Mi padre era un paseante urbano incansable. Prácticamente todos los días salía a dar un largo paseo por La Coruña antes de desayunar y se llegaba hasta el final del llamado Dique de Abrigo, hiciera el tiempo que hiciera, incluso en la familia llegó a circular la leyenda de que, ya anciano, más de una vez lo había traído a casa la Guardia Civil, porque lo habían encontrado en la parte final del citado dique en días en que era peligroso andar por allí por la ventisca, y menos una persona mayor (nunca he sabido si esto sucedió de verdad o no). Lo que sí recuerdo es que, en sus últimos años de vida con salud, a menudo volvía de la calle muy enfadado y despotricando indignado contra las políticas municipales que le iban mermando poco a poco espacio a los peatones para que los coches circularan más cómodamente. Entonces proclamaba: –Esto va a acabar con La Desaparición del Peatón, yo no lo veré pero vosotros sí y os acordaréis de lo que yo decía; llegará un momento en que todo se haga desde el coche y se prohibirá caminar por la calle.
Mi padre tuvo siempre un punto visionario y, con esa frase lapidaria, denunciaba la situación del peatón urbano como especie en riesgo de extinción. Esto sucedía en los años 70, un tiempo en que, en términos de movilidad urbana, se promovía una política de todo para el coche. ¿Que en una zona se producían atascos? Ningún problema: se habilitaban nuevos carriles reduciendo las aceras, se hacían pasos a distinto nivel, se construían los llamados escalextrics, o se desplazaban estatuas como la de Colón en Madrid, para que no estorbaran al tráfico. Menos mal que en los años sucesivos se generó una nueva sensibilidad y el peatón empezó a recuperar parte del terreno perdido. En años más recientes, el arquitecto y político de Más Madrid José Manuel Calvo, que durante los años de gobierno de la señora Carmena fue mi jefe, expuso en el Pleno una teoría parecida a la de mi padre.
Este señor, en una sesión plenaria en la que estuvo especialmente sembrado, dijo dos cosas muy graciosas, a cuenta de un túnel que el equipo de gobierno del PP proyectaba en algún lugar de Madrid. Una, que el jefe del Urbanismo Municipal Borja Carabante, en realidad debería ser conocido por Borja Carburante, por su política rancia a favor del coche, en contra de lo que se lleva ahora en la mayor parte de las capitales europeas. La otra, que el sueño secreto del gobierno local del PP era llenar Madrid de túneles, pero no para que por ellos circularan los coches, sino para meter en subterráneo a los peatones y que los coches pudieran circular por la superficie sin estorbos. Por cierto, que el amigo Carburante, estuvo muy elegante en su réplica, en la que dijo que era una pena que Calvo hubiera decidido dedicarse al Urbanismo, materia en la que su inutilidad palmaria había quedado acreditada, porque, con esa decisión, Madrid había perdido un buen humorista.
Bien, pues la pesadilla visionaria de mi padre y el ensueño distópico/humorístico de José Manuel Calvo existen hoy. Ahora. Mientras ustedes leen este texto. Y el lugar donde esto sucede, tiene un nombre: Kuala Lumpur. No he visto nunca una ciudad peor dispuesta para recorrerla andando, que la capital de Malasia en la que estoy pasando la siguiente etapa de mi viaje de vuelta al mundo. Pero vayamos paso a paso. El día 16, como les conté, volé unas ocho horas de Tokyo a Kuala Lumpur, en un trayecto que en parte dediqué a escribir para el blog. He de decirles que en Tokyo no aproveché la sala VIPs del aeropuerto porque no tenía hambre y porque, las dos veces que había usado la Priority Pass (Estambul y Seúl), me había sucedido lo mismo: que luego en el vuelo me daban más de comer y acababa atiborrado de forma absurda.
