeropuerto, permiso para entrar en Corea y cosas por el estilo. A media mañana me llamaron de nuevo mis consuóceri para comer con ellos otra vez en la zona del trabajo de Paolo, cerca del Vaticano. Cogí el Metro para reunirme con ellos y me llevaron a comer a La Amatriciana, otro restaurante excelente, donde nos moderamos un poco en relación con la noche del lunes. Después, me despedí de ellos y me fui a dar una vuelta por el Vaticano, aunque había paseado el domingo por la Piazza de San Pietro con mis anfitriones romanos. Pero esta vez, encontré el espacio central vallado y lleno de sillas dispuestas para un acto solemne. Pregunté a alguien qué se celebraba y me enteré de que se trataba del santo del Papa. El ínclito Bergoglio se llama Jorge de nombre y ayer era San Jordi.

Regresé al hotel como había venido, en Metro, donde es muy fácil manejarse en Roma. Y dediqué la tarde a preparar el equipaje de nuevo, escribir la mayor parte de este post y prepararme anímicamente para el viaje de verdad, que empieza hoy. Porque hasta ahora, mi viaje era sólo un aperitivo de lo que me espera. En Italia, como en toda Europa, yo estoy en mi zona de confort. Europa es un paraiso, aquí se paga en euros, se puede usar el WiFi sin recargos, se bebe agua del grifo, se come fruta y ensaladas. Y especialmente Roma es una ciudad que me suscita tantos recuerdos y tantas historias. Pero hoy empieza lo bueno y se acabó este Aperol Spritz. Me marcho con cierta pena de esta tierra maravillosa. Pero así es como está planeado y mi corazón es un nómada, como cantaba Nicola di Bari en una de sus más bellas tonadas.

Nicola di Bari era el patito feo de los cantantes italianos, pero superaba su desgarbada figura con mucho sentimiento y una voz prodigiosa. En 1971 ganó el Festival de San Remo con esta canción: Il cuore e uno zíngaro. Como era tan feo, lo arroparon con una cantante muy jovencita y guapa, que se llamaba Nada. Pero el festival realmente lo ganó él. En el vídeo que les pongo, camuflan su estampa con una serie de paisajes y escenas típicas de Italia. Aún así se le ve a ratos y no me digan que no les recuerda al alcalde Almeida. Pero la canción es perfecta para esta despedida de Italia: me dijo pasemos juntos esta noche, qué ganas de decirle: , pero sin mirarla más a los ojos, yo la dejé cantando así, qué culpa tengo yo, si el corazón es un nómada, etc. Que tengan un buen día.

15 comentarios:

  1. Emilio, ahora empieza la bueno!!!!! A por ello

    ResponderEliminar
  2. Nicola di Bari parece un profe de latín, pero tan feo no es, ya quisiera el Topillo tener su voz y su porte. A Nicola todavía no lo ha llamado nadie Carap...

    ResponderEliminar
  3. Creo que has empezado por lo más hermoso de tu "Viaje a Todas Partes". Italia es un plato fuerte. Espero que los postres no resulten insípidos por comparación con Bologna, Nápoles, Roma... No me extraña que no pudieras mirarla a los ojos para dejarla, corazón gitano.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querida, reconocería tú prosa entre mil. Nicola di Bari era realmente grande. Espero que la tensión narrativa no baje. Abrazos a puñaos.

      Eliminar
  4. Emilio, estoy deseando leer tu siguiente post. A ver con qué historias nos deleitas esta vez. Mucha suerte en tu próximo destino.

    ResponderEliminar
  5. Ciao Emilio sono Paola, la torinese amica di Gianni, sto leggendo i tuoi meravigliosi post 🥰 .il tuo viaggio in Europa si è concluso con Roma e adesso come hai scritto tu..inizia la tua bella avventura. Buon viaggio Emilio .. ti seguiremo anche noi nel tuo viaggio💪 Paola, Pina e Cristina

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ciao Paola. E stato veramente grande conoscerti. Ci vediamo prima o poi, a Madrid o aTorino.

      Eliminar
  6. Buen viaje a Estambul, un abrazote. Recuerdos de Crispu que le voy contando tus aventuras.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Un abrazo para los dos. El próximo viaje, nos vamos los tres juntos.

      Eliminar
  7. Haznos fotos de floristerías!!! Para copiar. Disfruta!!!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues no sé quién eres. Si eres mi sobrino, no tengo ni idea de qué es eso de las floristerías. Y entre os floristas que conozco, creo que ninguno se llama Pablo. Disculpa mi despiste. En cualquier caso, un abrazo fuerte.

      Eliminar
  8. Desde Roma para el mundo. Como todos los caminos llegan a Roma, no olvides regresar. Ítaca espera dice Jonás.

    ResponderEliminar
  9. Esa es la idea. Regresar. Por el otro lado, pero regresar.

    ResponderEliminar