jueves, 27 de junio de 2024

30. Mis encuentros con el gran Diego Moreno

Mi amigo de Tijuana se llama Diego Moreno, es arquitecto jubilado, escritor, dibujante, inventor y muchas cosas más. Una persona ciertamente singular, que durante dos años trabajó en Río de Janeiro, en el estudio de Oscar Niemayer, y luego fue desde tertuliano televisivo, comentarista en diversos medios de la prensa mexicana hasta autor del proyecto y obra de las dos torres más características de Tijuana. Vino acá a dirigir esa gran obra, le gustó la ciudad y ya se quedó. Durante mucho tiempo, las dos torres de Diego fueron las más altas de Tijuana; ahora las han superado otras. Durante tres años fue también el arquitecto jefe de los servicios técnicos de la ciudad. Diego vive en un chalet de proyecto propio en una de las zonas más exclusivas de esta ciudad fronteriza, en donde realmente no hay mucho que ver, pero donde ya es la tercera vez que vengo a visitarlo. Le conocí en 2004 y desde entonces nos hemos encontrado en contadas ocasiones, como me dispongo a relatarles. 

Septiembre de 2004. Yo era por entonces Vicegerente de Urbanismo, lo que no me impedía ocuparme de recibir a las delegaciones extranjeras que venían a visitar Madrid, como vine haciendo durante los últimos 25 años de mi carrera municipal. Un día me llamaron de la embajada de México. Querían que recibiera a una delegación de la municipalidad de Playas de Rosarito (sic). Inicialmente, la cosa me sonó a broma, pero supe luego que ese ayuntamiento existía. Tijuana, en la frontera norte de México con los USA, está un poco hacia el interior. Y tiene unas playas famosas que se llaman de Rosarito. Con el tiempo, en estas playas surgieron bloques de apartamentos, siempre separados del núcleo principal del pueblo, y en algún momento los residentes en esa zona optaron por separarse de Tijuana y crear un nuevo municipio, por el procedimiento previsto en la Constitución mexicana. En 2004, acababan de celebrar las primeras elecciones locales. El nuevo alcalde llamó a Diego como asesor y el tipo entró al trapo. Y lo primero que les dijo es que tenían que darse una vuelta por Europa para ver lo que se hacía por el mundo adelante. 

Desde la Embajada, me especificaron que la delegación estaba compuesta por tres personas: el señor Alcalde, otro electo y el asesor urbanístico doctor arquitecto. El día de la cita, me avisaron los de seguridad de que ya subían y salí como tenía por costumbre al pasillo a recibirlos. Allá por el fondo vi venir a un hombre mayor que yo, con gran bigote blanco, lentes, un cierto aire de Pancho Villa y una prestancia especial, que le hacía comerse todo el plano. A unos pasos tras él venían dos jóvenes de aire intimidado. Ante esa imagen, yo me tiré a saludar al bigotón, le extendí la mano y le dije: –Señor Alcalde, me siento muy honrado de recibirle, y estoy a su disposición para platicar todo lo que quieran sobre los proyectos de la ciudad de Madrid. El tipo se echó a reír con grandes carcajadas: –Nooooo –me dijo– yo no soy el alcalde, el alcalde es este de acá, yo nomás soy el arquitecto. Estuvimos más de media mañana hablando y, al final, cuando uno suele intercambiarse tarjetas, Diego no me dio una tarjeta suya, sino una novela que acababa de publicar, en formato de autoedición. 

La novela se llamaba El hombre que vino del Sur, estaba escrita en un slang mexicano fronterizo endiablado y contaba una enrevesada intriga policiaca protagonizada por un detective privado, por nombre Tony Distancia, que se pasa todo el rato cruzando la frontera de Tijuana-San Diego en ambos sentidos. El tipo me había pedido encarecidamente que leyera su libro y le mandara una crítica por mail. Y, al poco tiempo, le escribí y le dije que su novela me parecía cojonuda, a pesar de que apenas había logrado entender nada. Me respondió que la mía era la mejor crítica que había recibido. Por otro lado, resulta que Diego había nacido en Nogales-Sonora y era por tanto paisano de mi querido amigo Joe, cuya pérdida reciente me sigue teniendo bastante apenado. 

