viernes, 5 de julio de 2024

33. Vidas cruzadas

Así se llamaba una estupenda película de Robert Altman, en la que se contaban una serie de vidas que se cruzaban entre sí. En este caso, yo les ando contando diversas vidas que se van cruzando con la mía, que es diferente. En el post anterior les hablé de mi amigo Gonzalo López. La vida de este señor es también interesante. Gonzalo es de Medellín (Colombia) y en torno a los 24 años, con la carrera de economista terminada, consiguió una beca para hacer unos cursos de post grado en Berkeley, al lado de San Francisco. Corrían los años 70 y San Francisco era un hervidero de activismo y protestas contra la guerra de Vietnam y otras atrocidades. Gonzalo aprovechó la estancia en tierras de California para quedarse un poco más y escapar de diversas amenazas que lo agobiaban en su tierra, en donde estaba señalado por diversas bandas paramilitares, contrarias a los izquierdistas.

Berkeley era el centro de las protestas, en especial en torno a la Telegraph Avenue, que se convirtió en todo un símbolo de la contracultura estadounidense. Gonzalo recuerda que a veces tenía que entrar en las dependencias universitarias literalmente sorteando a la policía antidisturbios. Por allí andaba también mi amigo Gianni Rondinella, tal vez unos años más tarde, y de ahí conocía a Gianfranco Savio, mi siguiente anfitrión en esta maravillosa ciudad de San Francisco, una de mis favoritas en el mundo, junto con Kyoto, Ámsterdam, París y otras. El grupo de post-punk Rancid dedicó una canción a la Telegraph Avenue. Ahora, ya veteranos y calvos, la siguen tocando. Les pido que vean este vídeo, para que practiquen inglés con los subtítulos. Aquí se recuerda el discurso de Mario Savio contra la automatización y cómo Ronald Reagan mandó a los antidisturbios y los puso a lanzar gases lacrimógenos.

Pero estábamos con Gonzalo. Allí en la universidad y en el mundillo cultural de Frisco, conoció a mucha gente, entre ellos a Judy Cascales, por entonces casada y con una niña pequeña. Un tiempo después, la encontró separada y se enamoraron para siempre. Se casaron en San Francisco, Gonzalo adoptó a la niña como si fuera suya y pronto tuvieron un hermanito para ella, Alberto. Ahora, Alberto José López tiene 50 años y es un músico de conservatorio, muy respetado, que se gana la vida por sí mismo y hace giras en las que interpreta sus composiciones conceptuales, de lo que podemos llamar música de fusión. Vive en Los Ángeles, está casado y tiene una niña de seis años. Su hermana tiene 60, es informática especializada en diseño de marcapasos y otros artilugios y es también alguien muy valorado en los medios hospitalarios yanquis. Vive en New Jersey y tiene dos hijos, uno con la carrera terminada y otro casi. Gonzalo tiene 78, como saben y a Judy le calculo unos 84.

Después de casarse, vivieron dos años en San Francisco. Después intentaron la vida en Colombia, donde estuvieron diez años y disfrutaron ambos de buena posición y buenos trabajos; Judy era profesora de secundaria y llegó a ser la Directora de un Colegio bilingüe. Pero en un momento dado, ella propuso volver a los USA, para que sus hijos tuvieran una mejor educación. Y se establecieron en San Diego, en su casita maravillosa en la que me tuvieron alojado a mí durante unos días. Allí llevan 39 años, total 51 de matrimonio. En su jardín hay una higuera inmensa, que creció a partir de un palito que plantó Judy nada más llegar. Les da montones de higos y brevas, que recogen para comerlos y los que sobran para mermeladas. Esa ha sido la vida de mi querido Gonzalo López, tal como él mismo me la contó.

Continuando con la historia de mi viaje, les diré que el día 2 de julio, Gonzalo me llevó en su coche al pequeño aeropuerto de San Diego en donde reanudé mi periplo de viajero recalcitrante con un corto vuelo a San Francisco. Allí me esperaba un taxi que había reservado por Booking y que me llevó a la casa que tiene Gianfranco Savio en el norte de la península de San Francisco, junto al Pioneer Park que alberga en el centro la Coit Tower. Tanto el parque como el edificio de la torre los visité yo en mi anterior paso por Frisco en 2018. Llegamos con el taxi y la conductora no encontraba la casa, porque realmente está hundida respecto a la calle, justo al pie del parque. Después de varias vueltas, de pronto observé el pelo blanco de un personaje agachado que regaba sus plantas con una manguera. Lo reconocí (me había mandado una foto suya, que pueden ver abajo) y lo llamé: ¡¡Gianfranco!!

