miércoles, 8 de mayo de 2024

12. En Kyoto, en un hotel de mochileros

Eso es lo que es el Framboise Hotel, un lugar agradable, en franco contraste con mis hoteles coreanos, al que llegué el sábado 4, después de la vorágine coreana con mi querido amigo Woo y un día interminable de viajes bus-avión-bus bastante agotador también. Necesitaba parar un poco el ritmo y dedicar un tiempo a organizar mis siguientes etapas pero, como les conté, llegué tan atufado que lo que me pedía el cuerpo era darme una vuelta nocturna por la ciudad hasta encontrar un antro en el que tomarme una cerveza con buena música, que fue esta vez The Stones, enfrente de la estación de tren de Kyoto. Para los siguientes días, tenía varias tareas pendientes: cambiar dinero a yenes, comprar una tarjeta SIM para tener WiFi todo el día, lavar la ropa, comprar un adaptador de enchufes y reservar vuelos y trenes para mis siguientes etapas. Pero el domingo no podía dedicarlo a eso porque, como ya les anuncié, tenía que estar a las ocho en punto en la calle esperando a que vinieran a recogerme. 

Puntuales como japoneses, llegaron en un Toyota nuevecito mis amigos Syonji Ito y Shinya Nakamura. Me subí rápidamente atrás casi sin saludarles y salimos cagando puñetas carretera adelante. Les aclararé que yo no tenía la menor idea del plan de mis amigos para el día, pero callé porque me costaba forzar la voz para que me oyeran desde los asientos de delante y ellos hablaban bajito con lo que no podíamos comunicarnos. Poco más allá, paramos en una especie de gasolinera-bar-comercio y con gestos perentorios me dijeron que pillara algo de beber y fuera al baño si lo necesitaba. Cogí una botella de agua pequeña, que pagaron ellos porque yo seguía sin cash y dije que no tenía ganas de mear. Shinya me repetía algo como Wanawa. Hasta que me hice con el acento japonés y el habla a bajo volumen no me empecé a entender con ellos, así que creía que me llevaban a un sitio llamado Wanawa, que suena muy japonés.

Salimos a toda pastilla y un rato después entendí lo que Shinya me estaba queriendo decir: no era Wanawa, sino one hour, una hora. Teníamos que hacer un trayecto de una hora de coche y les preocupaba que yo pasara sed o tuviera que hacer pis. Había dado con otras madres, como Woohyun Chung, que me cuidaban con el mismo mimo. Opté por callarme y esperar acontecimientos. Llegando ya a destino me dejaron caer alguna información. Íbamos a acercarnos al lago más grande de Japón en cuyo centro hay una isla con un templo y un santuario, que pensábamos visitar. Llegamos finalmente a la pequeña ciudad de Hikone, al borde del lago Biwa, efectivamente el más grande de Japón. En el centro está Chikubushima, o la isla de Chikubu. Sacamos tres billetes para el ferry y tuvimos que esperar un rato. Va siendo hora ya de que les cuente quiénes son estos dos señores.

Syonji Ito es químico y es el director de un importante laboratorio de investigación de la universidad de Osaka. En el verano de 2018, mi hijo Lucas, que también es químico y por entonces trabajaba en un laboratorio similar en Lille (Francia) fue enviado por su jefe a hacer una estancia de un mes en Osaka. Syonji era el jefe del grupo y Lucas se integró muy bien con ellos e hizo varios amigos, entre ellos un chaval que se llama Masafumi Koga y es un encanto. En septiembre de ese mismo año, Lucas me llamó para decirme que su amigo Masafumi venía a Toledo a un curso de diez días de la universidad local, con el jefe y su compañero Shinya y que tenían el plan de hacer primero un par de visitas turísticas a Granada y Madrid para quitarse el jet-lag antes de empezar su curso. Ya ven que Syonji planifica las cosas con la cabeza. Que si yo les podía enseñar un poco la ciudad. Le contesté que por supuesto, reservé cena para cuatro en un tablao flamenco y por la mañana estaba en la estación de Atocha, esperándolos con un gran cartel que decía KOGA y una camiseta que ponía Emilio en japonés.

