lunes, 27 de mayo de 2024

19. Noche de rock'n roll

Al final del post anterior, olvidé revelarles cuál era mi destino siguiente. Bueno, pues se trata de Sydney, desde donde les estoy escribiendo, y adonde volé ayer domingo por la noche. El sábado, como les conté, salí a primera hora para comprarme un jersey calentito en el Uniqlo, luego subí a escribir para ustedes y, cuando terminé el citado post anterior, bajé a comerme un par de sushis grandes de los que sirven en un bar japonés que había localizado en los días anteriores. Después de una siesta pequeñita, me afeité cuidadosamente, me duché y me vestí con mi atuendo de rockero para la cita que tenía por la noche. Me puse mi pañuelo de cabeza para tapar la calva y me calcé la camiseta que suelo ponerme para los conciertos de Samantha Fish, que me diseñé yo mismo y a la que corresponden estas dos fotos que me hice cuando la estrené.



Porque esa noche, tocaba en Melbourne Samantha Fish en persona, con Jesse Dayton, y yo tenía una entrada para asistir a su concierto desde hace semanas, no fuera que se terminaran. El concierto iba a tener lugar en el Corner Hotel y ya van ustedes pillando una pista importante, porque el hotel en el que yo he estado alojado durante mi estancia en Melbourne, se llama precisamente el Jazz Corner Hotel. Sí, han acertado, yo creía que era el mismo, o en el peor de los casos, que ambos estarían cerca. Pero estaban a una hora de caminata, el uno del otro. En realidad, el Corner Hotel es un sitio de conciertos, donde ya no hay ninguna habitación disponible para el público, no sé si en el pasado las hubo. Pero buscando alojamiento en Melbourne, me salió el Jazz Corner a un precio asequible y ya no me lo pensé más. Y encima me dieron una habitación en la planta 34.

Samantha y Jesse separaron sus caminos musicales hace un par de meses y ya están dando conciertos cada uno por su lado. Pero tenían por contrato que hacer esta última gira por Australia, que precisamente se cerraba con el concierto del Corner Hotel. Ese era, pues, el motivo por el que yo incluí unos días en esta ciudad australiana que, por lo demás, tampoco tiene un interés extraordinario y en la que no tenía ningún contacto. Así que el sábado por la tarde, bien aseado y adecuadamente maqueado, eché a andar primero hasta la orilla del río y allí tomé el paseo fluvial en dirección al barrio de Richmond, que ya había explorado el día anterior. Pero de pronto me vi sumergido en un pelotón humano que caminaba en la misma dirección, provistos de bufandas y jerseys de color rojo chillón.

Eran forofos del equipo de cricquet local, que al parecer se jugaba la liga o algo similar. Durante un rato, caminé integrado en esa ruidosa masa, en dirección a un estadio que se veía al fondo súper iluminado. En un momento dado, guiado por el Google Maps, me salí del pelotón a la derecha, bordeé por fuera el estadio y después tuve un rato de ir a la contra de la plebe, que venía también en masa desde el barrio de Richmond a presenciar el partido. Un poco más allá estaba el Corner Hotel. Es un sitio de rock cojonudo, una venue, como dicen los elegantes. A la entrada está un mostrador donde venden toda clase de gorras y bufandas del lugar. A un lado está la sala de conciertos, todavía cerrada, y al otro un bar donde se despacha cerveza prácticamente a granel. Estaba ya bastante lleno de forofos del cricket siguiendo lo que se daba en las numerosas pantallas de TV que había por todos los lados.

Subiendo un tramo de escalera, arriba se llega a un bar restaurante, en donde te dan más cerveza y hay una carta con diferentes platos. Arriba también había pantallas de TV, pero la gente estaba aparentemente más tranquila. Hablé con el tipo de la barra para asegurarme de que podría comer algo allí y de que a la salida habría taxis para volver al hotel. Porque me daba miedo caminar 50 minutos por la noche en pleno Saturday night y con lo pasado que estaba ya el personal a las siete de la tarde. Confirmados ambos puntos, me pedí una pinta de cerveza australiana Carlton que ya he identificado como la mejor. Y me senté en el extremo de una mesa corrida, en la que había otros clientes, a tomarme mi cerveza tranquilamente para hacer tiempo.

