miércoles, 29 de mayo de 2024

20. En Sydney, la ciudad perfecta

Llegué a Sydney el domingo 26 de mayo, ya bien entrada la noche, encontré mi hotel y me fui de cabeza a dormir. El hotel está muy cerca de la Estación Central, se llama el Great Southern Hotel y es un edificio antiguo pero bien mantenido, con una especie de elegancia o categoría que esta ciudad rezuma por todas partes. Me levanté y bajé a recepción, donde pregunté si podía desayunar (no estaba incluido en mi reserva). Por supuesto que sí: había dos modalidades: bufet completo por 15 australian dollars, o café con tostada por 7. Para el lunes elegí la segunda, me dieron un ticket y con ese ticket pasé a la parte del comedor donde está la cafetera y las tostadas. 7 dólares australianos equivalen a 4,34 euros. Por ese precio, te pones todos los cafés que quieras, los zumos de avión que te apetezcan y las tostadas sin límite. Realmente es un chollo. Vean una imagen de la fachada del hotel, con esas letras que tanto se usaban hace unos cien años.

Volví a la habitación y me pasé allí toda la mañana, reservando vuelos y hoteles para los siguientes pasos de esta aventura, que ya se irán contando. Entre ellos uno que es decisivo para esto de dar la vuelta al mundo y comprobar que la Tierra es esférica. Este vuelo era el más problemático y aún lo pueden suspender. Pero yo lo tengo reservado y pagado. Terminé mis tareas a las dos de la tarde, una hora bastante intempestiva para buscar un restaurante. Así que bajé al bar de la planta baja del hotel. Allí tenían una oferta del día: un filetazo tipo entrecot con patatas y ensalada y una pinta de cerveza Carlton por 23 euros. Otro chollo. Me sentó de maravilla y, aunque el cuerpo me pedía subir otra vez al cuarto para una siesta, salí afuera y empecé a caminar hacia el norte. El hotel está en el número 717 de la George street, para entendernos: la calle de Jorge, que imagino que sería uno de los reyes ingleses.

La George st. es el auténtico eje norte sur del downtown de Sydney y termina justo en los muelles de la ciudad. Pero en esta avenida, que es muy ancha, la sección está dividida entre dos plataformas de tranvía que discurren por el centro y el resto reservado para los peatones. No hay coches. Según se va subiendo hacia el norte, uno ha de cruzarse con diferentes vías para coches, pero no se ve que haya grandes atascos o que la gente se ponga nerviosa con la conducción. Esta es una ciudad equilibrada, con sus medios de transporte públicos y privados bien compensados y mucho espacio para peatones, ciclistas y patinadores, que se ven por todas partes. Pero yo quería llegar hasta la famosa Ópera de Sydney y el Google Maps me desvió hacia el este, hasta encontrar un pequeño parque urbano, que se llama el Hyde Park. En la mitad norte de ese parque, hay unos ficus benjamina gigantescos, como no los había visto en mi vida. Y circulan por allí unos pajarracos bastante curiosos, que luego he sabido que son Ibis australianos. Unas imágenes más.




Desde el parque, bajé una cuesta pronunciada y allí apareció en todo su esplendor el magnífico edificio de la Ópera. Este es uno de esos monumentos, como el Partenón, que han de verse in situ, una foto no da idea de lo grandioso del edificio. Desde allí había todo un paseo marítimo de tres tramos en ángulo recto que iba bordeando el muelle del que salen todos los ferrys y barcos de recreo, el llamado Circular Quay. Estaba lleno de gente disfrutando del paseo, comiendo helados, haciéndose selfies o parando en las muchas terrazas para una cerveza o un refresco. Es un lugar muy popular, como los Bay Gardens de Singapur. Caminando por allí me encontré a un abuelo que tenía un guacamayo enorme y muy confiado, que se subía en los hombros de la gente que lo deseaba. El hombre no cobraba nada, simplemente hacía feliz al personal. No pude evitar ponerme a la cola y abajo tienen mis fotos. Por cierto, el loro estaba empeñado en mordisquear el botón superior de mi gorra de los bomberos neoyorkinos.


Continué hasta el tercer tramo del muelle, al pie del puente que comunica con el Sydney norte, al otro lado de la bahía. Desde allí hice unas cuantas fotos y un vídeo, aunque ya estaba anocheciendo. Veánlos.




