domingo, 12 de mayo de 2024

13. En la urbe más grande del mundo

Sí señor, si tomamos en cuenta toda el área metropolitana de Tokyo, que incluye su puerto, Yokohama, que a su vez es la segunda ciudad más grande del país, pues totalizamos unos 34 millones de habitantes, lo que la hace la aglomeración urbana más grande del mundo. Pero vayamos por partes. El miércoles 8 terminé tarde mi post anterior en mi cuarto del Hotel Framboise de Kyoto y eso me obligó a caminar rápido los quince minutos que me separaban del pub inglés The Stones, para llegar antes de que cerraran. Esta vez no había música en directo, pero estaba bastante animado. A falta de una mejor ocurrencia, me tomé un platito de fish and chips, con una cerveza de la casa. Me sentó estupendamente y, después del paseo de vuelta, volví al hotel a descansar para el día siguiente.

El día 9, recogí mis cosas, bajé al lobby a hacer el check-out y me tomé un café de la máquina de cápsulas. Y salí caminando hacia la estación con mi maleta y mi mochila al hombro, un rambling man contrastado. Llegué con tiempo y eso me permitió desayunar en un bar francés de la estación, con croissant y zumo de naranja. Después, bajé a los andenes y esperé la llegada del famoso tren bala, que debía de llevarme a Tokyo. Los japoneses son tan ordenados que en el ticket ya te pone todos los datos de tu asiento y en los andenes está pintado en el suelo el lugar en el que hay que hacer la cola para subir. Por ejemplo, mi vagón era el 16 y había un lugar señalado en el suelo para los asientos de las filas 1 al 7, y otro, a la altura del otro extremo del vagón, para las filas 8 al 14. Y todo el mundo lo respeta. Vean una foto que le hice al morro del tren bala.

Impresionante. Este ingenio hace honor a su nombre puesto que cubre los 500 kms entre Kyoto y Tokyo en poco más de dos horas. Casi sin enterarme me encontré bajando del tren en medio de la Estación Central de Tokyo, en donde lo primero que hice fue buscar un baño y luego un lugar donde comer. En Tokyo hay unas cuantas estaciones grandes y todas son un caos en el que es difícil orientarse, porque por ellas circulan Metros y trenes de diferentes compañías, todos ellos con andenes independientes, cajeros distintos para sacarte los billetes y una autentica multitud circulando por los amplios pasillos bordeados de tiendas y negocios varios, con altavoces vomitando propaganda a todo volumen. Después de comerme un ramen en un chiringuito que me recordó el que suele usar Deckard, el personaje que interpreta Harrison Ford en Blade Runner, me puse a buscar las indicaciones de la línea Marunouchi, porque aquí, como en Londres, las líneas no tienen número sino nombre.

Seguí las indicaciones, encontré el acceso y me saqué un ticket en una maquinita, lo que no deja de tener mérito en un medio en el que nadie habla más que japonés. Bueno, en la máquina de los tickets se puede cambiar de idioma y hasta ponerlo en español. Nueve paradas más tarde, me bajé en la Shinjuku Station, en donde hube de caminar 20 minutos con las maletas hasta llegar al APA Hotel Shinjuku Kabukicho Chuo, donde tenía reservada una habitación. El hotel está muy cerca del Gracery, donde me hospedé hace ocho años y es una torre bastante alta. Mi habitación, desde la que les escribo ahora, está en la décima planta. Una cosa buena es que tiene el desayuno incluido. Después de descansar un rato y colocar mis cosas, bajé a dar una vuelta. Y el ambiente se me echó un poco encima.

Porque el barrio de Shinjuku concentra toda la bronca nocturna, prostitución, bares infectos y ambiente sórdido de la megalópolis. Por un instante se me cruzó la idea de que era una pena no haberme quedado más tiempo en Kyoto, una ciudad maravillosa, con una escala ideal, en la que yo podría ser muy feliz. Había pasado allí unos días estupendos y ahora, este mogollón me superaba un poco. Fue sólo un instante; enseguida asumí que este es mi destino como road runner y, además, necesitaba llegar a Tokyo el jueves para tener el viernes para ambientarme, antes del sarao que tengo el sábado y que les cuento más abajo. Pero no duden de que a mí, que soy un dandy de La Coruña, me va mucho más el punto exquisito de Kyoto que la sordidez de Shinjuku. No obstante, me dí un largo paseo y aproveché para hacer unas fotos de esta urbe mastodóntica, en la que iba a pasar los siguientes días.






