sábado, 29 de junio de 2024

31. La frontera

Cuando Trump ganó por primera vez, me hacía gracia la gente que se angustiaba porque el tipo quisiera construir un muro en la frontera sur de su país. ¡Pero si el muro existe ya en un tercio de esa frontera! Y fue Bill Clinton el que ordenó su construcción. De los 3.000 kilómetros de frontera que hay entre Estados Unidos y México, algo más de 1.000 cuentan con su muro, una buena parte de ellos desde Tijuana hacia el interior, y el resto en los entornos de las otras ciudades fronterizas. Ese muro no se completó porque se les acabó el dinero y por eso pretendía Trump que los mexicanos pagasen el resto. Por entre los huecos de esa muralla incompleta entran los emigrantes ilegales, la mayoría procedentes de los países de Centroamérica, semiengañados por los llamados coyotes, que a menudo los dejan abandonados en medio del desierto, donde normalmente los atrapa la migra, la temida patrulla fronteriza. 

Y a todos los que pillan en un buen tramo de frontera hacia dentro, los traen a San Diego, que es donde hay juzgados, para pasar una noche en el calabozo y afrontar al día siguiente el típico juicio rápido que hemos visto en tantas películas yanquis: entra un juez malhumorado, da un martillazo y todo el mundo ha de pararse (ponerse de pié). El destino del tipo se decide en unos segundos. Inmediatamente los policías lo trasladan al puesto fronterizo denominado El Chaparral, por donde yo pretendo cruzar en unas tres horas en dirección al norte, y lo avientan al otro lado de la línea (es decir, a Tijuana). Hace seis años, yo crucé este paso en el mismo sentido y me hice una foto que les muestro.

La mayoría de estos guatemaltecos, salvadoreños y nicaragüenses, no tienen dinero para volver a sus tierras. Y se quedan por allí en shock. Hasta que encuentra algún apoyo, el aventado vaga como alma en pena por el centro de la ciudad. Mi anfitrión en Tijuana, Diego Moreno, me señaló en una ocasión a algunos de ellos y me hizo ver la diferencia: –Amigo Emilio, acá no tenemos homeless como en las ciudades gringas. Acá lo que tenemos son recién aventados. No es difícil verles por las calles. Normalmente, al cabo de un tiempo encuentran la solidaridad de algún paisano o alguien caritativo. Poco después los contratan para un trabajo ocasional en condiciones míseras, pero que les permite construirse una chabola por los barrios infectos de la periferia de Tijuana. Cuando yo fui Gerente de Urbanismo de esta ciudad caótica –me dijo Diego–, el tejido urbano crecía a razón de cuatro hectáreas/día. ¿Cómo puedes pretender gobernar eso? 

La dupla San Diego-Tijuana no es la única que existe engarzada en la raya de la frontera entre dos mundos. Hacia el interior, encontramos otras. Caléxico-Mexicali, un doble intento de mezclar los toponímicos de California y México. Y luego Nogales/Arizona-Nogales/Sonora. Y, aun más al este El Paso-Ciudad Juárez. En esta última, la separación no es una simple línea: aquí tenemos ya el Río Grande. Todas estas parejas de ciudades corresponden a viejos pasos fronterizos, por los que antiguamente se pasaba con cierta facilidad. Por ejemplo, hay una escena histórica de Cantinflas dirigiéndose a la frontera con un caballo y un burro, que muestra cómo de fácil era cruzar en uno u otro sentido. Les voy a pedir que vean el vídeo.

Pero ahora es algo mucho más difícil, y los que lo intentan se juegan la vida o, en el mejor de los casos, que los devuelvan al otro lado por el procedimiento exprés del juicio rápido. Esta peripecia se ha plasmado en cientos de corridos y canciones populares. Aquí les traigo una bien emblemática: El bracero fracasado. Les pongo un mínimo glosario. Huarache: sandalia endeble de cuero crudo (especie de alpargata). Hilacho: hatillo o mochila que llevan los que cruzan. Algo muy gacho es algo feo, de muy mal rollo. Y ya saben que a los yanquis se les llama indistintamente gringosgabachos y güeros (de piel blanca). La versión que les traigo es la de la simpar Lila Downs. Disfrútenla antes de seguir.

San Diego y Tijuana son las dos caras de una misma moneda, el yin y el yang, la virtud y el vicio. San Diego es la ciudad perfecta, ordenada y construida a imagen de Nueva York, con sus calles impolutas, sus policías puntillosos, su tráfico bien regulado, su puerto deportivo lleno de veleros estabulados, su zona militar donde se estaciona la Sexta Flota, lista para atacar Iraq o lo que se tercie. Pero uno cruza una simple línea en el territorio y se encuentra al otro lado el colorido, la mugre, los olores, la música, el caos circulatorio, los grupos ruidosos, la juerga, el alcohol barato y la droga libre. La raya de San Diego-Tijuana es la frontera que registra más movimiento diario de todo el mundo. Porque estos dos universos antagónicos se necesitan entre sí y se complementan. Para salir de USA no hay grandes problemas. Los yanquis pasan a menudo a correrse juergas, a vivir un poco ese mundo más peligroso y excitante, a abastecerse de productos que no pueden conseguir en su tierra. Por ejemplo, hay cientos de farmacias que venden nuevos productos aún sin autorizar por la National Health Association. En el pueblo de Los Algodones, cerca de Mexicali, todos viven del negocio de las farmacias para gringos. 

Para pasar a Estados Unidos hay tres caminos en Tijuana. Uno es el paso peatonal por el que yo pretendo que me franqueen la entrada en Estados Unidos. Por él cruzan miles de personas cada día: todos los fontaneros, albañiles, poceros o pintores que trabajan al otro lado. Así como las señoras de la limpieza, las kellys de los hoteles y las que cuidan a ancianos o pasean perros. Cruzan con facilidad mostrando unos permisos sencillos de conseguir, que les obligan a volver cada día. Si alguien se queda a dormir en USA, ya la ha cagado, porque el sistema lo detecta y le revocan el permiso. Los mexicanos llegan a la frontera temprano en sus coches viejos y destartalados, que dejan de cualquier manera en los descampados polvorientos de la zona. Entonces cruzan andando y toman el trolley al otro lado, ya integrados en el mundo inmaculado del norte. Y por la tarde hacen el camino inverso. 

