miércoles, 17 de julio de 2024

38. Una corta transición en Seattle

Bueno, como les dije, mi estancia en Vancouver, cuidado y acompañado por el gran JJ, ha tenido un efecto balsámico para mí, estoy otra vez descansado, con buena salud y con los ánimos renovados para afrontar estos ocho días que me quedan. Y, ya que en el último post abrí la espita de los One Hit Wonders, pues voy a comenzar hoy con uno de los más característicos. Volvemos a los años dorados: 1992, el año en que nació mi hijo Kike. Ese año, el grupo Four Non Blondes debutó con un tema extraordinario, brutal, de los mejores de la historia del pop-rock: What’s up. El tema era tan enorme que acabó por aplastar al grupo, que ya no volvió a dar pie con bola, a pesar del potencial que mostraban. Véanlo, porfa.

Todo un himno. What’s fucking going on? Qué cojones está pasando. En mi último post incumplí una de mis premisas básicas: hablar siempre a toro pasado, no anunciar nunca lo que va a venir, porque si luego se jode es una faena. Lo que pasa es que yo lo vi todo ya claro, atado y bien atado, y pensé que ustedes tenían derecho a conocer cuál va a ser mi deriva en los pasos siguientes. Y ha sucedido lo que se podía esperar. Que mi viaje ha estado a punto de saltar en pedazos, que me he salvado por apenas unos milímetros. Los que separan la oreja de Donald Trump de su cabeza de la cabellera naranja. Unos milímetros que se hubiera desviado la bala y ésta le habría volado la cabeza. Y si matan a Trump, es posible que yo no hubiera podido entrar de vuelta en los USA y las habría pasado canutas para hacer los dos vuelos que me faltan. Vean la foto del incidente.

Pero la bala sólo le rozó la oreja y, una vez más, como en todo este viaje, he tenido la sensación de librar por los pelos. Por cierto, en USA todo el mundo dice que Trump recién herido gritaba fight, fight (luchen, luchen). La efe es indudable, como ven en la imagen, pero yo, conociendo a semejante psicópata, creo que estaba repitiendo fuck-off, es decir, que te jodan, que no me has acertado, perdedor cabrón. Me enteré del incidente en mi última noche en Vancouver, en la que me acosté pronto porque tenía que madrugar. Y el domingo 14 de julio, día en que se cumplían tres meses de viaje, me desperté a las 7 con la alarma, me duché, recogí todas mis cosas, hice el check-out en el Grand Park Hotel de Vancouver y eché a andar con mi equipaje por el largo paseo de ribera de la bahía.

Fue una delicia de paseo, entre madrugadores que paseaban, corrían, patinaban o iban en bici. Llegué a la Pacific Station con tiempo y esperé a que trajeran el autobús de la compañía Flixbus. Lo conducía una señora fornida muy eficiente, yo situé mi maleta en el depósito de abajo y subí la mochila conmigo. El asiento era cómodo, pero lo de que tenía WiFi era una estafa. Tenía WiFi, pero sin acceso a Internet, ya me contarán ustedes para qué vale eso. Me tocó al lado de un señor filipino pero radicado en Washington, que había venido a visitar a sus hijos en Vancouver y había pensado lo mismo que yo; que si los vuelos desde Vancouver han de hacer escala en Seattle, mejor se volvía en autobús para volar directamente desde allí. Me dijo que, cuando se jubile, quiere hacer un viaje como el mío, porque viajar es lo que más le gusta y cuenta con quedarse con una jubilación generosa.

Muy pronto llegamos a la frontera con los USA. Allí había que bajarse, recuperar el equipaje y, con todo ello, pasar el control de entrada yanqui. Me tocó un tipo bastante borde, que me frió a preguntas absurdas, que contesté como pude, con paciencia. Luego me pasó a una cajera a la que tuve que pagar seis dólares por derechos de entrada. En estos lugares hay que plegarse a lo que te digan, porque los agentes de aduanas son omnipotentes y, como se les meta en la cabeza que no pasas, pues no pasas. De vuelta en el bus, la conductora paró en un supermercado para darnos la última oportunidad de comprar algo de comer. Yo me pillé una barrita de carne secada al humo, que me descubrió JJ el día que llegué y me vio con hambre. Él usa esas barritas para hacer senderismo, no tienen ningún producto artificial, no están malas y parece que le preocupaba que desfalleciera cuando subimos al Lynn Canyon.