Las dos últimas corresponden a los callejones del Golden Gai, un entramado de callejuelas llenas de bares y recomendado en todas las guías. Curiosamente, también hay salas desde las que una chica muy maquillada y con minifalda te hace señas para que entres, emulando el barrio rojo de Ámsterdam. Regresé a la zona en torno a mi hotel y encontré un chiringuito en el que tomarme una ensalada, antes de subir a descansar. El sábado tenía que estar a las 10 de la mañana en la estación de Kokubunji, así que el viernes lo primero que hice fue un ensayo, para enterarme bien de qué tenía que hacer para coger el tren correcto. Menos mal que lo probé porque, en el galimatías de la estación de tren y Metro de Shinjuku, estuve más de una hora hasta que conseguí localizar la línea que tenía que tomar para esa estación de nombre tan difícil. Después, fui y vine dos o tres veces para fijar el recorrido y, en esas idas y venidas, me salió al camino la parada del bus al aeropuerto, otra cosa que quería localizar, porque el jueves 16 he de salir del aeropuerto de Narita, que está a 60 kilómetros de Tokyo.

Solucionados estos temas de intendencia, decidí acercarme al Ayuntamiento de Tokyo, que está a unos veinte minutos andando desde mi hotel. En las ciudades que voy visitando, me gusta ir a ver el Ayuntamiento, pero es que en este caso, se trata de un rascacielos altísimo, en cuya planta 45 hay un mirador desde el que se ve toda la ciudad. La subida es gratis y no hay demasiada cola, mientras que en otros miradores que hay de pago las colas son de más de una hora. Me tocó esperar 20 minutos de cola, pero luego merece la pena. Además, el día estaba muy despejado, de forma que se veía perfectamente el Monte Fuji, algo que no pasa con frecuencia. Su cumbre cubierta de nieve sobresalía por encima de las cumbres más bajas que rodean Tokyo y que se llaman las montañas Okutama. El mirador ocupa una planta entera, con ventanales todo alrededor y en el centro hay un tiendecita de souvenirs y un pequeño bar, en donde me pedí una cerveza, para amenizar el largo rato que estuve arriba. Vean unas fotos. La primera es del propio edificio municipal desde abajo. Las otras están tomadas desde su planta 45.





Qué quieren que les diga: el Ayuntamiento de la ciudad más grande del mundo tiene que tener una sede de una dimensión en consonancia. Bajé de la torre ya en plena hora de la comida, como me advirtió mi estómago. Y me vino a la cabeza un viejo resabio de funcionario municipal: alrededor del Ayuntamiento tenía que haber buenos restaurantes donde coman los empleados municipales, mejores que los del entorno de Shinjuku. Entré en uno súper agradable, en un patio inglés frente a un jardincito a nivel inferior de la calle. Había un menú de dos platos, el primero de fideos soba, el segundo a elegir. Me decanté por el sashimi, esos tacos de pescado crudo que han de mojarse en salsa de soja o similar. Estaba todo exquisito, la mejor comida que he degustado en Japón, descontando el restaurante de tofu donde me encontré al proverbial gallego. Ambos platos venían acompañados de muchos platitos con cosas de acompañamiento bastante apetitosas también.

Pagué con mi tarjeta Revolut y al rato pude ver el cargo en el móvil: aquella estupenda comida, incluyendo la consabida copa de cerveza Kirin de presión, ascendía a la cantidad de 21 euros. Ya es hora de que se lo diga: Japón es en estos momentos baratísimo para venir: ¿Por qué? Pues porque están en una crisis económica brutal, que tiene al yen por los suelos. Es más, según noticias recientes de la prensa, el banco central ha conseguido parar esa bajada radical, que amenazaba al país con una quiebra tremenda, por el procedimiento de inyectar ayudas a la economía nacional. Eso, obviamente, es un eufemismo: en realidad la cosa es tan simple como dar la orden a la fábrica de moneda y timbre de que se pongan a imprimir nuevos billetes como locos.

Una solución de emergencia, que es pan para hoy, hambre para mañana, pero les permite ir tirando, a ver si la cosa mejora de forma milagrosa. Los bancos no tienen otra solución y en realidad, Japón lleva en crisis económica desde los años 70, en que se convirtieron en una potencia económica por un crecimiento desmesurado conseguido a base de trabajar mucho después de la ruina de la derrota en la Segunda Guerra Mundial. En los 70, Japón se convirtió en la segunda economía mundial, después de los USA; ahora es la tercera tras la irrupción de China que incluso le disputa a Estados Unidos el primer lugar. Pero a la gente no se la ve depauperada o triste, las calles de Tokyo están llenas de vida, la gente tiene para comer y se ríen todo el rato, yo creo que tienen los ojos achinados de tanto reírse.