Me tomé un helado muy bueno, mientras la noche caía sobre la ciudad y me llegué hasta el punto en el que ya no se puede pasar porque está cortado. Andaba por allí zascandileando, cuando vi una cara conocida y me fui a por él. Era Denny, el tipo que le cambia de guitarra a Samantha Fish, le mantiene los instrumentos afinados y se encarga de toda la logística. Iba de la mano con su pareja, que es la morena que salía en la foto de la celebración de fin de gira del grupo, haciendo la uve con la mano. Le dije que yo lo conocía, que era el segundo mejor fan español de Sam y que les había visto en Melbourne. Le sonaba mi cara y se rió con las cosas que le contaba, que estaba dando la vuelta al mundo y que tal vez volviera a coincidir con ellos en los USA. Le dije que a la salida del concierto me había quedado por allí a ver si podía saludar a Sam y esta vez sonrió abiertamente, como diciendo: no pide nada este pobre hombre.

Lo cierto es que yo sigo la Web de Samantha, sabía que no tiene más conciertos hasta el 6 de junio, ya en su tierra, y soñé que estaría por aquí unos días de vacaciones y que tal vez me la encontrara. Soñar es gratis, pero normalmente los sueños no se cumplen, aunque a veces sí. Al final, esto de ser fan de Samantha Fish es como ser del Deportivo: a veces te llevas una alegría. Pero, miren por dónde, a quien me encontré fue al bueno de Denny con su chica. Le dije adiós y emprendí el regreso al hotel. De camino, me compré un par de plátanos, unas frambuesas y un yogur griego con arándanos, como suelo hacer cuando he comido mucho a mediodía. El bar del hotel estaba animadísimo, así que subí a comerme mi fruta y mi yogur y, enredando por el cuarto después de cenar, se me representó con toda claridad la imagen de un gin-tonic.

Han de saber que no es una bebida habitual en mí, posiblemente sea el primero que me tomo este año y el segundo en los últimos cinco.  Y siempre es una bebida que me tomo con alguien, nunca solo hasta esa noche. Pero estaba muy contento, había trabajado mucho por la mañana, ya tenía la confirmación de que mi viaje de vuelta al mundo era posible y me había gustado mucho la ciudad de Sydney y tenía que celebrarlo. Así que bajé al bar y me tomé mi gin-tonic despacito, en medio de la juerga del personal que llenaba el lugar. Para estos momentos en que uno se siente tan bien, hay una canción que viene como anillo al dedo: es el Brown Eyed Girl que un jovencísimo Van Morrison publicó allá por el año 1967. Les voy a pedir que la oigan.

Con esa melodía en la cabeza y los vapores de la ginebra, me acosté, feliz como una perdiz. Y me estaba poco a poco adormilando, cuando escuché unos ruidos inequívocos, en una habitación cercana, o tal vez en un cuarto que tenía la ventana abierta (hace muy buena temperatura en esta ciudad). Eran unos grititos femeninos rítmicamente proferidos, en tono de i, no sé si latina o griega: i, i, i. Una sucesión sonora que revelaba claramente que por ahí andaba una pareja dedicada al noble menester de darle alegría a sus cuerpos macarenos. Pero, sobre el gritito agudo repetido rítmicamente, surgió, como una especie de tsunami arrollador el rugido de la otra parte de la pareja, que se elevó hacia el cielo como un trueno primigenio. Después un silencio breve, seguido de una conversación tranquila, en voz baja.

Uno, que se las da de escritor, ha de acreditar una cierta capacidad de fabulación y yo imaginé esa conversación con el tipo preguntando qué tal y la chica mintiendo como de costumbre: ha estado muy bien, ha estado muy bien (la repetición delata la mentira). Y no sigo, que en este blog entran niños, e incluso mi amiga Claudia Capuleto usa mis textos para dormir a su Jonás algunas noches. Me volví a adormilar, sin estar seguro de que toda esa escena no hubiera sido soñada. Y ese fue mi primer día en Sydney, suficiente como para entender que esta es una ciudad muy distinta de Melbourne.

