martes, 4 de junio de 2024

23. El momento decisivo

Escribo desde la sala VIPs del aeropuerto de Auckland, a pocas horas de afrontar el tramo más relevante de este viaje desde el punto de vista geográfico, como les contaré más abajo, el punto sobre el que se ha construido todo, la primera piedra que me aseguré de que fuera posible, para ir tejiendo a su alrededor toda esta aventura. Un vuelo clave para el desarrollo de mi periplo. Por eso, desde que confirmé este vuelo en Sydney en la mañana del lunes 27 de mayo tal como se contó en el blog, estoy visiblemente más contento, porque he comprobado que mi plan era viable. Pero, antes de entrar en materia, les quiero hacer una breve reseña de mis dos últimos días en Auckland, ayer y hoy, para ir cerrando ciclos.

Ayer, día 3 de junio lunes, mi amigo Luis Casares me vino a recoger a la puerta del hotel a las 9.30. Aunque era lunes, en Nueva Zelanda era festivo, ¿saben por qué? Pues nada menos que por ser el cumpleaños del rey Carlos de la Gran Bretaña. Como lo oyen: este país, como Australia, sigue formando parte de la Commonwealth y su rey es el británico. Luis me llevó en su coche nuevo a ver el War Museum, un lugar al que deberían cambiar de nombre, porque sólo tiene una planta dedicada a las guerras en las que ha participado Nueva Zelanda; el resto es muy interesante para conocer cosas de la cultura maorí y la historia de este país. Hemos pasado la mañana en este museo, donde hemos tomado café y yo he sacado algunas fotos de cómo trabajan la madera los maoríes, entre las que he seleccionado las que les pongo aquí abajo.






La madera que usan los maoríes viene de un árbol que sólo existe en esta tierra, el kauri, una especie con ejemplares gigantescos, que sólo se dan en el norte de la isla norte de Nueva Zelanda y que actualmente están muy protegidos porque los está atacando un parásito que amenaza su supervivencia. La madera es dura pero trabajable y se ha usado bastante también para la construcción. Bien, Luis debía dejarme a mediodía por alguna obligación familiar, así que me llevó al hotel. Subí un instante al cuarto y enseguida salí otra vez a caminar por la ciudad para un último vistazo. De otras ciudades que he visitado en este viaje me he ido como con cierta pena. No es el caso de Auckland: esta tierra me resulta muy ajena, yo aquí no pinto nada y estoy contento de haberla conocido, pero no creo que vuelva a visitarla.

Paré a comer una pasta con pesto en un italiano que me salió al paso y caminé luego por los lugares que más he frecuentado, incluyendo un último paseo por el muelle de los ferrys. Hacía buen día, pero en esta tierra la temperatura cae bastante cuando anochece lo que, como les he dicho, sucede pronto, a las cinco y pico. Y las calles se quedan bastante vacías, aunque ayer era festivo y había bastante gente por las calles. El museo de la guerra, por ejemplo, estaba lleno de familias con niños bastante ruidosos, porque este es un país muy tolerante con los críos, a los que no se les reprime casi nunca. Dice Luis que él se creía que los cubanos eran gente bien educada hasta que vino aquí y conoció a los lugareños. Aquí nadie toca el claxon, nadie tiene prisa y se respeta a todas las minorías.

Eso del respeto a las minorías no sucede por ejemplo en Australia, donde hay bastante racismo. Pero aquí, los maoríes consiguieron que en 1935 se les equipararan sus derechos. Los maoríes denominan a los blancos pakekas. Y en esta tierra, la población está compuesta por un 70% de pakekas, un 17% de maoríes y un 13% de otros pueblos: chinos, indios, japoneses, coreanos. Los maoríes han estado muy tranquilos durante las últimas décadas, pero ahora hay malestar, desde que la señora Jacinda Ardern dimitió y en las elecciones subsiguientes ganó la derecha, que está amagando con recortar los derechos de las minorías. Todo tiene como siempre dos interpretaciones. La derecha ha ganado con un discurso en el que propone que un pueblo que solamente supone el 17% de la población y que llegó aquí hace 800 años, no mucho antes que los blancos, deje de tener determinados privilegios. Los maoríes no están oprimidos, aquí no hay racismo, pero el porcentaje de maoríes dentro de la población reclusa es del 65%. Un dato que es significativo.