Pero en lo que no había caído es en que esos vuelos fueron con las Korean Airlines, que se conoce que son muy generosos con sus pasajeros. Y que no todas las líneas aéreas son iguales. Sin ir más lejos, Iberia no te da ni los buenos días y se merece de largo la forma en que pronuncian su nombre los ingleses: Hay-Birria. Bueno, pues las Malaysia Airlines son casi peores. Nada más subir al avión nos dieron un almuerzo bastante birria también, que yo creí que era el aperitivo. Y ya no nos volvieron a dar nada hasta casi el final de las 8 horas de vuelo, en donde nos sacaron un sándwich enano: lo que yo había creído que era el aperitivo, resulta que era el plato fuerte. Llegué bastante cansado y hambriento a Kuala Lumpur. Después del orden exquisito de los aeropuertos coreanos y japoneses, en los que es muy fácil orientarse, el aeropuerto de Kuala Lumpur es muy caótico.
Entré a un baño un momento y ya me perdí del pelotón de mis compañeros de vuelo. Tuve que preguntar varias veces y todo el mundo me decía que siguiera adelante. Al final, como a un kilómetro de donde habíamos bajado del avión, me tuve que subir a un bus que me llevó mucho más allá, digamos, a donde Cristo perdió el teléfono móvil. Allí estaba en primer lugar el control de pasaportes, con la cola correspondiente. Después, tuve que buscar el lugar para recoger mi maleta que me habían obligado a facturar. Me salieron al camino un par de mostradores que utilicé. En uno me compré una tarjeta SIM digital para tener Internet durante una semana, que me costó 5€, y en el otro cambié un billete de 50$ por ringgits locales. Así pertrechado, me dirigí a la salida con intención de coger un taxi. Yo les tengo un odio explícito a todos los taxistas, pero Mónica, mi anfitriona en Kuala Lumpur, me había dicho que esa era la mejor opción para llegar desde el aeropuerto a su casa, cuya dirección tenía anotada.
Y, llegando a la puerta, se me acercó un sujeto, remoloneando a mi alrededor como palomo enamorado, y digámoslo ya: me estafó. Me dijo que él me conseguía un taxi, me llevó a un mostrador donde estaba su socio (el socio es un personaje fundamental para trileros y estafadores) y entre los dos me hicieron pagar unos 70€ en ringgits. Les dije que me parecía mucho, pero respondieron: –Usted verá, pero no lo va a conseguir más barato, es más de una hora de trayecto. Uno nunca sabe qué tanto de verdad tienen estas cosas; por la mañana me habían cobrado 89€ por un autobús en Tokyo para hacer los 80 KMS hasta Narita. Así que le dije que adelante. Me dieron el recibo correspondiente y el tipo salió conmigo a esperar al taxista, todo el rato hablando por el móvil con gesto grave, dándose importancia y diciéndome de tanto en tanto que paciencia, que ya llegaba.
Llegó el taxista por fin, me subí, aire acondicionado fenomenal y el tipo resultó ser un chaval estupendo. Le dije la edad que tenía, lo que estaba haciendo, etc. Entonces me preguntó cuánto me habían cobrado. Cuando se lo dije empezó a gritar, qué cabrones, es el doble de lo que le hubiera cobrado yo. Vi que era una buena persona y le fui sincero: –Mire, amigo, yo les tengo una manía enorme a los taxistas, especialmente a los de aeropuerto, y por lo que voy viendo hasta ahora, tampoco puedo tener un opinión muy buena de los malayos: nada más llegar, ya me han estafado. Me dijo que él podía revertir ambas apreciaciones y se iba a esforzar en ello. Sin dejar de conducir a toda pastilla, me pidió el móvil y me grabó su teléfono para que lo llamara si tenía algún problema en el país. Y me aseguró que él en persona me llevaría al aeropuerto el día que me fuera, por un precio imbatible. El tipo se llama Amir y ya nos hicimos amigos de verdad, es lo que me pasa a mí, que voy haciendo amigos por todas partes.
