lunes, 17 de junio de 2024

26. Como en casa

Buenos días de nuevo, escribo aquí en mi habitación del hotel Uniclass de Sao Paulo, mientras hago tiempo para la cita que tengo a las 11.00 con mi querida, jovencísima y paulistana amiga Ana Paula Estévez, con la que he quedado para que me enseñe lo más destacado de su ciudad. Ella está ahora en un momento difícil de sus estudios de arquitectura que, según me ha dicho, acaba este año y ha tenido la gentileza de reservar un día para quedar conmigo, más no puede. Y yo he reservado también dos noches en este hotel, dentro de la programación de mi viaje, solamente para encontrarme con ella. He de reiterarles mis disculpas por la semana de silencio durante mi estancia en Curitiba. Sucede que, en casa de Gisele Medeiros, me he encontrado tan bien, tan atendido en todos los detalles, que he llegado a olvidarme de que estaba de viaje o, más bien, he llegado a sentir como que mi viaje se había terminado allí, que ese y no otro era mi destino.

Gisele ha hecho que me sintiera como en casa y el último día, cuando me puse a preparar el equipaje, me encontré muy raro, con una especie de congoja o encogimiento del ánimo, que capté que ella sentía también, y que me llevó a abreviar los trámites, a correr, a hacerlo todo vapt vupt para poder seguir mi camino, con una sensación como la del que se ve sujetado por unos brazos fuertes y ha de dar un impulso brusco para soltarse. Pero yo llevaba en este blog una línea continua de narrar cronológicamente lo que me iba sucediendo y he de retomarla justo donde la dejé, con la esperanza de llegar a ponerme al día. Porque uno de los propósitos de este blog es que quede constancia escrita de mis pasos, para que no caigan en el olvido, para que no se desvanezcan en el tiempo como lágrimas en la lluvia, que decía el replicante en jefe de la película Blade Runner. Aunque, con la perspectiva de una semana de retraso, trataré de abreviar suprimiendo lo que ya no me parezca de interés.

Volvamos, pues, a la mañana del día 8 de junio, sábado, cuando publiqué el post que relataba mis andanzas por Santiago de Chile y me dispuse a esperar a mi amiga Valeria López, que venía a recogerme para llevarme a su casa a que conociera a su familia. Apareció con su marido Raúl, que es ingeniero industrial, y salimos con su coche en dirección a la periferia Este, ya en el inicio de la falda de La Cordillera, como así llaman todos a Los Andes. Raúl y Valeria viven en un chalet de estanding medio, que comparten con sus dos hijos: Amaru, de 20 años y Fernando de 11. Amaru, nombre quechua, es un chaval guapísimo y listo que está estudiando arquitectura y con el que charlé bastante. Además de los cuatro de la familia, vive allí María José, también en torno a los 20, a la que se refieren humorísticamente como la adoptada, aunque es la hija de unos amigos suyos de las regiones del sur, que ha venido a Santiago a estudiar también arquitectura y a la que han brindado alojamiento y cobertura familiar.

Teniendo todos los dormitorios ocupados, a mí me ofrecieron el cuarto de la chacha, al lado de la cocina, pequeño y un poco cutre, pero limpio y con baño propio. En esa casa, hay un régimen de horarios bastante, digamos, libertario. Cada uno hace lo que le da la gana, se acerca a la nevera y come un poco de lo que encuentra y no hay una especial sincronización de horarios Tampoco limpian demasiado los jóvenes, lo que le da a todo un aire de Casa de Tócame Roque, que al final resulta bastante divertido. Hay por allí una perra veterana a la que continuamente le dan sobras, lo que hace que esté todo el tiempo pidiendo más. Yo tenía curiosidad de ver cómo vivían y, por supuesto, no quería para nada que cambiaran ninguna de sus rutinas. Y enseguida fui informado de que allí, los fines de semana se cocina y se come bien, para resarcirse del horario laboral de ambos conyugues, que durante la semana apenas tienen tiempo libre, con su horario de mañana y tarde y el traslado al centro que se lleva una hora para ir y otra para volver.

En consecuencia, nada más llegar, Raúl se puso a cocinar un salmón a la plancha con diversos condimentos, que ya les adelanto que estaba exquisito y en cantidad superabundante. El salmón chileno es de piscifactoría pero está muy bueno y se exporta a toda Latinoamérica (en Brasil es muy apreciado). Entre unas cosas y otras, acabamos la comilona cerca de las cinco, acompañada con buen vino chileno y cerrada con un cóctel a base de vodka y licor café como para tumbar a un gigante. Entendí que ellos se hubieran ido a echarse la siesta ya, pero querían salir un momento para enseñarme algo muy peculiar que hay en el entorno: el templo Bahai para todo Latinoamérica. Así que cogimos el coche para llegar antes de que lo cerraran. La religión Bahai es algo bastante curioso, sus seguidores están por todo el mundo y, si quieren saber algo sobre ellos, les sugiero que lo busquen en la Wikipedia, yo debo economizar espacio. Ellos querían enseñármelo, no porque sean fieles de dicha creencia, sino por su singularidad arquitectónica. Y allí nos hicimos algunas fotos.





