sábado, 27 de abril de 2024

8. Estambul-Costantinopla

Escribo desde mi hotel en Estambul, donde he pasado tres días más de mi viaje y desde donde hoy a las 9pm viajo a Seúl, en un vuelo que dura diez horas y que me tendrá por el aire toda la noche, para llegar a las siete de la mañana, con la sorpresa de que entonces en Corea será la una del mediodía. El jet-lag está garantizado, espero que no me machaque mucho. Pero antes he de contarles mis andanzas por esta impresionante ciudad, que en su día se llamó Bizancio y Constantinopla y ahora, según la escriben los turcos, se denomina Istanbul. En los años 50, un grupo norteamericano de música humorística publicó el tema que da título a este post y que se convirtió en un estándar que prácticamente todas las orquestillas de verbena han tocado alguna vez. Escúchenlo para entrar en materia.

Oficialmente Estambul tiene 16 millones de habitantes censados, pero parece que con los irregulares llega a 20, lo que la sitúa a la par de Tokyo, Ciudad de México, Sao Paulo o Lagos (Nigeria), las mayores megalópolis del planeta. Viajé el miércoles 24, en un vuelo desde Fiumicino (Roma), adonde había llegado en un tren desde la Estación Termini. El vuelo es corto pero, nada más llegar, has de ponerte en una cola monstruosa que se enrosca sobre sí misma como una serpiente, para el control de pasaportes, lo que te recuerda que ya estás fuera de Europa. Por cierto, esto sucedía en el Sabiha Airport, el más antiguo de los dos aeropuertos de Estambul. Esta noche salgo del otro, del llamado Internacional.

Antes de salir había tenido la precaución de anular el roaming y descargarme el mapa de Estambul en el móvil, para poderlo seguir sin Internet. Pasado el control, salí al exterior: caos de taxistas y minibuses de los hoteles, todo el mundo gritando y bastante desorden, esto es ya un lugar del Tercer Mundo. Al fondo me esperaba un tipo con un cartel que decía SR25, ante el que me identifiqué y me dijo que esperase allí mismo sin moverme. Bastante rato después, apareció una furgoneta, en cuya parte de atrás me instalé con el equipaje. Los cinturones de seguridad brillaban por su ausencia y el conductor no sabía una palabra de ningún otro idioma que no fuera el turco. Además, conducía a toda pastilla, a empellones entre los sucesivos atascos que íbamos encontrando en la autopista y sin dejar de escribir whatsapps en el móvil, lo que le llevaba de vez en cuando a dar unos frenazos poderosos.

Pero yo iba siguiendo la ruta de la furgoneta en mi mapa descargado y estaba claro que se dirigía hacia mi hotel, el Beyzas Hotel and Suites, en la zona de Taksim, en la parte europea de la ciudad. Un trayecto larguísimo. Yo había salido de Roma a las tres de la tarde, tres horas de vuelo más una de diferencia horaria, otra perdida entre el control de pasaportes y esperar al conductor y otra más de trayecto enloquecido por la autopista. Era de noche cuando me inscribí en el hotel, y estaba agotado mentalmente. Habíamos quedado en que pagaría al llegar 100€ por los dos transfers a los dos aeropuertos y saqué la tarjeta para pagarle. Pero me dijo que no, que tenía que ser en cash. El dinero negro que mueve el mundo.

Dejé las cosas arriba y salí a caminar, sobre todo para que me diera el aire en la calle. Y, casi al lado del hotel, me saltó a la vista una peluquería. Llevaba yo varios días intentando cortarme el pelo, que no me había dado tiempo de arreglármelo con mi amigo Jurgen, del barrio. Y ya saben que las ocasiones hay que pillarlas al vuelo. El peluquero se llamaba Ahmet, era simpático, optimista e hiperactivo y hablaba un inglés muy aseado. Me pegó un repaso que incluyó arreglo de cejas y bigote, masajes varios, lociones y brillantinas y hasta stripping, la técnica que se usa con los perros de pelo duro. Entre medias le conté que viajaba solo dando la vuelta al mundo y, a cuento de eso me dijo un refrán, no sé si suyo o escuchado por ahí: Happy wife is a happy life, but no wife is even a better life. Me cobró 25€, una pasada, Jurgen me cobra 18 y ya es caro, pero el tipo se ganó el sueldo y salí de allí convertido en un hombre nuevo.

