domingo, 2 de junio de 2024

22. Un cubano en el culo del mundo

Ayer conocí por fin a Luis Casares, mi contacto en Auckland, cubano de 78 años que es todo un personaje. Me recogió puntualmente a la puerta del hotel e inmediatamente le pregunté por el carro, porque yo había imaginado un coche viejo, apresuradamente puesto a punto en un taller casero, y sin embargo, aquello tenía un olor a coche nuevo que capté nada más montarme. Me lo confirmó: había tenido que tirar su coche viejo, que tenía ya más de 200.000 kilómetros y se acababa de comprar este pequeño Mazda automático, que justo estrenaba esa mañana. De hecho, algunos de los mandos aún no sabía cómo se manejaban. Esto ya es la repera, un paso más adelante en la forma en que mis sucesivos amigos y contactos se han volcado en atenderme.

Porque les recuerdo que mi amigo coreano Woohyun Chung se cogió un tren para hacer 250 kilómetros desde Sejong donde vive, y reservó dos noches de hotel para acompañarme durante mi estancia en Seúl, en donde me había conseguido tres conferencias en sendas universidades coreanas. Y mis amigos Sioji Ito y Shinya Nakamura vinieron en tren desde Osaka a Kyoto, alquilaron un coche en la misma estación para llevarme a ver el santuario de la isla de Chikubushima y, tras devolver el coche, invitarme a cenar y poder beber conmigo todo lo que quisieran al no tener que conducir de vuelta. Y ahora, Luis Casares resulta que aprovecha mi visita para comprarse un coche nuevo y lo estrena llevándome por ahí de gira a los alrededores de Auckland.

Los únicos datos que tenía de Luis eran su edad y nacionalidad, y que es amigo o conocido de Gonzalo López, mi colega de San Diego. Y, realmente, los sitios que me fue enseñando no me dejaron una huella grande (ya saben que a mí lo que me gusta son las ciudades, más que el campo). Pero, a lo largo del día, nos fuimos contando nuestras vidas y milagros y descubrimos tremenda serie de afinidades sorprendentes. Y ya les digo que, si yo presumo de que mi vida es un blog, la vida de Luis da para una novela de las buenas y, de hecho, él ha escrito y publicado en Amazon una especie de libro de memorias de más de 300 páginas, circunscrito únicamente a los once años que lleva en Auckland. Con ese antecedente, yo me siento libre de reseñar en el blog un resumen de esa vida que me contó. Porque Luis, como yo, es alguien que tiene un relato de sí mismo y le gusta contarlo, así que mi única preocupación al respecto es si tendré el pulso narrativo suficiente para relatarles esta historia como se merece. El cariño y la empatía los tiene garantizados. Quizá sea momento de mostrarles el selfie que nos hicimos.

Si Luis tiene 78 años, quiere decir que nació en 1946. Cuando tenía 7 años contrajo la terrible poliomielitis, que le afectó a ambas piernas y que desde entonces le obliga a moverse trabajosamente con dos bastones (me contó que ha perdido la cuenta de las veces que se ha caído). Y tenía 12 años cuando se produjo la Revolución Cubana, en las navidades de 1958. Luis es un hombre cuya formación académica y vital se desarrolló en el marco de esa revolución, y es un castrista convencido, una caracterización que está fuertemente arraigada en su corazón y por tanto es inmune a cualquier otra consideración racional. Luis, como veremos, tiene todos los motivos para estar agradecido al régimen castrista y yo respeto totalmente su entusiasmo, aunque no lo comparta (puesto que yo no lo viví y siempre lo he visto desde fuera).

Con 17 años, Luis terminó el bachillerato y se planteó qué carrera acometer. Me dice que desde siempre le gustó la arquitectura, pero que le parecía imposible llegar a dibujar de la forma que se exigía para afrontar esa carrera. Con esa cautela se matriculó en una ingeniería y llegó a aprobar el primer curso. En ese momento, se planteó qué carajo hacía estudiando una cosa que no le gustaba, que al final era pura cosa de números sin nada que ver con los temas sociales y culturales que a él le apasionaban. Y se cambió a Arquitectura. Aprendió a dibujar y fue pasando los tres primeros cursos, no sin un esfuerzo considerable. Y, en el verano posterior a aprobar el tercer curso, se produjo el primer acontecimiento trascendental en su vida, que le empezaría a llevar por el camino que ha terminado con él en Nueva Zelanda donde, por cierto, me contó que hay unos 30 cubanos, contando el personal de la embajada.

