lunes, 22 de abril de 2024

6. Mis andanzas napolitanas

El último post se me fue en glosar la figura de mi amigo Gianni Rondinella. Pero yo sé que muchos de los lectores de este blog quieren que les cuente alguna cosa más de la ciudad, para tener referencias en caso de que se decidan a visitarla (algo que les recomiendo encarecidamente). Vamos a ello. Se trata de contar tres días, jueves, viernes y sábado de la semana pasada, en los que sucedieron bastantes cosas divertidas de rememorar. El jueves, como les conté, Gianni vino a recogerme en su moto y me llevó por todo el tráfico napolitano hasta la plaza de Dante para desayunar en una terraza. Allí ya nos sucedió la primera cosa curiosa. Resulta que, al parecer, el típico desayuno italiano es el caffé con cornetto. Aquí llaman caffé a lo que en buena parte de Italia se conoce como un ristretto, es decir, una infusión todavía con menos agua que el expresso. En Nápoles pides caffé y te traen ese minúsculo y fuerte brebaje. Si quieres otra modalidad, has de pedir un machiatto (como un cortado), un capucino (como el café con leche pequeño) o un caffelatte, más grande, que es el que yo tomaba en Bologna. Pero aquí me dejé aconsejar por Gianni y pedimos dos caffés.

En cuanto al cornetto, es una especie de croissant relleno con crema  pastelera y una guinda confitada. Cuando nos lo trajeron, mi café era apenas un culillo de una cosa amarga y densísima. Gianni vio mi gesto de desagrado al probarlo y entró a pedirme un poco de leche, porque yo no me pongo azúcar y aquello era demasiado duro para mí. Al rato salió el camarero con una jarrita de leche diminuta, la más pequeña que he visto en mi vida. Con ella, habían cogido leche de una jarra de las que tienen para el capuchino, o sea, que casi todo era espuma. Intenté verter algo en mi taza y cayeron, sin exagerar, dos gotas. Gianni se tronchaba de la risa al ver mi cara de estupefacción. ¿Qué pasa –le dije– que están tratando de batir un record Guiness de la jarra más pequeña del mundo? Mi amigo dijo que ese momento teníamos que inmortalizarlo, y abajo tiene la serie de fotos que me sacó.




Terminado el desayuno, Gianni se fue a trabajar y yo empecé a visitar la ciudad, con sus indicaciones. En la misma plaza de Dante, hay una puerta monumental que da acceso a la Vía Tribunali. Esta calle, que es el antiguo decumanos de los romanos, se interna muy recta en el callejero napolitano. En realidad fueron los griegos los que trazaron esta calle, aunque ellos no la llamaban decumanos, sino platea. La Vía Tribunali es el decumanos principal, pero hay otro inferior, paralelo y había uno superior que no se ha mantenido. El decumanos era el eje principal de las ciudades y poblados romanos, a menudo con otro perpendicular, el cardum, en cuyo cruce se generaba la plaza central del asentamiento. Empezando a caminar por esta estrecha y larga vía, me encontré con uno de los múltiples murales dedicados a Maradona que hay por toda la ciudad. Esta es una ciudad de gente muy dada al culto, tanto cristiano, como pagano-animista anterior, y ahora Maradona es su nuevo Dios. Vean unas imágenes.



En Nápoles se puede bromear sobre cualquier cosa, menos sobre Maradona. Maradona es intocable. ¿Cómo se explica esto? ¿Son los napolitanos tontos, primitivos o, como ellos dicen, bruti? Nada de eso. Maradona aterrizó en Nápoles en julio de 1984. Venía de jugar en el Barcelona, de donde se dice que tuvo que salir por piernas porque la policía nacional estaba a punto de detenerlo por sus líos con el narcotráfico (era ya un verdadero drogadicto). Pero en Nápoles conectó perfectamente con una afición que tenía antiguas reivindicaciones. Nápoles es la capital del sur de Italia. Y aquí hay un viejo resquemor. Cuando la unificación italiana, el reino de las Dos Sicilias, capital Nápoles, era el más rico de todos. Sin embargo, los gobiernos nacionales posteriores se dedicaron a extraer las riquezas del sur para apoyar la industrialización del norte (en torno a Turín, sobre todo) y el sur italiano fue poco a poco empobreciéndose. Este proceso se agudizó después de la Segunda Guerra Mundial.

