sábado, 25 de mayo de 2024

18. Sir Milu en la tierra de Ned Kelly.

Ya han visto que yo voy haciendo amigos por todos lados, con los que me quedo conectado. Hasta el punto de que algunos se preocupan por mí y me escriben mensajes inquietos, para saber cómo va mi viaje y si todo sigue yendo bien. El coreano Woo me manda Whatsapps cada dos por tres para saber por dónde ando y cómo sigue mi aventura. Y el otro día, nada más aterrizar en el aeropuerto de Melbourne, abrí el teléfono y me encontré un mensaje de mi amigo el taxista malayo Amir: cómo está Sir Milu, ¿ya ha aterrizado? estoy preocupado por usted. Le dije que todo iba sobre ruedas y me respondió: –¡¡Gracias a Dios!! El mote de Sir Milu, me parece cojonudo, lo voy a adoptar para el blog. La verdad es que el vuelo había ido como la seda, la Malaysia Airlines se había portado con las comidas y yo estaba en la cola del control de pasaportes esperando que me pusieran el sello. Pero me precipité al decirle a Amir que todo iba bien. Porque a mi día de viaje le faltaba un punto final bastante desagradable.

Con el pasaporte sellado, seguí a los demás al punto de recogida de equipajes y, no teniendo yo nada que recoger, me dirigí hacia la salida. Allí me paró un agente de aduanas, me hizo unas preguntas y me dijo: –Acompáñeme por favor. Entramos en un lugar amplio con mesas corridas y me empezaron a revisar todo el equipaje. Era yo el único pasajero al que le estaban aplicando esa especie de tortura que duró más de una hora. En la parte final ya había dos o tres personas más siendo registradas. No quiero dar pena con este tema, ni que se compadezcan de mí. Al blog se viene llorado, como suele decirse. La operación de registro de mis pertenencias fue perpetrada por una rubia muy joven, tal vez no tenía ni 20 años. Sacó todo lo que tenía en la maleta y la mochila, rebuscó en los bolsillos de las camisas, revisó mis cuadernos y agendas hoja por hoja, etcétera. La estera para el yoga la extendieron en el suelo y le pasaron una luz ultravioleta. Y, por supuesto, se llevaron mi pasaporte y mi móvil mientras tenía lugar el registro.

En fin, estoy en Melbourne, una ciudad magnífica y eso fue una especie de mal sueño, pero con final feliz, que es lo que importa. Alguien que inicia un viaje como el que estoy yo haciendo, ha de ir provisto con una alta dosis de paciencia, para no mosquearse por cosas como esta, o que un falso agente de taxis te time y te cobre el doble. El tipo que me había abordado hablaba un poco de español y yo todo el rato trataba de que viniera, con la disculpa de que me ayudara a entender lo que la rubia me decía. No estaba aterrorizado, no tengo nada que esconder y sabía que todo terminaría bien. Solo estaba fastidiado porque el tema no se acababa nunca. Y, sobre todo, intrigado por una pregunta: por qué yo. Por qué me habían sacado a mí entre todo el pasaje. A mí me gusta saber el por qué de las cosas, para aprender y para que ustedes aprendan conmigo. Ya con tranquilidad y pasados dos días desde mi llegada, les diré que he encontrado tres razones para lo que me pasó, que les paso a contar.

Razón 1.- Al llegar a Australia en un vuelo internacional, que viene del extranjero, al pasaje lo dividen. Los australianos entran por un paso rápido y los extranjeros se van al control de pasaportes. Desde ahí, se dirige uno a la recogida de equipajes. El tipo que me abordó, lo que me preguntó en primer lugar es si no llevaba una maleta facturada. Le dije que no, que sólo la mochila y la de cabina. Y la verdad es que yo era el único en esa situación; los demás se aprestaban a recoger sus maletones. Ante mi respuesta, el tipo hizo la segunda pregunta: –Entonces, ¿usted vive ya en Australia? También le dije que no, que era la primera vez que les visitaba. Le empecé a contar que estaba dando una vuelta al mundo y todo mi rollo, pero la alerta ya estaba lanzada: yo era un tipo que llegaba por primera vez a Australia, sin más equipaje que un par de maletitas enanas. Un sospechoso de manual.