Cuando ya hubo confianza, me dijo dos cosas. Una que debía usar la aplicación Grab, que controla los taxis en todo el sudeste asiático y es fiable. Ya me lo había dicho Mónica y la tenía descargada en el móvil, pero no sabía cómo usarla. La otra cosa: en Malasia, nunca acepte el primer precio que le den, usted regatee. Siempre. Con estas enseñanzas, me dejó ante la puerta de la casa de mi anfitriona, en mitad de la noche. Mónica me esperaba y me calentó unos espaguetis que tenía en la nevera, imaginando cómo me habían tratado los de las Malaysia Airlines. Ellos ya habían cenado. Va siendo hora de que les cuente quién es esta Mónica. En realidad era la primera vez que nos veíamos, lo que aún le da más valor al hecho de que me acoja en su casa. Mónica es amiga de la infancia de mi compañera municipal Eva Ramos, seguidora de este blog y a la que quiero mucho.
Cuando le conté a Eva en Madrid mis planes de viaje, ella me reveló que tenía esta amiga viviendo en Kuala Lumpur y que seguramente me alojaría en su casa. Lo confirmó y nos pusimos en contacto. Mónica estudió Químicas (otra vez los químicos en este viaje), y se fue a hacer un máster a Londres. Allí conoció a su marido Andrew, un inglés de libro, se enamoraron, encontraron trabajo en empresas químicas malayas y formaron aquí una familia. Tienen dos hijos, el mayor está ya estudiando en una Universidad española, el segundo ha elegido irse al Reino Unido cuando acabe el bachiller. Es frecuente esto de que los hijos se vayan a los extremos del espectro posible, para diferenciarse entre ellos; mis hijos suelen hacer lo mismo.
Mónica y Andrew han sido muy hospitalarios y amables conmigo, son un encanto y, estoy escribiendo esto en su casa, de donde volaré mañana, aun no les digo a donde. Esta noche van a encargar una cena tailandesa, a modo de despedida y nos haremos unas fotos, que todavía no sé si subiré al blog, porque esto de la privacidad es algo muy delicado, ellos no me conocen y aún no tengo su permiso para incluir aquí sus fotos. La casa en la que viven es magnífica, con mucho lujo en los espacios y más medida y escueta en la decoración. La habitación que me dejan es la del hijo mayor y, sin duda ninguna, es el espacio más grande en el que he dormido en todo lo que va de viaje. Dormí como un auténtico señor.
Por otro lado, ésta es una familia en la que todos están ocupados en sus trabajos y estudios y yo caigo por aquí sin conocerlos, con un primer objetivo: no darles la lata. A mí me viene muy bien hacer una escala aquí para mi viaje fastuoso y, ya que había llegado aquí, pues tenía que aprovechar para hacer un poco de turismo. Como tampoco tengo muchas cosas profesionales de que hablar con ellos, es una ocasión perfecta. Con esa idea, les dije que el viernes 17 me iría por la mañana a la ciudad y volvería para cenar con ellos. Pero antes, puse una colada con mi ropa sucia, esperé a que estuviera acabada y la colgué. Vean el resultado.
Me explicaron perfectamente cómo funciona el Grab y lo utilicé por primera vez ese día. Es realmente una aplicación muy práctica. Tú entras, ya te tienen localizado y simplemente indicas a dónde quieres ir. Ellos buscan un taxi cercano, lo contratas y te mandan una foto del taxista, su matrícula, dónde está en un pequeño plano y cuánto va a tardar. Y tú sólo tienes que esperarle. Era el primer día, el calor era espantoso y húmedo y yo le indiqué a la aplicación que quería ir a las Torres Petronas, el primer objetivo turístico de esta ciudad. Para que conozcan el contexto, les diré que Kuala Lumpur es una ciudad con un nombre larguísimo que nadie usa. Todo el mundo se refiere a ella por sus iniciales KL (pronúnciese Ki-el). Es lo mismo que les pasa a las ciudades de nombres desmesurados: San Francisco (Frisco), Barcelona (Barna), Los Ángeles (LA), San Petersburgo (Píter).