Pensando sobre esto, ambas ciudades compiten en una lid muy similar a la que tienen La Coruña y Vigo, Ámsterdam y Rotterdam o San Sebastián y Bilbao, aunque en este último caso, Bilbao se ha cambiado de bando y ahora compite con Sanse en su misma liga. Es la eterna lucha entre las ciudades portuarias, trabajadoras y rudas y las más elegantes, finas y que viven un poco del cuento. Durante años yo tuve amigos de Ámsterdam y de Rotterdam. Y los de Rotterdam decían que los de Ámsterdam eran un bluff, que ellos eran los que sostenían a Holanda con su trabajo duro en los muelles y en la industria y el transporte de mercancías. Sin embargo, los de Ámsterdam, opinaban que sus competidores eran unos bastos, que no sabían hacer otra cosa que trabajar y trabajar como mulas y que el prestigio internacional de Holanda lo sostenían ellos con sus actividades creativas e imaginativas.

Bien, yo llegué a Melbourne y entre la bienvenida en el aeropuerto, las masas que acudían al partido de cricket, lo alto que gritaban todos y lo rudos que parecían, me formé una opinión que en principio extendí a todos los australianos. Melbourne es una ciudad interesante, pero intercambiable con cualquier urbe norteamericana un poco grande. Vamos, que si les sueltan a ustedes en el medio y les dicen que están en Cincinnati, se lo creen seguro. En cambio, Sydney es una ciudad especial, de una elegancia antigua. De una especie de alcurnia que, en parte me recuerda a Boston. Ustedes saben que Grace Kelly no surgió en Boston por casualidad, sino como la quintaesencia de una aristocracia de mucho nivel. Aquí en Sydney, todo el mundo camina tranquilo, no se ve a nadie apresurado y se ven unas mujeres que no es que estén liberadas, es que sus madres ya lo estaban. Un dato: antes de que se unificara la federación que conformó el estado de Australia, Melbourne era la capital de Victoria, y Sydney la de Nueva Gales del Sur, NSW. Tal vez la diferencia entre ambas ya existía en ese tiempo.

En fin, el martes 28, me levanté descansado y bajé a probar el desayuno completo, que viene a salir por nueve euros. Estudié a los demás huéspedes del hotel. Todo eran jubilados de ambos sexos, con un porcentaje bastante alto de parejas de gordos, con dificultades para caminar. Y me acordé de los ruiditos de la noche anterior. ¿Lo habría soñado? Y, justo cuando me estaba haciendo esa pregunta, entraron en la sala dos parejas muy jóvenes, estilo mochilero, los únicos en el hotel. La primera pareja entraba tranquila, el tipo con rastas, ella con un anillo en la nariz. La otra pareja llegó después; el chico, que venía delante miró en círculo buscando a sus amigos. Y cuando los vio, hizo una entrada triunfal, abriendo los brazos como suele hacer el futbolista Bellingham del Real Madrid cuando marca un gol y con una sonrisa de oreja a oreja. Pero el gesto era más que el de un gol, era como si acabara de ganar la Champions. La chica venía unos pasos detrás de él, un tanto mohina y con cara de sueño. Así que, comprendí que mi fabulación había sido certera, no sé qué piensan ustedes.

Eché a andar hacia el norte, porque quería ver temprano la Ópera por dentro, antes de que la invadieran los turistas, y anduve un buen rato por allí. Las fotos que hice no superan a las que ustedes pueden encontrar en cualquier Web, el edificio es magnífico. Desde allí volví hacia el sur para visitar la NSW Art Gallery, que tiene una ampliación muy bonita, firmada por la pareja de arquitectos japoneses SANAA, autores también del Louvre de Lens, que visité el año pasado con mis hijos. De aquí sí que les muestro unas imágenes.




En el exterior había unas estatuas que me gustaron mucho. Son unos gigantes como de cinco metros, firmados por una tal Francis Upritchard, artista neozelandesa muy joven, radicada en Londres y, al parecer ya con mucho prestigio. Vean las fotos que tomé.



Caminé desde allí a la cercana Catedral de Santa María, que es un poco del estilo de la de Melbourne, pero mucho más bonita, un neo-gótico bastante vistoso. Más fotos.



Y rápidamente reanudé mi camino, porque tenía una primera cita con mi contacto en Sydney, el arquitecto Eoghan Lewis, que es el representante de Sydney en la red Guiding Architects y con quien me había puesto en contacto mi amigo suizo Werner. Eoghan organiza tours para arquitectos por la ciudad, pero me dijo que en estas fechas no tenía ninguno al que me pudiera sumar. Pero que podía ir a visitarlo a su estudio y comer con él. Eoghan es el típico arquitecto, de esa clase de personas que sólo parecen interesarse si se habla de arquitectura. Tiene un estudio bastante potente, con cuatro o cinco colaboradores, a los que dejó para comer conmigo en su bar habitual, un sándwich con agua para seguir luego trabajando.