Razón 2.- En plena sesión de tortura, como ya he contado, le pedí a la chica que me dejara llamar a su compañero, para que me ayudara con el inglés. La primera vez me dijo que no, que yo hablaba un inglés perfecto. Sí, le contesté, pero mi problema no es hablar, es entenderla a usted, que me habla muy deprisa y con un acento que es nuevo para mí. La segunda vez, ya con todas mis pertenecías por allí desparramadas, me autorizó a llamar al colega, que vino enseguida. Le pregunté en español qué estaba pasando. Me contestó que no me preocupara, que todo iba bien, que no era más que una mera formalidad. Entonces le lancé una pregunta a quemarropa: –La chica ésta, está en prácticas, ¿verdad? Se sobresaltó ligeramente y tardó unos segundos en contestar: –No le puedo responder a eso. Pero ya me había contestado. Es que alguien más veterano habría necesitado un par de vistazos para saber que yo no soy un delincuente. Los novatos son los más rigurosos en todos los oficios. A los arquitectos primerizos nunca se les cae un edificio porque ponen el doble de acero en las armaduras por si acaso.

Razón 3.- Quizá es la más interesante, aunque es un poco cogida por los pelos. En un momento dado, yo que estaba bastante desesperado, le intenté dar pena a la chica y le dije que acababa de hacer un vuelo de ocho horas, que soy una persona mayor y que no entendía por qué me registraban, cuando es obvio por mi aspecto que soy un viejo bastante inofensivo. Así como entre dientes, masculló: –A lo mejor, precisamente por eso. No lo entendí al principio, pero luego, de camino al centro en el autobús, volví sobre el tema y de pronto se me iluminó la mente. Los traficantes de drogas necesitan lo que se llama mulas. Es decir, distribuidores de nivel intermedio, entre los grandes transportistas y los colgados que se encargan del menudeo callejero. Y, para hacer de mula, nadie mejor que alguien de aspecto inofensivo. Es un poco una fabulación, no les pido que se lo crean a pies juntillas, pero ya les digo que yo sí creo que esta es una tercera razón que entró en liza con las dos primeras.

Les diré que, cuando ya la cosa se iba aclarando, tuve un par de raptos de mal genio, que les cuento porque sucedieron así, pero no les recomiendo que los hagan si les pasa algo parecido. Cuando la chica ya había destripado el contenido de mi maleta y se disponía a volver a meter todo dentro otra vez, le pedí hacerlo yo. Me dijo que sí y, de manera ostensible, lo metí todo a pelotón, desordenadamente y con gestos bruscos. Ella había visto lo ordenado que yo traía todo y captó el mensaje: lo que yo quería es que dejara ya de toquetear mis cosas. Lo entendió y, cuando se repitió la jugada con la mochila, ya me la pasó para que yo metiera dentro las cosas de cualquier manera. Este tipo de gestos, como les digo, no son recomendables. Es mejor ponerse baboso: mil gracias, señorita, por lo bien que ha hecho usted su trabajo, es realmente un honor para mí que me haya tocado pasar esta tortura con una persona que lo hace con tanta delicadeza. Pero yo nunca he sabido hacer eso y me he llevado más de una bronca por ponerme chulo. 