Malasia, como Indonesia, fueron territorios que, antes de ser ingleses y formar parte de la Commonwealth, fueron conquistados por la Gran Holanda. ¿Conocen la historia? La Gran Holanda fue una de las tres potencias que derrotaron a Napoleón en Waterloo, junto con británicos y prusianos. La Gran Holanda era lo que ahora son los tres países del llamado Benelux. Un país grande y poderoso, con colonias por todo el mundo y fundadores de New York, que inicialmente se llamó New Amsterdam. ¿Y qué les pasó? Pues que apareció el maldito nacionalismo. Los belgas, que vivían en la parte sur, encontraron una seña de identidad diferencial en el hecho de que ellos eran católicos y los del norte protestantes, para ser exactos: calvinistas. Y empezaron con la murga habitual: Ámsterdam nos roba. Les suena ¿no? En realidad, los catalanes no han inventado nada, esto ya se llevaba en aquellos tiempos.
Los belgas se separaron, para encontrarse que la religión los unía, pero constituían un país dividido en dos por la lengua: flamencos y valones. Al rebufo del quilombo montado, el Gran Duque de Luxemburgo aprovechó para salir de naja y fundar un tercer país, que sobrevive como tantos otros, como paraíso fiscal. Y los belgas empezaron muy pronto a pelearse entre ellos. En realidad, Bélgica sobrevive como país, gracias a que la Unión Europea decidió poner su capital en Bruselas (para que no estuviera en París ni en Bonn). La mantienen unida también la monarquía, la selección de fútbol y el festival de Eurovisión, donde no les dejan tener dos representantes, sino uno solo, como sucede con Bosnia-Herzegovina, con los musulmanes de Sarajevo y los proserbios de Banja-Luka.
Las dos comunidades belgas tienen un sueño secreto similar, simétrico. Los flamencos, unirse a Holanda; su idioma es el mismo, con apenas matices de acento. Y los valones, unirse a Francia, también por unidad de idioma. El problema es que los holandeses no quieren a los flamencos (no les perdonan que les condenaran a ser un país pequeño) y los franceses tampoco quieren a los valones, a los que consideran muy bolos y pueblerinos: en Francia se hacen chistes de belgas como los nuestros de Lepe.
Vale, ya me he ido pos las ramas. Cuando La Gran Holanda, se redujo a la pequeña Holanda, sus colonias pasaron a ser administradas por Gran Bretaña. Malasia se independizó en 1963 y se definió como estado confesional musulmán. Singapur estaba incluido en el paquete, pero dos años después se independizó a su vez de Malasia, como pequeña ciudad-estado, decididamente laica. Esta es más o menos la historia, como siempre en este blog, en grandes trazos. Malasia es pues un estado musulmán en el que al menos tres cuartas partes de las mujeres van cubiertas con el pañuelo en la cabeza, con lo incómodo que tiene que ser eso en este clima.
Un clima que yo conocí en Srí Lanka, que está a unos 600 kms al norte del ecuador. KL está a unos 300 y Singapur a 144. Eso significa clima exactamente igual todo el año, máximas de 32 a 35, mínimas de 25 y humedad 100%. Vuelvo a mi recorrido. Las Torres Petronas fueron durante unos años el edificio más alto del mundo, ahora hay muchos que las superan. Dicen las guías que son un ejemplo de rascacielos de estilo islámico, no tengo ni idea de qué quiere decir esto. Lo que sí sé es que son un edificio magnífico, cuyos acabados a mí me remiten por ejemplo al edificio del BBVA en Azca, del señor Sainz de Oiza. Les hice unas fotos desde fuera y entré a comprar unos tickets para subir. Costaban muy barato para mayores de 65. Eran las 11 y me dieron hora para la una. Así que me dediqué a enredar por el centro comercial que está al pie de las torres.
En KL, la gente no pasea por las calles, está todo el tiempo en los centros comerciales, donde están fresquitos y tienen de todo. La calle es inhóspita, fuera de los edificios es una ciudad diseñada para el coche. Me entró hambre y me dirigí a un restaurante japonés, donde me comí un ramen de estilo malasio, más espeso que el japonés. Luego subí a las torres. Se hace una primera parada en el piso 45, donde está la pasarela que las une, a la que se accede para ver las vistas. Y luego se sigue al piso 81. Lo mejor es que vean una selección de las fotos que hice por allí. Primero, las desde abajo.