Con eso y una botella de agua, afronté las casi cuatro horas restantes, con la incertidumbre de saber qué pasaba con España en la Final de la Eurocopa. El filipino llevaba un móvil con muy poca carga, pero, ya llegando a Seattle, le entró la noticia: habíamos ganado. En Seattle, recuperé mi maleta y eché a andar por la sombra, porque pegaba un sol muy fuerte. Por la sombra no se iba mal, estaba fresquito, el problema es que había legiones de homeless acampados en tiendas o tirados por allí en medio de la inmundicia. Hace siete años, en Seattle apenas había homeless pero, aquí también, la situación ha empeorado mucho.

Alcancé sin problemas el hotel Belltown Inn, el mismo en el que me alojé hace siete años. Pero también ha cambiado, en este caso a mejor, lo que también se nota en el precio, que es más alto. Hace siete años, este era un hotel con encanto para mochileros. Ahora está lleno de jubilados y vejestorios. Mantiene las señales del encanto anterior, como una batería de bicicletas en el patio que se pueden usar gratis, únicamente pagando una fianza. Pero en estos tres días, les juro que nadie ha cogido ninguna. Tiene también café gratis por las mañanas y una azotea con butacas cómodas, en donde te puedes subir a tomarte cualquier cosa que te hayas comprado. El hotel está muy renovado, la cama es estupenda y yo me subí a descansar de la paliza matutina del bus y las dos caminatas.

Por la noche, busqué un sitio cercano para cenar algo con un par de cervezas IPA para celebrar la victoria de España. Lo encontré en un bar que responde al curioso nombre de Currant Bistro. Con ese nombre no podía ser malo y me obsequié allí con un risotto muy rico. Y me fui a dormir. Ayer tenía, como les dije, el día libre. Así que me levanté bastante tarde y eché a andar en dirección sureste hacia el Pike Market Center, un mercado muy popular que abre sus tiendas a las 10.00. Antes paré a desayunar en uno de los múltiples cafés que hay en el centro de esta ciudad. Han de saber que esta es una ciudad de emprendedores, en la que nacieron tres gigantes: Amazon, Boeing y Starbucks Coffee. Precisamente, esta última empezó en un pequeño café que se mantiene tal cual y que suele tener una cola importante, porque la gente es muy mitómana. Vean la foto del lugar.

Anduve luego enredando un rato por el mercado y aledaños, a lo que corresponden las imágenes siguientes.



Y bajé hacia el puerto por unas largas escaleras para empezar a volver hacia el oeste. Por allí hay un muelle de cruceros, en donde estaba atracado el Norwegian Sun. Por la zona había cantidad de parejas de jubilados con enormes maletones, de modo que no me extrañaría que los que había visto en el hotel hubieran llegado en ese crucero. Vean una foto del monstruo.

Me dirigí entonces a la zona donde está la Space Needle, la torre más alta de la ciudad, que tiene arriba un mirador acristalado. Al lado está el Museo de la Cultura Pop, obra inconfundible de Frank Ghery, que las hace todas iguales. Hace siete años yo visité el museo, que no es gran cosa, salvo el edificio. Y no subí a la torre. Esta vez decidí hacer lo contrario. Vean una imagen del conjunto, un par de ellas del exterior del museo y otras dos de la vista que puede contemplarse desde arriba.





Era ya cerca de la una y decidí coger un bus hacia el barrio de Fremont, al otro lado de la bahía. Los autobuses, como hace siete años, cuestan por viaje un dólar para los mayores de 65. Hay la posibilidad de comprar una tarjeta pero a mí no me merecía la pena para dos días. Fremont es un lugar bastante animado, sobre todo en torno a la calle 35, lugar perfecto para tomar el aperitivo. Pero yo tenía un segundo motivo para acudir a este barrio. Algo que descubrí por casualidad hace siete años, paseando al azar por allí. Seattle es la única ciudad norteamericana que tiene en sus calles una estatua de Lenin. Es una estatua de bronce macizo de cuerpo entero. La encontré de nuevo y vean qué fotos más impresionantes. 






La historia es muy curiosa. La estatua la financiaron los gobiernos ruso y checoslovaco en los ochenta, y estaba pensada para ser colocada en la ciudad eslovaca de Poprad. Se la encargaron a un artista local, que hizo una maravilla, pero se retrasó bastante. Se colocó finalmente en la plaza de Lenin de la localidad en 1988, pero sólo duró un año, porque en 1989 todo el mundo soviético se derrumbó y la obra de arte fue a parar a un almacén. Un norteamericano que se llamaba Lewis Carpenter y llevaba un tiempo en la ciudad como profesor de inglés, la encontró por casualidad arrumbada en un garaje. Y se le ocurrió llevársela a su tierra, para lo que contó con ayuda de varios amigos locales. Le costó conseguir los permisos pertinentes pero, al fin y al cabo, las nuevas autoridades ya no la querían y acabaron por ceder.

