martes, 25 de junio de 2024

29. Suspiros de limeña (y de azteca)

Vaya, estoy aquí en mi cuarto del Hotel Bristol, en la Ciudad de México, en donde me quedé ayer todo el día, haciendo gestiones para los siguientes pasos de mi viaje. Ahora me sobra un poco de tiempo para escribir un post más para ustedes. Si fuera capaz de no enrollarme demasiado y sintetizar en un solo texto mis estancias en Lima y México City, me pondría al día, pero ya lo vamos viendo. En cualquier caso, les advierto ya que hoy por la tarde vuelo a Tijuana y que allí me integraré en la vida familiar de mi querido amigo Diego Moreno, que el viernes 28 de junio cumple 80 años. Es este uno de los hitos fijos que yo tenía en mi programa, junto con el concierto de Samantha Fish en Melbourne y algunos otros. Diego me esperará en el aeropuerto y me llevará a su casa, en donde me tiene preparada una recámara, que ya conozco de mis dos anteriores visitas a esa tierra fronteriza. Estando en familia con una persona que me va a acoger en su casa, sería de muy mala educación que yo le dijera: déjame un par de horas solo, que tengo que escribir en mi blog. Así que, de nuevo, paciencia.  

Por si no lo saben, el suspiro de limeña es el postre más famoso de Perú, un vasito de una especie de dulce de leche, con merengue por encima. Pero nos quedamos el otro día en que llegué a Lima y en un taxi me presenté en el amplio piso que mi sobrino Zael Sanz tiene en la sexta planta de un bloque de apartamentos del elegante barrio de Miraflores, que se sitúa todo a lo largo del malecón de la Marina, frente al océano Pacífico. Hacía como quince años que no nos veíamos, porque cuando mi separación matrimonial, él se quedó, digamos, del otro lado, empezó a trabajar para el Banco Mundial y desde entonces ha vivido en lugares tan dispares como Boston, Washington, Ecuador, Bolivia o Luxemburgo. Zael vino a Lima hace justo un año, después de un complicado proceso de separación, que le alejó temporalmente de sus dos hijos de 11 y 9 años y lo dejó caer en tierras peruanas, en donde se encontró solo de nuevo y con posibilidades de comerse el mundo con patatas. Por experiencia propia, puedo dar fe de que, cuando uno se separa, hay un primer período de un cierto desparrame.

Zael se puso muy contento cuando le escribí y le anuncié mi visita. El trabaja mañana y tarde, pero me reservaba las noches y me indicaba qué barrios o lugares debía visitar por mi cuenta en el resto del día. Nos lo hemos pasado muy bien en estos días, aunque Zael tiene 46 años, está en plena forma y yo no tengo ni la cuarta parte de su energía. El lunes 17, yo llegué bastante reventado después de mi vuelo con escala en el aeropuerto de Santa Cruz-Viru Viru. Pero igual bajamos a buscar un restaurante por el barrio, en donde nos obsequiamos con un tiradito y un muchame, mis primeros platos de la gastronomía peruana, con sus correspondientes cervezas. Y ya empezamos a ponernos al día, después de tantos años de no vernos. Lo que me contó Zael, obviamente, no lo voy a reproducir aquí. Sólo les diré que, según una decisión que ha tomado hace muy poco, después del verano ya no va a volver a Lima, salvo para recoger. O sea, que lo he pillado por los pelos.

Dormí bastante bien, en el estupendo cuarto que me dejó Zael y, encima, a la orilla del mar. Les diré que mi sobrino se viene levantando a las cinco de la mañana para ir al gimnasio antes de entrar a la oficina, adonde a menudo acude en bici. Yo me levantaba por la mañana y ya no estaba. El martes 18, bajé a desayunar a un café cercano que se llama El Pan de la Chola, lleno de gente currando en sus ordenadores o charlando alrededor de un buen café. Me gustó tanto que ya lo repetí todos los días. Luego, siguiendo los consejos de mi sobrino, me cogí un Cabify para ir al barrio de al lado, siguiendo la costa hacia el sur. Se llama Barranco, es muy pintoresco y está bastante bien conservado. Vean unas imágenes.