Octubre de 2005. Diego emprendió ese año un viaje por diferentes países, en el que iba acompañado por una familia extensa, padres, suegros, hijos y hasta algún primo. El viaje terminaba en Madrid, en donde habían reservado para ir a un tablao flamenco, sarao al que nos sumamos Joe y yo con nuestras respectivas esposas, pasando una noche muy divertida. 

Verano de 2008. Yo estaba por entonces en la vorágine de mi separación reciente, con la típica predisposición a apuntarme a todos los bombardeos que se presentasen. Mis amigos Joe y Nani iban a pasar unos días a Hermosillo para ver a su familia mexicana y visitar también Nogales. Me ofrecieron acompañarles y allá que nos fuimos los tres. Volamos a Tucson (Arizona) y allí nos recogieron con su coche unos primos de Joe. Bien pues, durante ese viaje, yo me acerqué  a Tijuana a visitar a mi amigo, para lo que cogí un vuelo de ida y vuelta desde Hermosillo. Pasé tres o cuatro días en su casa de Tijuana, en donde él invitó un día a comer a sus mejores amigos. Entre ellos estaba Gonzalo López, colombiano de Medellín y residente en la cercana ciudad de San Diego, de quien ya se hablará más adelante, cuando pase a visitarlo. Diego me mostró la frontera de Tijuana-San Diego, el paso fronterizo por el que más gente atraviesa del mundo. Nosotros también cruzamos a San Diego, para visitar esa espléndida ciudad yanqui y valorar el contraste con el asentamiento humano al sur de la frontera. Vean una foto que nos hicimos ese año.

Junio de 2018. Diez años después de mi anterior visita, Diego me tenía incluido en su mailing personal, del que el resto de integrantes eran mexicanos y residentes en el entorno de Tijuana. Un día, Diego anunció a través de ese mailing que le iban a publicar una novela gráfica (yo he visto sus comics, muy al estilo de Corto Maltés). Y que la presentación sería en una librería de Tijuana el 14 de junio. La novela se llamaba La lancha de dos proas y, tras el correo colectivo a todos sus amigos, Diego me escribió uno específico a mí, diciendo: como tú no vas a poder venir a la presentación, te envío las últimas pruebas de imprenta en pdf para que tengas de alguna manera el libro. Mi respuesta: ¿Y tú como sabes que no voy a ir a la presentación de tu libro? Me respondió alucinado: ¿de verdad vendrías? Bueno, le dije, si encuentro un vuelo barato, tal vez me anime. 

Empecé a buscar vuelos a Los Ángeles, pero eran todos carísimos. Estaba ya a punto de desistir, cuando de pronto encontré una de esas ofertas de última hora: Madrid-LA ida y vuelta, por 600€. He de decirles que el propósito de ese viaje no se circunscribía solamente a visitar a Diego. Por aquel entonces, yo estaba ya plenamente integrado en la red C40, en concreto en la sub-red TOD (Transit Oriented Development), para asistir a cuyo workshop había viajado a Portland (Oregon) el año anterior. Pero el C40 había decidido eliminar dicha sub-red y dividir a sus integrantes entre otras dos: una más dedicada a temas de movilidad, cuya directora era una chica que estaba en Barcelona y otra, por nombre LUP (Land Use Planning), dirigida por Flavio Coppola, que estaba en San Francisco. Yo estaba al habla con ambos, pero no me acababa de decidir. Así que le escribí a Flavio, a quien no conocía todavía y le dije que pasaría a visitarlo a San Francisco, una ciudad que tenía muchas ganas de visitar. 