De vez en cuando, había una jugada importante en el partido en juego y la gente aullaba por la excitación y luego bajaba el tono del aullido desolada, porque la cosa había fallado. Algunos comían, pero la mayoría sólo bebían, eso sí, en cantidades industriales. Cuando me terminé mi pinta, fui a la barra a por otra y me pedí un plato de fish and chips. Me pareció un poco caro, pero era lo más normal entre lo que se ofertaba. Y luego, cuando me lo trajeron, comprendí que no era caro, sino que se trataba de una ración enorme. Además estaba muy bueno, el pescado súper fresco y muy bien el rebozado, las patatas y la ensalada de brotes. Me sentó estupendamente y ya me encontré listo para bajar a ver a Samantha Fish y Jesse Dayton.

Les cuento. Jesse Dayton es un cincuentón ya cercano a los sesenta, que ha tenido una larga carrera en el country con escapadas al mundo del punk, porque es un virguero de la guitarra. Pero su carrera estaba inevitablemente declinando, cuando Samantha lo fue a ver hace año y medio. Sam le había visto tocar en su Kansas City natal, cuando era una adolescente. El lugar mítico del rock en Kansas City es el Knuckleheads Saloon, el salón de los cabezas huecas. Pero resulta que en esa mítica venue, no se sirven cosas de comer. Y los clientes tienen la opción de pedir platos de una pizzería que hay enfrente, y se los traen. Cuando tenía quince años, Sam se consiguió un empleo en la pizzería, para poder entrar a ver a sus ídolos, porque, después de servir sus pizzas, se quedaba por allí remoloneando todo lo que podía.

Jesse Dayton tocó allí un día y Sam se llevó su guitarra y estuvieron improvisando juntos a la salida del concierto. Décadas después, Sam se cambió de compañía discográfica y descubrió entre el elenco de su nueva compañía al viejo Jesse. Así que lo llamó y le propuso hacer una colaboración, que ha durado más o menos año y medio. Y que incluye la grabación de un disco que ha sido nominado al Grammy como mejor álbum de blues contemporáneo de este año, aunque finalmente no ganó. Todas estas últimas giras que ha hecho la pareja forman parte de la promoción de ese disco que, por cierto, a mí no me gusta demasiado. A mediados de marzo, ambos músicos anunciaron que separaban sus caminos. Su último concierto fue en el Beacon Theatre de Nueva York, circunstancia que aprovecharon para hacerse una foto delante del mítico mural dedicado a Joe Strummer. Esa fue la foto que Jesse utilizó en redes para oficializar su despedida. Les pongo la foto y la traducción de su mensaje.


Presentando nuestros respetos en el mural Joe Strummer en Nueva York. Después de 14 meses de escribir, grabar, filmar y viajar por el mundo, todo ha llegado a un pseudo-final en el Beacon Theatre (aunque todavía tenemos una gira por Australia en mayo). Después de tocar y trabajar con leyendas de todos los géneros, desde rock hasta country, folk y blues, es esta guitarrista Samantha Fish quien ha tenido un efecto más profundo en mi vida. Su mayor activo no es su talento, su belleza o su sentido del humor, sino lo mucho que se preocupa por la gente. Innumerables veces la he visto exhausta y con un jet-lag brutal, esperando en el calor, en el frío o en la lluvia para dedicarle un buen rato al último fan en la fila después del espectáculo. El único músico al que he visto hacer eso de forma constante fue Willie Nelson, cuando hice de telonero de sus shows. Así que la moraleja, al menos para mí, es que la vida es corta. Arriésgate y trabaja con tus amigos, incluso cuando los detractores van a lo seguro y te advierten que no lo hagas. Oye, quién sabe, hasta puede que consigas un disco número uno en Billboard y una nominación al Grammy. Pero lo más importante es haber trabajado con alguien que me ha inspirado a ser mejor y a quien extrañaré cuando no esté trabajando con ella. Vale, lanzaré un nuevo disco en solitario a finales de mayo, así que es hora de empezar los ensayos para mi gira con la banda en solitario en abril. Saludos.