Desconozco si ustedes tienen unas mínimas nociones, pero por si acaso les voy a contar en unas pocas pinceladas cuál es el origen de esta sociedad postindustrial. Para empezar, les diré que los japoneses son un pueblo que tiene unas raíces comunes con el chino, puesto que en los tiempos de la prehistoria, las islas japonesas estaban unidas al continente. Desde hace muchísimo tiempo, apareció la figura del Emperador, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos y es asimilable a la de nuestros Papas, puesto que se le considera descendiente de los dioses y nadie discute ese origen divino. Pero el Emperador era una especie de figura decorativa, por su carácter divino y de líder religioso. Y solía delegar el poder político y militar en los shogunes que, al no ser de origen divino, ya no eran indiscutibles y se dedicaban a pelearse unos con otros.

Hasta comienzos del siglo XVII, Japón está dividido en una especie de reinos de taifas, todo el rato guerreando unos con otros. Acaba con ese despelote el gran Tokugawa Ieyasu, que les gana la guerra a todos los demás unificando el país bajo el mando del shogunato Tokugawa, que a su vez durará hasta finales del XIX. Tokugawa Ieyasu mantiene el orden en el país unificado, a base de no fiarse de nadie. Pero curiosamente, no temía a los enemigos externos, sino a los internos. El palacio de Nijo, en Kyoto, donde vivía (lo visité en mi primer viaje y esta vez no ha estado entre mis prioridades), se caracteriza por no tener unas murallas enormes e insalvables. Sin embargo, las medidas de seguridad internas son continuas. El shogun recibía a los gobernadores de las distintas provincias desde una zona elevada un escalón y con un niño al lado con una campanita, encargado de llamar a su guardia a la menor cosa extraña que observara. Y todo el suelo de madera alrededor de sus aposentos está hecho de forma que suene cualquier paso, es el llamado suelo de pajaritos. Lo que más temía Tokugawa Ieyasu es que lo traicionaran los suyos o que lo envenenaran.

Este personaje clave en la historia de Japón, era a la vez un hombre culto y moderno, que mantuvo su reino abierto al mundo y representa el lado más cosmopolita del pueblo japonés. Pero sus sucesores de la dinastía Tokugawa resultaron mucho más retrógrados y paletos y cerraron el país al exterior. Prohibieron el comercio internacional y cualquier manifestación del mundo occidental, entre ellas la propia religión católica. En sus siglos de dominio, el catolicismo se convirtió en ilegal y a sus partidarios se los cargaban en medio de martirios tremendos. Una historia curiosa: en medio de esa persecución, se descubrió que había un buen número de samuráis católicos. Los samuráis eran una categoría muy respetada en el Japón medieval, así que, una vez identificados, se les ofrecieron tres salidas: abjurar de su religión, ser ejecutados o marcharse del país.

Y unos cuantos de estos samuráis católicos, por estas casualidades de la vida, acabaron llegando a España en tiempos de Felipe III, concretamente a Coria del Río, donde hubieron de censarse. El funcionario de turno les preguntaba su apellido y como no les entendía, los inscribía como Japón. Hoy en día, en esta zona de Andalucía es muy frecuente el apellido Japón, recuerden que no hace mucho había un árbitro de fútbol que se apellidaba Japón Sevilla. Pero volvamos a nuestra historia. Hasta finales del siglo XIX (hace dos días, como quien dice), Japón se manejó como una tierra completamente aislada, de hábitos medievales, gobernada con mano de hierro por el shogun Tokugawa de turno, al que el Emperador debía pedir permiso hasta para salir de su palacio. Entonces llega la revolución Meiji. Este episodio, fechado en 1868, restaura en el poder a un Emperador con mando, abre el país al exterior e inicia una época imparable de crecimiento económico.

Pero, por explicarlo en términos sencillos, a comienzos del siglo XX había en el mundo dos ideologías nacientes contrapuestas, que acabarían implantándose en numerosos países: el fascismo imperialista y el comunismo. Japón se apuntó de manera entusiasta a la primera (un error histórico) y empezó a extenderse conquistando Corea y Manchuria, territorios en donde se cometieron auténticas barrabasadas. Chinos y coreanos fueron reclutados como prisioneros de guerra para encargarse de los trabajos más duros en régimen de semiesclavitud y las mujeres como esclavas sexuales. Eso duró hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Digamos que, apenas habían empezado a asomar la cabeza después de siglos de estar anclados en la Edad Media, cuando les soltaron dos bombas atómicas.