Pasamos un día genial, estuvimos en San Ginés tomando chocolate con churrrrros y porrrrras, tal como lo intentaban pronunciar ellos, que no tienen unas erres tan marcadas como nosotros. Recorrimos todo el centro histórico, picamos algo en el Mercado de San Miguel y caímos al Caixaforum en cuya cafetería comimos. Por la noche los llevé a Casa Patas, un lugar estupendo que pocos años después cerraría por culpa de la pandemia, donde se lo pasaron fenomenal. Masafumi y Shinya salieron haciendo zapateados por la calle Cañizares y no pararon hasta su hotel, que estaba en Tirso de Molina. Vean las fotos que conservo de ese día.   



Por esas cosas de la vida, Masafumi y yo quedamos conectados por redes y desde entonces nos felicitamos las pascuas y nos escribimos de vez en cuando. Incluso tengo yo más contacto con él que Lucas. Así me fui enterando sucesivamente de que se había ido de Japón, que estaba en un laboratorio de investigación química en Berkeley, que se había casado con una japonesa que habla español y que tienen un par de gatos, informaciones que le conté a Lucas cuando fui a visitarlo a Londres donde vive ahora. Al empezar mis contactos para este viaje, le escribí a Masafumi, le dije que pasaría a verlo por Berkeley y le pregunté si me podía dar algún contacto en Kyoto o cerca, porque esta es una ciudad que me encantó cuando la visité en 2016. Poco después, me dio el contacto de Syonji y me dijo que estaría encantado de encontrarse conmigo.

Syonji se enteró bien del objetivo de mi viaje y de que me encanta caminar por las ciudades. Así que, igual que mis consuegros romanos, decidió llevarme a ver algo fuera de Kyoto para completar mi visión de la zona. Syonji sigue en su departamento de la Universidad, pero Shinya ya no sigue allí. Terminada su licenciatura, ha volado como Masafumi y ahora trabaja para una empresa privada. Pero cuando se enteró de que yo venía a Japón, se apuntó a nuestro encuentro. Syonji sigue planificándolo todo con cabeza, así que los dos madrugaron y vinieron a Kyoto en tren, en la misma estación alquilaron un coche para recogerme y así, después de devolverlo, podían cenar conmigo y no cortarse con la cerveza. A mí me alucina cómo me quiere la gente, Woo viajó 120 kilómetros y se cogió dos noches de hotel para estar conmigo y estos habían alquilado el coche para enseñarme los templos de Chikubushima.

El ferry se llevó otros 40 minutos de travesía y luego tuvimos que subir la larga escalinata de piedra que lleva hasta los edificios de templo y santuario. Ya les explicaré la diferencia entre ambos tipos de edificaciones religiosas. El conjunto no era diferente de otros que yo he visto en Japón, pero tenía la particularidad de estar en una isla y de que no había ningún turista extranjero, todo eran visitantes locales, que acuden a rezar y pedir sus deseos. Echamos allí la mañana, hicimos todas y cada una de las ceremonias con las que se piden los deseos y cogimos el ferry de vuelta. Aquí algunas de las fotos que tomé del lugar.





Al bajar del ferry, me enteré de que íbamos a comer allí mismo, porque Hikone es la patria chica de Shinya y querían que probase la afamada ternera de Hida, que es como se llama esta región, y que rivaliza con la mucho más famosa de Kobe. Comimos en un sitio fenomenal, en la calle principal de esta ciudad de apenas 100.000 habitantes y, por entonces, ya había quedado claro que no me iban a dejar pagar nada, porque en ese restaurante yo podría haber pagado con mi Visa. En fin, qué quieren que les diga, entre los pagos por las conferencias, las invitaciones a comer de las universidades y los amigos que no me dejan pagar, me está saliendo el viaje bastante económico. Al salir, encontramos un puestecito donde vendían pescados del lago, llamados aiú, ensartados en un palito y hechos en una parrilla callejera. Y nos pillamos tres, aunque acabábamos de comer, porque parece que es una seña de identidad de la zona, que no querían que me perdiera. Abajo un selfie en el restaurante y el puesto del aiú que, por cierto, estaba tan soso como cualquier pescado de agua dulce.


Tomamos por allí un té y cogimos el coche de vuelta a la estación de Kyoto, otra hora de trayecto. Syonji puso musica de su Spotify, lo vi dando palmadas al volante y cabeceando al son de la canción y de pronto tuve una revelación y le pregunté: –Oye, Syonji, ¿tu tocas la guitarra? Sí, claro, pero ¿como lo sabes? Porque no es muy normal que alguien ponga en estos días el Rambling Man de los Allman Brothers así de pronto. Se rió mucho y me contó que también es un forofo del blues. En fin, como hace tiempo que no les pongo música, aquí tiene el tema citado. El álbum es de 1973 y Duane Allman ya se había matado con la moto cuando se publicó.