El segundo modo para entrar en USA es mediante una green card. Este es un pase que dan a la clase acomodada mexicana, que ha de entrar en los USA con frecuencia para asuntos de negocios. Te cuesta un tiempo que te la den, te hacen una serie de encuestas y exámenes y averiguan todo sobre ti. Luego, el permiso incluye un distintivo en formato de adhesivo que te pones en el parabrisas de tu coche y te permite cruzar por un carril rápido. Tiene una validez de seis meses y es renovable. Diego tiene una de estas. Y queda todavía la tercera forma de cruzar, la de los que intentan entrar en coche en Estados Unidos como turistas, como falsos turistas o como semilegales. Estos han de hacer una cola monumental. La autovía que viene del sur se abre en un pincel de vías que afronta las 24 casetas de la frontera, en donde los pasajeros de cada coche son minuciosamente investigados y no pasan hasta que se recibe un conforme vía satélite. En 2008, Diego me trajo por esta entrada para que pulsara el ambiente. 

Bajo un sol matador, cientos de coches se achicharran en esas 24 hileras durante horas. Y, por en medio de la caravana inmóvil, circula una población flotante variopinta, de peatones que ofrecen sus productos a los automovilistas atrapados. Un tipo se monta una parrilla desmontable con un camping gas y allí mismo te prepara unos tacos o unas quesadillas. Otro con una nevera portátil te ofrece bebidas frescas. Por supuesto hay toda clase de bebidas alcohólicas, como cubatas o whiskys en vaso alto y con hielo. También hay recién aventados que te piden una ayuda, lisiados diversos, madres mendigas con niños y vendedoras de ramitos de la suerte. Coyotes o ganchos de los coyotes te entregan sus tarjetas y ofrecen sus servicios jurídicos o de asesoría laboral para el otro lado. Médicos reales o falsos te curan toda clase de dolencias o te proponen masajes de hombros. Prostitución de todo tipo: chicas medio desnudas, putos y travestis se te ofrecen para un servicio rápido allí mismo en el coche y a la vista de todos. Predicadores diversos se suben a una caja de madera a proclamar el fin del mundo o decirte que Jesús te ama. Vean un par de fotos de lo que les cuento.


Es una especie de radiografía de nuestro querido y detestado mundo capitalista. Los poderosos y los pobres. El mundo ordenado y esterilizado del norte, frente al caos del sur. Los mexicanos dicen en broma que los gringos, nada más cruzar al sur, se enferman de diarrea, sólo con respirar el aire polvoriento del otro mundo. Ese mal es conocido como la venganza de Moctezumael sarape azteca y otros nombres. Y ese es el mal que me ha atacado a mí en Tijuana, aunque yo no venía del norte, sino del sur, y había sobrevivido a más de dos meses de viaje sin ningún contratiempo digestivo, a pesar de disfrutar de gastronomías tan inhabituales para mí como la turca, la coreana, la malaya, la chilena, la brasileña, la peruana y hasta la de Ciudad de México. Ya les adelanto que voy mejorando y que mi ánimo no está bajo, como han interpretado algunos de los lectores de mi último post. Es cierto que esta ha sido la etapa menos apasionante de mi aventura y que, nada más llegar a Tijuana, me sentí en cierta manera atrapado en una especie de trampa. Pero mis reflexiones se referían sobre todo a la decadencia que he observado en mi amigo, no a mí mismo. 

Siendo positivos, es mejor que este episodio digestivo me haya pillado aquí, donde toda la familia de Diego me ha arropado, como le están arropando a él. Pero estas cosas afectan cuando te suceden a miles de kilómetros de tu casa y en una tierra bárbara como es esta. Porque yo he encontrado una serie de cosas en común entre Chile, Perú y México. Este es un mundo en el que hay una polarización social extrema, con unos ricos muy ricos, unos pobres muy pobres y una clase media en declive. Esto es un polvorín que puede estallar cualquier día y que es difícil de solucionar, porque es estructural, viene desde la colonización, los españoles frente a los indígenas. Eso explica la serie interminable de golpes militares que se han dado en estas tierras. Yo he captado esa tensión en Santiago de Chile y estos días ha habido un intento en Bolivia. Por eso, toda la gente intenta subir a Estados Unidos, el paraíso prometido para ellos, formando una especie de río esperanzado. Y Tijuana es la rejilla que contiene esa marea hacia la libertad, en donde se acumula toda la mierda del lado sur. 

Hoy voy a intentar cruzar al norte y espero no tener problemas. Desde allí, con más calma les contaré algunos pormenores de mi estancia en la casa de Diego Moreno, en Tijuana y por qué esta vez ha sido diferente de las dos veces anteriores en las que nos lo pasamos muy bien juntos. La situación en Latinoamérica es como una maqueta de la situación general en el mundo, con sus guerras y sus problemas irresolubles. Pero yo, a mis años, no quiero echarme sobre las espaldas las culpas de que el mundo esté tan mal distribuido. Yo me he montado este viaje para moverme por la parte de arriba, donde me encuentro bien. Por eso he excluido África, por ejemplo. Para la aventura de una persona de 73 años que viaja sola, ya es bastante con estar tanto tiempo fuera (hoy se cumplen dos meses y medio de mi salida), como para añadirle la angustia de la visión de la desigualdad y la miseria. Latinoamérica no es África, ni es la India, pero me ha incomodado un poco también. Con la excepción de Brasil, que es otra historia. 

Voy a publicar este post. Voy a desayunar suavecito con un té, que aun tengo que cuidarme de mi desarreglo de los días pasados, voy a darme una ducha y a hacer mi equipaje. Estaré entonces listo para que Diego me acerque con su coche al punto de paso peatonal por el que entran todos los braceros no fracasados. Allí le daré un abrazo y, con mi mochila y mi trolley, me incorporaré a la fila de los que caminan para atravesar el control de fronteras yanqui. Deséenme suerte.  

jueves, 27 de junio de 2024

30. Mis encuentros con el gran Diego Moreno

Mi amigo de Tijuana se llama Diego Moreno, es arquitecto jubilado, escritor, dibujante, inventor y muchas cosas más. Una persona ciertamente singular, que durante dos años trabajó en Río de Janeiro, en el estudio de Oscar Niemayer, y luego fue desde tertuliano televisivo, comentarista en diversos medios de la prensa mexicana hasta autor del proyecto y obra de las dos torres más características de Tijuana. Vino acá a dirigir esa gran obra, le gustó la ciudad y ya se quedó. Durante mucho tiempo, las dos torres de Diego fueron las más altas de Tijuana; ahora las han superado otras. Durante tres años fue también el arquitecto jefe de los servicios técnicos de la ciudad. Diego vive en un chalet de proyecto propio en una de las zonas más exclusivas de esta ciudad fronteriza, en donde realmente no hay mucho que ver, pero donde ya es la tercera vez que vengo a visitarlo. Le conocí en 2004 y desde entonces nos hemos encontrado en contadas ocasiones, como me dispongo a relatarles. 