Pero fue muy amable conmigo, me invitó al sándwich, se interesó por mi viaje y me dijo que su padre, que también es arquitecto, había perdido la curiosidad por el mundo y no se lo imaginaba haciendo un viaje como este, lo que le daba una cierta pena. No quise ser cruel y no le dije lo que pensaba: que alguien a quien sólo le interesa la arquitectura tiene más números para entristecerse que un humanista enredica como yo. Después, me preguntó muchas cosas sobre el funcionamiento de la red C40, que le interesaba mucho. Y me dio una copia de los planos que usa para sus visitas, por si me servían de guía en la ciudad. Tomamos un café y después él se volvió a su estudio y yo tomé el camino del hotel. Antes de eso nos hicimos unas fotos para la posteridad.


Descansé en el hotel lo justo, porque a las seis tenía otro sarao. Eoghan me había avisado de un coloquio con un joven arquitecto local, llamado Anthony Gill y el día anterior me había apuntado, pagando un dinero como externo. El acto tenía lugar en el edificio del Instituto Australiano de la Arquitectura, una especie de colegio de arquitectos. Caminé hasta el lugar, que estaba bastante al norte, entré y me encontré rodeado de arquitectos, la mayoría vestidos de negro, hablando de sus cosas. Había una pequeña barra en la que se podía uno servir cerveza y algunas cosas de picar. Saludé brevemente a Eoghan, que estaba atrás de todo, pero le dije que a mí me gusta sentarme delante. Lo de ponerme delante en conciertos y actos viene de cuando no veía un  burro a dos pasos por las cataratas.

El acto estuvo bien, era un chaval simpático, enamorado de su profesión, que se limitaba a contar cómo eran las obras que había hecho, fundamentalmente chalets. Le entendía regular, como a todos los australianos, pero las imágenes que mostraba eran muy expresivas. El acto estaba programado para dos horas y el tipo habló la hora que tenía preparada. Entonces subió al estrado una chica para coordinar el coloquio pero, salvo la propia chica y el que había presentado el acto al principio, nadie preguntó nada. Es que, que un arquitecto te cuente su obra no da para mucho debate. Así que el tema se cerró en hora y cuarto. Me despedí de Eoghan y seguí hacia el norte. Bajando unas escaleras accedí al muelle del Circular Quay, que volvía a estar animadísimo. Allí me di el capricho de montarme en un taxi-boat, un barquito que te da una vuelta nocturna de veinte minutos por los muelles, rodeando la Ópera y el gran puente. Es una experiencia chula, con la iluminación que tienen todas las piezas.

Había descubierto que la calle de Jorge empezaba justo allí, así que cogí la acera derecha y me caminé los más de 700 números hasta mi hotel. Paré un momento en un restaurante tailandés a comerme una sopa de productos del mar súper picante, que me sentó fenomenal. Y subí a acostarme. Esta vez no hubo ruidos extraños. Y hoy, día 29 miércoles, he desayunado otra vez café y tostadas y me he ido a ver uno de los recorridos que enseña Eoghan, la recuperación del barrio de Chippendale. Es bastante interesante y pude hacer bastantes fotos, pero en parte me alegro de no haber estado en un tour de mi nuevo amigo. Porque los arquitectos, te enseñan un edificio y te especifican: lo ha hecho Menganito. Y este otro lo ha firmado Zutanito. Les importa un rábano que no sepas quién es cada uno, para ellos es algo como reverencial. Vean algunas de mis fotos.




La última foto corresponde a una plaza central nueva, que le da bastante gracia al barrio, cuya ordenación está firmada por Norman Foster. Y en un lado hay un edificio de Jean Nouvel, que no es capaz de hacer algo del montón, siempre tiene que hacer algo espectacular y dar la nota. Véanlo abajo. 

