viernes, 31 de mayo de 2024

21. Un día feliz en las antípodas

Pues sí señor, para qué les iba a decir otra cosa. Hoy he dispuesto de un día entero para vagabundear a mi aire por una ciudad nueva para mí, sin más requerimientos que los que me dictaba la propia deriva del día. Porque ayer llegué a Auckland (Nueva Zelanda) y mañana ya tengo un programa cerrado que les contaré más abajo. Pero hoy era un día en el que ni debía cumplir con nadie, ni tenía gestiones pendientes de las que ocuparme. Y encima ha hecho un tiempo estupendo para andar por la calle zascandileando. Pero vamos por partes.

Ayer, día 30 de mayo, me levanté en mi cuarto del Great Southern Hotel de Sydney, me duché, terminé de hacer mi equipaje y bajé a desayunar un café con tostadas en la cafetería del hotel. Después, cogí el petate, caminé hasta la cercana Estación Central, y tomé el tren del aeropuerto. Esta vez, en vez de tres paradas, eran cuatro porque debía llegar a la terminal de vuelos internacionales. Allí me dirigí al mostrador de LATAM, la aerolínea chilena que debía llevarme a Auckland, en donde había una cola considerable. Me hicieron mostrar el registro para entrar en Nueva Zelanda y el resguardo del billete de salida del país y, solo entonces, me dieron la correspondiente tarjeta de embarque en papel. Entre unas cosas y otras, no me quedó mucho tiempo antes de subir al avión.

El vuelo fue plácido, unas tres horas y pico sobrevolando el llamado Mar de Tasmania y a la hora prevista aterrizamos en el aeropuerto de Auckland. Allí, los trámites para entrar fueron sencillos, aunque he de reconocer que esta vez éramos muchos los que viajábamos sin equipaje facturado. Ya pasados todos los filtros, me dirigí al mostrador en donde vendían tarjetas SIM, con intención de comprarme una. Pero resulta que la única que tenían era para 30 días, cuando yo sólo voy a estar 5 en Nueva Zelanda. No era muy cara, pero me pareció una estafa, yo sé que existen tarjetas para menos tiempo, las he tenido en Malasia y en Japón y me molestó que la chica me dijera que no iba a encontrar otra más barata. Eso es lo que dicen todos.

Así que pasé de tarjeta SIM. Pero eso llevaba un problema aparejado: no podía ayudarme con el Google Maps para llegar al hotel. Pregunté por el bus y me dijeron dónde estaba la parada y que se podía pagar con la VISA. Pero no sabía cómo tendría que hacer para llegar desde el final del bus hasta el hotel. Entre eso y que el bus tardaba en llegar, era ya de noche y estaba lloviznando, decidí contravenir mis principios e ir a buscar un taxi. Es algo que normalmente me lo prohíbe mi religión, pero creo que fue una decisión acertada. Me pilló un taxista indio que tenía taxímetro y que me cobró bastante, porque el aeropuerto está muy lejos de la ciudad, pero una hora después me dejaba en la puerta del hotel. Me inscribí, subí mis cosas y listo. Arriba me descargué el mapa sin conexión de Auckland, previsión que no había tenido el día anterior, porque no sabía que esta vez no me compraría una tarjeta SIM.

El hotel es estupendo, bien situado y confortable. La chica de la recepción me dio un plano de la ciudad en papel y me prestó un adaptador de enchufe porque, miren ustedes por dónde, en Nueva Zelanda vuelven a ser diferentes, sólo de dos patillas, pero inclinadas, no paralelas como las de Japón. Descansé un poco y enseguida salí a caminar bajo la tenue llovizna nocturna. Es momento de hacer unas precisiones geográficas, aunque este tema voy a desarrollarlo en un post que promete ser muy jugoso, cuando me disponga a tomar el vuelo siguiente. Auckland está exactamente en las antípodas de Madrid. Es decir, que en realidad se puede pensar que ya he hecho la mitad del viaje; ahora me queda empezar a volver por el otro lado y demostrar de una vez que la Tierra es esférica.