Ese verano, reunieron a los que habían terminado el tercer curso y les contaron una cosa que venía directamente de Fidel. Cuba se estaba organizando bajo el modelo comunista y se necesitaba una generación de planificadores urbanísticos que dirigieran ese nuevo desarrollo con criterios técnicos adecuados. Fidel consideraba el urbanismo como algo básico para el tipo de nación que estaban construyendo y tenía claro que quienes dominan los aspectos espaciales de la sociedad son los arquitectos. Así que se pedían voluntarios para hacer una formación en planeamiento territorial (urbano y rural) que tendría lugar en los dos últimos años de carrera. Luis no sabía nada de planeamiento, pero se presentó y fue uno de los 32 seleccionados para ese programa pionero.

Empezaron aquí dos años apasionantes, en los que Luis recibió una formación que le ha acompañado en toda su vida. Tal como montaba estas cosas Fidel Castro, los 32 elegidos se tuvieron que trasladar al campo, donde vivían en una residencia colectiva. Y tuvieron que trabajar desde el primer día, en la planificación agrícola de la región. De modo que ellos trabajaban todo el día, hasta las 6 de la tarde y entonces iniciaban sus actividades lectivas. Pero una enseñanza de la planificación territorial no se improvisa de la noche a la mañana. Hubo que formar también al profesorado, para lo cual se trajo a profesores italianos, las grandes figuras del urbanismo de los 70, de las que ya les hablé, que desarrollaron el planeamiento de los ayuntamientos de la sinistra, como el de Bolonia, y que influyeron también en el planeamiento de Madrid, aprobado en los tiempos de Tierno Galván.

Todo se llevaba al mismo tiempo, porque era urgente empezar a planificar el territorio sobre unas bases conceptuales nuevas. Trabajaban como mulas y por la noche se reunían a cenar en un comedor comunal antes de caer rendidos en la cama. Y TODOS los fines de semana, Fidel venía por allí a ver cómo iban los progresos y se mezclaba con los 32 elegidos para cenar con ellos, bromear y escuchar sus impresiones. Se imaginarán que Luis adora a Fidel. Yo también lo adoraría si hubiera vivido una cosa como esa. E, independientemente de la ideología de cada uno, estarán de acuerdo conmigo en que Fidel Castro es una de las grandes figuras del Siglo XX.

Tras dos años de esa formación intensiva, les dieron el título de arquitectos-urbanistas y los distribuyeron por las diferentes ciudades del país, para que aplicaran lo que habían aprendido en esos años. Luis no me especificó a qué ciudad lo enviaron, no tiene mayor importancia. Pero tengo claro que, durante sus años trabajando para la administración estatal, desarrolló una tarea importante, no siempre fácil por las reticencias de las administraciones locales y los conflictos de competencias, que son iguales en un régimen comunista que de cualquier otro tipo.

Y aquí la historia ha de dar un salto de varias décadas. Encontramos a Luis ya con un prestigio como city planner justamente ganado, cuando le llaman del gobierno. Le dicen que Cuba está intentando ayudar a otros países que siguen su mismo modelo y que entre estos países está el Yemen. Que se ha pensado en enviar a ese remoto país a un grupo de arquitectos expertos en planificación, para que expliquen a los yemeníes como organizar su territorio. Y que han pensado en que él sea el jefe de ese equipo, porque es el mejor. Luis duda y mucho. Esta oferta le pilla casado y con tres hijos, chico, chica y chico. No le apetece especialmente, está el tema del idioma y él es un hombre vinculado estrechamente a su familia. Pero a la vez la cosa le tienta, profesionalmente es un reto, le dicen que será sólo por un año y lo consulta con su familia, que le dicen que adelante.

Así que se va al Yemen, primera vez que sale a vivir fuera de Cuba, y allí descubre un mundo  nuevo. Su centro de trabajo estaba en Sanaa, la capital, y el país está en una situación a años luz de la cubana, es necesario empezar desde lo más básico. Luis, entre otras cosas, aprende allí a conducir porque no hay otra forma de moverse por los escarpados caminos de esta tierra semidesértica. Sigue trabajando como un negro y llega al final del año comprometido. Le dicen que están encantados con su trabajo y que le ofrecen prorrogar otro año. No le apetece tampoco demasiado, pero le ponen una serie de anzuelos y se queda. Esta historia se repetirá con pequeñas variantes una serie de años. Luis vivió en el Yemen diez años.

Pero la cosa es más complicada. En uno de esos tira y afloja para convencerle de que siga, él plantea que es un hombre familiar, que está harto de estar tan lejos de su familia y que se quiere volver. Entonces le dicen que se puede traer con él a su mujer cubana. Los chicos ya están estudiando en Cuba y no conviene moverlos. Parte de esos años en Yemen los pasará Luis con su mujer, en una situación muy conflictiva al desencadenarse la guerra civil entre el Yemen del Norte y el Yemen del Sur. Sanaa es duramente bombardeada y a menudo han de refugiarse temporalmente en la embajada de Cuba por su propia seguridad. Pero aquí le sorprende una nueva desgracia, como la de la polio infantil. A su mujer le detectan un cáncer bastante avanzado. Y se vuelven corriendo a tratarse a Cuba.