La segunda chulería. Cuando ya estaba todo recogido, la chica me dijo que el móvil y el pasaporte los estaban analizando en la oficina y que, en cuanto me los devolvieran, podría irme. Y que esperase sentado en unos bancos que había un poco más allá. Le dije que yo me quedaba de pié. Entre ella y una colega intentaron convencerme, pero les dije muy seriamente que no podían obligarme a sentarme si yo no quería y que esperaría de pié. Así que me dejaron por imposible. El móvil llegó pronto y el pasaporte poco después. Le dije adiós a la chica, secamente pero sin cargar las tintas. Al fin y al cabo, ella había hecho su trabajo. Y me acerqué a ver al colega que hablaba español, el que de verdad me había jodido, que estaba ahora destripando la maleta de un indio bastante cabreado. Y, así por lo bajo, le dije: –Tu compañera en prácticas va a hacer carrera en este lugar. Una media sonrisa fue toda su respuesta.

Bien, salí afuera con alivio, me compré una tarjeta SIM y me acerqué a la parada del SkyBus, donde compré un ticket al centro con mi tarjeta Revolut. El autobús fue despacio, pero me dejó a quince minutos a pie del Jazz Corner Hotel, donde llegué ya con la noche bien avanzada. Y con un problema nuevo. Los enchufes en Australia son diferentes de los ingleses. Son de tres patas, pero dos de ellas están torcidas y no en ángulo recto como las inglesas y las de Malasia. Y yo quería acabar mi post anterior que había venido escribiendo en el vuelo hasta que el ordenador se me quedó prácticamente sin batería. La chica de la recepción me informó de que todas las tiendas estaban ya cerradas. Pero buscando en Internet encontró una especie de Todo A Cien a veinte minutos andando, que no cerraba hasta un poco después.

Caminé en la noche hasta el lugar, en medio de un montón de restaurantes y bares orientales con una marcha importante. Encontré el comercio, que estaba en el sótano de un centro comercial con todas las demás tiendas cerradas. Tenían adaptadores de enchufe europeo, así que compré uno y subí ya a la habitación que me habían dado. Estaba en la planta 34. Y tenía una pequeña terraza a la que me asomé para ver las vistas. Y entonces se me olvidaron todos los sinsabores de mi llegada a Australia. Para un urbanita recalcitrante como yo, no puede haber nada mejor que estar en el piso 34 de un rascacielos en pleno downtown de una ciudad como Melbourne y asomarse a la terraza a ver el panorama nocturno de la urbe. Estuve un buen rato asomado, sintiéndome como el protagonista de una de esas series yanquis de investigadores de la policía, tipo CSI-Las Vegas. El hotel es magnífico y les voy a poner ya mismo dos vídeos cortos que he grabado desde mi terraza, uno de día y otro de noche.  

 

Aunque estaba muy cansado, después del largo viaje y su tedioso estrambote final, me quedé trabajando, terminé mi post sobre Singapur y lo publiqué. Había cenado un par de plátanos comprados en el mismo comercio que el adaptador y caí rendido. Pero el jueves 23 ya me levanté fresco como una lechuga. Encontré un café a la vuelta de la esquina, donde me desayuné un café con leche largo y un muffin, el típico bollo neoyorkino que es parecido a una magdalena con tropezones. Y me subí a mi cuarto del piso 34, porque tenía que trabajar en la programación de las siguientes fases de mi viaje. Creo llegado el momento de hacer unas precisiones geográficas. Melbourne está en el hemisferio sur y es la tercera vez en mi vida que visito territorios al sur del ecuador. Las anteriores fueron en Chile 2018 y Madagascar 2019, ambas con mi grupo de amigos viajeros de Ciudad Real con los que también visité Myanmar en 2017.

En el hemisferio sur, el agua gira al revés cuando quitas el tapón de un lavabo, las estrellas son diferentes (aquí no se ve la Osa Mayor, sino la Cruz del Sur) y la luna no es mentirosa como en el norte: cuando dibuja una C es que está en cuarto creciente. Pero, lo más extraordinario, es que ahora están finalizando el otoño. El 25 de mayo aquí equivale al 25 de noviembre en el norte. Están a menos de un mes de empezar el crudo invierno. Para decirlo lisa y llanamente: hace un frío que pela. O sea que, después de cocerme en el horno malayo a 34 grados de máxima, 25 de mínima y 100% de humedad, aquí la máxima no supera los 15. Es una temperatura en principio agradable, sobre todo cuando sale el sol, pero con la que te quedas tieso cuando se nubla, que es prácticamente todo el tiempo. 