Hay numerosos restaurantes con buena cocina y yo paré primero en uno llamado Isolina, a tomarme un pisco sour, el aperitivo más típico de por aquí. Ya entonado, entré en el Awicha, donde me obsequié con un cebiche caliente de pato, guiso del norte de Perú que estaba como se imaginan. Después bajé a cruzar por el llamado Puente de los Suspiros, al que alude una canción de Chabuca Grande, que es como si dijéramos la Carmen Sevilla o la Lola Flores de la canción peruana. Hay que contener la respiración y cruzarlo sin coger aire ni expulsarlo, para que se cumpla el deseo que has de formular en el punto medio. Cumplidas las turistadas requeridas, decidí volver caminando, lo que supone hora y cuarto de paseo, pero así es como se conocen las ciudades. Por la noche, Zael me sacó a cenar a la zona de Pueblo Libre, otra de las áreas a visitar en esta ciudad. Por allí está la casa en la que vivía la esposa de Bolivar (o la amante de Sanmartín, algo así, qué más da). Entramos en la Antigua Taberna Queirolo, un lugar magnífico, del que les pongo más fotos.




Esta vez nos comimos un plato de huevas de pescado rebozadas y otro de carne en salsa que estaban muy buenos. Y volvimos a casa, como habíamos ido, en un Cabify. En Lima, lo que funciona bien es el Cabify, mejor que el Uber. Y es tiempo de que les diga que, en todo el tiempo que estuve en Lima, no vi el sol. La ciudad está permanentemente encapotada por una especie de niebla alta que viene del mar. Y hay también una humedad muy intensa, por lo que, en estas fechas de comienzos del invierno, hace bastante frío. El miércoles 19, bajé a desayunar al Pan de la Chola, pero me llevé el ordenador con la intención de ponerme a escribir allí sobre mis días de esplendor en la hierba en Curitiba. Pensaba parar a media mañana para cogerme un coche al Centro Histórico, pero me enganché a escribir, lo tenía ya casi terminado y entonces me quedé sin carga en el móvil del que saco el Internet.

Les cuento. Zael no tiene WiFi. Lo que tiene es un móvil extra, que no usa y que les deja a los visitantes para que lo pongan como antena para el suyo. Yo me movía por la ciudad con los dos, pero, esa mañana no fui consciente de que la función antena gasta mucha batería. Así que volví a casa y dejé los tres aparatos cargando. Y me bajé a tomarme un cebiche en el restaurante Lamar, por allí cerca. Estaba petado, pero conseguí que me dieran un puesto en la barra. Y me comí el cebiche con un pisco sour, con lo que ya me quedé contento. Para evitar la siesta, me acerqué al LUM, un nuevo museo dedicado a la Memoria Histórica, similar al de Santiago, aunque más simple. Aquí lo que te cuentan son los años siniestros de Sendero Luminoso y el terror que llevó a mucha gente de los pueblos a emigrar, porque llegaban los senderistas y los pasaban a cuchillo, sólo con un objetivo de provocar al gobierno.

Es bastante increíble que un profesor universitario de Filosofía llamado Abimael Guzmán, fuera capaz de organizar una secta sanguinaria que provocó 32.000 muertos a lo largo de 20 años. Y todo esto sin apoyo exterior ninguno, porque a los cubanos la cosa les olió mal desde el principio. El grupo empezó a organizar masacres y a poner coches bomba y el ejército y la policía se encontraron desbordados, sin ninguna preparación en el sector inteligencia. Trataron de sofocarlo a lo bruto, embarcándose en una espiral de atrocidades simétricas. Todo ello trajo a Fujimori y lo que vino después. En 1990, Lima tenía 5 millones de habitantes y era la ciudad perfecta. Ahora tiene 11 y es bastante caótica. El tal Guzmán fue detenido finalmente y condenado a cadena perpetua. Murió en la cárcel no hace mucho. El museo te cuenta todo eso y tiene bastante interés arquitectónico también, puesto que está encajado en un barranco, entre diversas autopistas. Aquí algunas imágenes exteriores.  




Volví a casa, terminé mi post y lo publiqué, ya con fecha española del día siguiente. Y Zael vino a recogerme para sacarme a saborear la noche limeña: Barranco la nuit. Había quedado allí con una amiga muy simpática que se llama Jenn y ha sido actriz, cantante y varias cosas más. Ahora se dedica a organizar fiestas y saraos para niños de guardería, como cumpleaños, etc. Fuimos los tres a diversos bares, como el Juanito, y finalmente a ver la actuación de un grupo afroperuano del norte, en un lugar en donde acabamos bailando hasta que se acabó el concierto. Algunas fotos de la velada. La biblioteca que ven en las primeras es Patrimonio de la Unesco.





