miércoles, 22 de mayo de 2024

17. Un dandy en Singapur

Escribo esto, como les prometí, durante el vuelo que me lleva a Melbourne, siguiente etapa de mi viaje. En realidad, yo no tenía nada especial que hacer en Singapur, pero Kuala Lumpur no da para mucho más, estaba muy cerca y tenía curiosidad por conocer esta pequeña ciudad-estado, construida en una isla en la punta de la península malaya. Mis anfitriones en KL me animaron a ir, me dijeron que eran 4 horas de bus y que merecía la pena. Mi amigo Amir se mostraba escéptico y decía que, entre pasar fronteras y todo lo demás, más bien eran 6 horas. El caso es que el domingo 19 de mayo, me levanté tempranito, cogí mi mochila con los mínimos pertrechos para pasar 24 horas fuera y salí a la puerta a esperar un taxi que me llevara al Corus Hotel, en donde está la parada de bus de la compañía Aeroline, una de las muchas que cubren  la ruta KL-Singapur. Llegué a tiempo, subí a mi asiento y salimos a las ocho en punto.

El recorrido es por una carretera que se interna hacia el sur por una verdadera jungla, con presencia importante de palmeras de buen tamaño. Amir me había contado que en esta jungla hay serpientes de todos los tipos y tamaños, elefantes y también el famoso Tigre de Malasia, el símbolo nacional por excelencia. Esta especie de tigres sólo se da en esta zona, están muy protegidos y hasta la selección nacional de fútbol es conocida como Los Tigres. Por lo demás, las palmeras se explotan para extraerles el aceite de palma, que se consume mayoritariamente en todo el sureste asiático y también en el continente africano. Malasia es el segundo país del mundo en producción de aceite de palma, por detrás de Indonesia, copando entre ambos el 85% del mercado.

El autobús era cómodo, te daban algo de comer y, en cuatro horas, estábamos en la frontera con Singapur, pero allí hay que bajarse del bus con todo el equipaje y pasar una aduana malaya con la cola correspondiente, porque llegan autobuses todo el rato. Cuando te toca el turno, te miran el pasaporte, te preguntan qué coño vas a hacer a Singapur y te ponen el sello correspondiente. Entonces has de esperar a que llegue el bus, subirte otra vez y llegar a la aduana de entrada en Singapur, donde se repite la jugada, pero esta vez con comprobación de huellas dactilares, mirada a un punto para que te hagan una foto y toda la parafernalia habitual. Por cierto, hay que tener rellenado un formulario de entrada on line que yo había cumplimentado días antes.

De nuevo en el bus, cruzas un estrecho puente que te lleva a la isla de Singapur y desde donde aún te queda más de media hora de trayecto hasta llegar al Harbour Front Center, donde está la parada final. Allí ya no me funcionaba la tarjeta SIM que me había comprado en el aeropuerto de KL, pero no iba a comprarme otra para 24 horas, así que me había descargado el día anterior un mapa para seguirlo sin Internet, como había hecho en Estambul y en Seúl. Consulté el mapa y vi que para llegar a mi hotel en Chinatown tenía como una hora andando, con el calor húmedo que ya les he descrito. Así que decidí salir del Harbour Front Center y coger un taxi de los que esperaban fuera en la parada, con el que llegué en un periquete al 1900 Hotel, en la Mosque street de Chinatown. Me inscribí, subí mis cosas al cuarto y salí a intentar comer algo.

Enfrente mismo del hotel había un chino que todavía estaba abierto y allí que me metí. Me comí una crema de calabaza con tropezones de tofu y gambas, realmente muy apetitosa, con la consiguiente cerveza Tiger. Luego subí a descansar un poco al hotel y salí de nuevo. Empecé por recorrer arriba y abajo el barrio chino, que es estupendo, sin la cutrez del de KL. Todo Singapur está construido sobre un trazado en cuadrícula, con amplias avenidas con aceras generosas a ambos lados, separadas de la calzada por parterres bien cuidados. Y, a pesar de que el clima es idéntico al de KL, las calles están llenas de gente, que se sienta a tomar algo fresco en las muchísimas terrazas que hay. Es una ciudad pequeña, de apenas 3 kilómetros en la dimensión más larga, construida un poco a imagen y semejanza de los downtowns de las ciudades norteamericanas. Vean algunas fotos que tomé en el barrio chino.





La diferencia entre el caos dominado por el coche de KL y este orden urbano que alcanza un nivel espacial de auténtico sibaritismo, tiene un nombre: se llama Urbanismo, o si lo quieren en inglés: City Planning. No les extrañará saber que yo me encontré muy a gusto en Singapur desde el primer momento porque, después de haber leído los 16 posts que llevo publicados en el blog (17 con este), ya se habrán dado cuenta de que un dandy como yo se siente más identificado con un tejido urbano exquisitamente trazado y cuidado como este, que en la cutrez y el caos urbano de ciudades como KL, con perdón y sin ánimo de molestar a los malayos.