Bien, avancé en mis preparativos todo lo que pude y decidí bajar a dar una vuelta por esta magnífica ciudad de modelo norteamericano. Siguiendo una guía que encontré en Internet (Qué ver en Melbourne en tres días), me acerqué a la Estación de Ferrocarril Flinders. Es una estación antigua, que tiene un valor histórico: fue la primera estación de trenes a vapor que se construyó en Australia, data de 1854 y sigue desde entonces en uso ininterrumpidamente. Todo eso está muy bien, pero el edificio es bastante feo, en mi opinión. Vamos, que donde esté Canfranc que se quite esta estación. Abajo verán un par de fotos. Es un primer indicativo de algo que he observado después también: este país es muy joven, sus recuerdos históricos son de anteayer y no tienen un gran valor. Ustedes dirán.



Desde allí caminé a la cercana Federation Square, una plaza muy amplia conseguida a partir del cubrimiento parcial de las vías del tren que salen de la estación Flinders. Es el lugar de reunión de la ciudad, donde se producen las manifestaciones y concentraciones ciudadanas. Esta vez era por la mañana y no había una especial animación. Vean una imagen.

Un poco más allá discurre el río Yarra, la principal arteria fluvial de la ciudad, que tiene a los lados unos magníficos paseos ajardinados, con bares y terracitas. Y están preparando una reestructuración para ponerlo todavía más bonito, según los carteles de las obras, a los que también les hice fotos. La huella de Madrid Río es larga.



Volví sobre mis pasos para cruzar otra vez la Federation Square y echarle un vistazo a la Saint Paul’s Cathedral, la catedral de Melbourne. Esta, ya decididamente, he de decirles que es fea de cojones. Al menos por fuera. Miren, Australia es un país que surge a partir de los presos deportados del Reino Unido, que se establecieron por aquí después de que James Cook lo descubriera. El estado australiano se constituyó como una federación de otros varios estados en 1901. Así que los edificios más antiguos de esta ciudad son de la segunda mitad del siglo XIX. Y, en esos tiempos, los arquitectos, digamos que tenían un book a modo de muestrario de lo que podían ofrecer a un cliente.

¿Que quiere usted un gótico? Se lo hacemos. ¿Que quiere un mudéjar? Lo mismo, O un estilo romano, renacentista, modernista o lo que fuera. Es lo que se dio en llamar el eclecticismo, tendencia con la que acabaron el racionalismo, la Bauhaus, la Carta de Atenas y los señores Gropius, Le Corbusier o Mies van der Rohe. Desde entonces el modelo que siguen todos los arquitectos es la cuadrícula exenta de todo decorativismo, los rascacielos de acero y cristal que se ven por todas partes. A los edificios de la época del eclecticismo, se les antepuso el prefijo neo. Son neo-góticos, neo-mudéjares, neo-renacentistas o neo-clásicos. La Gran Vía de Madrid está llena de edificios de todos esos estilos.

Pero volviendo a la catedral de Melbourne, por fuera es horrorosa. Me recuerda a la iglesia de los jesuitas de La Coruña, un neogótico sin ningún valor que fue demolida sin piedad por la iglesia para construir un edificio de acero y cristal con una reserva para la parroquia en la planta baja. Lo que pasa es que, la catedral de Melbourne se puede visitar gratis y por dentro es algo menos fea. Vean las imágenes.