El jueves 20 era mi último día en Lima. Tras el desayuno y hacer las gestiones del vuelo del día siguiente, cogí un primer Cabify al Centro de Lima, que me dejó en la plaza de Sanmartin. Desde allí sale el llamado Jirón de la Unión, una calle peatonal muy larga, llena de comercios y con una animación grande. En el otro extremo está la plaza Mayor de Lima, con la Catedral y otra serie de edificios oficiales. Anduve buena parte de la mañana callejeando por allí, en medio de los vendedores ambulantes, limpiabotas, músicos callejeros y fauna urbana diversa. Hice un pequeño clip en la plaza Mayor, que les añado a las fotos.  




Ese es más o menos el ambiente del centro de Lima. Pero Zael no trabajaba esa tarde y quiso que nos reuniéramos a visitar la zona de El Callao, el puerto de Lima. Jenn se apuntó también porque se había divertido mucho con nosotros la noche anterior. Visitamos lo que se conoce como El Callao Monumental, un pequeño pueblito bastante degradado y con una conservación deficiente. Hice fotos pero no las voy a subir al blog. Y luego fuimos a La Punta, un lugar para los ricos, donde guardan sus veleros y sus tablas de windsurf, tienen sus restaurantes caros y se sienten seguros, porque allí no llegan los pobres y si llega alguno, lo corren a gorrazos. Esto es Latinoamérica, señores. Comimos allí en un restaurante que ocupaba la azotea de un edificio cuadrangular y donde disfrutamos de los manjares de la cocina local. Aquí sí hay alguna imagen más.




Desde allí, nuevos Cabifys nos llevaron a dejar a Jenn en su casa y volvernos a la nuestra. Yo estaba bastante cansado, porque además, en la parte de atrás de los coches me acabo mareando. Además, empezaba a asomarme un nuevo constipado por la humedad limeña que se te agarra a la garganta. Así que subimos a echarnos una larga siesta. Después, Zael había quedado con otra amiga suya diferente, que me quería presentar. Se llama Kine, es psicóloga y súper maja. Con ella fuimos a un lugar cercano medio secreto que se llama la Sastrería Martínez. Hay que dar una clave para entrar y pasas a un lugar muy exclusivo donde sirven cócteles de marca propia, que te explican con mucha prosapia. Es un lugar de la clase más alta de un país que, como todos los de Latinoamérica, tiene una polarización social extrema. Me dio margen para hacerme una foto con Kine, que es una mujer estupenda, y les traigo también un vídeo de cómo presentan uno de sus cócteles. Creo que es bastante expresivo.


Nos despedimos de la chica que no vivía muy lejos y subimos para dormir apenas un par de horas, porque mi vuelo a México salía a las 6.30 y Zael quiso levantarse también conmigo para cuidar de que todo estuviera en orden y darme el último abrazo. Mi sobrino me ha cuidado como a un padre y hemos pasado unos días muy intensos. Por lo demás, llegué con tiempo al aeropuerto y me subí a un avión de la empresa mexicana Volaris, que es del estilo Hay-Birria: no te dan ni un vaso de agua. Seis horas después estaba en el aeropuerto Benito Juárez de Ciudad México donde un taxi me llevó al Hotel Bristol. Allí, el check-in no se podía hacer hasta las tres, así que esperé hasta media hora antes y entré al restaurante.

Es este un hotel antiguo, con un punto bastante decadente, camareros mayores, música de hilo musical tipo indios tabajara y similares, pero te atienden bien y la comida es casera. Me comí un pescadito a la plancha con un ajillo muy suave, repetí de cerveza, hice el check-in y me subí a echar la siesta. Esa tarde me sentía bastante cascado y con la garganta regular, así que a una hora temprana volví al restaurante y les pedí que me prepararan un tazón de yogur con fruta cortada: papaya, melón y piña. Cené eso con un vaso de agua y me fui a la cama. Y allí empecé una serie de noches de dormir más bien regular, tal vez debido a la altura de la ciudad, que está a 2.240 metros sobre el nivel del mar del que yo venía. Y, por cierto, yo esperaba un calor asfixiante. Pues nada de eso: aquí es ya el hemisferio norte, está empezando el verano y en México el verano es la estación de las lluvias. Cada tarde cae un diluvio y las temperaturas no suben de 23/24 grados. Eso tiene una cosa buena: que se limpia la contaminación.