Han de saber que Gianfranco tiene 83 años, diez más que yo; como ven, seguimos con el Frente de Juventudes. Pero se conserva fenomenal y es un personaje muy singular y realmente curioso, con el que únicamente me he podido entender en su suave inglés, porque no habla una palabra de castellano. Cuando pasé por Nápoles a comienzos de este viaje, Gianni Rondinella me habló de él y le pedí que le mandara un mensaje. No supe nada de él durante un tiempo. En Chile, le escribí a Gianni preguntando por su contacto. Me dijo que no le había contestado, pero que le insistiría una vez más. Esta vez sí respondió y ya entramos en contacto. Dentro del difícil Tetris en que consiste este viaje, Gianfranco me ofreció hospedarme en su casa los días 2 y 3 de julio, por lo que hube de reservar un hotel en San Francisco para los dos días siguientes, desde el que les estoy escribiendo ahora. Por cierto, Gianfranco Savio no creo que tenga nada que ver con el Mario Savio del que habla la canción.

La casa de Gianfranco es espectacular, en dos plantas hundidas con respecto a la entrada, pero con fabulosas vistas sobre el downtown de la ciudad por el otro lado. Gianfranco es un exquisito a quien le gusta cocinar, hace unas cosas riquísimas, siempre improvisando y tiene la casa decorada con objetos artísticos de Italia y de China, con protagonismo especial para las porcelanas que él vendía hasta que se jubiló. Su vida es otra historia muy curiosa, era de algún lugar de la Toscana y se fue a un seminario en Francia, de donde salió cura y hablando francés. Después se salió de cura, se casó y se vino con su mujer a San Francisco, donde tenía diversos amigos de la colonia italiana. Aquí montó su negocio de venta de porcelanas italianas, con un socio que se llamaba precisamente Emilio. Me enseñó la fachada de la tienda, en donde aparecen ambos en una foto en blanco y negro, encima del escaparate.

Desde entonces ha vivido aquí, primero en una casa victoriana que restauró, hasta que su mujer se hartó de él y decidió separarse (Gianfranco no estaba muy por la labor, pero hubo de plegarse a la voluntad de su señora). En la partición vendieron la casa victoriana y él alquiló la casa en la que vive ahora, en la que lleva doce años. Ha tenido una novia china, también del negocio de las porcelanas, pero la cosa se frustró en los tiempos de la pandemia. Otra historia, en cierta forma cruzada con la que les he contado más arriba. Gianfranco había comido ya cuando yo llegué, pero me sacó un platito de cantaloupe and prosciutto, es decir, melón (del pequeñito) con jamón (de Parma). Me dejó margen para descansar un rato y luego salimos con el coche a ver diferentes zonas de San Francisco.

Gianfranco ha estado encantado de tenerme en su casa y ha hecho de cicerone desde el volante, aunque, igual que Gonzalo en San Diego, prefiere los paisajes y las panorámicas antes que las zonas centrales de la ciudad, por las que yo suelo moverme. Me llevó al Golden Gate Park y se sorprendió de que yo lo hubiera cruzado andando, hubiera seguido luego por el puente hasta Sausalito, para volver de nuevo por ese famoso puente y recorrer una zona de la costa norte de la ciudad visitando diversas atracciones turísticas, como la zona en la que viven numerosos lobos marinos, o el submarino Pampanito de la Segunda Guerra Mundial, que se puede entrar a visitar y que da bastante claustrofobia. Para él es una caminata inaudita, pero yo le dije que soy un caminante urbano incansable y que eso es lo que quería hacer. Entonces me llevó a unos acantilados, desde los que se puede bajar por un camino escalonado hasta la Mile Rock Beach, una playa en la que estuvimos sentados un rato observando las bandadas enormes de pelícanos cruzando arriba y abajo, junto con algunas gaviotas y cormoranes. Vean unas fotos. 





En las últimas pueden ver una de las bandadas de pelícanos y un cormorán sobre la roca. Volvimos a casa y Gianfranco preparó un pescadito blanco que no era de piscifactoría, sino de la bahía, con unas verduras a la plancha. Empezamos la cena con un auténtico Aperol Spritz y la seguimos con un chianti de primera clase. La habitación que me dejó en su casa es sin duda el mejor alojamiento que he tenido en todo el viaje, superando las de Gisele en Curitiba y Mónica en Kuala Lumpur. Una auténtica suite. Y ayer día 3 estuvimos juntos todo el día, con un programa parecido. Desayuno súper escogido y calle adelante con su coche. Me llevó primero a ver una iglesia moderna, muy querida por la comunidad italiana y obra del arquitecto Pier Luigi Nervi. Parece que fue en ella donde bautizaron a sus hijos. Vean más fotos. 