Además, Nápoles es la tercera ciudad en población, por detrás de Roma y Milán, y por delante de Turín y Palermo. Pero en las otras cuatro hay dos equipos de fútbol (como en las mayores ciudades de España) y en Nápoles el fútbol es, a falta de otras señas de identidad más potentes, el aglutinante del sentir local. El Nápoles es más que un equipo para los napolitanos, todos a una con su club. Cuando llegó Maradona en 1984, ningún equipo del sur había ganado jamás el Calcio, que es como se llama la liga italiana. A menos que consideremos equipo del sur al Cagliari, algo bastante dudoso y que en todo caso lo había ganado una sola vez. Con Maradona, el Nápoles ganó el campeonato en 1987 y lo revalidó en 1990, además de ganar la Copa de la UEFA en 1989. Eso fue el éxtasis para todos los napolitanos.

De hecho, ningún otro equipo del sur ha vuelto a ganar el Calcio hasta que el propio Nápoles lo conquistó el año pasado, después de 33 años de espera desde el último de Maradona. ¿Que era un drogadicto y un tipo nada recomendable? Desde luego. ¿Y qué? En la ciudad hay numerosos murales del ídolo como los que han visto arriba y los van a visitar los colegios con los chicos de todas las edades enfundados en las camisetas azul celeste con el diez a la espalda, seguramente la camiseta más vendida del mundo.

Bien, seguí caminando por la Vía Tribunali, hasta que un cartel llamó mi atención: entren y vean la capilla única en el mundo dedicada a la obra de Caravaggio. Siendo este uno de mis artistas fetiche, entré. En la puerta me dijeron que tenía que comprar un ticket en la bigliettería de enfrente. Costaba 10€. Me pareció un poco caro, pero adquirí uno. Entonces pude entrar. Era una capilla pequeña y redonda con numerosos cuadros por todo el perímetro. Y de Caravaggio había exactamente un cuadro. El que ven en la foto de abajo. Otro de Luca Giordano y los demás de autores desconocidos para mí. Le hice una foto y salí.

Un auténtico Caravaggio, con sus claroscuros y sus escorzos característicos, pero diez euros era una estafa. Seguí caminando y, casi al final de la vía, me encontré otro cartel: entren y visiten la gran capilla de Caravaggio, etc. Me acerqué a la bigglietería, donde me recibió una chica joven, guapa y de ojos risueños. Señorita, discúlpeme la pregunta, pero ¿cuántos Caravaggios hay en esta iglesia? Sus ojos se achicaron todavía más, de la risa, cuando me contestó que uno sólo. ¿Y cuánto cuesta entrar a verlo? Lo han adivinado: 10€. Le dije entonces que daba la casualidad de que acababa de ver otra capilla gemela de esta y ya me habían soplado otros diez euros por ver un solo cuadro del maestro. Ya con una carcajada franca, me explicó que en la ciudad de Nápoles sólo hay tres Caravaggios y han decidido exponerlos de esta manera, arropados con obras de sus discípulos. Obviamente, decliné la posibilidad de entrar en esta segunda iglesia.

Ya lo ven, otra de las estrategias de los locales para sacarle los cuartos al turismo tóxico del que les he hablado. A los yanquis no les importa pagar esa estafa, diez euros no son nada para ellos. Por cierto, Gianni me contó que los Borbones tenían aquí cuatro palacios, uno para cada estación y que en uno de ellos que está fuera de la ciudad hay bastantes obras auténticas de Caravaggio, pero hay que salir fuera para verlos y ajustarse al horario de visitas del palacio, que abre de vez en cuando.

Cuando se terminó la Vía Tribunali, callejeé un poco hacia la derecha hasta encontrar la cabecera del decumanos inferior. Esta calle, larguísima, tiene varios nombres por trozos en el callejero, pero los napolitanos la conocen como Spaccanápoli. Spaccare es cortar algo sólido, como carne o pollo con el cuchillo de cocina más grande de la colección, levantándolo para hacer más fuerza. Spaccanapoli es ahora el centro de la vida nocturna y diurna de la ciudad. Más abajo les mostraré una imagen aérea, para que vean que la denominación es merecida. Al comienzo de la calle, hay muchas tiendas de figuritas de belenes, que se venden todo el año. Entré en una y fotografié esta minúscula reproducción de la Última Cena de Leonardo.