Bien, regresé al hotel y me pasé allí la tarde, haciendo gestiones para las siguientes fases de este viaje y empezando a preparar este post. Hoy por la mañana he hecho el check-out en el hotel y he esperado en recepción a que vinieran a recogerme. Luis ha venido acompañado de su buen amigo Nils, que es danés y tiene 87 años. Hemos cargado mis maletas y hemos ido a encontrarnos con el tercer integrante de la panda, el malayo Siew que tiene 77. El frente de juventudes. Ellos tres se reúnen todos los martes por la mañana a arreglar el mundo alrededor de una mesa con unos cafés y unos bollitos. Para Luis, esto es algo fundamental: la panda de los amigos con cita semanal fija. Hoy nos hemos reunido en un templo budista y hemos arreglado el mundo con bastante esmero. Vean primero unas imágenes del propio templo.


Los dos amigos de Luis son cojonudos, bromean todo el rato entre ellos a cuenta de la edad y las posibilidades de ligar de cada uno y tienen un tema que los une: los tres son artesanos. Luis me ha dicho que hace trabajos de marquetería, Nils es un virguero de la madera y Siew hace unas acuarelas fabulosasa. Los tres venden sus trabajos en mercadillos y ferias y por eso se conocieron. Y suelen venir al menos una vez al mes al templo budista, donde les quieren mucho y los tratan como a viejos conocidos. En Nueva Zelanda, apenas hay budistas, pero el templo lo lleva un grupo de monjas con túnica naranja y la cabeza afeitada, que desarrollan una labor social admirable. Todos los días tienen actos de apoyo y ayuda a los menos favorecidos, en los que, según Luis, no hacen proselitismo del budismo, sino que se limitan a ayudar como los misioneros en África.

Ha venido la jefa del templo, una monja de rompe y rasga con una autoridad tremenda, que nos ha echado unos regaños medio en broma, pero con mucha convicción. Por cierto, todas las monjas son originarias de Taiwan. Entre medias de nuestra larga conversación, Luis le ha dicho a la madre superiora que si podían organizar allí una reunión de una Asociación de afectados por la polio, que está tratando de impulsar. He podido saber que esta asociación la forman Luis y nueve neozelandeses bastante mayores también, ocho de los cuales se mueven en silla de ruedas. Este hombre es realmente admirable y la jefa le ha dicho que les dejará una sala para su reunión fundacional. Vean ahora unas imágenes de nuestro encuentro en esta mañana invernal que más bien parecía de primavera.




La mañana ha sido deliciosa, entre bromas con las monjas budistas, que tienen en gran concepto a estos abuelos que apoyan con su trabajo artesanal cada uno de los mercadillos que ellas organizan. Me dice Luis que en la última de esas ferias vendió todas sus obras y se llevó unos 300 dólares neozelandeses, que no está nada mal. A una hora concreta, hemos levantado la sesión. Nils y Siew se han despedido muy cariñosamente de mí y se han ido en el coche del segundo. Y Luis ha cumplido su promesa de llevarme al aeropuerto, donde nos hemos despedido con un fuerte abrazo. Gran tipo este Luis Casares, cubano de pura cepa y castrista convencido, al que la vida ha llevado a empujones sucesivos a radicarse en el culo del mundo, donde ha logrado ser feliz aunque casi nadie venga a visitarlo.

Y, una vez cumplidos los trámites aeroportuarios, con mi tarjeta de embarque y ya al otro lado de los diferentes controles, he podido acceder a la sala VIPs y dedicarme a rematar este post, en el que ya me pongo con los aspectos geográficos, que son interesantísimos. De entrada, yo empecé proclamando en el blog que viajaba contra la rotación de la Tierra, lo cual es un error garrafal, como muy bien detectó mi amigo el Coronel Groucho, a quien tuve que reconocerle que estaba herrado con hache. Mi viaje es hacia el Este, o sea, en el mismo sentido de la rotación de la Tierra. Lo que pasa es que mi experiencia me dice que el jet-lag es mucho más severo cuando se viaja en este sentido. ¿Por qué? Pues porque uno tiene la sensación de ir a la contra. ¿A la contra de qué? Pues del sol.