Septiembre de 2004. Yo era por entonces Vicegerente de Urbanismo, lo que no me impedía ocuparme de recibir a las delegaciones extranjeras que venían a visitar Madrid, como vine haciendo durante los últimos 25 años de mi carrera municipal. Un día me llamaron de la embajada de México. Querían que recibiera a una delegación de la municipalidad de Playas de Rosarito (sic). Inicialmente, la cosa me sonó a broma, pero supe luego que ese ayuntamiento existía. Tijuana, en la frontera norte de México con los USA, está un poco hacia el interior. Y tiene unas playas famosas que se llaman de Rosarito. Con el tiempo, en estas playas surgieron bloques de apartamentos, siempre separados del núcleo principal del pueblo, y en algún momento los residentes en esa zona optaron por separarse de Tijuana y crear un nuevo municipio, por el procedimiento previsto en la Constitución mexicana. En 2004, acababan de celebrar las primeras elecciones locales. El nuevo alcalde llamó a Diego como asesor y el tipo entró al trapo. Y lo primero que les dijo es que tenían que darse una vuelta por Europa para ver lo que se hacía por el mundo adelante. 

Desde la Embajada, me especificaron que la delegación estaba compuesta por tres personas: el señor Alcalde, otro electo y el asesor urbanístico doctor arquitecto. El día de la cita, me avisaron los de seguridad de que ya subían y salí como tenía por costumbre al pasillo a recibirlos. Allá por el fondo vi venir a un hombre mayor que yo, con gran bigote blanco, lentes, un cierto aire de Pancho Villa y una prestancia especial, que le hacía comerse todo el plano. A unos pasos tras él venían dos jóvenes de aire intimidado. Ante esa imagen, yo me tiré a saludar al bigotón, le extendí la mano y le dije: –Señor Alcalde, me siento muy honrado de recibirle, y estoy a su disposición para platicar todo lo que quieran sobre los proyectos de la ciudad de Madrid. El tipo se echó a reír con grandes carcajadas: –Nooooo –me dijo– yo no soy el alcalde, el alcalde es este de acá, yo nomás soy el arquitecto. Estuvimos más de media mañana hablando y, al final, cuando uno suele intercambiarse tarjetas, Diego no me dio una tarjeta suya, sino una novela que acababa de publicar, en formato de autoedición. 

La novela se llamaba El hombre que vino del Sur, estaba escrita en un slang mexicano fronterizo endiablado y contaba una enrevesada intriga policiaca protagonizada por un detective privado, por nombre Tony Distancia, que se pasa todo el rato cruzando la frontera de Tijuana-San Diego en ambos sentidos. El tipo me había pedido encarecidamente que leyera su libro y le mandara una crítica por mail. Y, al poco tiempo, le escribí y le dije que su novela me parecía cojonuda, a pesar de que apenas había logrado entender nada. Me respondió que la mía era la mejor crítica que había recibido. Por otro lado, resulta que Diego había nacido en Nogales-Sonora y era por tanto paisano de mi querido amigo Joe, cuya pérdida reciente me sigue teniendo bastante apenado. 

Octubre de 2005. Diego emprendió ese año un viaje por diferentes países, en el que iba acompañado por una familia extensa, padres, suegros, hijos y hasta algún primo. El viaje terminaba en Madrid, en donde habían reservado para ir a un tablao flamenco, sarao al que nos sumamos Joe y yo con nuestras respectivas esposas, pasando una noche muy divertida. 

Verano de 2008. Yo estaba por entonces en la vorágine de mi separación reciente, con la típica predisposición a apuntarme a todos los bombardeos que se presentasen. Mis amigos Joe y Nani iban a pasar unos días a Hermosillo para ver a su familia mexicana y visitar también Nogales. Me ofrecieron acompañarles y allá que nos fuimos los tres. Volamos a Tucson (Arizona) y allí nos recogieron con su coche unos primos de Joe. Bien pues, durante ese viaje, yo me acerqué  a Tijuana a visitar a mi amigo, para lo que cogí un vuelo de ida y vuelta desde Hermosillo. Pasé tres o cuatro días en su casa de Tijuana, en donde él invitó un día a comer a sus mejores amigos. Entre ellos estaba Gonzalo López, colombiano de Medellín y residente en la cercana ciudad de San Diego, de quien ya se hablará más adelante, cuando pase a visitarlo. Diego me mostró la frontera de Tijuana-San Diego, el paso fronterizo por el que más gente atraviesa del mundo. Nosotros también cruzamos a San Diego, para visitar esa espléndida ciudad yanqui y valorar el contraste con el asentamiento humano al sur de la frontera. Vean una foto que nos hicimos ese año.

Junio de 2018. Diez años después de mi anterior visita, Diego me tenía incluido en su mailing personal, del que el resto de integrantes eran mexicanos y residentes en el entorno de Tijuana. Un día, Diego anunció a través de ese mailing que le iban a publicar una novela gráfica (yo he visto sus comics, muy al estilo de Corto Maltés). Y que la presentación sería en una librería de Tijuana el 14 de junio. La novela se llamaba La lancha de dos proas y, tras el correo colectivo a todos sus amigos, Diego me escribió uno específico a mí, diciendo: como tú no vas a poder venir a la presentación, te envío las últimas pruebas de imprenta en pdf para que tengas de alguna manera el libro. Mi respuesta: ¿Y tú como sabes que no voy a ir a la presentación de tu libro? Me respondió alucinado: ¿de verdad vendrías? Bueno, le dije, si encuentro un vuelo barato, tal vez me anime. 