Como ven, un mensaje muy entrañable. Jesse Dayton es definitivamente un buen tipo y yo ya lo sabía después de charlar un rato con ambos tanto en París como en Londres, los últimos conciertos en que les vi y tras de los cuales hubo lo que se llama meets and greets, es decir, venta de merchandising, firmas de discos y camisetas y fotos con los artistas. Pero resulta que, después de que ambos hayan empezado a hacer conciertos por separado, han tenido que volver a juntarse para esta gira australiana que tenían comprometida por contrato. Esta vez sí: sería el último concierto que ambos darían juntos en su carrera y yo iba a estar allí en la primera fila, con mi camiseta bien visible. Pero volvamos al sábado. Terminada mi cena y mi segunda pinta de Carlton, bajé las escaleras, mostré mi código QR en el móvil y accedí al local.

Era un sitio bastante pequeño, realmente yo creo que Samantha Fish se merece lugares más amplios, pero estaba contratado y había que cumplir con esa obligación. Había una banda de teloneros formada por dos chicas al bajo y la guitarra y un batería barbudo. Sonaron bastante bien, no estaba el lugar a reventar y me pude situar muy cerca de la primera fila. A punto de terminar los teloneros, me acerqué al bar a pedirme una Coronita. Esta es una estrategia de veterano: eso es lo que hacen todos cuando la banda primera deja de tocar; si te esperas a ese momento, te encuentras un atasco importante en la barra del bar. Pero además, cuando llegó el descanso y todos se fueron a reponer combustible yo, que ya tenía mi cerveza, aproveché para coger un sitio en la primera fila, apoyado en las barandillas de seguridad, frente a la parte derecha del escenario, donde sé que Sam se sitúa en todos los conciertos.

Salieron por fin los músicos y ya les digo que el sonido era bastante malo. Sam y los suyos tienen sus equipos para tocar a un volumen muy alto, de forma que tapaban un poco las voces. Al menos para los que estábamos en la primera fila. Porque mi amigo Henry Guitar dice que los conciertos se oyen mejor desde más atrás. Pero yo tenía que estar en esa posición, a menos de dos metros de mi diva preferida, que lo estaba dando todo en el escenario, a pesar del mal sonido. Ya les digo que, de los seis conciertos de Samantha Fish que he visto, este puede haber sido el más flojo, en conjunto. Pero hemos de ser positivos: ver a Sam en un lugar como el Corner Hotel de Melbourne, es una pasada. Y desde luego, me pasé la hora y tres cuartos de concierto botando, bailando y coreando las canciones a gritos. Pero vamos a lo que a ustedes les interesa: ¿se dio ella por enterada de que allí en la primera fila había un tipo que había venido desde España para verla? Pues sí y no.

Veamos, yo esperaba una mayor efusividad por su parte, pero tengo que admitir que esta mujer está muy ocupada, ella es su propia empresaria y a su alrededor mosconean unos 200 o 300 tipos como yo, porque es la persona que hace la música que nos gusta a los boomers (la gente joven prefiere el rap). Sam me tuvo que ver, pero no se mostró muy impresionada. Pero verme, me vio, y la prueba es que, durante la ovación final, cuando yo sé que ella suele lanzar las púas con las que ha tocado, yo extendí la mano y ella me dio la primera, la que había usado todo el concierto, antes de repartir las demás. La tengo guardada en lugar seguro. Y, curiosamente, el que sí me vio fue Jesse Dayton. Varias veces durante el concierto me hizo guiños y gestos de que me conocía. Y al final, cuando todos se iban retirando y yo estaba en éxtasis con la púa de Sam en mi mano, se agachó, me dio la mano y me dijo en español gracias, amigo.

En fin, nos quedamos por allí remoloneando unos cuantos vejestorios como yo a ver si salía Samantha. Pero el único que salió fue Jesse, repartiendo saludos y abrazos. A mí me dio uno muy fuerte y estuvimos un rato charlando. Me preguntó que hacía por un lugar tan lejos de mi país y le dije que estaba touring the world. Le pregunté si pensaba que Samantha saldría por allí y su gesto encogiéndose de hombros fue bastante explícito. Jesse estaba feliz, su sueño se había terminado, pero que le quiten lo bailao. Así que yo decidí ser positivo y pensar lo mismo. En este viaje de vuelta al mundo, puede que Sam se vuelva a cruzar en mi camino. Quién sabe. De momento, les voy a pedir que escuchen esta emotiva interpretación de la diva, que viene muy a cuento. Es una composición de Sam que habla precisamente del momento de la ruptura, la chica le pide a su chico que no ponga excusas, No Apologies. Le dice que no quiere convertirse en su enemigo, como hacen muchas parejas al romperse. Sam se viene tan arriba con la voz, que al final Jesse, conmovido, le da una palmadita en el brazo. Este tema muestra la relación de respeto y admiración entre ambos músicos.