Lo cierto es que en Seúl me esperan unas actividades que ya se contarán, para las que no era muy adecuado presentarse con las lanas que yo llevaba, así que asunto solucionado. Le pregunté a Ahmet dónde podía tomarme una cerveza con algo de picar y me habló del Avni, un pub inglés a la vuelta de la esquina. Resultó ser un lugar decadente, donde había básicamente viejos, turcos y occidentales, pero no turistas, sino de los que viven aquí. Tipos de aire caduco, con chaqueta gris y corbata, un pianista que tocaba en directo acompañando a diversos cantantes locales, la gente fumando dentro (en Turquía está tan prohibido como en España), diversas pantallas de TV dando un partido de la liga turca, afortunadamente sin sonido. Y hasta apareció por allí una puta veterana y entrada en carnes, vestida de faena, a la que todos parecían conocer. La cerveza estaba buena y me dieron un surtido de fritos con unas patatas, que me sirvieron para cubrir el expediente.

El hotel está bien, la habitación es amplia, la cama enorme y el desayuno de buffet está incluido y es abundante y variado, aunque con un nescafé de máquina infame. El jueves me afeité, me duché y a las nueve en punto salí a la puerta del hotel. Allí me esperaba mi contacto local Ömer Faruck Ulusoy. Les cuento. Mi amigo Werner Dürrer, arquitecto suizo que vive a caballo entre Asturias y Madrid, es el representante en nuestra ciudad de la red internacional Guiding Architects, y se encarga de organizar las visitas de trabajo de las diferentes delegaciones que quieren visitar Madrid, no como turistas, sino como arquitectos, ingenieros, constructores o promotores. Los colegios profesionales y los grupos de promotores saben que Werner les organiza unos tours fabulosos por Madrid, en los que a menudo contaba conmigo cuando estaba aún en activo y sigue contando después de jubilarme.

Cuando le conté mi proyecto, Werner me puso en contacto con otros miembros de la red en algunas de las ciudades que yo tenía en el programa. En Estambul me dio la referencia de Zeinep Kuban, una señora que es profesora de Historia de la Arquitectura en la universidad. Le escribí y me dijo que ella no hacía tours individuales, pero que me mandaría a un alumno suyo, arquitecto, muy educado y proactivo, para que me acompañara un día entero. Y aquí lo tenía delante de mí. La verdad es que el día fue fabuloso, Ömer y yo conectamos muy bien y nos contamos muchas cosas. Ömer tiene 26 años, pero ya es mi nuevo amigo para siempre. Me llevó primero a ver la universidad en la que había estudiado ocho años y todos los de la puerta lo saludaban con mucho cariño. Ahora está completando el máster con Zeinep al tiempo que hace diversos trabajos aquí y allí. Parece que viaja bastante a Alemania. Aquí una foto de nuestro paseo. La columna detrás de nosotros, fue erigida por los griegos y tenía arriba una estatua de alguno de sus dioses. Luego los cristianos la sustituyeron por una cruz, y los musulmanes quitaron la cruz y no pusieron nada, porque no les está permitido representar el cuerpo humano.

Desde su Uni, cogimos un pequeño transporte por cable para saltar sobre un valle arbolado. Después cogeríamos Metros y funiculares para trasladarnos por esta ciudad de topografía endemoniada, para ver diversas zonas de las que no visitan los turistas. Muy cerca de mi hotel está la plaza Taksim, donde hace diez años se produjeron unos sucesos en la línea del 15-M, para protestar porque Erdogan quería eliminar el parque que hay allí para sustituirlo por un enorme centro comercial. Los ecologistas acamparon en el parque, toda la gente los apoyó y después de un tiempo fueron desalojados a porrazos y gases lacrimógenos, pero el parque se salvó. Turquía es otro país dividido, como el nuestro, en este caso entre la gente más islamista y los laicos, que quieren tener una sociedad moderna.