Empecé a buscar vuelos a Los Ángeles, pero eran todos carísimos. Estaba ya a punto de desistir, cuando de pronto encontré una de esas ofertas de última hora: Madrid-LA ida y vuelta, por 600€. He de decirles que el propósito de ese viaje no se circunscribía solamente a visitar a Diego. Por aquel entonces, yo estaba ya plenamente integrado en la red C40, en concreto en la sub-red TOD (Transit Oriented Development), para asistir a cuyo workshop había viajado a Portland (Oregon) el año anterior. Pero el C40 había decidido eliminar dicha sub-red y dividir a sus integrantes entre otras dos: una más dedicada a temas de movilidad, cuya directora era una chica que estaba en Barcelona y otra, por nombre LUP (Land Use Planning), dirigida por Flavio Coppola, que estaba en San Francisco. Yo estaba al habla con ambos, pero no me acababa de decidir. Así que le escribí a Flavio, a quien no conocía todavía y le dije que pasaría a visitarlo a San Francisco, una ciudad que tenía muchas ganas de visitar. 

Para colmo, hablé con mi amiga Shannon Ryan, a quien había conocido en Portland y le dije que iba a volar a Los Ángeles, pero que era sólo para poder visitar Tijuana y San Francisco. Shannon me dijo: no te perdonaré que pases por LA y no vengas a visitarme. Así que el viaje tuvo finalmente tres partes. Empecé por LA, en donde Shannon me hizo una visita turística estupenda, incluyendo Santa Mónica, la playa de Venice y el edificio donde se rodó Blade Runner, en donde nos fotografiamos juntos. Después volé a San Francisco, donde estuve otros cinco días. Me entrevisté con Flavio y aquello fue un flechazo a primera vista. Flavio escuchó las características del trabajo que yo hacía en Madrid, me dio por integrado en la red LUP y me dijo que todo aquello tenía que contarlo a todos los de su red. Él estaba por entonces preparando el workshop de su red, que se celebraría en Chicago, pero ya no tenía plazas, salvo que a mí me lo pagara mi Ayuntamiento. Le dije que eso era imposible y entonces me puso en una lista de suplentes, por si fallaba alguno de los invitados ya confirmados. Vean dos fotos de mi visita al edificio de Blade Runner.


Y, desde San Francisco, volé de nuevo a San Diego y allí me encontré con Diego Moreno. Él pensaba inicialmente venir a recogerme a San Diego con su coche, pero me dijo que lo tenía pendiente de algunas ITV y con problemas con el seguro y en esas condiciones era una imprudencia que entrara en Estados Unidos. Estuvimos todo el día visitando San Diego, que mi amigo conoce bien. Al anochecer, cruzamos la frontera caminando y su mujer nos llevó a la casa, en donde me volvió a alojar, como la primera vez. El día de la presentación de su libro, me reuní con todos sus amigos y les conté cómo nos habíamos conocidos, cómo lo confundí con el Alcalde y las carcajadas que soltó. Los tipos se partían el culo de risa. Les dije también cuál había sido mi crítica de su primera novela policiaca y me contestaron a coro: no se preocupe, amigo, nosotros tampoco entendemos ni madre de lo que escribe este hombre, pero nomás lo apreciamos porque es un gran tipo, a pesar de las pendejadas que escribe. 

El tema de la frontera San Diego-Tijuana, se merece un post específico, que prometo publicar en unos días. Pero, por cerrar el tema del viaje de 2018, les diré que, a mediados de agosto, Flavio me escribió, para preguntarme si seguía interesado en acudir a Chicago. Le dije que por supuesto y entonces me contó que el representante de Melbourne se había caído del cartel por un problema familiar grave. Pero él tenía que consultar el tema con el delegado de la red en Oceanía, porque en caso de que tuviera otro candidato de esa región, este tendría preferencia. No sucedió eso finalmente, el delegado para Oceanía no tenía ningún candidato alternativo y la jefa de la región europea autorizó que se me pagara a mí el vuelo y el hotel en Chicago. Y en este workshop, me reuní de nuevo con Flavio y con Shannon, que se había cambiado también a la red LUP. Y también fue allí donde conocí a Gisele Medeiros, ya ven que todo está relacionado e interconectado. 

Seis años después de mi último encuentro con Diego, yo supe que él iba a cumplir 80 años y decidí incluir una parada en mi viaje de vuelta al mundo, para estar presente en el festejo. No estoy seguro de si ha sido una buena idea. Los 80 son una edad muy cabrona, he encontrado a mi amigo bastante mayor, preocupado por su salud y agobiado por las circunstancias. Diego ya no es el tipo que se comía el mundo, que se reía todo el rato con su vozarrón tronante. Coincide además con que yo llegué a Tijuana también bastante cascado. Resulta que, desde el hotel Bristol, en Ciudad de Mexico, el taxista me llevó al aeropuerto equivocado. Puesto en la cola de entrada, el código QR no me servía y alguien me dijo que tenía que irme al otro aeropuerto de la Ciudad de México, separado del primero por un trayecto de más de una hora. Me sobraba tiempo, pero estas situaciones generan angustia y estrés. 

¿Cómo es posible que le suceda esto a un viajero experimentado como yo? Pues aquí entra la idiosincrasia específica de los mexicanos, ese punto huevón que tanto desespera a mi reciente amigo Rafa de la Torre, hasta el punto de haber decidido volverse a España. En México City ha habido siempre un solo aeropuerto. Se llama el AIBA (Aeropuerto Internacional Benito Juárez). Y hace como un año, abrieron un segundo, que fue muy polémico, porque supuso una gran inversión y al principio apenas tenía uso. Parece que ahora va teniendo algunos vuelos más, por órdenes directas del Gobierno Federal, que fue el que impulsó y financió el proyecto. Y ¿saben como se llama el nuevo aeropuerto? Pues se llama el AIFA (Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles) No me digan que no es fácil equivocarse entre el AIBA y el AIFA. Encima, la línea aérea Viva Aerobus, con la que yo volaba, tenía ese día diferentes vuelos a Tijuana, saliendo de los dos aeropuertos. Lo dicho: ¡huevones!