Al fin y al cabo, yo me crié en La Coruña y aprendí a pasear por Los Cantones, frente a edificios tan neoyorkinos como el Banco Pastor. Y me tomé mis primeros cafés (con achicoria, como era de rigor) en el Cantón Bar, un lugar bastante neoyorkino a su manera. Miren, durante estos días de paseo por Singapur, he llevado en la cabeza una melodía que yo creo que resume perfectamente ese lado dandy del que tanto presumo. El tema que les voy a pedir que escuchen es de un grupo de gente exquisita de un lugar tan duro como Alaska, que tuvieron que bajar a Portland para presentarse con esta canción, que me parece sensacional. El grupo se llama Portugal-The Man, no me pregunten por qué. Vean el vídeo y seguimos.

Está claro lo que quería decir. Tras deambular un buen rato por el barrio chino, eché a andar por una de las grandes avenidas de Singapur, en dirección al Este. En ese lado de la ciudad están los jardines de la bahía, The Gardens of the Bay, donde están los árboles artificiales gigantes en los que cada noche se organiza un espectáculo de luz y sonido, famoso en el mundo entero. Había una cantidad de gente enorme, alrededor de estos árboles y descubrí que había también una pasarela que los enlaza a media altura y a la que se puede subir. Me saqué un ticket y esperé una cola un poco tediosa, sobre todo porque, durante el espectáculo de luz y sonido, se paraba la entrada al lugar. Pero vean algunas imágenes de las que tomé.



Bajé de la pasarela y emprendí el camino de vuelta al hotel. Pero llegado a la Mosque street, había una marcha en el barrio chino que llamaba poderosamente a sumarse a la noche. Todos los bares estaban abiertos, había grupos tocando en pequeños escenarios y la gente agotaba las últimas horas del fin de semana pululando en medio de esa animación urbana. Subí un momento a mi cuarto y al poco bajé de nuevo a buscar uno de esos lugares de música en directo. Lo encontré en el otro extremo de la misma Mosque street y me pedí una pinta de cerveza con un plato de saladitos, que había comido mucho a mediodía. Cuando el grupo recogió sus instrumentos y la gente empezó a desfilar de retirada, caminé yo también de vuelta, por la acera de la Mosque street hasta llegar a mi hotel e irme a dormir.

El lunes 20 decidí aprovechar la mañana para terminar de ver Singapur, porque tenía mi bus de vuelta a KL a las 18.45. Bajé a desayunar, encontré un café de una cadena francesa que tenía croissants y un café buenísimo, fui a cambiar dinero y subí a recoger mis cosas, porque la hora del check-out era a las 11. Me ofrecieron dejar la mochila allí el tiempo que quisiera, pero preferí cargar con ella, pesaba poco y así no tenía que volver a pasar por el hotel. El problema es que estuvo lloviendo toda la mañana, pero no era una lluvia demasiado molesta. Así que eché a andar en dirección esta vez hacia el norte, en busca del Barrio Árabe. De camino, me encontré el magnífico edificio del Hotel Raffles, ejemplo de arquitectura colonial fastuosa y visita obligada para cualquiera que venga a esta ciudad. Estuve un buen rato por allí y tomé las fotos que ven abajo.





Otras fotos tomadas al vuelo durante mis paseos por Singapur




El barrio árabe estaba ya cerca y llegué enseguida. Es un enclave también muy agradable, compuesto por casitas que rodean a la gran Mezquita, conformando un entramado de calles peatonales, llenas de bares y pequeños negocios de venta de artesanía y souvenirs. Había bastantes grupos de turistas, pero no resultaba muy agobiante. Busqué un lugar para comer y encontré un restaurante libanés en el que se servía comida mediterránea de todos los estilos. Me comí un pidé (¿lo recuerdan? la versión turca de la pizza que me mostró mi amigo Ömer Faruck Ulusoy), sentado en una mesa de madera en plena calle. Después de comer, hice un poco de tiempo por allí a la espera de que abrieran la Gran Mezquita, que cierra de 2 a 4.




La mezquita es preciosa. Hube de quitarme los zapatos, pero estuve por allí un buen  rato, sentado a ratos en el suelo enmoquetado. En esas, conecté con un par de orientales, madre e hija a todas luces, que estaban intentando hacerse selfies. Les ofrecí hacerles alguna foto con su teléfono, porque siempre sale distinto el encuadre si la foto te la hace otro. Se quedaron muy agradecidas y la más joven empezó a hablar conmigo, que de dónde era y todo eso. Le conté el proyecto de mi viaje y le dije que había venido desde Japón a KL. Entonces me revelaron que ellas eran japonesas. Y quisieron hacerse unas fotos conmigo, la hija feliz y la madre no tan convencida, como pueden ver en la imagen de abajo.