Continuamos visitando el Glenn Canyon, una copia pequeña del Gran Cañón, donde bajamos hasta abajo y volvimos a subir. Desde allí nos acercamos a Twin Peaks, el lugar popularizado por una serie de TV, donde hay un mirador sobre toda la ciudad. Aquí las imágenes, en donde pueden ver el corte en el tejido urbano que supone la Market Street, una especie de Spaccanapoli local.


Era hora de comer algo ligero y Gianfranco me llevó a un restaurante de sushi, donde conseguí que me dejara pagar insistiendo mucho. Yo me hubiera vuelto ya a casa a descansar, pero Gianfranco ama las playas recónditas y de difícil acceso y de nuevo me llevó a otra similar a la del día anterior, donde bajamos una larga pendiente. Esta estaba llena de perros porque es el lugar autorizado para ello en San Francisco. Aquí unas imágenes de la bajada y otra típica: la señora gorda con nueve perros.



Abajo, mientras estábamos sentados, Gianfranco se acordó de que a este lugar solía venir a pasear con una amiga que se llama Denise, es medio vecina suya y trabaja en el mantenimiento de edificios en renta para la agencia que los alquila. Y dijo: –voy a llamarla a ver si se viene a cenar con nosotros. Y la señora aceptó. Así es Gianfranco, le gusta improvisar. Así que subimos la enorme cuesta, lo que ya nos dejó reventados y volvimos a la casa a descansar una horita. Por cierto, una de las cosas que más me ha llamado la atención en San Francisco es una flotilla de automóviles sin conductor que pululan por toda la ciudad con un aire futurista que parece sacado de alguna película. Realmente impresiona pararse al lado en un semáforo y ver que no hay nadie al volante. es un servicio que ha contratado el Ayuntamiento para que operen como taxis. Y dice Gianfranco que son diez veces más seguros que los tradicionales, que sólo han sufrido un accidente y fue por culpa del contrario. Una foto del ingenio. 

Bien, esta vez Gianfranco preparó una pasta boloñesa de manual, que nos comimos con una ensalada a la que incorporó los restos del pescado de la noche anterior. Este hombre improvisa con mucho arte. Para beber, empezamos con un Campari y seguimos con un prosecco muy rico. La cena fue muy animada, Denise es una mujer interesante, como en los sesenta y tenía una complicidad alta con Gianfranco. Se interesó mucho por mi viaje y las anécdotas que le fui contando, que le parecieron admirables. La velada se prolongó con unas copitas de oporto, que Denise aceptó porque ella volvía a pie a su casa. Y, antes de despedirnos de ella, nos hicimos el selfie que ven abajo.

Hoy he desayunado con mi anfitrión y luego me ha acercado en su coche al hotel Kensington Park, muy cerca de Union Square, desde donde les estoy escribiendo. Me he despedido de mi amigo, he dejado las maletas en depósito, porque no se podía hacer el check-in y he bajado a la estación Powell Street en donde me he comprado una tarjeta de transportes que he estrenado inmediatamente para acercarme a Berkeley. Allí me esperaba mi amigo japonés Masafumi Koga. Masafumi, o Masa para los amigos, es el tercero en discordia de los amigos que mi hijo Lucas hizo durante su estancia en Osaka, que luego vinieron a Madrid y a los que acompañé todo el día hasta terminar en un tablao flamenco.

A los otros dos, Syoji Ito y Shinjia Nakamura, los encontré en Kyoto y pasé con ellos un día inolvidable, con encuentro de un gallego en el último sitio imaginable, que les conté. Masa continúa sus tareas de investigación química con una beca en Berkeley. Como les conté y quizá recuerden, yo sabía que se había casado con una japonesa que habla español y que tienen dos gatos. Hoy me ha contado que su mujer está embarazada, que quiere tener a su hijo en Japón en donde lleva dos meses y que él se irá para el parto, para disfrutar de la baja maternal, pero que ya no piensa volver por aquí. De hecho tiene firmado un contrato para un nuevo trabajo en Nagoya, a mitad de camino de Tokyo y Kyoto.

No sé si se han dado cuenta, pero es la tercera persona que visito y me dice que se va a mudar a la vuelta del verano, después de mi sobrino Zael Sanz a quien visité en Lima y Rafa de la Torre con quien estuve en Ciudad de México. Si mi viaje se hubiera planeado para septiembre, yo no tendría a nadie en Lima, ni en Ciudad de México, ni en Berkeley. Y, teniendo en cuenta mi experiencia negativa en Tijuana, es seguro que ya nunca podré repetir exactamente este viaje. Que por cierto, se acerca ya a su final. Hoy he reservado mis últimos vuelos y hoteles hasta la vuelta a Madrid. Con unos problemas considerables, porque mi tarjeta SIM de Orange no funciona en Estados Unidos. He conectado con el servicio de atención de la compañía y me han dicho que no pueden hacer nada, porque mi tarjeta es vieja, de 2012. Es una tarjeta 2G, que me ha servido en todo el mundo, pero que en Estados Unidos las han eliminado, igual que las 3G. Aquí sólo valen las 4G y las 5G, tema del que nadie me había avisado.