Visitadas las torres y comido, cualquier otro se hubiera vuelto a casa al fresquito del aire acondicionado y la calidez hogareña. Pero cualquier otro no se hubiera embarcado en un viaje como este. Para eso hay que tener una voluntad pétrea y ser un poco cabezota. Y a mí me habían dicho que no se me ocurriera caminar por KL, que es algo insufrible. Pero tenía que comprobarlo por mí mismo. Elegí un destino no muy lejano: el Central Market, al lado de Chinatown. Desde las Torres Petronas hasta allí son 2,2 kilómetros. Y eché a andar, guiado por el Google Maps a las horas centrales del día, las peores a efectos climáticos. Y realmente el tema no es muy agradable. A la sombra, que yo buscaba todo el rato, aún era soportable, pero al sol era un horror. No hay casi aceras, apenas bordillos llenos de obstáculos y agujeros muy peligrosos. Los ríos de coches te achuchan continuamente y no hay casi peatones.
Lo dicho: la desaparición del peatón es aquí una realidad. Cuando se lo comenté a mis anfitriones, me dijeron que con este clima es imposible pensar en una ciudad para el peatón. Pero luego, cuando visité Singapur, verifiqué que esta excusa no vale. Que Singapur es una ciudad perfecta para caminar, a pesar de que el clima es el mismo que en KL. Bien, llegué al Market bastante asfixiado, empapado de sudor y directo a comprarme una botella de agua. Luego estuve por allí un rato curioseando lo que venden; no es un mercado de alimentación. Parece que hace unos años se planteó si demolían el viejo mercado, de la época colonial, pero intervino el Ayuntamiento, que lo protegió como bien cultural y lo restauró, ampliando el abanico de usos autorizados, como se hizo en los mercados de Madrid. Algunas fotos.
Desde allí, volví a utilizar el Grab para pedir un taxi que me llevara a casa para la cena con mi familia de acogida a las 18.30. Ellos tienen una chica interna, pero que está de baja estos días y, trabajando los dos, no pueden cocinar, por lo que encargaron una comida india. Nos sentamos a la mesa y entonces me sucedió algo que les quiero contar. Me empezó a picar simultáneamente un brazo y el empeine de un pie. Me acababan de picar dos mosquitos. Mira que venía yo prevenido con mi loción antimosquitos, firmemente decidido a ponérmela rigurosamente: al amanecer y al anochecer, que es cuando salen los mosquitos, como hacía en Sri Lanka. Pero he estado tan a gusto en todo este viaje, que me había despistado. Subí corriendo a darme mi loción, para que no me picaran más. Mónica me dijo que hay mucho dengue en Malasia. Y Andrew, con su típica flema, se limitó a comentar: –Oh, si tienes el dengue, empezarás con fiebre altísima dentro de exactamente tres días y ya veremos qué es lo que hay que hacer.
Ya les adelanto que, por suerte, no tengo el dengue y estoy perfectamente. Pacté con mis amigos que el domingo me iría a Singapur, para pasar allí una noche y regresar el lunes. Me quedaban, pues, dos días libres para estar en KL, el sábado 18 y el día de hoy, martes, antes de tomar mi vuelo de mañana. Decidido a no perderme ninguna de las atracciones turísticas de KL, el sábado salí pronto con otro taxi en dirección a las Batu Caves, unas cuevas que hay como a tres cuartos de hora de coche fuera de KL, que tienen un Buda gigante en la puerta (bastante feo en mi opinión) y una gran escalinata de piedra por la que se sube a un templo hindú que hay en el interior de la cueva principal. Por allí pululan libremente unos monos bastante descarados, y la gente mayor sube dificultosamente la empinada escalinata, lastrados por los juanetes, el sobrepeso y la diabetes que sufre aquí casi todo el mundo. Vean más imágenes.
Ya ven que me vestí con pantalones de telilla, sombrero del Coronel Tapioca y camiseta de los Pure Tones, en homenaje a mi amigo Críspulo, batería de dicho grupo. Arriba, hay un santuario en donde la gente entrega sus ofertas, de dinero o de comida, a un sacerdote con pinturas blancas horizontales en el torso desnudo, y hay también unas señoras, con el inevitable pañuelo, repartiendo comida gratis, algo con pinta de paella, que la gente se come con las manos sentada en el suelo. Más fotos.