Lo siguiente a ver según la guía es el llamado arte callejero de Melbourne, entre ustedes y yo, las pintadas y grafittis que abarrotan las paredes de tres callejones paralelos que salen de la Flinders street. Los visité los tres y abajo tiene las fotos, a ver si ustedes piensan que esto es arte. A mí me parece simple vandalismo. De hecho. Por los callejones pululaba una fauna de colgados, alcohólicos y homeless que daba bastante pena. Vamos a ver, esto de los grafittis es algo muy amplio y no se puede comparar una obra de Bansky con unos garabatos mal escritos tapándose unos a otros. Vean las imágenes y seguimos.




Vamos a ver. En San Francisco hay un famoso callejón que está gestionado por la asociación local de grafitteros, según unas normas estrictas. Hay una serie de cuadrados preparados para que los artistas hagan sus obras. Esas obras tienen  derecho a estar allí quince días sin que nadie les pinte nada encima. A los quince días, se le da el permiso a otro para pintar encima, si bien existe la posibilidad de indultar un trabajo, por su especial valor artístico y previo acuerdo formal de la asamblea de la asociación de los grafitteros. Eso sí puede ser una forma de arte, para mí. Pero esto de los tres callejones de Melbourne es algo bastante lamentable, porque encima ha arruinado los negocios que había antes. Y por cierto, Bansky hizo aquí una pintada que fue destruida por unos obreros que le sacaron por el centro una bajante, lo que causó gran escándalo. No sé si encima les echarían una bronca a los pobres currantes.

Visitado esto, eran ya cerca de las tres, porque había salido tarde con mis gestiones. Así que busqué un lugar ad hoc por la propia calle Flinders, que estaba muy animada. Lo encontré rápido: un beer garden en el que daban pizzas, todo de madera y con buena música. Apenas había gente cuando entré, por la hora tardía. Me pedí una pinta de cerveza australiana y una pizza con chorizo picante que me supo a gloria. A medida que iba pasando la tarde el local se iba llenando de gente que entraba a tomar cafés o a seguir bebiendo. Y desde allí seguí mi camino en busca de la State Library Victoria, una biblioteca pública magnífica, de libre entrada, en la que pasé un largo rato y tomé unas fotos también.





Había una exposición sobre la figura de Ned Kelly, de la que supongo que ustedes no saben nada. Ned Kelly fue un bandido australiano que tuvo en jaque a las fuerzas del orden durante años, una especie de Robin Hood local, o más bien Billy el Niño o Bonnie and Clyde, porque mataba policías como nadie. Pero se convirtió en alguien muy popular en la segunda mitad del XIX. Con su hermano y otros colegas formó una banda que atracaba bancos y trenes. Hasta que un día fue rodeado por el ejército. Para ese tiroteo final, Ned había ideado unas armaduras rudimentarias hechas con restos de planchas, que ahora se pueden ver en la expo.

No les sirvieron de nada: fueron acribillados y murieron todos menos Ned, que quedó gravemente herido. Lo llevaron a un hospital donde lo curaron largamente hasta que pudo ser sometido a juicio. En la calle había numerosas manifestaciones y sentadas pidiendo que lo liberaran, pero el juez lo condenó a muerte y fue ahorcado entre protestas. Y se convirtió en un personaje de leyenda. Se han hecho varias películas sobre este personaje, entre ellas la que firmó en 1970 Tony Richardson, con Mick Jagger de protagonista. Yo la vi en su día y entiendo por qué este señor no hizo carrera como actor, en la línea de David Bowie, Kris Kristoferson y otros rockers famosos.

Desde la biblioteca, la guía aconsejaba meterse por el barrio chino, que yo ya sabía que estaba cerca de mi hotel. Di unas vueltas por allí y me retiré después de comprarme un yogur griego grande y unos plátanos para cenármelos en el hotel, porque después de la pizza grande y tardía, apenas tenía hambre. Dormí estupendamente y el viernes 24 de mayo volví a levantarme fresco y me hice una sesión completa de yoga. Después, repetí la jugada: desayuné, subí a trabajar hasta media mañana y luego salí a caminar. Esta vez, crucé el río y me dirigí a través del parque fluvial del otro lado hasta el barrio de Richmond, a 50 minutos del hotel. Es este una zona suburbial que quería tener localizada para mi cita del día siguiente (hoy), que todavía no les he contado. Desde allí, caminé hasta el Jardín Botánico, que está cerca y es una preciosidad. Vean unas fotos más.