Estos dos sectores de la población se distinguen por su forma de vestir, especialmente las mujeres, con la cabeza cubierta o descubierta. En mi hotel había algunas que vestían el negro niqab, que deja sólo una rendija para los ojos. Y desayunaban levantándolo un poco por debajo para comer. Cuando la pandemia, estas mujeres no necesitaban mascarilla. Pero qué triste vivir toda una vida como en un encierro pandémico. De la propia plaza Taksim parte la gran avenida Istiklal, un símbolo de la modernidad construida en la misma época que la Gran Vía de Madrid. Ahora es totalmente peatonal, con un tranvía que parece de juguete. Lo mejor es que veamos algunas imágenes.  

Fachada de la universidad donde estudió Ömer. Abajo el pequeño transportín por cable que cruza sobre el valle arbolado.


El monumento a Ataturk en la plaza Taksim, abajo el tranvía que va por la avenida Istiklal


Edificios historicistas de la avenida Istiklal y abajo una de sus galerías comerciales.

Ahora, una serie de imágenes de la mezquita Nuruoosmaniye Camii, que es una de las más bonitas de la ciudad.




En esta última, comprobamos que durante toda su historia, en Turquía se escribió con caracteres arábigos, hasta que llegó el señor Ataturk, que proclamó la República unos años después de la derrota del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial. En su afán modernizador, Ataturk cambió el alfabeto y les hizo la picha un lío a los turcos, con perdón de la expresión. También importó la moda del té, cuando la tradición turca siempre había sido el café. Ahora se toma té a todas horas; por las zonas comerciales y de oficinas se ve todo el rato a los chavales que trabajan de camareros sacando bandejas metálicas, con un trípode superior, con unas cuantas tazas de té, cada una con su cucharilla y sus dos terrones de azúcar. Estambul fue durante muchos siglos la capital del Imperio Bizantino, hasta que la conquistó Mehmet II, el gran héroe otomano, en el siglo XV.

Los bizantinos habían tendido una red metálica en la entrada del llamado cuerno de oro, para evitar que los barcos otomanos entraran por allí a conquistar la ciudad, pero Mehmet II llevó sus barcos por el Bósforo y los trasladó por tierra rodando sobre troncos para entrar en el cuerno de oro por arriba. La otra gran figura de la historia turca es Suleiman el Magnífico, que fue el que extendió el Imperio hasta Centroeuropa. Los turcos, en general están orgullosos de su historia y sobre todo de un detalle: ellos nunca han sido colonia de nadie. Ellos fueron un gran imperio, perdieron una guerra y se tuvieron que joder, pero nunca fueron colonia y se nota en su idiosincrasia. Ömer me llevó a una serie de zocos impresionantes, como los de cualquier ciudad árabe y luego paramos a comer un pidé, que es la versión turca de la pizza. Lo acompañamos con un Ayrán, que es una bebida de yogur muy popular. A media mañana ya nos habíamos tomado un simit, rosquilla de pan similar al bagel de los judíos, pero totalmente recubierta de sésamo.

Otra de las cosas más destacadas de Estambul es que es la ciudad de los gatos. Hay miles de gatos aquí, nadie les hace nada y esto lleva a que estén confiados e interactúen con la gente que les hace carantoñas. Se han convertido en un símbolo de la ciudad. Tarick Marcelino sería feliz aquí. Por cierto, hay un documental sobre los gatos de Estambul de hace unos años, que ganó varios premios. Se puede ver gratis en Youtube pero, como dura hora y cuarto, les voy a poner el link para que quien quiera lo vea. Realmente merece la pena. Para verlo han de pinchar AQUÍ. Abajo tienen un par de fotos mías con gatos.


Por la tarde, visitamos otra mezquita espléndida, la de Rustem Pachá, que era el yerno de Suleimán el Magnífico. Este señor era inmensamente rico, pero no podía hacer una mezquita mayor que la de su suegro, así que es pequeña y con un solo minarete. Pero está recubierta por dentro con unos azulejos magníficos, una técnica que era muy cara y por tanto, símbolo de riqueza y de estatus. Yo no puedo mostrarme más poderoso que mi suegro pero, como soy más rico, me marco un alicatado hasta el techo. Algunas fotos de esta maravilla. 