En rigor, la diferencia horaria debería ser, pues, de 12 horas, la mitad de las 24 que tiene el día. Pero lo cierto es que son 10, yo estoy escribiendo esto a las 8 de la tarde, cuando en Madrid son las 10 de la mañana. ¿Por qué? Pues por el famoso tema de nuestro desfase de dos horas respecto al horario solar (que es sólo de una en Canarias, Portugal y Gran Bretaña). Los neozelandeses se ajustan estrictamente a la hora solar. ¿Y eso qué significa? Pues que a las cinco y pico de la tarde se hace de noche y todo el mundo se recoge en sus casas, excepto los que quieren salir de marcha. Las calles que yo me encontré anoche estaban vacías, algo que ya me habían anunciado mi hermano Pepe y otros amigos que estuvieron en esta ciudad. En Sydney, bien entrada la noche hay familias con niños paseando por el muelle, viendo las luces y comiendo helados. Aquí sólo están en la calle los que salen de juerga.

Con el mapa de papel y el Maps sin conexión que me había descargado, más las indicaciones de la chica del hotel, bajé por una ancha avenida hasta coger la Custom Avenue. Es esta una calle como de circunvalación, que te lleva al comienzo de la calle Queens, verdadero eje norte sur de la ciudad. Pero, al llegar a esta amplia calle, en vez de bajar hacia el sur para recorrerla, un instinto me llevó hacia el lado contrario, el lado del mar. Había por allí luces, espacios peatonales y un poquito de animación. Lo que más había eran tiendas, todavía abiertas, pero encontré un bar bastante animado, que se anunciaba con el inequívoco nombre de Eat and drink late, comer y beber tarde. Hice mis tres preguntas de rigor: ¿Se puede pagar con tarjeta? ¿Tienen cerveza de presión? ¿Tienen WiFI? Ante las tres afirmaciones, accedí al local.

Era un sitio agradable, mesas de madera, luz tenue, música no demasiado alta y servicio esmerado. Consulté la carta y elegí una ensalada de tofu que tenía brotes de soja, repollo cortado muy fino, almendritas y pepino, más los pertinentes tochos de tofu refrito y una salsa teriyaky que le daba a todo un punto buenísimo. Y una cerveza local IPA de presión que estaba muy buena. Me supo a gloria porque, aparte de mi café con tostadas del desayuno, sólo había comido lo que me dieron en el avión, que no estaba mal pero era bastante escueto. Y, aprovechando el WiFi del lugar, me puse en comunicación con mi contacto local, del que ahora les hablo.

En mis primeros programas del viaje, yo tenía claro que quería pasar por Melbourne para ver a Samantha Fish, y visitar Sydney, una ciudad que tenía muchas gas de conocer (y en la que luego me salió el contacto de Eoghan Lewis). Y lo siguiente era Santiago de Chile, donde tengo una amiga de la que ya se hablará. Casi antes de empezar a planificar nada, me aseguré de que había vuelos que cruzaran el Océano Pacifico. Los había, desde hacía bastantes años, de la compañía chilena LATAM. Pero, con motivo de la pandemia, se habían suspendido. Y ahora se acababan de reanudar, concretamente en noviembre pasado. Un primer ladrillo sobre el que edificar todo este tinglado. Lo que pasa es que todos los vuelos a Santiago, tanto desde Melbourne como desde Sydney, hacen escala en Auckland, lo cual se deduce de forma lógica con un simple vistazo al mapamundi.

Así que de ahí vino lo de parar en Auckland unos días. Aunque, como les he dicho más arriba, todo el mundo me advirtió de que Auckland es una ciudad sin demasiado interés; que lo bonito de Nueva Zelanda es el campo, los paisajes y las áreas rurales (pero mi viaje es eminentemente por ciudades, como he proclamado desde el primer día). Entonces me salió un contacto en Auckland. Mi amigo Gonzalo López, que vive en San Diego (USA) y a quien ya presentaré cuando toque, me dijo que conocía alguien aquí. Le escribió y el tipo se mostró eufórico de que yo viniera a visitarle. Este hombre, se llama Luis Casares, es cubano y tiene 78 años. Todo un personaje, a quien voy a conocer mañana y que yo creo que se merece un post en exclusiva, si es que me autoriza a contar su historia.