Otro más en la hermandad de bluesmen y cerveceros. En la estación, Syonji se fue a devolver el coche y Shinya me acompañó a una tienda a comprar un adaptador de mis enchufes a los de clavija japoneses. Porque han de saber que en Japón los enchufes son de doble clavija, diferentes de los nuestros y de los americanos. Otra rareza más de esta gente, que conduce por la izquierda y hace reverencias todo el rato. Allí cogimos un Metro para la visita de por la tarde, los maravillosos santuarios de Fushimi Inari, al Este de la ciudad. Estaba petado de turistas, pero dimos una larga vuelta por allí porque el lugar merece la pena (yo ya había estado en mi anterior viaje). Lo mejor es que vean unas fotos.






Otro Metro nos llevó a la zona más céntrica de la ciudad, la que yo recordaba con más cariño, bordeada por el río y llena de restaurantes y bares de todos los tipos. Mis amigos habían reservado en el Tusuiro Kiyamachi Main Shop, un restaurante caro con el que querían homenajearme y que tiene la particularidad de que todo lo que cocinan gira en torno al tofu. Es que nos fueron sacando platos en plan degustación y todo era tofu preparado de distintas formas. Era una delicia. Lo acompañamos con sendas pintas de cerveza, de la que yo repetí, mientras mis colegas se centraron ya en pedir sucesivas botellitas de sake: estaban contentos de haberme acogido y ya no tenían que conducir, el plan perfecto. Me sentí en esos momentos como si hubiera penetrado en la esencia de lo más japonés, a donde me habían introducido mis amigos.

Y, en medio de esa sensación de éxtasis, casi catártica, miré de reojo a una mesa que había un poco a mi izquierda, en la que hasta ese momento no había reparado. ¿Y saben lo que me encontré? Parece mentira pero es tal cual: ¡un gallego! De espaldas a mí, un tipo joven, de barba atildada y conversando con una mujer japonesa bastante guapa, iba enfundado en una sudadera en la que se leía: Galicia. Se lo comenté a mis compañeros y les conté el célebre dicho de que en el infierno o en el fin del mundo, siempre encontrarás a un gallego. No le quise molestar, en su romance con la belleza local pero, cuando se levantaron, me puse yo también en pié y le dije: –Compañeiro, si de verdad eres de donde dice tu sudadera, entonces somos paisanos. Con una sonrisa alucinada, preguntó: –¿E lojo ti de dónde eres? ¡Eu son da Cruña, coño! ¡¡Pois eu son de Vilagarcía d’Arousa, arre carallo!!

Nos dimos el reglamentario abrazo, aplaudidos por su chica y mis colegas, y se fueron. En fin, yo ya les había advertido que mi vida es un blog y que me suceden cosas como esta, digno colofón a mi primer día en Kyoto. Les diré que a estas alturas yo estaba venga insistirle a Syonji de que me dejara pagar algo, que eso de ir de gorra todo el día me hacía sentirme mal con ellos. Por primera vez dudó y entonces decidió otra cosa muy bien pensada. Como yo necesitaba cash para mis próximos días, podía pagar yo con la Visa y ellos me daban la mitad en billetes. Así lo hicimos. Y de allí caminamos a una estación de Metro, en donde ellos enfilaron hacia Osaka y yo me volví a mi hotel, después de que se aseguraran de que sabría volver con el Metro. Además, uno de los billetes que me dieron, lo cambié en una máquina, con lo que ya tuve cambio más suelto. Un día estupendo el que pasé con mis amigos de Osaka, a los que tienen abajo, en el Metro, enfrente de mí.

Dormí como un cura en mi cuarto del hotel de mochileros y el día 6 me encontré por primera vez libre, para continuar preparando mis etapas siguientes. Ya tenía cash y un adaptador con el que había estado cargando toda la noche el móvil y el ordenador. Decidí empezar por comprar on line un billete de tren a Tokio, donde ya tenía hotel, pero no había cerrado el transporte pensando que sería fácil, hay innumerables trenes entre las dos áreas metropolitanas más importantes de Japón. Pero lo intenté y no podía. El pago con mi tarjeta exigía que copiara un pin que me enviaban por sms, pero por más que lo intentaba, los sms no me entraban. Intenté también cargar mi tarjeta Revolut, que ya tenía poco fondo, pero el problema era el mismo.