Cuando vi que tenía que cambiar de aeropuerto, salí al exterior y busqué un taxi. Con un conductor que, durante hora y cuarto, me llevó por unos vericuetos llenos de chabolas y baches, en los que uno no puede evitar pensar que tal vez lo secuestren y le corten una oreja para mandarla por correo y forzar el rescate. Este país es muy peligroso dice todo el mundo. Pero al final, el taxi me llevó a ese segundo aeropuerto, en donde efectivamente, se veía bastante poca concurrencia de viajeros, porque sigue estando infrautilizado. Ya en el lugar correcto y tras atravesar los controles de seguridad, entré en la zona VIPs para encontrarme que el único plato caliente que había era pozole, una especie de sopa con cerdo, maíz y verduras. Me tomé dos platos y no me sentaron demasiado bien. Llegué a Tijuana con mi catarro agravado por el estrés y un malestar gástrico añadido, que por la noche se tradujo en la temida cagalera que acecha a los viajeros como yo.

Como les digo, he encontrado a Diego bastante bajo de tono físico y anímico, después de sufrir una serie de desgracias tremendas. Hace poco más de un año su casa se incendió y apenas los bomberos consiguieron salvar lo más básico. Diego perdió en el incendio la mayor parte de su extensa colección de libros. Más el terror de ver cómo empiezan a salir lenguas de fuego de las ventanas en donde hasta unos segundos antes vivías tranquilamente con tu familia. Y hace poco más de un mes ha perdido a una hermana más joven que él. Diego es ahora un hombre apesadumbrado y asustado, diferente al que yo esperaba encontrar. Así que aquí estamos los dos ancianos, cascados y jodidos, en una ciudad en la que apenas hay nada que ver, tratando de descansar para el sarao del viernes 28. Lo de la cagalera es lo que aquí llaman la venganza de Moctezuma. Pero esa dolencia suele afectar a los que bajan desde los USA, no a los que vienen de abajo como yo. Traigo medicinas para combatir el tema, pero entre esto y que mi amigo está bastante cascado, estoy pasando unos días aquí un poco jodidos. Me apena ver así a mi amigo, aunque le dio mucha alegría verme.

No está mal tampoco tener unos días de descanso en familia. Diego vive con su mujer, su hijo mayor, con esposa y niña pequeña, un perro veterano y una gata remolona. Todos ellos son muy cariñosos conmigo y es un buen lugar para reponer fuerzas. También me va a permitir comprobar la eficacia de las medicinas que llevo en la maleta desde Madrid. Pero, definitivamente, está claro que es mejor buscar la compañía de gente joven, como he hecho yo en la mayor parte de este viaje. El Diego que yo conocí, habría montado una fiesta por todo lo alto para conmemorar el cambio de década. Sin embargo, parece que será una simple fiesta familiar, a la que ni siquiera Gonzalo está invitado: La familia al completo, y yo, de postizo. Espero estar mínimamente recompuesto para el festejo. Al día siguiente, si todo va según lo previsto, Diego me acercará lo que pueda a la frontera y yo cruzaré andando hacia los Estados Unidos. Ya en el mundo rico del norte, caminaré hasta coger el tranvía que te lleva al centro de San Diego. Y, desde allí buscaré la casa de Gonzalo López, en donde pretendo pasar los días siguientes.

Finalmente, mis primeros días en Tijuana me han servido para ser por fin consciente de que tengo 73 años, como precisé en el Post #1, que inició este blog. Durante la mayor parte de mi singladura, yo he funcionado como si fuera una especie de supermán, inasequible a las sucesivas dificultades. La condición de viejo, o idoso como se dice en Brasil, se caracteriza, entre otros rasgos, por la conciencia de la propia fragilidad. Este es, pues, un punto y seguido de una historia que me ha permitido vivir una serie de situaciones maravillosas, intensas, espectaculares. Como en el poema de William Wordsworth que les traje el otro día, no debemos afligirnos, porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo. En unos días se cumplirán trece años de la muerte de la gran Amy Winehouse. Pero la belleza de su arte permanece entre nosotros. Compruébenlo en este video que les dejo de despedida.


martes, 25 de junio de 2024

29. Suspiros de limeña (y de azteca)

Vaya, estoy aquí en mi cuarto del Hotel Bristol, en la Ciudad de México, en donde me quedé ayer todo el día, haciendo gestiones para los siguientes pasos de mi viaje. Ahora me sobra un poco de tiempo para escribir un post más para ustedes. Si fuera capaz de no enrollarme demasiado y sintetizar en un solo texto mis estancias en Lima y México City, me pondría al día, pero ya lo vamos viendo. En cualquier caso, les advierto ya que hoy por la tarde vuelo a Tijuana y que allí me integraré en la vida familiar de mi querido amigo Diego Moreno, que el viernes 28 de junio cumple 80 años. Es este uno de los hitos fijos que yo tenía en mi programa, junto con el concierto de Samantha Fish en Melbourne y algunos otros. Diego me esperará en el aeropuerto y me llevará a su casa, en donde me tiene preparada una recámara, que ya conozco de mis dos anteriores visitas a esa tierra fronteriza. Estando en familia con una persona que me va a acoger en su casa, sería de muy mala educación que yo le dijera: déjame un par de horas solo, que tengo que escribir en mi blog. Así que, de nuevo, paciencia.  

Por si no lo saben, el suspiro de limeña es el postre más famoso de Perú, un vasito de una especie de dulce de leche, con merengue por encima. Pero nos quedamos el otro día en que llegué a Lima y en un taxi me presenté en el amplio piso que mi sobrino Zael Sanz tiene en la sexta planta de un bloque de apartamentos del elegante barrio de Miraflores, que se sitúa todo a lo largo del malecón de la Marina, frente al océano Pacífico. Hacía como quince años que no nos veíamos, porque cuando mi separación matrimonial, él se quedó, digamos, del otro lado, empezó a trabajar para el Banco Mundial y desde entonces ha vivido en lugares tan dispares como Boston, Washington, Ecuador, Bolivia o Luxemburgo. Zael vino a Lima hace justo un año, después de un complicado proceso de separación, que le alejó temporalmente de sus dos hijos de 11 y 9 años y lo dejó caer en tierras peruanas, en donde se encontró solo de nuevo y con posibilidades de comerse el mundo con patatas. Por experiencia propia, puedo dar fe de que, cuando uno se separa, hay un primer período de un cierto desparrame.