De vuelta de visitar el templo, Raúl anunció que él no perdonaba la siesta, aunque fueran ya más de las seis, y Valeria se retiró con él a la otra punta de la casa. Yo me quedé por allí con los chicos, pude dormir un rato, y luego me dediqué largo y tendido a mis gestiones del viaje. Mis anfitriones amanecieron de la siesta a las diez y media de la noche. Eso les dará una idea de cómo son esta pareja. Ellos vienen de un entorno ideológico medio alternativo, casi hippy, y allí están todos encantados. Me recuerda un poco a mi casa familiar en Torrelodones, aunque allí había mucho más orden. Ellos trabajan como negros toda la semana para mantener este estatus y en el finde se dejan llevar. Compartí con ellos día y medio que me resultaron muy gratos, aunque sé que yo no podría vivir de esa manera.

De vuelta de la larga siesta, el programa incluía una cena de chuletillas de cordero en la barbacoa externa, programa que se cumplió estrictamente aunque estaba cayendo un diluvio. Yo me abrigué lo que pude y disfruté de la cena en la terraza semicubierta, con música de rock bastante bien escogida. Y así terminó mi día de sábado. El domingo día 9 de junio no tuvo demasiada historia. Amanecimos tarde, desayunamos juntos los tres mayores y salimos a ver un poblado de colonización de los dominicos que está cerca y donde hay un mercadillo no muy concurrido, porque seguía lloviendo. A la hora de comer, Valeria terminó de cocinar un puchero o caldero típico de Chile que estaba bastante bueno, y Raúl se fue a su siesta. Valeria se quedó conmigo esta vez para tratar de reservar un coche que me llevara al día siguiente temprano al aeropuerto.

Esta sencilla gestión presentaba problemas porque, en un lugar tan alejado del centro urbano, yo no tenía cobertura de Orange y no podía recibir mensajes sms, con lo que no podía reservar un Uber o similar. Después de intentar diversas maniobras, llegamos a la conclusión de que lo más práctico era que yo saliera a buscar el pequeño centro comercial del barrio de chalets, sacara allí dinero de un cajero con mi tarjeta Revolut y Valeria reservara un Uber a cuyo conductor yo le pagaría con cash al día siguiente. Encontré fácilmente el lugar y volví con mi dinero. Y, terminada la gestión, nos quedamos por allí charlando de nuestras cosas, a lo que se sumó un descansado Raúl, para dejar caer tranquilamente la tarde de domingo, que ya saben ustedes que es terreno abonado para el bajón anímico, porque el disfrute del finde se termina y hay que prepararse para volver a la dura rutina laboral de la semana.

El lunes 10 fue día de viaje coñazo, comenzado a las 6 de la mañana cuando el chofer de Uber me recogió a la puerta de casa de Valeria. Encima, no había encontrado ningún vuelo directo a Curitiba, tenía que hacer una escala en Sao Paulo y, además, con el billete comprado me obligaban a facturar mi pequeña maleta. Me acerqué al mostrador de la compañía LATAM a ver si me la podía llevar en cabina como siempre, incluso pagando un suplemento, pero di con un funcionario de manguitos, que se cerró en banda: con ese billete tenía que facturar por fuerza. Se llevaron mi maleta, pasé el control de seguridad sin problemas y me acerqué al Duty Free a comprar un par de botellas de vino tinto de Chile para mis amigas curitibanas. Tras localizar la puerta de embarque, busqué el lounge de la Priority Pass y me di un almuerzo en condiciones mientras esperaba la hora de subir al avión.

El vuelo a Sao Paulo, de 3 horas y 20 minutos, transcurrió sin problemas, pero en el aeropuerto de Sao Paulo, que se llama Guarulhos, la operativa de la escala era complicada (la había consultado con una azafata del vuelo y ya estaba sobre aviso). Con mi mochila al hombro y mi bolsa del Duty Free, afronté la larga cola del control de pasaportes para entrar en Brasil. Allí tuve que rellenar un pequeño impreso en papel, algo que también se lleva su tiempo. Pasado ese control, caminé al lugar donde se entregan las maletas facturadas y allí estaba la mía, reluciente y perfecta dando vueltas por la cinta prácticamente sola, porque las demás ya habían sido recogidas. Con todo mi equipaje, hube de hacer una larga peregrinación para llegar a la otra terminal, la de los vuelos domésticos.