Lewis contactó entonces con el autor, que se encargó de despiezarla en trozos más manejables para el traslado, de forma que luego se pudiera montar. Pero, para financiar todo el proceso y el costoso traslado, el tipo hubo de hipotecar todos sus bienes, incluida la propia casa. Y, cuando ya estaba simplemente pendiente de elegir un lugar para situarla, se mató en un accidente de coche. Pero su familia decidió proseguir con su empeño, a modo de homenaje, y finalmente lograron instalarla en un lugar impersonal, de donde luego se trasladó a esa esquina de Fremont, delante de una heladería, en la que al menos tiene cierta perspectiva. En fin, otra de estas historias curiosas que les he ido contando a lo largo de estos tres meses de blog.

Pero era mediodía, yo ya me había tomado el aperitivo y visto la estatua de Lenin. Así que decidí volver al barrio del hotel para comerme algo más sólido, que tenía ya hambre, y poder echarme luego una siesta en mi cuarto. Cogí un bus de vuelta y, en Belltown, elegí un restaurante indio familiar que tenía bastante buenas críticas. Se llama el Kanak. Entré directamente a una mesa, deseché el menú en papel que me ofrecían y les dije que quería un Tikka Masala medianamente picante, un naam y una cerveza Taj Mahal de tamaño grande. El tipo se quedó pensativo y me explicó que el Tikka Masala es una receta casera del lugar y que ellos la hacen más bien poco picante. Que me podían ofrecer un frasco para añadirle más picante, o bien cambiarme a un Vindaloo. Ante ello, le dije que me lo trajera tal cual. Y la verdad es que estaba muy bueno. Después subí al hotel a echarme la proyectada siesta.

Me puse luego a escribir este post, hasta donde podía contar, y después bajé a dar una vuelta antes de que anocheciera del todo, porque todas las esquinas del entorno están llenas de zombies hechos polvo, la verdad es que esta ciudad, o al menos el entorno del centro, está bastante depauperada; miedo me da lo que me encuentre en Nueva York, una de mis ciudades favoritas, que visitaré por quinta vez. Encontré un lugar cercano donde tomarme una cerveza. Se llama el Whisky Bar y está a unos diez minutos del hotel. Le pedí al tipo que me pusiera unas aceitunas de tapa (tenía un cuenco por allí en la barra) y me puso exactamente tres, ensartadas en un palillo largo. Pero yo no tenía más hambre después del curry de al mediodía. Así que, de vuelta al hotel, atravesé una de esas masas de gentes acampadas para entrar en un colmado cutre donde un chino me vendió dos plátanos.

Debo decirles que, hace siete años, yo localicé por aquí doblando la esquina un lugar mítico: The Crocodile, el antro donde empezó a tocar Kurt Cobain con la guitarrita que le habían comprado sus padres. Kurt Cobain se convertiría después en el líder de Nirvana, uno de los tres grupos que crearon en esta ciudad el movimiento grunge: Nirvana, Pearl Jam y Soundgarden. Cobain se suicidó con 27 años disparándose una pistola, lo que acrecentó su leyenda (el líder de Soundgarden también se suicidaría pero con más de 50).

Y, hace siete años, yo estuve en The Crocodile, un antro pequeño, tapizado de fotos de Cobain, donde se tocaba música en directo cada noche y al comprar el ticket te ponían un sello en la muñeca para que pudieras entrar y salir a tu antojo. Bueno, pues ese lugar ya no existe. The Crocodile es ahora una venue mucho más grande, en la primera avenida, donde también se puede comer y al que yo no tenía ya ningún interés en ir. Por eso me tuve que buscar otro lugar para mi cerveza de anoche. He de ponerles un vídeo de Nirvana, para que vean qué buenos eran y creo que ninguno mejor que esta interpretación en directo del famoso tema de Bowie The man who sold the world, el hombre que vendió al mundo.

Hoy me he levantado tarde de nuevo, he tenido el tiempo justo de ducharme, hacer el check-in on line de mi vuelo de esta noche a Nueva York (¡el penúltimo vuelo de este viaje!), salir caminando, desayunar un café con leche y un muffin morning glory, y acudir a mi cita con Radcliffe Dacaunay. Conocí a Radcliffe en 2017, en el Workshop de C40 en Portland del que les he hablado en diversas ocasiones. Rad trabajaba entonces para el Ayuntamiento de Portland y fue clave en la organización del evento. Por entonces, su mujer, que es de origen polaco, esperaba gemelos. Ahora los chicos tienen siete años y están muy guapos, Rad me ha enseñado sus fotos.