El día 22 de junio, sábado, me levanté un poco hecho polvo de dormir tan mal, pero me di una larga ducha muy caliente en el magnífico baño del hotel y bajé al restaurante a comerme un desayuno con huevos rancheros y fruta cortada. Ya un poco más presentable, salí a la calle a esperar a mi contacto local, que llegó puntual. Se llama Rafa de la Torre, tiene unos 32 o 33 años y es un gran amigo de mis hijos, que me dieron su referencia. Es un tipo súper amable, que ha dedicado los dos días del fin de semana a enseñarme esta ciudad, de 24 millones de habitantes, que yo había visitado ya una vez hace tiempo. Rafa lleva aquí cinco años, está casado con una mexicana y, como mi sobrino, proyecta también irse de México en breve, en este caso a Madrid. Es como si hubiera una especie de predestinación en mi viaje, que me está permitiendo visitar unos lugares que en los que en unos meses ya no conocería a nadie.

Rafa es profesor de preescolar y esa era su profesión hasta hace un par de años o tres. Entonces entró en una empresa que vende formación en matemáticas en ciclo completo, desde los cero años hasta la universidad. Entiendo que su mujer trabaja también en dicha empresa. Rafa va por los colegios organizando actividades de formación que ayudan a los profesores y a los propios alumnos. Y con eso gana más que como profesor. Ya saben, son este tipo de trabajos innovadores que se están extendiendo por todo el mundo, como lo que hace mi amiga Rumi Satoh en Tokyo. Él y su mujer podrían quedarse indefinidamente aquí, pero han decidido seguir con su trabajo en Madrid, porque la empresa para la que trabajan opera también en España.

La verdad es que la impresión que tenía yo de Latinoamérica era ya bastante negativa y la he confirmado en este viaje: es el lugar donde hay una mayor polarización social del mundo. Aquí los ricos son muy ricos y los pobres muy pobres. Y es muy difícil de solucionar un problema que viene desde la colonización y que está entreverado de racismo. Por lo que yo he visto, Brasil va varios cuerpos por delante y es toda una potencia. Le siguen México y Argentina, con perdón de Milei. Y luego hay pequeños paraísos como Costa Rica o Uruguay. El resto es una ruina. Perú me ha causado una impresión agridulce y en cuanto a Chile, pues parece claro que hay temas por resolver y que en cualquier momento puede haber otro estallido social. No hablemos ya de Venezuela, Honduras o Guatemala. Así que no me extraña que Rafa y su mujer se quieran ir a España.

Pero vayamos con la visita turística a la que me acompañó Rafa el sábado. Apareció por mi hotel en una bici del sistema público, que dejó aparcada por allí. Y echamos a andar por la Avenida Reforma, en dirección al centro. Aquí hay una serie de glorietas con estatuas icónicas, como el Ángel que protege a la ciudad o la Diana cazadora, cuyas flechas caídas están en un lado. Entramos en el Parque de Chapultepec, el más grande la ciudad, y anduvimos por allí un buen rato, visitando además el llamado Castillo, que es el palacio en el que vivió el emperador Maximiliano hasta que lo fusilaron. Es extraño que a este tipo lo engañaran para venirse de emperador al convulso México de la época. Una primera tanda de imágenes.




Como ven, una ciudad magnífica para venir a visitarla. La última imagen es la estatua del chapulín, a la puerta del parque. Continuamos en dirección al Zócalo, la plaza principal de la ciudad y pasamos ante el Palacio de Bellas Artes y otros edificios de interés.




Paramos en un barecito moderno a tomarnos un café con un trozo de bizcocho y seguimos adelante. Estaban cerrando la Avenida Reforma para el Desfile del Orgullo Gay que se preparaba, un evento que en esta tierra es todavía muy reivindicativo y necesario, porque el machismo campa por sus respetos, paralelo al racismo y el clasismo. Así que nos dimos prisa para poder ver el Zócalo en su estado normal. Las siguientes imágenes corresponden a esta plaza, la más conocida de la ciudad.




Subimos entonces al restaurante del Gran Hotel de la Ciudad de México, que tiene un balcón a la propia plaza. Y allí nos regalamos unos tacos y unas quesadillas, mientras veíamos cómo izaban la gran bandera mexicana en el mástil central. Algunas fotos del interior de este hotel, un magnífico edificio art-decó.  



Después de comer, buscamos la calle Madero, peatonal muy larga y llena de actividad, arteria principal del comercio informal de la ciudad. Dice Rafa que el 54% de la población no paga impuestos y vive de estas actividades no regladas. Y a los pobres que sí hacen la declaración de la renta, los crujen. En fin, cogimos un Uber hasta la zona de Condesa y la contigua de Roma, que Rafa me quería enseñar. Son zonas residenciales de clase media/alta, muy tranquilas y agradables. La segunda de ellas es la que sirve de escenario a la estupenda película Roma, que retrata muy bien este ambiente. Entonces, desde allí Rafa me señaló: si seguimos rectos por esta calle, llegamos a tu hotel. Le dije que por mí seguíamos andando y así lo hicimos. Cerca ya de nuestro destino, paramos a tomarnos una segunda ración de tacos, ya como cena y yo me subí a dormir. Justo en ese momento, se desató el diluvio que llevaba todo el día amagando con romper.