Los americanos les dictaron una nueva Constitución, que el general Mac Arthur les obligó a firmar, en la que abrazaban la democracia parlamentaria, con un Emperador  como figura decorativa a la manera de las monarquías occidentales. Esto es un resumen apresurado de una historia milenaria, pero que explica bien el carácter de los japoneses, un pueblo con un código de conducta en el que han de hacer lo correcto (ya les hablaré más extensamente de esto) y en el que, al que se desvía del camino correcto, se le castiga con la vergüenza y la disculpa pública. Seguro que han visto las imágenes de políticos a los que han pillado en alguna práctica corrupta, tirándose al suelo para pedir indulgencia. Con esa ideología básica fuertemente prendida en sus corazones, la culpa colectiva del pueblo japonés, inherente a su mala elección a comienzos del siglo XX, les ha llevado a ser lo que son hoy: una gente disciplinada, trabajadora y animosa que, de un país arrasado por la guerra, han emergido como una potencia mundial, a base de tenacidad y capacidad infinita de trabajo.

Como nos hemos puesto profundos, voy a dar un golpe de volante para hablarles de otra característica señalada de la cultura japonesa: los wáteres. El japonés es un pueblo que disfruta haciendo lo correcto, para lo cual, le es de mucha utilidad que le digan qué es lo correcto. Todo el país está lleno de carteles con instrucciones. Un ejemplo: en una zona de gheisas en Kyoto, la tontuna del turismo occidental ha llevado a que a la puerta de una casa de geishas se agolpen los turistas pedorros, dispuestos a pasar horas esperando a ver si sale una de estas chicas, súper-maquilladas y vestidas con kimono para su trabajo, digamos, de scorts. Sólo para hacerse un selfie rápido con la chica mientras se apresura a subirse a un taxi. Ni que decir tiene que las chicas salen por alguna puerta de servicio o gatera para evitar ese acoso. Pues en esa zona, se ha debido de plantar el cartel que ven abajo.  

El cartel especifica las cosas que está prohibido hacer y yo creo que las explica de forma muy clara. No se puede tocar a las geishas, no está permitido sentarse en los escalones ni recostarse en la barandilla de la salida de las chicas, tampoco se puede fumar, comer en la calle, tirar desperdicios al suelo ni hacerse selfies con palo. Más claro el agua. Abajo les muestro el lateral de la cafetera que tengo en mi cuarto del hotel, en el que hay un cartel con el modo de empleo del aparato y las cosas que no se deben hacer para no tener un accidente, quemarte o estropearlo.





Pero volvamos a los cagaderos. Hasta tiempos recientes, los japoneses cagaban en las llamadas tazas turcas, que los de mi quinta aun tenemos en la memoria de nuestros tiempos de infancia. Pero en España, la casa Roca rápidamente difundió un tipo de sanitarios mucho más modernos limpios y prácticos. En Japón, el equivalente de Roca es la marca Toto que ha creado unos wáteres que curiosamente se empezaron a comercializar como western-style toilets, o sea baños de estilo occidental. En estos baños, nada más abrir la puerta, se inyecta a la tapa un líquido calentito (se oye cómo se carga) de forma que, cuando te sientas, la tapa está ya templada. Y, después de cumplir su misión específica, el aparato ofrece al usuario una serie de botoncitos para asearse debidamente. Vean el cartel del modelo estándar.

Las instrucciones están también claras. El botón grande a la derecha pone en marcha la descarga de agua, como la tradicional cadena de la que se tiraba. El resto regula los diferentes chorritos de agua templada. Apretando el botón del centro, te sale un chorro directamente al agujero del culo. Una auténtica gozada. El de la derecha está destinado a que las señoras se limpien su zona más íntima, de modo que el chorrito apunta sensiblemente a un punto más adelantado. Y con el stop se para. Es increíble la puntería que tiene el aparato y lo bien diseñado que está para no equivocarse. El problema es que hay que vigilar el regulador de presión que está en el lado de abajo. Porque generalmente está puesto a la presión que le ha indicado el usuario anterior.

Recuerdo una vez en mi anterior viaje en que sacamos entradas para ver el teatro Kabuki, una de las atracciones más típicas de Tokyo. Mientras esperábamos en el pasillo, decidí entrar al baño. Al acabar mis faenas, le di al botoncito de marras y se conoce que el anterior usuario era un vicioso o lo había dejado al máximo por mala uva, para joder al siguiente. Me salió un chorro a la máxima potencia, que me hizo un daño horrible, como si me atravesaran con una Black and Dekker. Con los nervios no encontraba el stop y salí de allí dolorido. Menos mal que las entradas del Kabuki eran de gallinero, que son de pié, porque si tengo que sentarme las hubiera pasado canutas.