Por Spaccanapolí volví a la Vía Toledo y caminé hacia mi izquierda, hasta desembocar en la parte más monumental del centro, con la Piazza del Plebiscito, la Galería comercial cubierta Umberto I, el Café Gambrinus, el más bonito de la ciudad, pero siempre atestado de turistas y el balcón sobre el mar. Hice una foto de la plaza y un vídeo de la galería que les pongo abajo. Cuando andaba viendo el mar, me llamó Gianni para quedar a comer. Le esperé en una terraza tomando un Aperol Spritz y luego fue cuando comimos pasta e patate y subimos al mirador de Pizzafalcone.

Me despedí de Gianni y caminé hasta mi hotel, donde me eché una siesta y luego estuve un rato escribiendo parte de mi post anterior. Al atardecer, bajé a caminar de nuevo, alcancé la Vía Toledo y me interné por la noche de jueves, llena de chavales disfrutando de su juventud a lo largo de Spaccanápoli y otras calles. Encontré una pizzería con una terraza muy bonita en la piazza San Doménico Maggiore. Se llamaba Petrucci y me obsequié con una pizza salchichia e friarielli, que estaba extraordinaria. Por si no lo saben, los friarielli son exactamente grelos, o sea que una pizza con sabor a mi tierra. Desde allí me retiré al hotel, subiendo la cuesta del Montecalvario.

El viernes me levanté pronto, me duché me vestí y salí a buscar la parada del funicular de Montesanto. En ese medio de transporte subí al Castillo de San Telmo, desde donde se domina toda la ciudad. Algunas imágenes de la enorme fortaleza, construida por Charles de Anjou en el siglo XIII. La visita es larga porque hay diversos museos dentro y algunas obras de arte interesantes, como el reloj loco que les muestro abajo, una representación de la aceleración de estos tiempos líquidos que nos ha tocado vivir.






Pero lo mejor eran las vistas de la ciudad desde arriba. Hice muchas fotos, pero les he seleccionado unas pocas. Una genérica, otra donde se aprecia perfectamente el tajo del Spaccanápoli, una tercera con la isla de Capri al fondo y una más para que vean que aquí, hasta las familias aristocráticas tienden la ropa al aire.




La bajada se puede hacer a pie, por una vía peatonal que se llama la Piedamentina. Es muy larga y con el suelo de basalto doblemente cansada. Abajo, entré en una pastelería y me comí una sfogliatella, el dulce más típico de Nápoles. Me encontré entonces un poco cansado y decidí subir al hotel a descansar un poco. Allí estaba, escribiendo y enredando, cuando me llamó Gianni para citarme a comer de nuevo. Quería mostrarme un restaurante realmente especial, la Antica Trattoría di Capri, en el propio Barrio Español, a diez minutos de mi hotel. Él vino con su moto y entramos. Es un viejo restaurante, desconocido por los turistas, que tiene una especialidad fabulosa: Pasta e Fagioli alla Pescatora. Se trata de un guiso de pasta y fagioli (judías blancas) con mejillones, gambas y almejas, que se cocina en una olla de barro. Cuando ya está hecho, lo tapan con una base de pizza, que se impregna de los vapores del guiso, y así te lo sirven, como una especie de buñuelo o calzone gigante. Está delicioso. Una vez en la mesa, cortan la masa de pizza, te sirven los platos y te lo dejan allí por si quieres repetir. Vean la secuencia,






Tomamos un café cerca de la piazza del Plebiscito y me despedí de Gianni, salvo cambio de opinión al día siguiente. El sábado él había quedado con unas amigas que venían a verle desde Turín y luego tenía que llevar a su hijo a jugar al fútbol. Después de esta visita, hemos reforzado nuestra amistad para siempre. Con la comilona, decidí subir de nuevo al hotel para terminar el post y descansar de nuevo. Y allí me llegó una noticia de Madrid. Para los que no lo sepan, el 31 de enero me extirparon una serie de granitos de cabeza y pecho, que habían mandado a analizar al laboratorio de anatomía patológica. A medida que los resultados se iban retrasando, más me iba convenciendo de que no tenía nada serio; si fuera al contrario me habrían llamado enseguida. En esa convicción, decidí salir a este viaje que tanta ilusión me ha generado. Incluso me había llegado a olvidar del tema.