Estas sensaciones están fuertemente arraigadas en la mente humana desde los largos tiempos en que se creía que era el sol el que se movía alrededor de la Tierra, es decir hasta que Galileo demostró lo contrario. La astronomía anterior a Galileo, por ejemplo la de los egipcios, se basaba en el concepto centrípeto de la Tierra. Y era una ciencia muy compleja y evolucionada, que permitía hacer pronósticos del tiempo o de los eclipses con una gran precisión. Yo estudié esa astronomía, en un trimestre de mi bachillerato, con un profesor que se llamaba don Gumersindo y era un tipo medio escarallado por un accidente de coche, que explicaba perfectamente los fundamentos básicos de esa concepción del mundo. Era una asignatura opcional, en la que yo aprendí unos conceptos que luego me fueron muy útiles para la carrera de arquitectura y sus componentes de orientación, soleamiento, iluminación natural, etcétera.

Con todo eso, y sin que ello sirva de disculpa por mi error, creo que en el fondo soy una especie de terraplanista emocional, que sigue funcionando como si la Tierra fuera el centro del universo y el sol girara alrededor. Por eso, cuando voy hacia el Este, siento como que voy a la contra. Sentado este primer apartado, les diré que, aquí en Auckland, estoy exactamente en las antípodas de Madrid, como ya he dicho en posts anteriores. Algunos amigos como Henry Guitar me hacen bromas diciendo que estoy cabeza abajo y que tenga cuidado para que no se me suba la sangre a la cabeza o se me caiga el dinero de los bolsillos. Pero puede decirse que, a partir de este vuelo que estoy a punto de tomar, en cierto modo estoy empezando a regresar. Por el otro lado, lo que viene a demostrar que la Tierra es esférica.

Este va a ser el vuelo más largo de todo mi viaje, algo más de once horas. Ya tengo la tarjeta de embarque y los datos que muestra son sorprendentes: Salida de Auckland hoy día 4 de junio a las 18.45. Llegada a Santiago de Chile el mismo día 4 de junio a las 13.50. Les juro que así lo pone. Yo saldré de Auckland esta tarde y llegaré a Santiago cinco horas antes, después de un viaje de once horas. ¿Cómo se explica eso? Pues porque voy a atravesar la línea internacional de cambio de fecha, que más o menos, con pequeñas variaciones locales, coincide con el meridiano 180. Quiere eso decir que voy a ganar un día de vida, en teoría.

Aunque en realidad, todo esto son convenciones que ha establecido el ser humano para intentar domesticar y medir el espacio y el tiempo. Pero el espacio es una magnitud continua: usted llega a los Pirineos, cruza la frontera y no nota nada, los árboles siguen siendo los mismos, las vacas a un lado y otro de la frontera son idénticas y a usted no se le pasa el dolor de muelas que arrastra o la dificultad para andar por los juanetes. Pues con el tiempo pasa lo mismo. La línea internacional de cambio de fecha es una convención establecida y aceptada por todos, como el sistema métrico decimal, o la división del tiempo en horas, minutos y segundos.

La línea internacional de cambio de fecha discurre por el meridiano 180, salvo por determinados países que la fuerzan un poco para quedarse a un lado o al otro. El único estado que no hace eso es el de Kiribati, una alargada isla en el Pacífico, que ahora mismo constituye un estado independiente reconocido por la ONU y con selección nacional de fútbol, lo que casi es un reconocimiento internacional mayor. Kiribati deja pasar la línea por el centro de su territorio, de modo que sus habitantes van de un extremo al otro de esta isla perdida en medio del océano y bromean diciendo: me voy a dar una vuelta por el día de ayer, o bien: voy a regresar al día de mañana. Igual que los de Estambul bromean con que se despiertan en Asia y se van a desayunar a Europa. A efectos prácticos, la hora oficial de Nueva Zelanda es 10 horas más que la de España, mientras que la de Chile es 6 horas menos que la española. Sumando esas dos diferencias tienen las 16 horas de desfase de este vuelo: como el viaje dura 11 horas, llego a Santiago 5 horas antes de la hora de salida.