Como ven, no es un parque forestal salvaje, sino un jardín muy urbanizado, con unos meadows fastuosos y numerosos pabellones y terrazas. Caminé de vuelta, de nuevo por el paseo del río y encontré esta vez un acto en favor de África en la Federation Square, al que le hice un clip de vídeo, con un vistazo hacia la izquierda para que vean a las señoras con atuendos nigerianos apoyando el tema. Se lo pongo debajo de un par de fotos de esta estupenda ciudad que tampoco es que tenga mucho que ver para los turistas.



Bien, era hora de comer y volví a internarme por la Flinder street. Esta vez entré en un lugar llamado The Father’s Office y me calcé una ensalada bastante buena con tiras de pollo frito. Caminé desde allí al hotel, donde me eché una siesta de una hora, porque estaba agotado después de mi sesión de yoga y mis caminatas. Después, ya me quedé enredando por allí, haciendo diversas gestiones, pero por la noche tenía hambre, porque había comido muy poco. Así que bajé de nuevo a la zona de Chinatown y encontré un vietnamita en donde sólo había orientales y me pedí un pho de puta madre. El pho es el plato más típico de Vietnam y no es más que una sopa en la que tú eliges los noodles y los tropezones. Yo elegí ternera y los fideos más gordos, los que había comido con mi amiga Rumi Satoh. Son los más difíciles de comer, pero, como dijo mi torturadora del aeropuerto: precisamente por eso.

He dormido muy bien, pero ayer pasé bastante frío en determinados momentos. Así que hoy he bajado a desayunar y directamente me he ido a la tienda de Uniqlo y me he comprado un jersey de lana muy calentito y, esta tarde, después de terminar este post y publicarlo, lo estrenaré porque tengo que acercarme de nuevo al barrio de Richmond para lo que se contará en el post siguiente. Porque ustedes, que son avispados y curiosos, no creo que hayan dejado de observar que esta es la primera ciudad en la que no me voy a encontrar con nadie (sin contar mi breve visita a Singapur) y por eso he tenido que seguir una guía de Internet. Tiempo al tiempo. Pero hemos empezado hablando de los amigos y de lo importante que es tener amigos que se peocupen por ti. Los Stones lo saben hace mucho y lo expresaban en este delicioso vídeo; Waiting on a friend. No dejen de verlo. Sólo por ver a Keith Richards caminando por la calle, merece la pena.

4 comentarios:

  1. Disfrutando mucho de tu viaje, me encanta leerte. A seguir disfrutando y esperando tu próximo post. Un beso, Elena

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  2. Vaya, vaya, Emilio. Acabas de tener el primer tropiezo un poco serio desde que empezaste esta aventura. Porque hasta ahora no te habías quejado de casi nada. Los hoteles sin pegas, la comida genial y la gente con la que te vas cruzando, pues también de tu onda. Bueno, quizás has protestado un poco del calor que sufriste en KL y Singapur, y de que algún carota te cobró más de lo que debía.
    Yo, de las tres posibles razones que das, para ese registro tan exhaustivo de tu equipaje, lo tengo claro, ¡es la tercera, sin lugar a dudas!. Con esa "carita" no podía ser otra.
    Oye, y sonríe un poco en las fotos, que te lo estás pasando bien...
    Un beso. Sigue disfrutando...

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    1. Bueno, son gajes del oficio. No todo va ser perfecto. Yo creo que fueron las tres razones al tiempo. Y es cierto que en los selfies me pongo muy serio. A ver si lo corrijo.

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