Peor es lo que le pasó a un querido lector de este blog (no digo su nombre para no hacerle pasar vergüenza), recién llegado a Japón. Admirado por la cantidad de botoncitos que había en el primer wáter que visitó, dijo: anda, qué gracioso esto del culo con el chorrito que sube. Y le dio al botón por pura curiosidad, para ver qué pasaba, pero sin sentarse. El chorro, que también debía de estar a la máxima potencia, salió como un geiser al cielo al no encontrar el obstáculo habitual. Para cuando mi amigo dio con el botón de stop, ya se había puesto perdida la camisa, las gafas, el pelo y el teléfono móvil que llevaba en el bolsillo de arriba.

Historias de turistas incautos. Yo les estaba contando que comí estupendamente al lado del Ayuntamiento. Luego regresé al hotel, descansé un rato y me puse a escribir este post. Al anochecer, salí a visitar los callejones Omoide Yokocho, otra atracción turística cercana a mi hotel. Son un par de callejas cuajadas de pequeños bares en los que te ofrecen cerveza y una especie de pinchos morunos muy apetecibles. Pero no había caído en que era la noche del viernes. Me fue imposible encontrar un lugar libre para sentarme. Por otro lado, no tenía apenas hambre, después de mi banquete de mediodía, así que entré en un 7Eleven, me compré un paquetito de cacahuetes y con ellos de tapa me senté en una terraza de un bar de cerveceros, al pié de mi hotel.

Tenía que acostarme pronto, porque el sábado a hora temprana había quedado en la Kokubunchi Station con mi amiga japonesa Rumi Satoh, con la que iba a pasar el día. En el post siguiente les hablaré de esta señora, a la que conocí en un congreso de zonas verdes urbanas en Nueva York, en 2012, al que fui invitado a contar el proyecto Madrid Río. Rumi y yo nos hicimos muy amigos como demuestra la foto que les dejo debajo de despedida. Desde entonces estamos conectados por Facebook y Messenger, porque ella no tiene Whatsapp, sino otra red similar japonesa. Doce años después de nuestro primer encuentro, íbamos a encontrarnos de nuevo. Fue un encuentro también memorable, como les contaré. De momento, conténtense con nuestra foto de hace doce años. 




10 comentarios:

  1. Lola, tu amiga de Bolonia12 de mayo de 2024, 22:23

    no tardes mucho en publicar el siguiente, me he quedado intrigada.....

    ResponderEliminar
  2. Me pasa lo mismo. Tengo ganas ya de leer el siguiente. Me he echado unas buenas carcajadas con los chorros directos al culo. Sabía de las peculiaridades de los baños japoneses, pero como tú no lo cuenta nadie. Graciosísimo. ¡La de conexiones que te ha dado Madrid Río! Un abrazo desde Madrid.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, querida, me encanta que te diviertas tanto con mi blog. De eso se trata.

      Eliminar
  3. Emilio, a la vuelta tienes que ver la comedia española "Los Japón" con María León y Dani Rovira como protagonistas. Cuentan un poco la relación Japón-Andalucia que comentas. Abrazo y que sigas enseñándonos tantas cosas

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No sabía que existía esa película, pero intentaré verla en cuanto vuelva. Un abrazo y gracias por seguirme.

      Eliminar
  4. Que entrañable me has hecho recordar mi gira con la orquesta del circo de los muchachos en el 93...un ciudad curiosa y una gente especial.

    ResponderEliminar
  5. El 93. Ese año yo era un padre de familia con dos niños de 3 y 1 años. En ese tiempo, yo no soñaba con vivir todo lo que me ha ido pasando desde entonces. ¡Como para que me quejará!
    Efectivamente, los japoneses son una gente muy especial. Abrazos.

    ResponderEliminar
  6. Da la sensación de que en esta ciudad te tienes que currar mucho todos tus movimientos, porque eso de ensayar el camino que vas a seguir otro día, varias veces...Menos mal que te gusta caminar, que si no... Y bueno, como estos japoneses lo del inglés no lo tienen instaurado, pues lo de las instrucciones con los dibujitos vienen bien... Son muy especiales los japoneses... Y no has publicado ninguna foto actual en este post, ¿seguro que estás ahí?.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estaba, querida, estaba. Ahora ya no. Ahora he volado a sitios más calurosos. En Japón he estado muy bien y echo de menos ese nivel de confort. Pero el viaje sigue. Besos.

      Eliminar