Por mail, me contó que estaba encantado de que, de una puta vez, viniera alguien a visitarle. Alguien con quien poder hablar en español, que aquí es un idioma que nadie habla. Le conté mi caso, le dije que para mí era una ocasión única de visitar algunas áreas rurales que por mí mismo nunca vería. Que yo no soy reacio a ir al campo, siempre que me lo enseñe alguien más experto y luego volvamos a la ciudad a dormir. Me contó entonces que él tenía un carro, con el que me podía llevar a ver diferentes santuarios maoríes no muy lejanos de Auckland. Pero que tenía que llevarlo al taller, porque estaba muy viejo y mal mantenido. Y además, regularizar el seguro. Ambas cosas son un clásico para un cubano. El caso es que, cuando lo contacté desde el Eat and Drink Late, me contestó que el coche no se lo daban hasta esta tarde, por lo que el primer día de mi estancia me lo dejaba para que yo me valiera por mí mismo.

Así que pagué mi cena y volví andando a mi hotel bajo la lluvia que ya arreciaba. Y hoy tenía el día libre para enredar a mi aire por esta ciudad que ayer apenas pude ver entre la poca luz de la noche y la lluvia. Hoy me he levantado y me he ido directo a la ducha. Y, miren por dónde, este cuarto lo que tiene es una bañera, que no desagua demasiado bien. Al final de mi ducha, tenía el nivel del agua por los tobillos, con bastantes restos de jabón. Y eso me ha permitido observar por primera vez que es cierto lo que se dice: que en el hemisferio sur el agua se desagua girando en sentido reloj, al revés de lo que sucede en nuestras tierras. Un alucine. Luego, me he vestido y he bajado a desayunar a un Café Gilli que descubrí anoche al volver y prometía bastante. En el hotel hay bufet, pero es muy caro y no me molan nada los desayunos con beicon, salchichas y sobredosis de mantequilla que se zampan por estas tierras y por eso están tan gordos.

Después de desayunar, he vuelto un momento al hotel y le he planteado a la chica un problema. Resulta que yo llevo mes y medio fuera de casa, no llevo equipaje a facturar como les dije y, en consecuencia, no puedo llevar unas tijeras de peluquero. Y mi bigote crece y crece hacia abajo empezando ya a ser molesto. Desde el arreglo que me hizo el peluquero Ahmed en Estambul, no me lo había podido recortar. Pregunté en algunas peluquerías que me salían al paso, pero los tipos fueron bastante poco empáticos conmigo. Todo eso le expliqué a la chica de la recepción, como contexto para pedirle que me prestara unas tijeras. Muerta de risa, me dijo que sólo tenía unas de cocina, que me mostró. Le dije que eran perfectas y subí con ellas al cuarto. Y van a ver el proceso.

Así estaba yo hasta esta mañana, que les juro que la otra noche que me comí una cena muy picante en un tailandés, llegué al hotel con el bigote rojo y una vergüenza enorme.

Y así estaba esta mañana, listo para la operación.

Y aquí tienen el resultado. No me digan que no notan el cambio. Cuando le he devuelto las tijeras, la chica de la recepción se reía ya a carcajadas. Dice que estoy mucho más guapo. Con esa tarea cumplida, he bajado a la ciudad feliz como una perdiz y dispuesto a comerme el mundo. Esta vez he alcanzado la Queens Street y la he tomado hacia el sur. Es una calle similar a la George Street de Sydney, pero con tráfico, si bien recientemente le han hecho un cambio de sección en el sentido en el que van los tiempos. Han dejado un par de carriles centrales, uno por sentido, para autobuses y coches (aquí no hay tranvías) y el resto es para dos aceras muy amplias, una hilera de aparcamientos y un carril bici generoso. Y muchos árboles, por supuesto. He hecho algunas fotos por allí, que les muestro.