Por temas como este adoro a esta chica. La verdad es que esto de no haber podido compartir un rato con ella no me pilla muy de sorpresa. En realidad ya me lo venía temiendo. Era el último concierto de una gira que les habían impuesto; si tenían algo de merchandising ya lo habrían vendido todo y lo que estaban deseando es que se acabara. No sería de extrañar que al día siguiente tuvieran que volar de vuelta a los USA. Y eso explicaría también su dejadez con el tema del sonido, cuando Sam es siempre tan cuidadosa y exigente con esos aspectos. En fin, que me quedé por allí todavía un buen rato, porque no estaba cansado. Los últimos recalcitrantes fueron desfilando y al final, sólo quedábamos un gordo australiano y yo, charlando sobre nuestras afinidades musicales. Era cerca de la una cuando el gordo se marchó también. Y yo tomé la misma dirección. Por cierto, al día siguiente, la banda publicó en redes un par de fotos del día. En la primera se ve al grupo celebrando el final de la gira con una copita. No creo que fuera una gran fiesta, pero me hubiera gustado estar ahí. 

De izquierda a derecha Sam, el teclista, un tipo que supongo que es el dueño del local, Jesse, una chica que entonces no sabía quién era (ahora sí, ya se lo cuento otro día), el batería y el bajo Ron Johnson, que lleva muchos años con Sam. Aunque parece un selfie tomado por la propia Sam, en realidad el que hizo la foto es el hombre para todo de la banda, el discreto Denny, que se encarga de subir al escenario cada vez que Sam ha de cambiar de guitarra, que es también el responsable de que todas estén afinadas y el que ha de cargar con los aparatos hasta la furgoneta. Denny es también el que hizo la otra foto, desde detrás del grupo mientras saludaban. Les juro que yo estaba allí en primera fila, aplaudiendo como un loco, al lado del tipo con la camiseta de Jimmy Hendrix. Es la propia cabeza de Sam la que me tapa.

Bueno, las cosas fueron así, esta era una ocasión perfecta para haberles colado una bola y acrecentar la leyenda, pero he preferido contarles la verdad. Si las cosas hubieran ido de otra forma, tal vez tendría imágenes que mostrarles. De hecho, me hice unos cuantos selfies con Jess Dayton, pero con este móvil mío las fotos en lugares oscuros salen fatal, así que no se las pongo. Como la noche iba ya torcida, me subí en el primer taxi que encontré. Era un indio, que tenía detrás a un amigo para pasar el rato. Cuando yo me subí, el amigo se bajó. Me dijo que 40 dólares australianos. Siguiendo las enseñanzas de Amir el malayo, le dije que 30. Entonces dijo que 35. Cuando fui a poner la tarjeta vi que en la pantalla ponía 37. Me dijo que era la comisión por pagar con tarjeta. Por cosas como esta odio a los taxistas.

Bueno, les he calzado un rollo bastante inhabitual en este blog, pero retomaré el estilo de los posts anteriores. El día siguiente, domingo, tenía un vuelo a Sydney a última hora de la tarde. Lo había cogido así, previendo que estaría por la mañana cansado y resacoso, como así era. Aun así, había dormido bien en mi última noche en el Jazz Corner Hotel. Por cierto, la decoración de la habitación era coherente con el nombre, había un mural con portadas de álbumes míticos de la historia del jazz y en la pared opuesta una reproducción del saxo de Charlie Parker. Me hice fotos con ambas. 


El domingo tenía que dejar este hotel y la hora del check-out era las 10.00. Así que dejé allí mis dos equipajes y salí a callejear por la ciudad. Pero enseguida me asaltó la idea de que ya lo había visto todo, de que Melbourne, en realidad no tiene mucho más que ver. Desayuné un café con unas tostadas, me di una vuelta por un parque precioso que había frente al hotel y luego repetí más o menos el trayecto del primer día. Estuve a punto de entrar en el Acuario, que es otra de las cosas que recomiendan, pero me pareció muy caro y me molestó que hubiera rebajas para los viejos australianos y no para los forasteros. Estuve un rato sentado al sol en la Federation Square, bastante desanimada; en realidad los domingos son días bastante sosos en las ciudades. Entré en la Catedral de San Pablo y estuve sentado un rato allí, al calorcito.