El domingo 23 repetí de desayuno con huevos rancheros y salí a esperar a mi cicerone. Apareció esta vez con su coche y su señora, y tiramos millas en dirección a Coyoacán, otra visita imprescindible. Este barrio era en su día un pueblito como de segundas residencias de los más ricos, que luego fue absorbido por el crecimiento de la gran metrópolis. Después, el barrio se empezó a llenar de artistas y es un lugar ahora muy demandado y caro. Lo más característico es la casa de Frida Kahlo, en donde el catalán Ramón Mercader se ganó la confianza de León Trotsky para poder asesinarlo con un piolet, según historia que pueden encontrar bien documentada en el libro El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura. Rafa me había anunciado que ya no había entradas para ver esta casa en el finde, y en la puerta había una larga cola de los que habían logrado reservar on line. Unas imágenes de este tranquilo barrio.



Desde allí fuimos a Polanco. Es este el barrio más yanqui de la ciudad, con grandes centros comerciales y algún museo interesante, como el de la Fundación de Carlos Slim, que entramos a ver. Allí nos tomamos una comida de cocina mexicana de lujo, para ya terminar mi visita en condiciones. Vean abajo las imágenes de esta despedida.  




Según cogíamos el coche, empezó el diluvio de cada tarde, que esta vez se adelantaba. Así que nos despedimos, para afrontar la depre de la tarde del domingo, ellos que debían trabajar al día siguiente. Me dejaron en el hotel, donde subí a descansar, porque estaba bastante agotado y con el constipado que me traje de Lima recrudeciéndose. Me eché una siesta y luego me dediqué a hacer algunas gestiones pendientes y llamadas de teléfono. Por la noche, bajé al restaurante del hotel, a ver si me daban algo ligerito con una birra. Me comí una ensalada de atún que estaba bastante aceptable. Ayer, lunes, mi plan era dedicar el día a avanzar en mis gestiones, que tengo que configurar el resto de mi viaje y es un Tetris bastante complicado. A mediodía salí a dar una vuelta y acabé comiéndome un plato del día en un restaurante que se llama Alcornoque.

Volví y dediqué la tarde a preparar este post, aunque no lo terminé. Por la noche bajé al restaurante a comerme unas sincronizadas y me acosté. Hoy es mi último día aquí. Ayer me saqué la tarjeta de embarque para el vuelo a Tijuana de esta tarde y también reservé un taxi para que me recoja a la una en el hotel. La una es precisamente la hora límite para hacer el check-out. Ahora son las 12.00 y, una vez que publique este post, puedo decir que ya me he puesto al día, que ya me he alcanzado a mí mismo. La gestiones que hice ayer parecen productivas para un final de viaje a la altura de sus mejores etapas. Pero todavía he de confirmar que mi Tetris es posible. Y ustedes, como de costumbre, lo irán descubriendo sobre la marcha. Que pasen una buena noche.

4 comentarios:

  1. Hola, soy Kine. Gracias por permitirme ser parte de este blog y de tu viaje. Te dejo algunos pensamientos de Ramón Bayés, psicólogo del que hablé en la Sastrería. Un fuerte abrazo y que sigas conociendo nuevos lugares. “Lo que yo era o lo que soy ahora en este momento no es lo que era hace una semana ni hace un mes ni hace 10 años. Algo permanece en el interior, pero la vida es cambio. La vida es búsqueda, la vida es camino. Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Esto es esencial. Intenta encontrar tu camino. Todos los caminos son distintos. Tú eres distinto. Trata de encontrar un buen camino. La persona es un viaje y cada viaje es distinto.

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    1. Gracias Kine, me encanta saber que sigues mi blog, es un honor para mí. Cuando vuelva a Madrid buscaré textos de ese Doctor Bayés, porque sus frases son certeras. Un abrazo.

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  2. A seguir el viaje, como ves aquí te sigo, casi al día, bueno he hecho alguna trampa, por ahí tengo alguno que me falta por leer de tu etapa asiática jaja

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    1. Vaya, supongo que ya se habrán acabado tus clases, al año que viene cuenta conmigo. El viaje afronta ya la fase final.

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