Allí, cual mosca cojonera, me dirigí al mostrador de LATAM correspondiente dispuesto a darles la murga de nuevo para que me dejaran llevarlo todo en cabina. Y, para mi sorpresa, di esta vez con una chica brasileña muy amable, que me dijo: ¿usted que quiere hacer? Yo, llevarlo todo en cabina. Pues nada, usted pasa por el control su código QR, accede al avión y nadie va a decirle nada. Demostración palpable de que el funcionario de manguitos de Santiago, de la misma compañía que esta guapa brasileira, era un estrecho y un capullo. Feliz como una perdiz, decidí celebrar mi buena suerte con una cerveza grande y un trozo de pizza, en un bar que me salió al paso. Y me pusieron la cerveza más grande que he visto en mi vida, yo creo que era de dos litros o algo así. Hasta el punto de que no me la terminé: consumidos como dos tercios, dejé el resto y me dirigí a la puerta de embarque.

El segundo vuelo del día, Sao Paulo-Curitiba, dura exactamente una hora y cinco minutos. Así que no te da tiempo ni a dar una cabezada. Pasas directamente de estar subiendo a empezar a bajar. Y en el exterior de la terminal 1 del aeropuerto de Curitiba, me esperaba mi amiga Liana Vallicelli, puntual y encantada de venirme a recoger. Como ya les he dicho, conocí a Liana en 2017 y no la había vuelto a ver. Y la encontré bastante recompuesta, con el pelo más cuidado y, en definitiva, más guapa. Y tan cariñosa como siempre. Cargué mis maletas en su coche y salimos directos hacia la casa de Gisele. Mi otra amiga vive en un apartamento lujoso y amplio en el piso 12 de una torre de una de las zonas en que la regulación urbanística de la ciudad permite mayor densidad. Es una casa preciosa, de revista, amueblada y decorada con buen gusto.

Gisele estaba cocinando una pasta para cuatro comensales: ella, su hija de 18 años, Liana y yo. Me enseñó la habitación que me tenía reservada y era una auténtica suite. Después supe que había hecho compra para cocinar para mí toda la semana, aunque luego descubrió lo que me gustan los bares y la buena música en directo hasta altas horas de la noche y prácticamente no pudo volver a demostrarme sus habilidades culinarias. La pasta que nos hizo esa noche estaba sensacional, Gisele es una gourmet, le gusta cocinar y disfruta mucho comiendo comida de buena calidad. Les hice entrega de las dos botellas de vino de Chile que les traía, aunque para la cena abrimos un espumante medio clarete mucho más adecuado, que nos ventilamos entre los tres. Liana bebió menos porque tenía que conducir de vuelta a su casa y Jasmin, la hija de Gisele, no bebió ni abrió prácticamente el pico, es chica tímida, en su mundo.

La conversación giró sobre diversos temas, con mucho protagonismo de mi viaje, que las tenía a ambas encantadas, y bastantes explicaciones técnicas del trabajo que ambas desarrollan en el IPPUC, Instituto de Pesquisa e Planejamento Urbano de Curitiba, que es una institución pionera de nivel mundial. Se trata del primer instituto de este tipo, creado en 1965, que luego se replicó en todas las ciudades grandes de Brasil y también en otros países del entorno. Por ejemplo, en México existe un centro de este tipo en cada una de las grandes urbes del país, creado a imagen y semejanza del IPPUC. La cena transcurrió placentera, mientras la conversación fluía fácilmente entre tres personas que tenemos muchas cosas en común. Liana se despidió en algún momento, Jasmin se fue a sus cosas y yo acompañé a Gisele mientras recogía la cocina, que era un trabajo largo, porque se había esmerado en hacerme una cena de bienvenida con muchos acompañamientos y detalles.

Dormí como un bendito y amanecí pronto. El martes 11, Gisele debía llevar a Jasmin como cada día al colegio de secundaria donde cursa sus estudios y yo aproveché para extender mi estera de yoga y hacer una rutina completa, de hora y media. Me duché, me vestí y salí afuera. Gisele andaba ya por allí de vuelta. Le pregunté si podía tomar un café con algún bollito y me dijo que ella no había desayunado antes, para acompañarme después del yoga en un desayuno de verdad. Y empezó a sacar cosas como un bufet de hotel hasta llenar la mesa del cuarto de estar donde habíamos cenado la noche anterior. Comprendí entonces que Gisele estaba dispuesta a poner todos los medios para que mi estancia en su casa fuera perfecta. Y he de decir que lo logró con creces.