Recorrí la Flinders street arriba y abajo y subí a ver la Biblioteca Pública Victoria. En la puerta había un acto pro-Palestina en el que me quedé también un buen rato. Luego me encaminé hacia el Chinatown y repetí de pareja de sushis gigantes. No quería comer demasiado, porque pensaba ir pronto al aeropuerto y aprovechar la sala VIPS para cenar. Finalmente, pensé que lo mismo que hacía deambulando por una ciudad un tanto sosa en domingo, podía hacerlo en el aeropuerto. Así que caminé de vuelta al hotel, recuperé mis maletas y con ellas caminé hasta la parada del Skybus. Saqué mi ticket y me subí al primero que llegó. En el aeropuerto, busqué el mostrador que me tocaba y me conseguí una tarjeta de embarque en papel.

Y entonces descubrí que la pequeña Terminal 4 del aeropuerto de Melbourne, la dedicada a vuelos domésticos, no tiene sala VIPS. Eso sí, hay muchos bares y butacones cómodos por todas partes. Para estas situaciones viene muy bien lo de estar escribiendo un blog. Encontré un mostrador donde había conexiones para enchufar el ordenador y empecé a redactar este post. Cuando me entró hambre, me acerqué a uno de los bares y me pedí un curry de pollo con arroz, que me sentó fenomenal. Por fin llamaron a embarcar. Era un avión enanito, un bimotor de esos en que has de salir caminando a la pista y subes directamente por una escalera. El vuelo tardó exactamente hora y cuarto, no me dio tiempo ni a echar una cabezada.

En el aeropuerto de Sydney, cogí un tren que tres paradas más tarde me dejó a cinco minutos de mi hotel. Y ya les anticipo que este hotel es muy bueno, quizá el mejor que he tenido en todo el viaje, aunque la habitación sólo esté en la quinta planta. Es un hotel señorial, antiguo pero bien mantenido y con un restaurante bar debajo que es un punto. Después de mis días en Melbourne, había salido con la sensación de que los australianos son un poco brutos, beben como cosacos, gritan desaforadamente y son tirando a bastos. Es que no conocía Sydney. Esta ciudad es maravillosa. Una exquisitez. Ya se lo cuento en el post siguiente.  

6 comentarios:

  1. Tiene usted de verdad mucho valor, con 73 años meterse en medio de la masa en una ciudad al otro extremo del mundo en la que no conoce a nadie, y llegar al corazón mismo del meollo, la primera fila de un concierto de rock. Es una pena que la cosa no estuviera a la altura de lo que usted esperaba. Pero no se desanime, otra vez será.

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    1. No es para tanto. Como dije en el Post #1, las ciudades son mi medio natural y por mi parte todas son la misma ciudad. Y los conciertos de rock son la quintaesencia de los lugares en los que me siento bien. Lamento que el sonido no fuera muy bueno. Lo de que Sam no me hiciera más caso son gajes del oficio, era algo muy previsible. Gracias por su apoyo.

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  2. Hay que ver Emilio, no paras. ¡Eres incombustible! Ahora te has ido de concierto, y nada más y nada menos que de tu amor...( al otro pobre lo tienes olvidado). Me hubiera encantado observarte por un agujerito, dando botes.
    Bueno, a por tu próximo destino. Me alegro que sigas pasándolo tan bien. Un beso.

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    1. Sí, al pobre Tarik Marcelino lo tengo muy abandonado. Intentaré seguir pasándomelo bien, ese es el objetivo.

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  3. Desde luego Samantha tiene que alucinar contigo pensará que vaya personaje estás hecho jajaja. Seguiré pendiente de tus historias y efectivamente los conciertos se escuchan mejor desde atrás pero estar delante también mola un montón. Un abrazo, cuídate.

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    1. Yo creía que iba a alucinar aún más, pero resulta que al final el más receptivo fue el bueno de Jesse Dayton. Un abrazo.

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