Allí, las operaciones y tratamientos diversos parecen detener el proceso de su esposa, hasta el punto de que él se vuelve a Yemen para seguir su trabajo, mientras ella afronta la última parte de su recuperación. Pero, cuando Luis esperaba recibir la noticia de la curación total, le llega la nueva contraria: han aparecido metástasis hepáticas irreversibles. Luis se vuelve a su tierra para ver cómo su mujer se muere en apenas un mes. En este punto, Luis estaba devastado y ni por asomo quería volver a Yemen. Pero lo volvieron a convencer. Resulta que su hija estaba empezando a estudiar arquitectura y estaba precisamente interesada en la planificación territorial en la que trabajaba su padre. Y a Luis le ofrecen la posibilidad de que se la lleve con él a Yemen y tenga allí una formación práctica incomparable. A ella parece hacerle ilusión y se vuelven a ir (todo esto está dentro del total de diez años de estancia en Yemen).

Y en esa última fase, le encuentra de nuevo el amor. Inicia una relación con una arquitecta árabe, veinte años más joven, que trabaja en el equipo de asesores internacionales para el desarrollo urbanístico del Yemen. Se casan por el rito musulmán y tienen un hijo, el cuarto de Luis, que tiene ahora 20 años. Y en un momento dado, deciden volverse a Cuba. Su mujer es de nacionalidad iraquí, pero se adapta perfectamente a Cuba, donde ambos encuentran fácilmente trabajo como arquitectos.

Y queda el último giro del destino. Su mujer es de una familia pudiente de Iraq que, cuando empezaron las guerras y los desastres en su país, salieron pitando. Y viven en Nueva Zelanda. Y desde allí les llega la llamada de que su suegra está bastante delicada de salud y que apreciaría que su querida hija se viniera con ella a pasar sus últimos años juntos. A Luis le tienen que convencer, porque no lo tiene claro. Y es precisamente su hijo mayor, un hombre de más de cuarenta, quien le da el argumento definitivo: Papá, ella ya ha consagrado doce años de su vida a seguirte a un país y a una cultura que no son los suyos; quizá sea hora de que le devuelvas esa deferencia. Además estaba el tema de que el hijo pequeño se pudiera formar en una universidad occidental, que sobre el papel parecen mejores que las cubanas.

Y aquí que se vinieron. Una historia extraordinaria. Lo que pasa es que entrar en Nueva Zelanda como extranjero, no es sencillo. Siendo los dos arquitectos con currículos potentes, no conseguían encontrar trabajo. En su caso por la edad. Pero en el de su mujer por puro rechazo a los extranjeros. La familia de ella les tuvo que ayudar al principio. Pero aquí, después de cinco años de residencia en el país, te dan automáticamente la nacionalidad neozelandesa. Ahí mejoraron mucho las cosas. Ella encontró trabajo y a él, como neozelandés mayor de 65, le asignaron inmediatamente una pensión. Con eso van viviendo. El chico estudia Psicología en una universidad situada en la isla del sur de Nueva Zelanda. Y ellos están aquí bien situados y felices.

Una historia hermosa, con sus momentos buenos y malos, toda una vida, pero desde luego fuera de los procesos más habituales. Lo único que le fastidia a Luis es que esto es el culo del mundo (según sus propias palabras), que está muy lejos de todo y que nadie le viene a ver porque los vuelos son muy largos y caros. Mi visita es la segunda que recibe en once años, después de la de su hija que vino hace cuatro. De todo esto estuvimos hablando a lo largo del día de ayer, en el que yo también le conté toda mi vida. De una forma o de otra, a ambos nos ha interesado más el urbanismo que la arquitectura y hemos llegado a una visión común de nuestra profesión, como medio de ayuda a la población, más que de lucimiento del arquitecto-artista. Luis es un humanista como yo, al que le interesan todas las materias y las relaciones entre ellas para fijar contextos. Así que estamos en línea.

Por lo demás, empezamos nuestra gira desayunando por segunda vez en una cafetería (desayuno que yo pagué aprovechando un descuido suyo mientras telefoneaba, lo que motivó un regaño serio: ¿pero a ti quién te dio permiso para pagar?). Luego visitamos el monumento a un primer ministro de Nueva Zelanda que en 1935 concedió a los maoríes todos los derechos que antes no tenían y es reverenciado por ello. Vimos algunos pequeños santuarios maoríes compuestos por tres monolitos de madera, visitamos algunas urbanizaciones de vivienda unifamiliar y nos llegamos a la playa de Piha, que da ya al otro lado, al Mar de Tasmania. Allí nos tomamos un piscolabis. Era un lugar desolado, con una playa de arena negra y muy poca gente, a pesar de que hacía buen día. Parece que el Mar de Tasmania es bastante peligroso. Y nos regresamos.