En 2018, Radcliffe se mudó a Seattle en cuyo ayuntamiento trabaja desde entonces. Rad es un tipo estupendo, pero con una agenda tan apretada que sólo me ha podido dedicar algo más de dos horas. De hecho, parece que ayer regresó de un congreso en el sur de los USA y mañana viaja a Polonia de vacaciones, donde ya está su familia desde hace quince días. Hoy tenía un día sándwich en el trabajo, en el que debía dejar resueltos un montón de asuntos. Yo sé lo que es ese ritmo de trabajo y de vida y le entiendo perfectamente. Lo he encontrado un poco mayor, en relación con su imagen de hace siete años, tal vez por las canas que le brotan por todos lados. Vean las fotos y selfies que le he tomado.




Por cierto, Radcliffe es de origen filipino, nacido en Alemania y criado en San Diego, por lo que conoce perfectamente tanto esa ciudad, como Tijuana. Esta mañana hemos hecho un recorrido por algunas áreas centrales, algunas de ellas ya visitadas por mí. Lo más interesante es algo de lo que no me había dado cuenta. Toda la autopista de dos niveles que recorría el puerto ha sido enterrada y el espacio recuperado para un eje cívico urbano, con vías de circulación local, carriles bici y amplias aceras. Hace siete años, las obras ya habían empezado, pero la doble carretera elevada estaba todavía en funcionamiento. Otra vez la sombra del proyecto Madrid Río. En una sociedad opulenta, como es la yanqui, no hay debate sobre lo caro que es un proyecto como este: se hace y punto. Vean una foto de la nueva vía recuperada para la ciudad.

Hemos visto una serie de edificios de interés, como la Biblioteca Pública, obra de Rem Koolhas, o el edificio que construyó aquí Yamasuki, el autor de las Torres Gemelas de New York. Vean las fotos.


Hemos tomado un café en el Olimpic Bar, que es un lugar precioso, y luego lo he acompañado hasta la puerta de su oficina, donde nos hemos dado el abrazo correspondiente. A Rad le he trasladado los saludos cariñosos de Valería López, Liana Valicelli y Shannon Ryan. Somos todos de la familia. Bien, como era pronto, he decidido coger la calle Pike y subirme hasta la Capitol Hill para dar una vuelta por ese barrio en donde se mueven habitualmente los universitarios, aunque ahora está más desangelado. Por allí hay una estatua de Jimmy Hendrix, que no he encontrado esta vez, pero de todas formas era casi tan fea como la del perro de Tokyo. Jimmy nació en Seattle pero de muy niño se lo llevaron a otra ciudad y sólo venía por aquí esporádicamente a ver a su abuela.

Callejeando por allí he encontrado un restaurante italiano en donde he entrado a comerme unos spaguetti cacio e pepe de reglamento, con una cerveza Peroni, al susurro de una serie de canciones italianas típicas. Luego he emprendido el camino al hotel, 35 minutos de cuestas, que he procurado hacer por la sombra. Y me he puesto a terminar este post. Cuando descanse un rato he de decidir si salgo de nuevo a ver algo de jazz en directo. No me quiero acostar muy tarde, pues he de levantarme a las 3.00, pero en Seattle hay muy buenos músicos de jazz.

Entre los más jóvenes, una chica que se llama Halie Loren y canta muy bien. Les voy a dejar de propina esta delicia de vídeo de la canción A woman’s way, que podríamos traducir como a la manera de una mujer. El vídeo está ilustrado con imágenes de cuadros de un tal Drew Darcy, admirador obvio de Hopper. Una preciosidad, ya saben que soy un dandy y me gustan estas cosas. Mañana llegaré a NY y espero alojarme en el apartamento de mi amiga Anna Zetkulic. Que imagino como un ambiente a la manera de una mujer. Ya les voy contando. Besitos.

5 comentarios:

  1. Curiosa la historia de la estatua de Lenin. Buen viaje para N.York ya nos vas contando, Dinos a que hora llegas el 25 y en que terminal lo mismo vamos a recibirte con banda de música incluida jajaja.

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    1. En mi tierra estos recibimientos se hacen con pirotecnia;, como decimos nosotros: con foguetes. Dado que en Barajas no se autoriza este tipo de expansiones festivas, mejor dejarlo para otro día. De todas formas ya tengo quien me ira a recoger (los restos) al aeropuerto.

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  2. Anónimo
    Como va a ser difícil recibir a nuestro aventurero con banda musical en el aeropuerto.Propongo que los seguidores de su blog y amigos recibamos con un fuerte aplauso a nuestro amigo en su llegada a la meta final de su viaje.

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  3. Por supuesto será un recibimiento ficticio que se hará a través de este blog. Cada cual se inventará su frase de bienvenida

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    1. Bueno, esto de los aplausos virtuales es libre: que cada uno haga lo que le parezca más oportuno.

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