Entré en un cierto pánico. Si no podía recibir sms en mi móvil, continuar este viaje sería imposible. Decidí calmarme. Y para ello, recogí toda la ropa sucia, que por poco no había salido andando del hotel por sí misma y bajé a la recepción. Una chica muy amable me explicó como era el procedimiento. No había que echar monedas como en Corea, ni nada. Había dos máquinas de lavar y secar y otras dos de solo lavar. Elegí una de las segundas. Echar la ropa, una cápsula de detergente allí mismo en la ropa, cerrar y darle al botón del agua fría, que me tuvo que dar ella, porque estaba en japonés. Todo eso era gratis, porque es un hotel con encanto. Mientras esperaba a que terminara el programa, descubrí que en la sala de al lado había una cafetera de cápsulas y me preparé un lungo, que también era gratis.

Y mientras le pregunté medio por señas a la chica que donde podía hacerme con una tarjeta SIM, convencido de que mi problema con los sms se solucionarían con eso. Ayudada de un traductor que tenía en el móvil, entendió lo que necesitaba y me dijo perentoriamente que ni se me ocurriera ir a una convenience store, como las que había visto a los lados del hotel. Que ahí me podían engañar. Que lo mejor es que me acercara a la Yodobashi Camera, al otro lado de la estación, una tienda muy grande donde tenían de todo. Recogí la ropa lavada y subí a tenderla en un tendederito también con encanto que había visto en el armario de mi cuarto, en el que había también una pequeña terraza. Vean qué bien me quedó la colada.

Y subí hacia la estación. Lo primero que hice fue localizar unas taquillas en donde me compré el billete para Tokyo. Un primer asunto solucionado. Localicé el Yodobashi Cámera, que es una especie de Media Markt, en donde hay tropecientos chavales atendiéndote, pero ninguno sabe nada de inglés. Vamos, que ni decir yes. Estuve un rato peleándome con varios de ellos. Al final, me dijeron que mi móvil no es apto para una SIM virtual, algo que me parece muy dudoso, pero que me llevaba a comprar una SIM física. Les dije que adelante, pero que me la tenían que instalar. La ayuda costaba también dinero pero, cuando después comprobé en mi tarjeta Revolut cuanto era en euros, resulta que eran 33€, 22 de la tarjeta y 11 de la ayuda. Con lo barato que es esto, no sé por qué no lo hice en Estambul y en Seúl. Todo se aprende en esta vida. Lo que pasa es que, entre medias, estaba conectado con una amiga de Madrid para que me mandara un sms y ver si me entraba. Y la cosa seguía sin funcionar.

Todo este proceso me hacía atravesar ráfagas de terror, pero procuré calmarme. En el hotel la cobertura de Orange que tenía era muy débil. Aquí tenía la de la nueva tarjeta, pero tampoco me entraban los sms. Volví al tipo que me la había instalado, se lo conté y me dijo que él no había tocado nada de la configuración. Pero sí había tocado. Me había desactivado mi propia tarjeta, para darle preeminencia a la nueva. Con mi amiga al teléfono, entré en la configuración y dejé el aparato con las dos tarjetas activas. Entonces me entró su sms y fue como si se me abriera el cielo. Decidí irme a dar una vuelta por el centro, me senté en una terraza a comerme un plato con un poco de carne y muchas verduras, todo muy cortadito para poderlo manejar con los palillos, más la correspondiente cerveza. Y me relajé.

Caminé por el lado del río y junto a unos canales que salen del propio río y por los que corre el agua mansita, entre patos y garzas. Pasé por delante de una terraza que daba a un canal y vi a un ejecutivo que se estaba tomando un té con un cuadrante de pastel de chocolate. De pronto me entraron unas ganas enormes de dulce, me senté y le dije a la chica que quería lo mismo que el de al lado. Me lo comí con un placer inmenso, mientras pasaban los patos deslizándose perezosos por la cuarta de agua de profundidad del canal. Eso sí, me sacaron la leche en una jarra que bate claramente el record Guiness de la de Nápoles. Vean unas imágenes de esto después de una de las garzas del río.