Me mostró también la estación de la que partía el Oriente Exprés, ahora convertida en museo del tren. Y llegamos al puente Gálata, con sus pequeños bares en el nivel inferior donde se come la caballa del Bósforo y otros pescados a la parrilla, al lado del mar. Esto es lo que yo más recordaba de mi primera visita a la ciudad, hace unos 35 años. Desde allí cogimos un funicular para volver a la zona de Taksim, donde Ömer me llevó a un bar secreto, al que se entraba por una serie de pasadizos, hasta llegar a un patio interior con un jardín muy bonito. Allí nos tomamos unas merecidas cervezas Efe Pilsen de presión, la marca más típica de Turquía. Nos sacaron un bol de cacahuetes, y fue Ömer quien pidió la segunda ronda, mientras me contaba que, de más joven, había tocado la guitarra en un grupo de heavy metal. Me mostró una foto de la época, en la que aparecía con una melena importante. O sea que, como ven, birrero y metalero, un auténtico soul brother para mí. Antes de irnos, nos hicimos unos selfies y luego ya nos despedimos con un abrazo y yo me volví al hotel.


Y ayer jueves tuve todo el día para callejear a mi aire. Después de desayunar, eché a andar sin rumbo y mis pasos me llevaron al puente Gálata. Allí decidí coger el ferry hacia la zona asiática, en busca del barrio de Kadikoy, que es una especie de Malasaña, Lavapiés o el Plaka de Atenas. El barco tarda bastante y luego tuve que coger un bus. Kadikoy es un barrio en cuadrícula, totalmente peatonal y con las calles llenas de terrazas de bares y restaurantes. Hay mucha gente joven local y foránea, no se ven pañuelos cubriendo cabezas y se respira libertad. Hace poco, esta gente consiguió derrotar al partido de Erdogán en las elecciones municipales de las principales ciudades. Veremos por donde se desarrolla el futuro.

En Kadikoy hay mucha gente alternativa, vendiendo artesanía o baratijas sentados en el suelo o tocando diversas músicas con la gorra abierta sobre el pavimento para recoger dinero. En este lugar empezó su andadura el grupo interétnico Light in Babylon, que es fabuloso. Componen el grupo tres músicos, uno turco que toca el santur, instrumento de cuerda de origen iraní que se toca por percusión. Un guitarrista europeo. Y la fabulosa Michal Elia Kamal. Michal es judía nacida en Israel, pero de origen iraní: cuando los ayatollahs se hicieron con el poder, su familia salió por piernas del país de sus ancestros para refugiarse con los de su religión. Michal toca el djembé, ese tambor del que parece imposible sacar muchas variedades, pero que ella toca con la pasión de una iluminada, la misma pasión con la que canta y mira. Escúchenlos.

Lo que cantaba esta fabulosa mujer está en turco, pero no se quejen que, al menos, la parte esa del la-lará la-la, seguro que la han entendido. Este vídeo sintetiza mejor que cualquier texto el espíritu interétnico y universal de esta ciudad de aluvión, mezcla de culturas que se resisten a que el señor Erdogán los uniformice como musulmanes creyentes. Paré a comer en un sitio que me había recomendado Ömer, el Çiya Sofrasi. Es una de tantas terrazas del barrio, pero especializada en la cocina turca. Me senté en una mesa de la calle y el jefe me sugirió una especie de menú de degustación, un platito pequeño de cada una de las especialidades. Como no servían alcohol, lo acompañé con un Ayrán. Después me di una vuelta por este agradable barrio. Pregunté aquí y allá, y me enteré de que había un muelle allí cerca desde el que salían ferrys hacia la parte europea.

Cogí el ferry de vuelta, que me devolvió a la zona del puente Gálata. Entonces se me vino encima un cansancio tremendo. Les cuento. El día anterior, con Ömer, me había tomado tres cafés por la mañana y dos tés en chiringuitos callejeros por la tarde. Resultado: había dormido fatal. La perspectiva de tener que subir la empinadísima cuesta que comunica el puente Gálata con el final de la avenida Istiklal, desde donde todavía me quedarían dos o tres kilómetros de caminata, se me hacía bola. Estaba pensando en dónde encontrar una estación de Metro, cuando un taxi empezó a hacerme la corte como un palomo enamorado. El taxista era simpático y me intentaba seducir con una sonrisa abierta. Pensé que este era uno de los míos, como Ömer Faruck o el peluquero Ahmet y me pareció que no tenía por qué mantener ese veto que les tengo a los taxistas. Por cierto, en Estambul, se anuncian como taksis, en la línea de lo que propugnaba Juan Ramón Jiménez, que quería suprimir la ge y la hache del alfabeto, para que la escritura reflejara exactamente el sonido de las palabras.