El desayuno incluía papaya, que es una fruta deliciosa en Brasil, y cosas como lingüiça, una especie de butifarra local para untar, que es una delicia. Este embutido recoge los orígenes alemanes de buena parte de la población de Curitiba que en su día se nutrió de la emigración teutona, italiana, polaca y hasta japonesa. Además de todo lo que suele disponer para los desayunos, Gisele hace un café súper bueno. Recogidos los bártulos del desayuno, bajamos a coger el coche, para mi primera visita a la ciudad (ya les he dicho que Gisele se había cogido tres moscosos para poderme atender debidamente, y confiaba en hacerse la loca parcialmente los días de jueves y viernes, prolongación que no pudo cumplir, como ya se verá). Así que llegamos a lo que se conoce como el centro urbano, aparcamos el coche y nos lanzamos a caminar. Es momento de unas imágenes más. Empezando por las vistas que pueden contemplarse desde la casa de Gisele.



Algunas vistas de las paradas del autobús de plataforma reservada.


En Curitiba hay cuatro Ejes Estructurantes: norte, sur, este y oeste. Cada eje se compone de tres calles. La central tiene la plataforma reservada para el bus, dos direcciones, más dos vías laterales de tráfico de un carril y unas aceras amplias. Las otras dos calles, que van paralelas a la central, están destinadas al tráfico rápido, una en cada sentido. Y entre estas tres vías se autoriza una mayor densidad de edificación, así que en esas dos hileras se encuentran los edificios más altos. Además, estas vías no entran al centro urbano, sino que lo bordean tangencialmente. Un modelo de jerarquización viaria, relacionada con el urbanismo y las densidades permitidas, que funciona como una máquina. Gisele me llevó arriba y abajo hasta que entendí la estructura y luego aparcamos y le dimos una vuelta al centro urbano.

En un mercadillo paramos a comprar una tarjeta SIM. El tipo del puesto callejero me la instaló, la revisé y, por esas cosas de las ondas, resulta que me había desactivado mi SIM de Orange. Eso me dejaba en situación de no poder recibir sms, igual que en Kyoto. Para activar mi tarjeta me pedían un código PIN que yo nunca me he sabido. Y sin poder recibir confirmaciones de pago vía sms, no puedo pagar ningún vuelo que reserve, ni recargar mi tarjeta Revolut. Otra situación de terror, como la de Kyoto. Decidí dejar su resolución hasta la noche, para no perder tiempo y así se lo dije a Gisele. Vean otras fotos de nuestro paseo por el centro.




Gisele me llevó caminando a la Confeitaría das Familias, una pastelería mítica de Curitiba, donde nos tomamos un café con un pastel riquísimo de nata, de elaboración propia. Después, Gisele tenía que ir a recoger a su madre, 83 años, para acompañarla al dentista. La acompañé y resultó que la madre era simpatiquísima, continuamente haciendo brincadeiras, pequeños juegos de palabras improvisados muy divertidos. Gisele había acondicionado una habitación de su casa para alojar a su madre con ella, y la tuvo allí casi un mes, porque ya no es recomendable que viva sola. Hasta que un día la encontró llorando. Le dijo que allí estaba muy bien, pero que no era su casa y ella quería vivir en su casa. Así que la regresó a su domicilio con un par de cuidadoras de día. Y ese cuarto es el que me pudo dejar a mí, ya ven los vericuetos que sigue la realidad.

Seguimos recorriendo zonas muy interesantes del centro, pero no habíamos comido a mediodía más que un pastel con el café y Gisele lo dijo bien claro: Eu teño fome. En gallego se dice fame, pero en Brasil es fome. Después de visitar varias zonas con restaurantes, nos decidimos por el Bar do Alemao, un lugar donde daban codillo al horno con chucrut y ensalada de patatas, en la mejor tradición germánica. Y la bebida típica que me pedí es lo que se llama un submarino. Se trata de una gran jarra de cerveza de barril, en cuyo fondo depositan un caneco (chupito) de una cachaça local, que se mezcla con la cerveza y es una bomba. El vasito, después se lleva de recuerdo. Vean unas fotos de esa comilona. En el fondo del vaso de chupito, está escrito: Este caneco ha sido honestamente roubado no Bar do Alemao, 2024.






Volvimos a casa mas contentos que unas pascuas y allí me afané en solucionar mi problema con la informática. Me costó, pero lo logré por fin. Encontré un servicio de atención de Orange por Whatsapp y les escribí cuál era mi problema. Me guiaron a poner varias veces códigos PIN equivocados. Cuando sobrepasas un cierto número de intentos, te pasa a pedir el código PUK. Código que ellos me enviaron por un mensaje. Problema solucionado. Y finalizó así el primero de los cuatro días gozosos que he pasado con Gisele. Esto último ya lo estoy escribiendo en la sala VIPs del aeropuerto internacional de Guarulhos (Sao Paulo), donde en un rato tomaré mi vuelo a Lima. Sean pacientes, que ya voy a ir siguiendo mis pasos hasta ponerme otra vez al día.

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