Auckland es una ciudad con bastante actividad de oficinas y comercio. Tiene un millón y medio de habitantes y es un lugar de currantes, en el que apenas hay turistas, porque tampoco hay mucho que ver. Callejeando por allí he localizado un bar con aspecto atractivo. Se llamaba El Occidental, tenía mesas de madera corridas en el exterior y anunciaba como especialidad los mejillones, en distintas recetas. Estaba cerrado, pero ya se me ha quedado fijado en la memoria. Mi primer objetivo hoy era subir al Sky City Tower, la torre de comunicaciones de la ciudad, que tiene dos miradores panorámicos, en los pisos 51 y 60. Una foto desde abajo, algunas de las que he hecho desde arriba y hasta un vídeo para que vean los trozos que hay con suelo de cristal.





La visita es una turistada, pero merece la pena. Se ve muy bien que Auckland es una península, como La Coruña y que incluso el aeropuerto está en una isla por la que se llega a través de un largo puente en el que nos había pillado un atasco tremendo. Pero seguí mi camino hasta el segundo objetivo del dÍa: el Museo Marítimo. Es un edificio que está en pleno muelle, para el que se ha de pagar una entrada, igual que para el Sky City Tower. Pero es muy interesante toda la serie de canoas maoríes que te muestran, más las maquetas de barcos de los blancos, que llegaron por aquí a partir del siglo XVI, primero españoles y portugueses, luego los holandeses y por fin los ingleses que se quedaron con todo. También hay una sección dedicada a los balleneros que dieron bastante riqueza al país. Y otra a los barcos que traían emigrantes de todas partes del mundo.

Una cosa que yo no sabía, aunque tiene toda la lógica del mundo: los pueblos que habitan toda la Polinesia, desde Haway a Nueva Zelanda, pasando por Tahití o la Isla de Pascua, tienen todos un origen común; provienen de enormes migraciones procedentes del sureste de Asia, de la zona de Vietnam-Camboya-Laos. Estas migraciones tuvieron lugar entre hace 5.000 y 6.000 años y supusieron retos marinos descomunales. Es increíble que con los medios de que disponían pudieran llegar tan lejos. Y, desde luego, eso explica sus ojos rasgados y demás señas de identidad comunes con las razas asiáticas. Dentro de eso, parece que Nueva Zelanda fue el último territorio alcanzado y, sin embargo, allí es donde se desarrolló la cultura más poderosa, la de los maoríes, sustentada en una raza muy fuerte, unos territorios más grandes que los demás y con recursos agrícolas potentes.

Cuando llegaron los occidentales, el pueblo maorí era muy fuerte y de hecho nunca han sido derrotados. Ahora han logrado un estatus muy alto, están integrados en la sociedad neozelandesa, hay maoríes en las universidades y en todos los niveles empresariales y su lenguaje es co-oficial con el inglés. En todos los edificios administrativos y culturales los letreros están en los dos idiomas. Y en el rugby, que es el deporte nacional, los maoríes son clave con su danza ritual, la conocida haka, que ejecutan antes de cada partido de su selección para intimidar a los contrarios. De todo esto se aprende en este interesante museo, en el que tomé un par de fotos de las embarcaciones maoríes, con un estabilizador lateral clave para gobernar el barco y una esmerada construcción en madera.


Salí del museo y me di un largo paseo por la parte del puerto que está abierta al público, un recorrido que me trajo muchas imágenes, sonidos y aromas de mi infancia, cuando paseaba por el puerto de La Coruña. Un par de fotos de este paseo.



Me entró hambre y me vinieron a la mente las imágenes del bar de los mejillones. Pasé de largo por delante de otros bares con buen aspecto y llegué a El Occidental. La respuesta positiva a mis tres preguntas (pagar con VISA, cerveza y WiFi), me llevaron a sentarme en una de las mesas exteriores; hacía una temperatura perfecta. Finalmente era un bar belga, con diversos grifos de cervezas de esa tierra, entre los que elegí una pinta de Hoegaarden, que es una de las marcas belgas que más me gustan. Y me pedí media de mejillones con la receta que me recomendara el chico que me sirvió. Me los sacó al vapor y con una salsa de nata muy buena. Además te ponen un bol de patatas fritas con un cuenquito de mayonesa, a la manera belga. Me sentó todo fenomenal y me subí a echarme una siestecita al hotel.