Desde allí caminé al tercer barrio que debe visitarse en Singapur, el barrio indio. Este fue el que menos me gustó de los tres, era como muy étnico, menos moderno que el chino y el árabe. Todas las calles estaban llenas de tiendas de venta de cosas de oro, un sector que no me entusiasma demasiado. Y había unos grandes almacenes centrados en los tejidos y la confección. Allí intenté ir al baño, pero resulta que era de pago. Le dije al vigilante que no tenía coins, porque no había cambiado nada a moneda local para 24 horas de visita. Me entendió, pero dijo: no coins, no entry. Hay que ver, en Japón que todos los aseos son gratuitos y con chorrito en el culo incluido. Pues aquí, como en KL, los hay de pago y los hay que no.

Me llegué a un Starbucks, donde el café es bueno, hay unos pastelitos bastante apetitosos y hay aseo gratis. Además de Internet. Y aprovechando ese WiFi, llamé ya a un taxi con la aplicación Grab, para que me llevara a la parada del bus del Harbour Front Center. Pero el primer taxi que vino, no consiguió encontrarme. Era un rollo porque, en cuanto salía del Starbucks, ya no tenía Internet. Y si me metía dentro para chatear con el tipo, entonces no me podía ver desde su taxi. Estuvimos como el perro y el gato un buen rato y al final el tipo se fue y la aplicación me cargó una penalización por el tiempo que le había hecho perder. Era como un euro o algo así. Entonces llamé a otro taxi, y me volvió a pasar lo mismo.

Pero esta vez, conseguí entenderme con el sujeto, que me explicó que me estaba esperando al otro lado del edificio. Fui hacia allí y lo encontré. Me mostré molesto: ¡Coño! Si la aplicación indica dónde estoy, no sé por qué me vienen a buscar al otro lado. El hombre me pidió que me tranquilizara y me lo explicó: Singapur no es igual que KL. En KL, usted se puede parar donde le salga de los huevos, que viene un taxi y le recoge, allí donde esté. En Singapur, está prohibido pararse en lugares como ese en el que usted estaba, en medio de una gran avenida con tráfico rápido. Lo entendí enseguida. Singapur mantiene un orden exquisito, a base de prohibiciones que se llevan a rajatabla. Por eso es una ciudad tan especial.

Les recuerdo algunas de esas prohibiciones. Como les pillen a ustedes tirando un papel al suelo, van directos a la cárcel, para un juicio rápido al día siguiente. Y el multazo puede ser de aúpa, además de la incomodidad de pasar una noche en el calabozo. La simple posesión de cualquier cantidad de droga, por pequeña que sea, se castiga con la pena de muerte (como lo oyen), castigo que se aplica a los visitantes igual que a los locales. Eso también es así en Malasia. Más cosas. Hasta hace poco, estaba prohibido comer chicle por la calle. Ahora se permite, siempre que no lo tires al suelo. Y las parejas pueden besarse por la calle, pero siempre que sea sin lengua. Está prohibido lo que se suele llamar morrease, o darse el lote.

Ese orden, que hace que las calles estén siempre impolutas, proviene de la principal figura de la independencia de Singapur, el gran Lee Kwan Yew, que fue el primer presidente del país y luego se perpetuó en el poder tropecientos años, con trucos no muy distintos de los que usa Putin. Pero este señor es el que decidió que la ciudad se trazara como Dios manda y que el mantenimiento y la higiene fueran esmerados. De hecho, Singapur convoca cada año los premios de urbanismo Lee Kwan Yew. Yo me encargué de elaborar la documentación requerida para presentar el proyecto Madrid Río a esos premios, que finalmente no ganamos. Por lo demás, teniendo en cuenta que aquí no hay sitio para campos de cultivo ni apenas industria, esta ciudad-estado sobrevive como paraíso fiscal y sede de las empresas financieras punteras, que tienen aquí sus cuarteles generales.

Incluso hay una compañía aérea, la Singapur Airlines que tiene vuelos a todo el mundo. Incluyendo uno directo a Los Ángeles, que dura 17 horas y pasa por ser el vuelo sin escalas más largo del mundo. Hace unos días, la prensa informó de que un avión de esa compañía que venía de Londres, sufrió un bache de aire por turbulencias, que le hizo bajar súbitamente dos mil metros. Los pasajeros que no tenían puesto el cinturón, salieron hacia arriba y se golpearon la cabeza con el techo. Hay varios en estado crítico, además de uno que se murió del susto. Ante eso, el piloto optó por desviar su trayectoria y aterrizar de emergencia en Bangkok para que atendieran al pasaje. Después de leer esto, no les extrañará saber que yo no me he quitado hoy el cinturón más que para ir a mear.