Volví caminando y me compré en un súper un yogur búlgaro king-size, un paquete de fresas y un par de plátanos para comérmelos en la habitación. Había sido un día duro con los sustos y no quería salir más. Me quedaban dos días más en Kyoto y quería utilizar uno de ellos para ir a visitar Nara. Pero decidí resolver primero mis problemas logísticos y dejar lo de Nara para el otro día. Porque yo estaba tranquilo porque había visto la solución, pero el problema subsistía. La nueva tarjeta me da WiFi estupendo todo el día en el móvil, pero no me permite recibir sms. Y la otra, la mía, sí que me permite los sms, pero en el hotel no hay casi cobertura. Y el ordenador sólo funciona con WiFi, sea del hotel o de cualquier otro sitio. Un galimatías, pero yo necesitaba manejar a la vez el ordenador y el móvil para hacer mis gestiones.

Dispuesto a coger el toro por los cuernos, el día 7 cargué con mi ordenador en la mochila y, tras tomarme un café en recepción, me dirigí a la zona de la estación. Allí tenía cobertura con las dos tarjetas y WiFi en el móvil (no en el ordenador). Entré en un Starbucks y esperé a que se quedara libre una de las mesas bajas. Abrí el ordenador, pero la WiFi del Starbucks daba una señal muy débil. Entonces, puse mi móvil como antena, con la función Wireless. Ya tenía una cobertura magnífica para ambas tarjetas y el ordenador con WiFi. Probé a cargar 1.000€ en la Revolut y ¡¡EUREKA!! La cosa funcionó. Me entró el sms con el pin y pude cerrar la operación. Tras eso, busqué un billete de avión para mi siguiente etapa que aún no les desvelo. Porque yo tenía ya tren a Tokio y hotel hasta el día 16. Y tenía que sacarme ya el vuelo siguiente, para que no me suba mucho el precio. Lo hice sin problema, recogí mis trastos y volví al hotel a descansar un rato después de tantas incertidumbres y tensiones.

De estas cosas se sale más fuerte, porque uno descubre que tiene recursos y que va a pelear como un león. Tras un rato de descanso, volví a irme al centro. Encontré un restaurante con terraza al río en donde me comí un ramen de puta madre. Luego estuve un rato recorriendo arriba y abajo el Mercado Nishiki, otra de las cosas que hay que ver en Kyoto. Es un enorme entramado de callejuelas cubiertas donde se vende de todo, incluyendo comida para llevar y tomar allí. Estaba animadísimo. De vuelta entré un rato a ver un palacio con un pequeño parque que me salió al paso y me retiré al hotel, donde empecé a escribir este post. Me entró hambre ya de noche y subí a comerme algo rápido a la zona de la estación.

Hoy he cogido el tren a Nara, que dura unos 40 minutos y he visto esa maravillosa ciudad, que fue la antigua capital de Japón, antes de que lo fuera Kyoto y luego Tokyo (los dos nombres significan lo mismo: ciudad-capital y capital-ciudad). Allí he comido un pollito con un montón de guarniciones. Y por la tarde he ingresado en el gran parque, que es Patrimonio de la Humanidad, me he mezclado con los ciervos que pululan libres por todo el recinto y he entrado a ver el monumental palacio Heijo, que alberga un Buda de más de 50 metros, el más grande de Japón. Es un lugar lleno de turistas, pero que yo no quería dejar de ver. A continuación, he vuelto en el tren y he subido a terminar este post. Cuando lo complete, bajaré a tomarme algo de cena con una buena cerveza en The Stones, para cerrar como empecé mi visita a esta espléndida ciudad.

Kyoto es una ciudad bendecida, como Cracovia y otras: nunca ha sido atacada o bombardeada. Sin embargo estuvo en un tris de ser arrasada, una historia que seguramente ustedes no saben. En efecto, Kyoto estaba en la terna de ciudades susceptibles de recibir la bomba atómica en la Segunda Guerra Mundial. Y era la candidata más probable, por su importancia en el Japón imperial. Pero resulta que el General que tenía que tomar la decisión era un tipo profundamente enamorado de su señora y había pasado con ella su luna de miel en Kyoto. Y escogió Hiroshima. El punto hortera de los yanquis salvó a esta ciudad de un destino que no se merecía, pero que tampoco se merecía Hiroshima. Lo de las bombas atómicas lanzadas sin avisar sobre poblaciones en las que la gente estaba yendo al trabajo o llevando a los niños al cole es una barrabasada que no tiene parangón con nada en la Historia de la humanidad.