Me estaba despertando cuando tocó a la puerta la chica de la limpieza. Le pedí un minuto, cogí mis cosas y salí a por mi tercer objetivo del día: la Auckland Art Gallery. Es un museo que está también al alcance de un paseo desde el hotel. Es gratuito y está en un edificio pequeño pero muy coqueto, que verán abajo. Lo más interesante que tiene es la colección cedida por los Robinson, una pareja de millonarios locales que se dedicaron toda su vida a comprar arte. Incluye desde impresionistas hasta cubistas, Picassos y Dalís. Por lo demás, hay bastantes obras de artistas locales actuales, entre ellas una de mi escultora favorita Francis Upritchard a la que también le hice una foto.


Estaba ya anocheciendo cuando me subí de vuelta al hotel y me puse a escribir este post. El Internet del hotel va regular y me estaba costando bastante subir las fotos. De pronto he mirado el reloj y pasaban de las nueve. Me he vestido corriendo y he bajado a buscar algo para cenar, porque con los mejillones tampoco me había llenado mucho. Para no perder más tiempo, he vuelto al Eat&Drink Late, pero ya habían cerrado la cocina y se estaban preparando para dar sólo bebidas. Ayer se conoce que les visité más pronto. De todas maneras, ese horario contradice el nombre que se han puesto. Aunque puede que todo se debiera a que es el Friday Night y hoy había una animación muy superior a la de ayer.

En efecto, había mogollón de chavales caminando arriba y abajo, bares abarrotados de los que salía un estruendo considerable, pandas de chicas bastante escotadas y minifalderas chillando con voces agudas. Y coches con el reggaetón a todo volumen. Al fallarme el bar al que iba, me acerqué al paseo marítimo a ver si pillaba algún sitio donde me dieran algo. Encontré uno al fin, donde me comí una hamburguesa y con eso ya me volví caminando a mi cubil a terminar este post para ustedes. Mañana he de estar a las 9 en punto en la puerta del hotel. Mi amigo Luis Casares vendrá a recogerme con el carro ya puesto a punto y el seguro en condiciones. La cosa promete. 

8 comentarios:

  1. Que bueno, me parece increíble que estés tan lejos y te lea como si estuvieras aquí mismo. Te confieso que tengo atrasados algunos post pata poder seguirte, ya lo leeré más adelante. No das tregua .Te imagino en la otra parte del mundo boca abajo jaja. Muy simpáticas tus historias e instructivas. Un abrazo

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  2. Pues muy bonito todo: esas avenidas, los edificios y las vistas panorámicas. Pero nada comparable a las fotos del antes y el después de tu bigote. Cada vez que las miro me parto. Cuando esté depre las veré de nuevo, porque estoy segura de que me volveré a reír.
    Un beso.

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    1. Pues nada, me alegro que estas fotos de antes y después te sirvan para levantar el ánimo cuando haga falta. Besos.

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  3. Qué tal Emilio, soy Ramón, de la Palmera. Soy tb. un viajero que no ejerce desde hace muchos, demasiados años; sin embargo tu post es tan interesante que me hace disfrutar y añorar los viajes y anhelar coger la maleta de nuevo. Que sepas lo mucho que nos haces disfrutar y que tu esfuerzo de escribir el post en determinados momentos que podrías dedicar a otras ocupaciones es apreciado por unos cuantos. Un abrazo y a seguir tu periplo, que tb. es el nuestro.

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    1. Un abrazo amigo, me hace mucha ilusión que me sigas tú también.

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  4. Hola Emilio como verás estoy pasando tus enlaces a algunos amigos y conocidos interesados en tu aventura. Como dice la canción de Señor Troncoso de Triana : " Ya sé que no te importa tu debes de seguir..."

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