Menos mal que en Tijuana cargué mi tarjeta Revolut con 1.000 euros. Porque, para cualquier pago on line con la del BBVA, me envían un PIN de confirmación por SMS, que nunca me llegaría. Así que los últimos hoteles los he reservado por el sistema de pagar en el propio establecimiento, y los últimos vuelos con la tarjeta Revolut, que no confirma por SMS. Me han quedado exactamente 300 euros en esta tarjeta. Y desde que entré en USA estoy pagando las demás cosas con la del BBVA. Este tipo de puñetas técnicas son cansativas y te hacen perder mucho tiempo y mucha energía. Yo tuve problemas de este tipo que solucioné con imaginación en Kyoto. Luego se repitieron en Curitiba y arreglé el tema con ayuda del servicio de atención de Orange. En Tijuana volví a tener problemas, que se arreglaron solos. Y ahora esto.

Si no hubiera solucionado el tema intercambiando el uso de las tarjetas, aún tenía dos soluciones alternativas. Una acudir a una agencia de viajes, algo que no me gusta porque en USA son muy cutres, sólo se dedican a atender a los inmigrantes más tirados y no me dan ninguna confianza; en un viaje anterior tuve que recurrir a eso y tengo muy mal recuerdo. La otra, que alguno de mis hijos o algún amigo hiciera las reservas por mí, y ya le pagaría los gastos por una transferencia desde Madrid. Pero finalmente no ha hecho falta. De todas maneras, tengo la sensación de estar luchando todo el rato contra los elementos (especialmente informáticos). Este viaje hace tiempo que tiene tintes homéricos y yo, como Ulises, me las veo y me las deseo para encontrar el camino de vuelta a Ítaca. Pero salvando el ínterin de Tijuana, el balance del viaje es altamente positivo para mí, a falta de unos 20 días para concluirlo, que se irán contando oportunamente.

El día de hoy en Berkeley no ha tenido demasiada historia. Masafumi me ha enseñado la universidad, me ha paseado arriba y abajo por el campus, hemos subido a la torre del campanile desde donde se ven bonitas vistas hasta San Francisco, hemos entrado a su laboratorio en la facultad y me ha mostrado su lugar de trabajo, donde me ha explicado en qué consiste su investigación, algo que no he entendido completamente. El campus no tiene nada de especial, es amplio y verde pero, por ejemplo, al lado de Harvard o el del MIT (yo visité ambos en Boston), no hay comparación posible. Precisamente a Boston viaja mañana Masafumi, para una estancia de quince días. Por eso he tenido que mover mi Tetris para poderlo ver. Hemos comido en un restaurante japonés de udón y nos hemos despedido.

Y yo he cogido el BART de vuelta y me he venido al hotel. Antes me he comprado unas manzanas y unos yogures para esta noche, a ver si de una vez se me arreglan las tripas. Más o menos las tenía bien en San Diego, pero con las comidas pantagruélicas de Gianfranco he vuelto a recaer ligeramente, ya no tanto como la primera vez. En cuanto publique este post me comeré mi cena y a dormir. Afuera resuenan los fuegos artificiales por el 4 de julio, el Día de la Independencia, la segunda mayor fiesta nacional después del Día de Acción de Gracias. Mañana me gustaría ver el partido de España contra Alemania, pero no sé si encontraré donde verlo. Les dejo de despedida algunas fotos de mi entrañable amigo Masafumi Koga, con quien por cierto he roto por fin la racha de vejestorios con los que me estaba encontrando últimamente. Aunque con Gianfranco me lo he pasado muy bien. Sean buenos.  




5 comentarios:

  1. What a beautiful trip, Emilio. Thank you for sharing, this is nice to follow your adventures!!

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  2. Este hombre Gianfranco tiene pinta de ser otro dandy, aunque no tan andarín como tú... Bueno, pues ya está todo organizado para tu vuelta. Empieza la cuenta atrás...

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    1. Anda mira, y este comentario sin retraso. Para que no te quejes.

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  3. Nice one, Emilio. So are you going to Chicago and New Orleans now?

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  4. Vamos Ulises que vas salvando los avatares del camino, cuando regrese a Ítaca no sé si te esperara alguna Penélope pero un par de amigos para echarte unos vinos eso es seguro jaja

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