Para colmo, hablé con mi amiga Shannon Ryan, a quien había conocido en Portland y le dije que iba a volar a Los Ángeles, pero que era sólo para poder visitar Tijuana y San Francisco. Shannon me dijo: no te perdonaré que pases por LA y no vengas a visitarme. Así que el viaje tuvo finalmente tres partes. Empecé por LA, en donde Shannon me hizo una visita turística estupenda, incluyendo Santa Mónica, la playa de Venice y el edificio donde se rodó Blade Runner, en donde nos fotografiamos juntos. Después volé a San Francisco, donde estuve otros cinco días. Me entrevisté con Flavio y aquello fue un flechazo a primera vista. Flavio escuchó las características del trabajo que yo hacía en Madrid, me dio por integrado en la red LUP y me dijo que todo aquello tenía que contarlo a todos los de su red. Él estaba por entonces preparando el workshop de su red, que se celebraría en Chicago, pero ya no tenía plazas, salvo que a mí me lo pagara mi Ayuntamiento. Le dije que eso era imposible y entonces me puso en una lista de suplentes, por si fallaba alguno de los invitados ya confirmados. Vean dos fotos de mi visita al edificio de Blade Runner.


Y, desde San Francisco, volé de nuevo a San Diego y allí me encontré con Diego Moreno. Él pensaba inicialmente venir a recogerme a San Diego con su coche, pero me dijo que lo tenía pendiente de algunas ITV y con problemas con el seguro y en esas condiciones era una imprudencia que entrara en Estados Unidos. Estuvimos todo el día visitando San Diego, que mi amigo conoce bien. Al anochecer, cruzamos la frontera caminando y su mujer nos llevó a la casa, en donde me volvió a alojar, como la primera vez. El día de la presentación de su libro, me reuní con todos sus amigos y les conté cómo nos habíamos conocidos, cómo lo confundí con el Alcalde y las carcajadas que soltó. Los tipos se partían el culo de risa. Les dije también cuál había sido mi crítica de su primera novela policiaca y me contestaron a coro: no se preocupe, amigo, nosotros tampoco entendemos ni madre de lo que escribe este hombre, pero nomás lo apreciamos porque es un gran tipo, a pesar de las pendejadas que escribe. 

El tema de la frontera San Diego-Tijuana, se merece un post específico, que prometo publicar en unos días. Pero, por cerrar el tema del viaje de 2018, les diré que, a mediados de agosto, Flavio me escribió, para preguntarme si seguía interesado en acudir a Chicago. Le dije que por supuesto y entonces me contó que el representante de Melbourne se había caído del cartel por un problema familiar grave. Pero él tenía que consultar el tema con el delegado de la red en Oceanía, porque en caso de que tuviera otro candidato de esa región, este tendría preferencia. No sucedió eso finalmente, el delegado para Oceanía no tenía ningún candidato alternativo y la jefa de la región europea autorizó que se me pagara a mí el vuelo y el hotel en Chicago. Y en este workshop, me reuní de nuevo con Flavio y con Shannon, que se había cambiado también a la red LUP. Y también fue allí donde conocí a Gisele Medeiros, ya ven que todo está relacionado e interconectado. 

Seis años después de mi último encuentro con Diego, yo supe que él iba a cumplir 80 años y decidí incluir una parada en mi viaje de vuelta al mundo, para estar presente en el festejo. No estoy seguro de si ha sido una buena idea. Los 80 son una edad muy cabrona, he encontrado a mi amigo bastante mayor, preocupado por su salud y agobiado por las circunstancias. Diego ya no es el tipo que se comía el mundo, que se reía todo el rato con su vozarrón tronante. Coincide además con que yo llegué a Tijuana también bastante cascado. Resulta que, desde el hotel Bristol, en Ciudad de Mexico, el taxista me llevó al aeropuerto equivocado. Puesto en la cola de entrada, el código QR no me servía y alguien me dijo que tenía que irme al otro aeropuerto de la Ciudad de México, separado del primero por un trayecto de más de una hora. Me sobraba tiempo, pero estas situaciones generan angustia y estrés. 