Bien, el taxi me dejó en el Harbour Front Center, allí me subí al bus de vuelta y surgió una nueva complicación. Resulta que, para entrar de nuevo en Malasia, debía de rellenar un formulario on line, algo de lo que nadie me había avisado, y que me parece absurdo, por cuanto no lo tuve que hacer cuando llegué al aeropuerto procedente de Tokyo. El chico que controlaba el pasaje en el bus, me explicó que no es lo mismo entrar a Malasia por avión que por bus. Pero, como les he contado, yo no tenía Internet en Singapur y le dije al chico que sólo lo podía empezar a rellenar cuando entráramos en Malasia. Es muy arriesgado –dijo–, le va a llevar mucho tiempo y nos puede retrasar a todos. Así que el tipo, muy amablemente, se ofreció a cumplimentar el formulario on line en su propio móvil, con los datos que yo le iba dando.

En un  momento dado dijo: ya está. Y me lo envió por mail. Pasamos la aduana de Singapur, volvimos a subir al bus e ingresamos en territorio malayo. En cuanto entramos, el móvil me avisó de que ya tenía el correo con mi formulario. Cuando pasamos la segunda aduana, estaba todo en orden. De nuevo la sensación de estarme librando por los pelos. Por lo demás, el viaje duró esta vez cinco horas y media, llegamos al Corus Hotel y desde allí pedí un taxi por el Grab. Llegué a casa de Mónica pasada la una de la madrugada. Y el martes, último día de mi estancia en KL, lo dediqué a cerrar flecos. Puse una nueva lavadora y la colgué. Hice una serie de trámites para mis siguientes viajes. Y cerca ya de la hora de comer, llamé a otro taxi de Grab para que me llevara de nuevo a las Torres Petronas. Allí anduve enredando por el mall, comí una ensalada rápida y salí al exterior a ver el parque, en donde hay unos ficus centenarios, con raíces aéreas, a los que hice algunas fotos.




Al volver, no encontré a nadie en casa, subí a mi cuarto y empecé a organizar mi equipaje. A la hora de la cena tailandesa me llamaron para bajar. Y esa fue mi despedida de esta familia estupenda que me ha tenido alojado en su casa varios días. Al final, se nos pasó hacernos alguna foto, en esa casa es difícil reunir a todos juntos, el uno se va a estudiar para el examen del día siguiente, el otro saca a pasear al perro y finalmente no me he quedado con constancia gráfica de mi convivencia con ellos. Por cierto, el perro se llama Sherlock y es un labrador que hace realmente lo que le da la gana, porque es el mimado de la casa. Incluyendo darse chapuzones en la piscina y salir luego poniéndolo todo perdido. Todo un personaje.

Esta mañana, a las 6.30 en punto, mi amigo Amir venía puntual a recogerme para llevarme al aeropuerto. Estaba diluviando desde las cuatro de la mañana. Amir me ha dicho que esto es lo más común aquí. Que esos días secos anteriores los había traído yo con mi buena suerte. Como ahora me iba, volvía el diluvio. Amir quiso hacerse una última foto conmigo, tocado con su birrete étnico y abajo la tienen. En el aeropuerto, he pasado todos los filtros sin problema y ahora mismo estoy a dos horas de llegar a Melbourne. Y el ordenador ya me avisa de que me estoy quedando sin carga y de que ha activado el modo ahorro de energía. Así que, esta noche intentaré terminar este texto para estar al día. Continuará.  


PD. Pues hago un breve final, ya desde mi hotel en Melbourne. El vuelo ha ido sin novedad, los de Malaysia Airlines esta vez no me han dado mal de comer y para la entrada a Australia me han mareado un poco en el aeropuerto, pero al final he conseguido entrar. Allí mismo me he comprado una nueva tarjeta SIM y he cogido el Sky-Bus que me ha dejado en el centro de la ciudad, a quince minutos andando del hotel que tenía reservado. Pero esto ya se desarrollara en el post siguiente. Sean felices.

4 comentarios:

  1. En resumidas cuentas, ¿usted recomendaría Singapur como destino turístico de interés?

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    1. Hombre, tiene dos handicaps severos para un turista español. Uno, que está muy lejos. Y el otro, el clima que es bastante disuasorio. Dicho esto, es una ciudad muy interesante. Si usted pasa cerca, debe intentar verla.

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  2. Bueno, bueno, Emilio. Ya casi estás a punto de completar la mitad de tu vuelta al mundo, ¡y no desfalleces!. Eres todo terreno. Espero que la suerte te siga acompañando en tu próximo destino. Besos.

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    1. Creía que había respondido a tu mensaje. Bueno, ya ves que todo sigo adelante. Bss.

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