El viernes me llegaron los resultados: todo era benigno. Estoy hecho un mulo, como Tony Leblanc. Hablé con mi médico y amigo Alfonso, que había entrado en mi historial y mirado los resultados. Y me dijo que lo celebrara a su salud, con un limoncello. Ya de noche, bajé a la vorágine de Spaccanápoli y busqué primero una heladería. Tras el helado, me senté en una terraza a tomarme un Aperol Spritz, que en Nápoles te lo ponen siempre con unas tapas generosas. Suficiente para cenar después de una comilona como la del mediodía. Y cerré con el limoncello. Un par de fotos de la escena.


El sábado tenía todo el tiempo del mundo, así que aproveché para hacer mi sesión completa de yoga, luego me duché, me comí un plátano y bajé a tomar un café por cerca de Plebiscito. Estaba lloviendo de forma intermitente. Tras el café, me llamó Gianni, ofreciéndome bajar a recogerme con la moto para ir al barrio de la Sanitá, que le quería enseñar a sus amigas turinesas. Acepté como es natural y resultó que las chicas eran estupendas: Pina, Cristina y Paola, todas de la edad de Gianni, de viaje de fin de semana largo. El barrio de Sanitá está en la otra punta de la Vía Toledo y es un barrio de clase media, muy interesante, con unos patios característicos como el que les muestro en la foto. Más abajo pueden ver el remedio que usan los napolitanos cuando llueve, para proteger la ropa tendida.



Después, Gianni se fue a cumplir con su hijo y nos volvimos a despedir efusivamente. Y yo me quedé con las chicas para ir a ver el Museo del Acqua. Caminamos hasta la Vía Tribunali donde está este interesante museo, que sólo se puede ver en visitas guiadas. Nos dieron turno para las 14.30 y yo aproveché para comerme un sándwich en una charcutería, compuesto por un panecillo redondo, de los que en Nápoles llaman tartarugas, relleno con jamón de Parma y mozarella. Las chicas no comieron nada, porque habían hecho un desayuno pantagruélico y ya aguantaban hasta la cena. El museo es todo subterráneo, se va bajando por escaleras y se visitan las cuevas en las que almacenaban el agua los griegos y que luego se usaron durante la Segunda Guerra Mundial como refugio antiaéreo, puesto que Nápoles fue la ciudad más bombardeada de Italia (por americanos e ingleses). Más de 400 bombardeos sufrió.

El guía, en italiano, era muy bueno y las chicas me ayudaban con lo que no llegaba a entender. Finalizada la visita, me despedí de las chicas. Nos hicimos varias fotos juntos, pero no me las han mandado. Caminé al hotel y me dispuse a pasar la tarde allí. El domingo debía madrugar mucho y tenía que dejar hecho el equipaje. Además quería ver en el ordenador el partido del Dépor, que camina con paso firme hacia la Segunda División. El partido era a las siete y mi equipo del alma ganó por dos a cero y mantiene la distancia de seis puntos sobre sus perseguidores. Había comprado algo para cenar en la habitación y me acosté pronto.

Y esto es todo. No se quejarán de la información que les he facilitado sobre la ciudad de Nápoles. Para que se animen a visitarla. Por cierto, el sábado el ambiente ya era otro: las hordas de turistas de fin de semana habían invadido todos los espacios. Pero este post no podría terminar sin una canción más de Renato Carosone. He seleccionado para ustedes esta desternillante Stu Fungo Chinese. Es un hongo que crece y crece dentro del vaso y quando la sposa bebe l’infuso, siente una cosa y dice; huy, qué es esto, qué es esto. Con este hongo no se necesita penicilina, ni siquiera estreptomicina, el problema es que finalmente te lleva a enamorarte. Que pasen una buena noche. 

8 comentarios:

  1. Pues parece que te sigues divirtiendo Emilio. Y hambre no pasas, ¡qué buena pinta todo!. Sí que es un buen destino a tener en cuenta. Ahora a esperar noticias del siguiente.

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  2. Estupenda exposición, que buena pinta tiene todo y que feliz se te ve. A seguir con el viaje...

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  3. Ciao Emilio ! È stato un piacere incontrarti a Napoli 😎 ti seguiamo con affetto, buon proseguimento 😘

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    1. Piacere grande per me anche. Ci vediamo dopo il viaggo.

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  4. Como si hubiera está allí... Enhorabuena por los resultados. Más ligera aún la mochila del viaje. Next please...

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    1. Gracias. Nápoles es mucho. Merece la pena visitarlo.

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