Bien, salí de las Batu Caves y tomé otro taxi (yo creo que he cogido más taxis en estos días en KL, que en los diez años anteriores). Esta vez, mi destino era el Corus Hotel, donde está la parada de uno de los autobuses que van a Singapur. Mi plan era viajar allí el día siguiente, pero no había sacado el billete con antelación. Tuve que sacar más dinero en un cajero, porque me dijeron que con tarjeta me cargarían un 30%. Pero conseguí billete de ida y vuelta. En concreto, el de ida, creo que era el último que les quedaba, porque no me dieron a elegir y el bus iba completo al día siguiente. Es curioso, sumando esto a lo del dengue y otros momentos difíciles, tengo la sensación de estarme librando por los pelos, de situaciones que podrían comprometer seriamente mi viaje. Es como si tuviera un ángel de la guarda. Y que dure.
Desde allí, en otro taxi más me fui a visitar otro de los puntos fuertes de la ciudad, el templo chino Thean Hou, muy popular entre la comunidad china, en donde siempre hay varias bodas y las parejas se hacen fotos con sus amigos. Realmente es muy bonito. Abajo hay un restaurante en el que me comí lo que tenían, no muy apetitoso y con agua mineral. Luego subí a ver el templo y vean las fotos correspondientes.
Bien, como les he dicho, soy un cabezota y, no escarmentado por el paseo del día anterior, decidí repetir. Desde el templo chino caminé hasta Chinatown, dos kilómetros y medio, por un itinerario desangelado, sin un solo peatón y acosado por ríos de tráfico. Y con un sol inmisericorde sobre mi cabeza. Llegué asfixiadísimo al Chinatown, me abalancé a un 7Eleven a pedir una botella de agua, pero me saltó a la cara una nevera llena de cervezas Coronita, así que me pedí una y me la bebí allí mismo de un solo trago, para estupefacción del dependiente, que aún no me la había cobrado. El Chinatown no está mal, al menos hay un gran mercadillo callejero por donde la gente circula arriba y abajo. Encontré una terraza y me tomé uno de esos tés locales, con pegotón de leche condensada al fondo. Y me pillé un taxi para volver a casa.
Pero el sábado no iba a cenar con mis anfitriones. Me duché por segunda vez en el día y salí a la calle a esperar a mi amigo el taxista Amir, con quien había concertado un nuevo servicio. Se trataba de acudir a Kuala Selangor, una hora de carretera, para llegar allí justo al anochecer y presenciar el gran espectáculo de las fire flys. Son estas unas moscas de pequeño tamaño, que viven en la jungla y cada noche acuden a unos árboles a la ribera de un río para aparearse. Y, para su danza nupcial, encienden y apagan minúsculas lucecitas, como luciérnagas, durante un buen rato. Hay que ir a una taquilla, sacarse el ticket y subirse luego en unas pequeñas canoas, para tres o cuatro personas, que se acercan remando despacio a los árboles para no asustarlas. Hay un convenio con la compañía eléctrica nacional para que no se permita instalar luces por el entorno. Y el espectáculo es una maravilla, sólo subir a la lanchita y empezar a acercarse en medio de la oscuridad ya resulta muy sugerente.
Yo me sumé a dos chicas muy jovencitas, con su reglamentario pañuelo a la cabeza, que me iban explicando todo (Amir aprovechó el rato para irse a rezar a la vecina mezquita). Y se conoce que a nuestro remero le caímos bien, porque prolongó mucho la cosa y nuestra canoa fue la última en regresar al muelle. Las chicas quisieron hacerse una foto conmigo, ya llegados a la luz. Desde mi perspectiva de setentañero las veía tan jóvenes que les pregunté si estaban estudiando. Les dio mucha risa: ya habían terminado sus carreras, una era abogada y la otra maestra. Abajo las fotos que nos hizo el remero.