En fin, les voy a dejar de propina unas imágenes de hoy en Nara, así como un vídeo que me ha grabado una chica dándoles de comer a los ciervos del parque (yo luego le he grabado otro a ella con su móvil). Que pasen una buena tarde, ya que ahí es mediodía.  






12 comentarios:

  1. Emilio, vaya pedazo de viaje!!!!
    Me encanta leer tu blog
    Que lejos queda Bolonia…..

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    1. Pues como no me digas quién eres, no tengo la menor idea de quien me escribe. Os pido que me lo pongáis debajo, denro del comentario, si firmás como anónimos.
      Y sí, Bolonia queda lejos, casi hace un mes que pasé por allí y me encontré con unas cuantas amigas, imagino que tú puedes ser una de ellas. Besos

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  2. Estimado Emilio que interesante tu “viajecito”!! Sigo tu blog con muchísimo entusiasmo y con un poco de “envidia sana” pero consciente de que mi capacidad física, no está y nunca mejor dicho para “esos trotes”, que como sabes estoy pasando por momentos muy delicados que por supuesto no me impiden seguirte con muchísimo interés, venga Emilio que tu puedes!!

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    1. Pues te digo lo mismo que al anterior, que porfa firmes el comentario. Aunque en tu caso, por los datos que das, entiendo que puedes ser mi querido amigo Rafa, recuperándose de sus dolencias. Para cuando vuelva a Madrid, a lo mejor ya estás bien del todo. Yo te lo deseo. Un abrazo sin apretar.

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  3. Que bueno lo del gallego jajaja...mira que bien te defiendes de las adversidades como gato panza arriba, en eso consiste los viajes. Hoy tomaré con Crispu un vino a tu salud.

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    1. Lo del gallego es cojonudo. Y lo otro es que no te queda otra. No voy a tirarme al suelo a llorar. Las cosas hay que pelearlas y se aprende haciéndolo. Dale un fuerte abrazo al Críspulo, que ya encontraré algún lugar mítico para ponerme la camiseta de los Puretones. Y besos a Pepe-Henry.

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  4. Emilio, me acabo de meter en la web de The Stones, ya ves, haciendo la ruta en digital. Una ciudad increíble, que casi no sabía ni dónde estaba. Ya ves Emilio, eres mi ventana al mundo en este momento. Muchas fotos preciosas, pero la de la colada no tiene parangón. Aunque la verdad, donde este una colada al viento en los barrios de Madrid! ¡Feliz San Isidro!

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    1. Que lo pases muy bien en las fiestas. Kyoto es como la ciudad ideal, un lugar en el que uno se siente bien. La colada es una muestra de que soy un ordenadito, como dije en el primer post.

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  5. Oye Emilio, Kyoto lo vas a recordar siempre como el lugar, de todo tu periplo, donde pusiste tu primera lavadora, después de casi un mes, ¡toda una hazaña!, y además tendida con encanto. Te has debido quedar muy aliviado. Y te veo con un cutis muy terso, eso es la cerveza que dicen que es muy buena para eso... Vamos, que al final entre unas cosas y otras vas a volver más joven y con tu cuenta corriente más saneada ( como no estás gastando mucho...) A lo mejor hay que pensar en copiarte y enredarse en un viaje así. Ah, y otra cosa, no sé porqué dices que te alucina que la gente te quiera tanto. Algo habrás hecho tú antes para que te traten así, ¿no?. Te sigo viendo feliz que es de lo que se trata todo esto... Un beso.

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    1. Gracias!!! Muchas ironía veo yo por ahí. Mientras vuelva "entero" no hay problema. Me lo estoy pasando bien, sí. No tengo queja por ahora. Besos.

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  6. Pero Emilio, no quedaste harto de budas en Myanmar? Bueno, veo que el viaje va viento en popa. Sigue disfrutando. Un abrazo.
    Ah! Soy Alfredo, y el maltrecho que no está para esos trotes diría (sin saberlo) que es nuestro amigo Rafa

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  7. Eso creo yo también. Sí, la verdad es que los templos estos de los budistas son todos iguales. Un abrazo.

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