No sé cómo me va a afectar el jet-lag, porque es la primera vez en mi vida que atravieso esa línea. Pero, si han leído el maravilloso libro de Julio Verne La Vuelta al Mundo en 80 días, tal vez recuerden que este asunto está en el meollo mismo del desenlace del libro. Se lo recuerdo. Todo empieza con el aristócrata londinense Phileas Fogg que, en una reunión en un club de la ciudad con otros caballeros bastante venidos arriba por la cerveza, afirma que es capaz de dar la vuelta al mundo en 80 días. Nadie se lo cree y deciden apostar. Y Phileas se juega nada menos que toda su fortuna a que será capaz de lograrlo. Con su fiel criado francés Passepartout, se lanza a la aventura. Passepartout es un tipo llano, del pueblo, una especie de Sancho Panza, que equilibra con su saber popular los excesos de su refinado amo.

Emprenden su viaje a la carrera y viven una serie interminable de aventuras que no les voy a contar aquí. Por cierto, como yo, salen también hacia el Este. En aquellos tiempos no había vuelos regulares, por lo que la apuesta era difícil de ganar. Y, efectivamente, nuestros héroes llegan a Nueva York y toman allí un barco hacia Londres. Una serie de vicisitudes los retrasan y llegan finalmente tarde, según las cuentas de Phileas. Pero aquí sobreviene el gran golpe de guión de Verne.  Durante todo el viaje, Fogg ha ido adaptando su reloj a la hora local de los diferentes lugares que atravesaban, para poder llegar a tiempo a sus citas y coger diferentes transportes. Pero Passepartout, que es un borrico, se ha negado a cambiar la hora de su reloj y mantiene la hora de Londres durante todo el viaje.

Y, cuando ya Phileas da por perdido el envite y todos sus colegas del club se aprestan a celebrar el triunfo que les va a llevar a quedarse con toda la fortuna de su amigo, Passepartout comprende que en realidad han ganado un día, al atravesar la línea internacional de cambio de fecha. O sea, que no han hecho su viaje en 80 días y pico, sino en 79 y pico. Corre a buscar a su amo, lo agarra por el cuello y lo lleva corriendo al club, en donde llegan ambos cinco minutos antes del cierre del plazo: han ganado la apuesta. Julio Verne incluye en su libro una explicación técnica precisa de este asunto, que no me resisto a mostrársela a ustedes. Léanla.

¿Y cómo, siendo Phileas tan exacto y minucioso, había podido cometer el error de un día? ¿Por qué se creía en sábado 21 de diciembre, cuando había llegado a Londres en viernes 20, setenta y nueve días después de su salida? He aquí el motivo de este error. Es muy sencillo. Phileas Fogg, sin sospecharlo, había ganado un día en su itinerario; y esto porque había dado la vuelta al mundo yendo hacia Oriente, pues lo hubiera perdido yendo en sentido inverso, es decir, hacia Occidente. En efecto, marchando hacia Oriente, Phileas Fogg iba al encuentro del sol, y por consiguiente, los días disminuían para él cuatro minutos cada vez que recorría un grado. Hay 360 grados en la circunferencia, los cuales, multiplicados por cuatro minutos, dan precisamente veinticuatro horas, es decir, el día inconscientemente ganado. En otros términos: mientras que Phileas Fogg, marchando hacia Oriente, vio el sol pasar ochenta veces por el meridiano, sus colegas de Londres no lo habían visto más que setenta y nueve. Por eso aquel mismo día, que era sábado, y no domingo, como creía mister Fogg, lo esperaban los de la apuesta en el salón del Reform-Club. Y esto es lo que el famoso reloj de Passepartout, que siempre había conservado la hora de Londres, hubiera indicado, si además de las horas y minutos hubiese marcado los días.