Negocié un precio razonable y me monté exhausto en el vehículo. El taxista resultó ser una bomba, hablaba inglés por los codos y me dijo una cosa que me parece extraordinaria. ¿Sabe usted qué? Está usted ante el hombre más feliz sobre la Tierra. ¿Quiere saber por qué? Pues se lo cuento. Yo cada mañana me despierto en mi casa en Asia, hago mis abluciones y, si me apetece, me voy a desayunar a Europa. ¿Alguien sobre la Tierra puede hacer una cosa así? No, salvo nosotros, los de Estambul. La verdad es que esta declaración me resumió otra vez el espíritu de esta gente. En el hotel descansé un rato, empecé a escribir este post y, a las nueve de la noche decidí bajar al Pub Avni a tomarme una cerveza para dormir adecuadamente, esta vez sin nada de comer.

Anoche el pub estaba lleno, nadie estaba cantando en el escenario y había una especie de tensión contenida que se palpaba en el ambiente, compuesto por tipos mayores, que ahora identifiqué como turcos con alguna excepción y tres putas en vez de una. La televisión estaba dando unos anuncios, pero en un momento dado se pararon y el barman subió el volumen. Había un partido de fútbol del Galatasaray, el equipo de este barrio de Estambul. El partido estaba a punto de empezar la segunda parte, con empate a cero y todo el mundo estaba expectante. En el rato que estuve, el Galatasaray marcó dos goles. El primero fue saludado por todos puño en alto (y yo también) con grandes alaridos y una canción o himno que todos corearon haciendo un baile con sus bebidas en alto. En el segundo yo también me sumé al baile y no me lié a dar abrazos por un pelo. Esto del fútbol es lo que tiene.

Les diré que he dormido como un tronco esta noche pasada. Que me he levantado fresco otra vez, he bajado a desayunar, he hecho algunas gestiones pendientes para el viaje y me he puesto a rematar el post. A las doce (recuerden que aquí hay una hora más que en Madrid) debo hacer el check-out y dejar mi equipaje abajo en la recepción. Saldré a dar una última vuelta por esta ciudad magnífica hasta las 5pm en que tengo que estar en recepción para que me recojan con la furgoneta y me lleven al International Airport of Istanbul. Mi periplo sigue y, con los ferrys que tomé ayer, ya he viajado en trenes, aviones y barcos. Como rezaba la letra de esta conocida canción de Burt Bacharach. La versión que más me gusta es la que grabó Astrud Gilberto. Se la dejo de despedida.

8 comentarios:

  1. Bueno, bueno, sigues entusiasmado y disfrutando un montón. ¡ Qué bien! Aunque con ese corte de pelo igual se te van las fuerzas... ( por cierto, mejor así que con la melena al viento). En fin, tan lejos y tan cerca.

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    1. A veces se está igual de cerca a miles de kilómetros que a la vuelta de la esquina. Besos.

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  2. Eres un fenómeno jaja venga a por la siguiente.

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  3. What a travel Emilio!!!

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  4. ¡Que chulada Estambul. Esta entrada me ha sonado a transición. Como la propia Estambul, entre Asia y Europa.. Sigo tu viaje con mucho interés, sabiendo que ya no estás en la ciudad que escribes e imaginando donde estarás cada vez que tengo un rato para leer el blg. Algún día nos contarás porque elegiste el ritmo del tres. Esperando el siguiente post.

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    1. Lo del del trote cochinero este, de tres días en cada sitio, inicialmente era para no molestar a mis sucesivos anfitriones. Pero en el siguiente post se explica un poco más este programa flexible que llevo y que voy organizando sobre la marcha.

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