¿Cómo es posible que le suceda esto a un viajero experimentado como yo? Pues aquí entra la idiosincrasia específica de los mexicanos, ese punto huevón que tanto desespera a mi reciente amigo Rafa de la Torre, hasta el punto de haber decidido volverse a España. En México City ha habido siempre un solo aeropuerto. Se llama el AIBA (Aeropuerto Internacional Benito Juárez). Y hace como un año, abrieron un segundo, que fue muy polémico, porque supuso una gran inversión y al principio apenas tenía uso. Parece que ahora va teniendo algunos vuelos más, por órdenes directas del Gobierno Federal, que fue el que impulsó y financió el proyecto. Y ¿saben como se llama el nuevo aeropuerto? Pues se llama el AIFA (Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles) No me digan que no es fácil equivocarse entre el AIBA y el AIFA. Encima, la línea aérea Viva Aerobus, con la que yo volaba, tenía ese día diferentes vuelos a Tijuana, saliendo de los dos aeropuertos. Lo dicho: ¡huevones!

Cuando vi que tenía que cambiar de aeropuerto, salí al exterior y busqué un taxi. Con un conductor que, durante hora y cuarto, me llevó por unos vericuetos llenos de chabolas y baches, en los que uno no puede evitar pensar que tal vez lo secuestren y le corten una oreja para mandarla por correo y forzar el rescate. Este país es muy peligroso dice todo el mundo. Pero al final, el taxi me llevó a ese segundo aeropuerto, en donde efectivamente, se veía bastante poca concurrencia de viajeros, porque sigue estando infrautilizado. Ya en el lugar correcto y tras atravesar los controles de seguridad, entré en la zona VIPs para encontrarme que el único plato caliente que había era pozole, una especie de sopa con cerdo, maíz y verduras. Me tomé dos platos y no me sentaron demasiado bien. Llegué a Tijuana con mi catarro agravado por el estrés y un malestar gástrico añadido, que por la noche se tradujo en la temida cagalera que acecha a los viajeros como yo.

Como les digo, he encontrado a Diego bastante bajo de tono físico y anímico, después de sufrir una serie de desgracias tremendas. Hace poco más de un año su casa se incendió y apenas los bomberos consiguieron salvar lo más básico. Diego perdió en el incendio la mayor parte de su extensa colección de libros. Más el terror de ver cómo empiezan a salir lenguas de fuego de las ventanas en donde hasta unos segundos antes vivías tranquilamente con tu familia. Y hace poco más de un mes ha perdido a una hermana más joven que él. Diego es ahora un hombre apesadumbrado y asustado, diferente al que yo esperaba encontrar. Así que aquí estamos los dos ancianos, cascados y jodidos, en una ciudad en la que apenas hay nada que ver, tratando de descansar para el sarao del viernes 28. Lo de la cagalera es lo que aquí llaman la venganza de Moctezuma. Pero esa dolencia suele afectar a los que bajan desde los USA, no a los que vienen de abajo como yo. Traigo medicinas para combatir el tema, pero entre esto y que mi amigo está bastante cascado, estoy pasando unos días aquí un poco jodidos. Me apena ver así a mi amigo, aunque le dio mucha alegría verme.