Con Luis el problema es que no se pueden plantear paseos a pie, tiene 78 años y una movilidad muy disminuida. Eso dificultaba un poco los planes para un andarín como yo. Pero pasamos un día estupendo. Por la noche me mandó por whatsapp su propuesta para los días siguientes. Hoy me volvía a dejar a mi bola, con algunos planes sugeridos. Mañana quedaremos a primera hora para ver un museo que me dice que tiene mucha información sobre los maoríes y a mediodía me deja por unos asuntos familiares. Y el martes quiere presentarme a su grupo de amigos para que me conozcan. Esto del grupo de amigos es fundamental para un cubano y me comentó que le había costado mucho reunirlos. Tomaremos café y luego su plan es llevarme en coche al aeropuerto, un detalle a agradecer.  

Entre los planes que me propuso Luis para hoy, he escogido tomar un ferry junto al Museo Marítimo, que me ha llevado a la isla de Maiheke, a cuarenta minutos de travesía. Allí he caminado más de dos kilómetros desde el desembarcadero hasta el pueblo de Oneroa. Es este un pueblo totalmente playero, lleno de ciclistas, submarinistas, gente con velas de windsurf y mucha familia con niños, que viene aquí a pasar el domingo. El día era bastante bueno y el lugar era agradable. He encontrado un restaurante estupendo que se llama The Oyster Inn. Como no les he mostrado hoy ninguna foto, les voy a poner ahora una serie de ellas, correspondientes al ferry y al pueblo playero de Oneroa.










En el Oyster Inn, me pedí seis ostras que estaban extraordinarias, un lujo que me permití en estos últimos momentos de mi visita a Nueva Zelanda. Las acompañé con una ensalada verde, así que ya ven qué comida más sana he hecho hoy. Después de la comida, he aprovechado las últimas horas de calor para acercarme a la playa pequeña de Oneroa, en donde incluso había un bañista, aunque el agua debe de estar helada. Y me he tumbado en un césped perfecto que llegaba hasta la misma arena. Me dice Luis que en Nueva Zelanda los meadows de los parques urbanos están tan perfectamente cortados porque el estado se encarga de mantenerlos por medio de una contrata que los siega cada poco. Y en el campo son las ovejas las que se encargan de ese trabajo.

Allí tumbado, en una playa de una isla del último rincón del mundo, me he sentido en paz. He estado allí hasta que la humedad del césped me ha empezado a calar la espalda. Después me he ido caminando otra vez hasta el muelle. Ya se iba todo el mundo, en breve anochecería y además el tiempo estaba cambiando y venía un viento bastante frío. Dice Luis que en Nueva Zelanda el invierno empieza por decreto el 1 de junio y no el 20. Así que ya ha empezado. Durante todo ese tiempo deliciosamente perdido en la isla de Maiheke he tenido en la cabeza una melodía, que les voy a pedir que escuchen. Antes de enamorarme de Samantha Fish, una de las mujeres que más me gustaban en el mundo del rock era Chrissie Hynde la cantante de los Pretenders, a los que he visto en Madrid tres veces. En este vídeo estaba guapísima.

En el ferry de vuelta pegaba una rasca tremenda. He llegado a la ciudad medio helado. En el hotel he empezado a escribir este post pero me ha entrado un hambre canina, hoy he caminado mucho y seis ostras y una ensaladita no son un gran alimento. Así que he interrumpido la escritura y me he bajado a The Occidental a comerme otra de mejillones, seguimos con la comida sana. Hoy había música en directo, un guitarrista y un violinista veteranos que tocaban canciones estándar. Mañana veré de nuevo a Luis, aunque sólo por la mañana. Y el martes empiezo mi viaje de vuelta. Atentos al post siguiente en el que les voy a explicar las peculiaridades geográficas de este punto de inflexión que se avecina. Buenos días.

4 comentarios:

  1. Que buena historia la de Luis, estás hecho todo un narrador, la canción también muy bonita. Abrígate que empieza el invierno...

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  2. Además de un libro, creo que la vida de Luis, también daría para una buena película. Te rodeas de gente muy curiosa, Emilio.
    Y claro que vamos a estar atentos al post siguiente, como siempre.

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    1. Gracias, querida. Ya tienes el post siguiente y otro más.

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