Zael se puso muy contento cuando le escribí y le anuncié mi visita. El trabaja mañana y tarde, pero me reservaba las noches y me indicaba qué barrios o lugares debía visitar por mi cuenta en el resto del día. Nos lo hemos pasado muy bien en estos días, aunque Zael tiene 46 años, está en plena forma y yo no tengo ni la cuarta parte de su energía. El lunes 17, yo llegué bastante reventado después de mi vuelo con escala en el aeropuerto de Santa Cruz-Viru Viru. Pero igual bajamos a buscar un restaurante por el barrio, en donde nos obsequiamos con un tiradito y un muchame, mis primeros platos de la gastronomía peruana, con sus correspondientes cervezas. Y ya empezamos a ponernos al día, después de tantos años de no vernos. Lo que me contó Zael, obviamente, no lo voy a reproducir aquí. Sólo les diré que, según una decisión que ha tomado hace muy poco, después del verano ya no va a volver a Lima, salvo para recoger. O sea, que lo he pillado por los pelos.

Dormí bastante bien, en el estupendo cuarto que me dejó Zael y, encima, a la orilla del mar. Les diré que mi sobrino se viene levantando a las cinco de la mañana para ir al gimnasio antes de entrar a la oficina, adonde a menudo acude en bici. Yo me levantaba por la mañana y ya no estaba. El martes 18, bajé a desayunar a un café cercano que se llama El Pan de la Chola, lleno de gente currando en sus ordenadores o charlando alrededor de un buen café. Me gustó tanto que ya lo repetí todos los días. Luego, siguiendo los consejos de mi sobrino, me cogí un Cabify para ir al barrio de al lado, siguiendo la costa hacia el sur. Se llama Barranco, es muy pintoresco y está bastante bien conservado. Vean unas imágenes.






Hay numerosos restaurantes con buena cocina y yo paré primero en uno llamado Isolina, a tomarme un pisco sour, el aperitivo más típico de por aquí. Ya entonado, entré en el Awicha, donde me obsequié con un cebiche caliente de pato, guiso del norte de Perú que estaba como se imaginan. Después bajé a cruzar por el llamado Puente de los Suspiros, al que alude una canción de Chabuca Grande, que es como si dijéramos la Carmen Sevilla o la Lola Flores de la canción peruana. Hay que contener la respiración y cruzarlo sin coger aire ni expulsarlo, para que se cumpla el deseo que has de formular en el punto medio. Cumplidas las turistadas requeridas, decidí volver caminando, lo que supone hora y cuarto de paseo, pero así es como se conocen las ciudades. Por la noche, Zael me sacó a cenar a la zona de Pueblo Libre, otra de las áreas a visitar en esta ciudad. Por allí está la casa en la que vivía la esposa de Bolivar (o la amante de Sanmartín, algo así, qué más da). Entramos en la Antigua Taberna Queirolo, un lugar magnífico, del que les pongo más fotos.




Esta vez nos comimos un plato de huevas de pescado rebozadas y otro de carne en salsa que estaban muy buenos. Y volvimos a casa, como habíamos ido, en un Cabify. En Lima, lo que funciona bien es el Cabify, mejor que el Uber. Y es tiempo de que les diga que, en todo el tiempo que estuve en Lima, no vi el sol. La ciudad está permanentemente encapotada por una especie de niebla alta que viene del mar. Y hay también una humedad muy intensa, por lo que, en estas fechas de comienzos del invierno, hace bastante frío. El miércoles 19, bajé a desayunar al Pan de la Chola, pero me llevé el ordenador con la intención de ponerme a escribir allí sobre mis días de esplendor en la hierba en Curitiba. Pensaba parar a media mañana para cogerme un coche al Centro Histórico, pero me enganché a escribir, lo tenía ya casi terminado y entonces me quedé sin carga en el móvil del que saco el Internet.

Les cuento. Zael no tiene WiFi. Lo que tiene es un móvil extra, que no usa y que les deja a los visitantes para que lo pongan como antena para el suyo. Yo me movía por la ciudad con los dos, pero, esa mañana no fui consciente de que la función antena gasta mucha batería. Así que volví a casa y dejé los tres aparatos cargando. Y me bajé a tomarme un cebiche en el restaurante Lamar, por allí cerca. Estaba petado, pero conseguí que me dieran un puesto en la barra. Y me comí el cebiche con un pisco sour, con lo que ya me quedé contento. Para evitar la siesta, me acerqué al LUM, un nuevo museo dedicado a la Memoria Histórica, similar al de Santiago, aunque más simple. Aquí lo que te cuentan son los años siniestros de Sendero Luminoso y el terror que llevó a mucha gente de los pueblos a emigrar, porque llegaban los senderistas y los pasaban a cuchillo, sólo con un objetivo de provocar al gobierno.

Es bastante increíble que un profesor universitario de Filosofía llamado Abimael Guzmán, fuera capaz de organizar una secta sanguinaria que provocó 32.000 muertos a lo largo de 20 años. Y todo esto sin apoyo exterior ninguno, porque a los cubanos la cosa les olió mal desde el principio. El grupo empezó a organizar masacres y a poner coches bomba y el ejército y la policía se encontraron desbordados, sin ninguna preparación en el sector inteligencia. Trataron de sofocarlo a lo bruto, embarcándose en una espiral de atrocidades simétricas. Todo ello trajo a Fujimori y lo que vino después. En 1990, Lima tenía 5 millones de habitantes y era la ciudad perfecta. Ahora tiene 11 y es bastante caótica. El tal Guzmán fue detenido finalmente y condenado a cadena perpetua. Murió en la cárcel no hace mucho. El museo te cuenta todo eso y tiene bastante interés arquitectónico también, puesto que está encajado en un barranco, entre diversas autopistas. Aquí algunas imágenes exteriores.  




Volví a casa, terminé mi post y lo publiqué, ya con fecha española del día siguiente. Y Zael vino a recogerme para sacarme a saborear la noche limeña: Barranco la nuit. Había quedado allí con una amiga muy simpática que se llama Jenn y ha sido actriz, cantante y varias cosas más. Ahora se dedica a organizar fiestas y saraos para niños de guardería, como cumpleaños, etc. Fuimos los tres a diversos bares, como el Juanito, y finalmente a ver la actuación de un grupo afroperuano del norte, en un lugar en donde acabamos bailando hasta que se acabó el concierto. Algunas fotos de la velada. La biblioteca que ven en las primeras es Patrimonio de la Unesco.