Hombre, yo lo de que un edificio sea de Zutanito me importa un pimiento, pero si es Norman Foster o Jean Nouvel, ya no. O Renzo Piano. De este arquitecto italiano que me gusta mucho, había un edificio en la otra parte de la ciudad, ya casi en los muelles. Así que empecé a subir hacia el norte, paré a tomarme un ramen en un sitio que me gustó y llegué por fin al edificio de Piano: un rascacielos enorme, encajado entre otros edificios altísimos, lo que impide tener perspectiva para las fotos. El edificio se llama Aurora Place. Vean las fotos que pude tomar.




Un comentario. Siendo de Renzo Piano, arquitecto al que aprecio y admiro, el edificio tiene que estar perfectamente resuelto en todos sus detalles. Lo que no quita para que este señor se haya llevado por diseñarlo y construirlo unos honorarios que tal vez multipliquen por varios dígitos lo que yo he ganado en toda mi vida laboral. Dicho esto sin acritud alguna, sólo como reflexión de cómo es el mundo de la arquitectura de élite. En fin, como ya estaba al lado, volví a ver los muelles de Sydney sobre los que daba un sol de justicia. Es que, por tener, hasta tienen un clima mucho más benigno que Melbourne, donde el termómetro no subía de los quince grados: aquí llegaba todos los días a veinte. Y por cierto, por estas zonas es clave no olvidar darse el protector solar, porque parece que aquí no existe la capa de ozono.

Estuve un rato sentado por allí y emprendí el camino de vuelta, otra vez por la acera derecha de la George st. para recogerme pronto en el hotel a escribir para ustedes. Qué quieren que les diga, el otro día les di la chapa con Samantha Fish y hoy se la he dado con la arquitectura, no sé cómo me aguantan. Pero ya en serio: mañana vuelo temprano a Auckland, Nueva Zelanda. Y ya les aviso que este viaje está entrando en una fase que puede ser legendaria, como todo me salga según lo previsto. Para empezar, Nueva Zelanda es exactamente las antípodas de España. O sea que mañana voy a cumplir, más o menos medio viaje. Atentos al correo.

12 comentarios:

  1. Que emoción, Nueva Zelanda!!! Que sigas disfrutando y nos lo cuentes!!

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  2. Emilio soy Cristina, me lo estoy pasando bárbaro leyendo tu blog, de alguna manera voy viajando contigo ! Que bien escribes ! Cada día mejor...muchos bss y abrazos

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    1. Y tú que lo leas y lo disfrutes. Me encanta que me sigas, esa era la idea, que os sintiérais como si estuviérais viajando a mi lado.

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  3. Admirable querido amigo, me deleito con tus relatos, sean de Samantha o de arquitectura, ciertos o inventados, aunque, en esta ocasión, creo que hay escasa fábula. He visto a tu hermano Pepe y a su mujer Angelines, están bien y también te siguen, como yo y otros muchos. Adelante!, no pares y a ver si es cierto que la Tierra es esférica. Ya nos dirás. ¡Ah! y no discutas con nadie en los controles de aeropuertos, por favor. Un abrazo.

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    1. Gracias, amigo, yo sé que tú me sigues puntualmente, sufres conmigo los malos ratos y te ríes con los buenos. Abrazos.

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  4. Anónimo
    Hola, soy Alfonso. Me gusta tu forma de escribir. Muy graciosa la escena del loro. Lo de los gritos eróticos, no sé no sé. Puede ser fabulación acrecentada por lo efectos etílicos del cubata. Amigo, me imagino que me estás contando tus vivencias en un terraza tomando algo. Yo te escucho atento y tu me dices: "Te doy permiso para que lo utilices en tu novela". Adelante con tu gran aventura, que al final lo consigues. Un saludo.

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    1. Amigo Alfonso, qué ilusión que me sigas tú tambien. Estoy en un momento crucial, que determinará el comienzo del regreso. Vamos a por ello.

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  5. Vamos que llegas a las antípodas, que bueno. Molan las estatuas y tus aventuras a lo Julio Verne, ayer te echamos de menos en la clase. Un abrazo

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    1. Lo de las clases ya será para septiembre. Pero antes celebraremos mi vuelta con el Críspulo.

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  6. Por lo que cuentas Emilio, esta ciudad te ha entusiasmado. Aunque estoy segura que habrá más que te parecerán perfectas.
    Lo importante es que dentro de nada empieza tu vuelta a casa. Te vas acercando... Un beso

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    1. Ya vamos, ya vamos...Sydney me ha gustado mucho. Junto con Kyoto, la que más.

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