Kuala Selangor está al lado del mar y nuestro plan se completaba yéndonos a comer un pescadito a la plancha en uno de los chiringuitos populares de la costa. Tienen allí en cuencos los peces recién pescados del día, tú eliges uno y te lo hacen a la plancha. Yo tenía interés especial por invitar a Amir, pero me faltaba algo de cash, así que el resto lo puso él mismo. Amir es musulmán practicante, ha de rezar cinco veces al día poniendo la frente en el suelo pero, si está más lejos de 90 kilómetros de su casa, puede reducirlas a tres. Me contó que tiene dos hijos, de siete y tres años. Es ya un amigo de esos que voy yo coleccionando por el mundo. Lo pasamos muy bien y el pescado estaba fresquísimo. Cierto que lo estropeaban un poco echándole una salsa picante por encima, pero yo me dediqué a quitársela para comérmelo solo, a la plancha. Y de nuevo sin cerveza, este era un lugar islámico.
Nos hicimos las fotos correspondientes, que les pongo abajo y me trajo de vuelta, otra hora de carretera. Entré con mi llave, estaban ya todos acostados y me dispuse a dormir algo, porque al día siguiente salía temprano para Singapur. Pero esto ya será objeto del siguiente post. Ya ven lo achuchada que es la vida del turista. Yo quise concentrar mis visitas en el sábado, para dejarme el día de hoy para diversas tareas: poner una nueva lavadora y colgarla, escribir para el blog, dar mi último paseo por el centro y preparar el equipaje para mi viaje de mañana. Que ya les digo a dónde es: Melbourne (Australia). Ocho horas de vuelo de nuevo, que trataré de aprovechar para contarles mi paso por Singapur. Esta noche tenemos cena de despedida con comida tailandesa. Que ustedes también lo pasen bien.
Amazing Emilio!
ResponderEliminarThank you so much!!!
EliminarImpresionantes las torres Petronas, Emilio, pero más impresionante es tu estampa con el sombrerito... Me he quedado impactada... Hay que ver, vas como viajero, pero vistes como un turista... No le pega eso a un dandy coruñés, ja, ja, ... Bueno, por lo demás, has aprovechado muy bien tu estancia en KL, y has hecho unas excursiones muy chulas. La de las fireflies tuvo que ser bien bonita. Que sigas así de feliz.
ResponderEliminarCon 34 grados, como no te vistas de turista, estás apañado. Lo de las mosquitas fosforescentes fue realmente algo muy bonito. Gracias por tus buenos deseos.
EliminarLo de las Petronas islámicas supongo que puede ser porque en planta tienen la forma de la estrella de ocho puntas formada por dos cuadrados girado uno respecto al otro y uno lóbulo en cada ángulo cóncavo. Puede insinuar los cruces de la tracería decorativa que abunda en los azulejos y decoraciones árabes en general.
ResponderEliminarEstá un poco cogido por los pelos. Desde luego que no me evoca nada a la Alhambra. Pero para ser argentino el arquitecto, bastante hizo.
Un abrazo y que continúe el buen viaje.
Gracias por los datos. Sí, fue el viejo Cesar Pelli, ya fallecido, el que firmó este proyecto. También el de la segunda Torre del Real Madrid, empezando a contar por el norte. Pero esta es más fea que las Petronas, en mi modesta opinión.
EliminarQue recuerdos!!, yo tb visité KL para luego ir a Tailandia, estuve en las torres, el templo del gran buda y la excursión nocturna por el rio, tb recuerdo su clima húmedo, todo el día sudando. Me gusta comer una sopa picante con unas bolitas de pasta, la vendían en sitios muy populares, el picante te hacia sudar mucho más. Espero con ganas leer tu próxima aventura.
ResponderEliminarPues como no firmas, no puedo saber quién eres, pero igualmente muchas gracias por seguir este blog.
EliminarQue calor me da solo de leerte, la cerveza de un trago jaja, que majete el taxista, a seguir bien y que no te de ningún dengue jajaja
ResponderEliminarLo del dengue está superado por ahora. Aquí en el hemisferio sur hace un frío de pelotas y no hay mosquitos. Cuando empiece a subir hacia el norte, veremos cómo me bandeo.
Eliminar