El jueves 20 era mi último día en Lima. Tras el desayuno y hacer las gestiones del vuelo del día siguiente, cogí un primer Cabify al Centro de Lima, que me dejó en la plaza de Sanmartin. Desde allí sale el llamado Jirón de la Unión, una calle peatonal muy larga, llena de comercios y con una animación grande. En el otro extremo está la plaza Mayor de Lima, con la Catedral y otra serie de edificios oficiales. Anduve buena parte de la mañana callejeando por allí, en medio de los vendedores ambulantes, limpiabotas, músicos callejeros y fauna urbana diversa. Hice un pequeño clip en la plaza Mayor, que les añado a las fotos.  




Ese es más o menos el ambiente del centro de Lima. Pero Zael no trabajaba esa tarde y quiso que nos reuniéramos a visitar la zona de El Callao, el puerto de Lima. Jenn se apuntó también porque se había divertido mucho con nosotros la noche anterior. Visitamos lo que se conoce como El Callao Monumental, un pequeño pueblito bastante degradado y con una conservación deficiente. Hice fotos pero no las voy a subir al blog. Y luego fuimos a La Punta, un lugar para los ricos, donde guardan sus veleros y sus tablas de windsurf, tienen sus restaurantes caros y se sienten seguros, porque allí no llegan los pobres y si llega alguno, lo corren a gorrazos. Esto es Latinoamérica, señores. Comimos allí en un restaurante que ocupaba la azotea de un edificio cuadrangular y donde disfrutamos de los manjares de la cocina local. Aquí sí hay alguna imagen más.




Desde allí, nuevos Cabifys nos llevaron a dejar a Jenn en su casa y volvernos a la nuestra. Yo estaba bastante cansado, porque además, en la parte de atrás de los coches me acabo mareando. Además, empezaba a asomarme un nuevo constipado por la humedad limeña que se te agarra a la garganta. Así que subimos a echarnos una larga siesta. Después, Zael había quedado con otra amiga suya diferente, que me quería presentar. Se llama Kine, es psicóloga y súper maja. Con ella fuimos a un lugar cercano medio secreto que se llama la Sastrería Martínez. Hay que dar una clave para entrar y pasas a un lugar muy exclusivo donde sirven cócteles de marca propia, que te explican con mucha prosapia. Es un lugar de la clase más alta de un país que, como todos los de Latinoamérica, tiene una polarización social extrema. Me dio margen para hacerme una foto con Kine, que es una mujer estupenda, y les traigo también un vídeo de cómo presentan uno de sus cócteles. Creo que es bastante expresivo.


Nos despedimos de la chica que no vivía muy lejos y subimos para dormir apenas un par de horas, porque mi vuelo a México salía a las 6.30 y Zael quiso levantarse también conmigo para cuidar de que todo estuviera en orden y darme el último abrazo. Mi sobrino me ha cuidado como a un padre y hemos pasado unos días muy intensos. Por lo demás, llegué con tiempo al aeropuerto y me subí a un avión de la empresa mexicana Volaris, que es del estilo Hay-Birria: no te dan ni un vaso de agua. Seis horas después estaba en el aeropuerto Benito Juárez de Ciudad México donde un taxi me llevó al Hotel Bristol. Allí, el check-in no se podía hacer hasta las tres, así que esperé hasta media hora antes y entré al restaurante.

Es este un hotel antiguo, con un punto bastante decadente, camareros mayores, música de hilo musical tipo indios tabajara y similares, pero te atienden bien y la comida es casera. Me comí un pescadito a la plancha con un ajillo muy suave, repetí de cerveza, hice el check-in y me subí a echar la siesta. Esa tarde me sentía bastante cascado y con la garganta regular, así que a una hora temprana volví al restaurante y les pedí que me prepararan un tazón de yogur con fruta cortada: papaya, melón y piña. Cené eso con un vaso de agua y me fui a la cama. Y allí empecé una serie de noches de dormir más bien regular, tal vez debido a la altura de la ciudad, que está a 2.240 metros sobre el nivel del mar del que yo venía. Y, por cierto, yo esperaba un calor asfixiante. Pues nada de eso: aquí es ya el hemisferio norte, está empezando el verano y en México el verano es la estación de las lluvias. Cada tarde cae un diluvio y las temperaturas no suben de 23/24 grados. Eso tiene una cosa buena: que se limpia la contaminación.

El día 22 de junio, sábado, me levanté un poco hecho polvo de dormir tan mal, pero me di una larga ducha muy caliente en el magnífico baño del hotel y bajé al restaurante a comerme un desayuno con huevos rancheros y fruta cortada. Ya un poco más presentable, salí a la calle a esperar a mi contacto local, que llegó puntual. Se llama Rafa de la Torre, tiene unos 32 o 33 años y es un gran amigo de mis hijos, que me dieron su referencia. Es un tipo súper amable, que ha dedicado los dos días del fin de semana a enseñarme esta ciudad, de 24 millones de habitantes, que yo había visitado ya una vez hace tiempo. Rafa lleva aquí cinco años, está casado con una mexicana y, como mi sobrino, proyecta también irse de México en breve, en este caso a Madrid. Es como si hubiera una especie de predestinación en mi viaje, que me está permitiendo visitar unos lugares que en los que en unos meses ya no conocería a nadie.

Rafa es profesor de preescolar y esa era su profesión hasta hace un par de años o tres. Entonces entró en una empresa que vende formación en matemáticas en ciclo completo, desde los cero años hasta la universidad. Entiendo que su mujer trabaja también en dicha empresa. Rafa va por los colegios organizando actividades de formación que ayudan a los profesores y a los propios alumnos. Y con eso gana más que como profesor. Ya saben, son este tipo de trabajos innovadores que se están extendiendo por todo el mundo, como lo que hace mi amiga Rumi Satoh en Tokyo. Él y su mujer podrían quedarse indefinidamente aquí, pero han decidido seguir con su trabajo en Madrid, porque la empresa para la que trabajan opera también en España.