Impresionante, ¿no creen? He de aclararles que, igual que la pareja protagonista del libro, yo viajo hacia el Oriente y mi teléfono móvil actualiza automáticamente la hora cada vez que cambio de país, mientras que el ordenador lo tengo configurado para que mantenga la hora de Madrid y poder comparar las dos. Una vez que llegue a Chile y venza el previsible jet-lag, observaré si todo esto tiene algún efecto práctico visible. Lo cierto es que, en este vuelo, empiezo a volver, como ya he dicho. Y que cierro la etapa correspondiente a Oceanía, tercer continente que visito en mi periplo, después de Europa y Asia. Y entro en América, que en la parte del sur tiene una ventaja indudable para mí, por el idioma. La omnipresencia del inglés, desde que dejé Italia hace ya una eternidad, me ha supuesto un esfuerzo suplementario que ahora me ahorraré.

Pero todavía hay un aspecto curioso más de este tramo de viaje que voy a afrontar hoy. Porque, desde Auckland, yo voy a surcar el inmenso Océano Pacífico hasta llegar a Santiago. Desconozco qué ruta va a utilizar el piloto, pero creo que no pasará muy lejos del llamado Punto Nemo, también conocido como el polo de inaccesibilidad oceánica. Se trata del lugar más alejado de cualquier costa, cuya localización se ha determinado por el baricentro de un triángulo equilátero que tiene por vértices la Isla de Pascua al Este, las islas Pitcairn (donde se refugió Fletcher Christian, el protagonista de Rebelión a Bordo) al Oeste y el islote antártico de Maher, al Sur. Si tienen curiosidad por saber algo más sobre este tema, les aconsejo leer el reportaje de la BBC que encontrarán pinchando AQUÍ.

No me digan que no les ha interesado este post. Realmente yo creo que este es el momento decisivo de mi viaje, lo que los ingleses llaman The Turning Point. El gran John Mayall, patriarca de los músicos de blues británicos, publicó en 1970 un disco que se llamaba precisamente así. En él se incluía esta maravilla que les voy a pedir que escuchen de postre. Se llama Room to move, está grabada en directo y Mayall alcanza unos grados de virtuosismo y vacile supremo con la armónica, que nadie ha superado jamás. Por cierto, John Mayall tiene ahora mismo 90 años, está radicado en California y sigue haciendo conciertos por el entorno en el que vive; sus hijos y los médicos le han prohibido viajar a tocar más lejos. Que ustedes lo pasen bien. Si todo sale según lo programado, seguiremos desde Chile.

12 comentarios:

  1. Pues sí, sí. Muy interesante tu post, ¡menuda clase nos has dado!. Vas a llegar a Santiago de Chile un pelín más joven... Y está muy bien que empieces a volver, aunque no hayas apostado con nadie... Besos.

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    1. Gracias. Efectivamente, ya he empezado a volver, de alguna manera.

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  2. Hi Emilio, love your posts and your trip is fascinating. What countries in South America are you going to visit?

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    1. Sorry, it's me, Edwin, your English teacher.

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    2. Chile, Brazil, Perú and México. Thanks for follow me.

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  3. Vamos Phileas Fogg que vas a ganar la apuesta, buen viaje de vuelta.

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    1. Anónimo
      Soy Alfonso. Hola, Emilio: Un relato magistral de astronomía. Estás realizando un viaje apasionante, que estamos viviendo contigo los que seguimos tu blog. ¡Adelante con tu aventura!
      Un saludo,
      Alfonso

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    2. Gracias por tu entusiasmo, me encanta que me sigas leyendo..

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  5. Bueno, no es que me haya interesado este post, es que me ha dejado apabullado. Hace tiempo que no leía una cosa tan buena. Le llevo siguiendo desde el principio y creo que en este texto ha superado usted todos los anteriores (y era difícil). Enhorabuena.

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  6. Pues mil gracias, querido lector anónimo.

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