No está mal tampoco tener unos días de descanso en familia. Diego vive con su mujer, su hijo mayor, con esposa y niña pequeña, un perro veterano y una gata remolona. Todos ellos son muy cariñosos conmigo y es un buen lugar para reponer fuerzas. También me va a permitir comprobar la eficacia de las medicinas que llevo en la maleta desde Madrid. Pero, definitivamente, está claro que es mejor buscar la compañía de gente joven, como he hecho yo en la mayor parte de este viaje. El Diego que yo conocí, habría montado una fiesta por todo lo alto para conmemorar el cambio de década. Sin embargo, parece que será una simple fiesta familiar, a la que ni siquiera Gonzalo está invitado: La familia al completo, y yo, de postizo. Espero estar mínimamente recompuesto para el festejo. Al día siguiente, si todo va según lo previsto, Diego me acercará lo que pueda a la frontera y yo cruzaré andando hacia los Estados Unidos. Ya en el mundo rico del norte, caminaré hasta coger el tranvía que te lleva al centro de San Diego. Y, desde allí buscaré la casa de Gonzalo López, en donde pretendo pasar los días siguientes.

Finalmente, mis primeros días en Tijuana me han servido para ser por fin consciente de que tengo 73 años, como precisé en el Post #1, que inició este blog. Durante la mayor parte de mi singladura, yo he funcionado como si fuera una especie de supermán, inasequible a las sucesivas dificultades. La condición de viejo, o idoso como se dice en Brasil, se caracteriza, entre otros rasgos, por la conciencia de la propia fragilidad. Este es, pues, un punto y seguido de una historia que me ha permitido vivir una serie de situaciones maravillosas, intensas, espectaculares. Como en el poema de William Wordsworth que les traje el otro día, no debemos afligirnos, porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo. En unos días se cumplirán trece años de la muerte de la gran Amy Winehouse. Pero la belleza de su arte permanece entre nosotros. Compruébenlo en este video que les dejo de despedida.


6 comentarios:

  1. Vamooosss ese ánimo, normal que en algún momento te diera un bajoncete menuda marcha te estás pegando, siento lo te tu amigo Diego que esté pasando por una mala racha me da penilla pero venga que nos quiten lo bailao. Un abrazo después de unos tiempos vienen otros.

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    1. Ya van viniendo los tiempos mejores, gracias amigo por tu interés. Que me quiten lo bailado, pero yo preferiría conservar mi imagen anterior de Diego Moreno. La estancia en San Diego me ha servido para recomponerme, de cara ya al final del viaje.

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  2. Oye Emilio, te queda apenas un mes para terminar tu viaje, y ahora no te puedes venir abajo. Saliste con 73 años muy bien llevados y vas a volver con los mismos y una vuelta al mundo a tus espaldas. Así que no te lamentes, que no todo el mundo puede presumir de algo así.
    Y ese tono en el post no va contigo siempre dices que hay que enfrentarse a las dificultades, ¿no?. Pues venga, que no te queda nada... Besos

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    1. Disculpa el tono final de mi post, estaba de verdad afectado pero ya tengo mi ánimo de siempre renovado para afrontar mis ultimas aventuras. Besos y gracias por tu preocupación.

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  3. Anónimo
    Hola, Emilio: Soy Alfonso. ¿Estas bien?
    ¡Ay, Emilio, Emilio! ¡Vaya bajoncillo! En viaje tan largo era de esperar algún bajón serotoninérgico. ¿A qué vienen esos achaques seniles? ¿No estarás chocheando? No te va. ¿No eres el mismo que se fue? No olvides que, según dijo el filosofo, nada es verdad ni mentira todo es según el color del cristal con que se mira. Quiero decir que como es idealismo verse en amigas de 55 años, tampoco es real compararte con tu amigo el de 80 tacos. Tú eres 7 años mas joven. Anda que la cantidad de cosas de cosa que se pueden hacer en ese tiempo. Eres un chaval a su lado. ¿No será, amigo, que ya andas barruntando la vuelta. ¡Tranquilo!, que cuando llegues a Madrid el sol se encargara de subirte la serotonina.
    Un abrazo,
    Alfonso

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  4. Todo va mejor ya, querido amigo, ha sido un bache transitorio, como el de la pérdida de mi amigo Joe. Hay que tirar adelante, que no se puede uno parar. Abrazos.

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