La verdad es que la impresión que tenía yo de Latinoamérica era ya bastante negativa y la he confirmado en este viaje: es el lugar donde hay una mayor polarización social del mundo. Aquí los ricos son muy ricos y los pobres muy pobres. Y es muy difícil de solucionar un problema que viene desde la colonización y que está entreverado de racismo. Por lo que yo he visto, Brasil va varios cuerpos por delante y es toda una potencia. Le siguen México y Argentina, con perdón de Milei. Y luego hay pequeños paraísos como Costa Rica o Uruguay. El resto es una ruina. Perú me ha causado una impresión agridulce y en cuanto a Chile, pues parece claro que hay temas por resolver y que en cualquier momento puede haber otro estallido social. No hablemos ya de Venezuela, Honduras o Guatemala. Así que no me extraña que Rafa y su mujer se quieran ir a España.

Pero vayamos con la visita turística a la que me acompañó Rafa el sábado. Apareció por mi hotel en una bici del sistema público, que dejó aparcada por allí. Y echamos a andar por la Avenida Reforma, en dirección al centro. Aquí hay una serie de glorietas con estatuas icónicas, como el Ángel que protege a la ciudad o la Diana cazadora, cuyas flechas caídas están en un lado. Entramos en el Parque de Chapultepec, el más grande la ciudad, y anduvimos por allí un buen rato, visitando además el llamado Castillo, que es el palacio en el que vivió el emperador Maximiliano hasta que lo fusilaron. Es extraño que a este tipo lo engañaran para venirse de emperador al convulso México de la época. Una primera tanda de imágenes.




Como ven, una ciudad magnífica para venir a visitarla. La última imagen es la estatua del chapulín, a la puerta del parque. Continuamos en dirección al Zócalo, la plaza principal de la ciudad y pasamos ante el Palacio de Bellas Artes y otros edificios de interés.




Paramos en un barecito moderno a tomarnos un café con un trozo de bizcocho y seguimos adelante. Estaban cerrando la Avenida Reforma para el Desfile del Orgullo Gay que se preparaba, un evento que en esta tierra es todavía muy reivindicativo y necesario, porque el machismo campa por sus respetos, paralelo al racismo y el clasismo. Así que nos dimos prisa para poder ver el Zócalo en su estado normal. Las siguientes imágenes corresponden a esta plaza, la más conocida de la ciudad.




Subimos entonces al restaurante del Gran Hotel de la Ciudad de México, que tiene un balcón a la propia plaza. Y allí nos regalamos unos tacos y unas quesadillas, mientras veíamos cómo izaban la gran bandera mexicana en el mástil central. Algunas fotos del interior de este hotel, un magnífico edificio art-decó.  



Después de comer, buscamos la calle Madero, peatonal muy larga y llena de actividad, arteria principal del comercio informal de la ciudad. Dice Rafa que el 54% de la población no paga impuestos y vive de estas actividades no regladas. Y a los pobres que sí hacen la declaración de la renta, los crujen. En fin, cogimos un Uber hasta la zona de Condesa y la contigua de Roma, que Rafa me quería enseñar. Son zonas residenciales de clase media/alta, muy tranquilas y agradables. La segunda de ellas es la que sirve de escenario a la estupenda película Roma, que retrata muy bien este ambiente. Entonces, desde allí Rafa me señaló: si seguimos rectos por esta calle, llegamos a tu hotel. Le dije que por mí seguíamos andando y así lo hicimos. Cerca ya de nuestro destino, paramos a tomarnos una segunda ración de tacos, ya como cena y yo me subí a dormir. Justo en ese momento, se desató el diluvio que llevaba todo el día amagando con romper.

El domingo 23 repetí de desayuno con huevos rancheros y salí a esperar a mi cicerone. Apareció esta vez con su coche y su señora, y tiramos millas en dirección a Coyoacán, otra visita imprescindible. Este barrio era en su día un pueblito como de segundas residencias de los más ricos, que luego fue absorbido por el crecimiento de la gran metrópolis. Después, el barrio se empezó a llenar de artistas y es un lugar ahora muy demandado y caro. Lo más característico es la casa de Frida Kahlo, en donde el catalán Ramón Mercader se ganó la confianza de León Trotsky para poder asesinarlo con un piolet, según historia que pueden encontrar bien documentada en el libro El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura. Rafa me había anunciado que ya no había entradas para ver esta casa en el finde, y en la puerta había una larga cola de los que habían logrado reservar on line. Unas imágenes de este tranquilo barrio.



Desde allí fuimos a Polanco. Es este el barrio más yanqui de la ciudad, con grandes centros comerciales y algún museo interesante, como el de la Fundación de Carlos Slim, que entramos a ver. Allí nos tomamos una comida de cocina mexicana de lujo, para ya terminar mi visita en condiciones. Vean abajo las imágenes de esta despedida.  




Según cogíamos el coche, empezó el diluvio de cada tarde, que esta vez se adelantaba. Así que nos despedimos, para afrontar la depre de la tarde del domingo, ellos que debían trabajar al día siguiente. Me dejaron en el hotel, donde subí a descansar, porque estaba bastante agotado y con el constipado que me traje de Lima recrudeciéndose. Me eché una siesta y luego me dediqué a hacer algunas gestiones pendientes y llamadas de teléfono. Por la noche, bajé al restaurante del hotel, a ver si me daban algo ligerito con una birra. Me comí una ensalada de atún que estaba bastante aceptable. Ayer, lunes, mi plan era dedicar el día a avanzar en mis gestiones, que tengo que configurar el resto de mi viaje y es un Tetris bastante complicado. A mediodía salí a dar una vuelta y acabé comiéndome un plato del día en un restaurante que se llama Alcornoque.

Volví y dediqué la tarde a preparar este post, aunque no lo terminé. Por la noche bajé al restaurante a comerme unas sincronizadas y me acosté. Hoy es mi último día aquí. Ayer me saqué la tarjeta de embarque para el vuelo a Tijuana de esta tarde y también reservé un taxi para que me recoja a la una en el hotel. La una es precisamente la hora límite para hacer el check-out. Ahora son las 12.00 y, una vez que publique este post, puedo decir que ya me he puesto al día, que ya me he alcanzado a mí mismo. La gestiones que hice ayer parecen productivas para un final de viaje a la altura de sus mejores etapas. Pero todavía he de confirmar que mi Tetris es posible. Y ustedes, como de costumbre, lo irán descubriendo sobre la marcha. Que pasen una buena noche.