sábado, 13 de julio de 2024

37. El diseño de la fase final

Como en estos últimos textos, voy a empezar por ponerles un vídeo musical. En 1993, surgió un nuevo grupo de rock en Norteamérica que parecía que se iba a comer el mundo. Se llamaba Counting Crows y debutó con una canción que se llamó Mr. Jones and me, y que fue un bombazo. Se la voy a poner para que la escuchen y vean el vídeo promocional. Pero después, sucedió que el grupo se medio disolvió, al cantante se le fue la pinza y ya no volvió a saberse mucho de ellos, aunque leo que siguen en activo, seguramente uno de los del grupo original se quedó con el nombre y los derechos. Es un fenómeno típico que se conoce como One Hit Wonder, es decir, grupo de un solo éxito, que ya no vuelve a comerse una rosca. Véanlo antes de seguir.  

Como les dije en los posts anteriores, esto se está acabando, me quedan ya pocos días de viaje y antes de empezar a hacer un balance final de esta aventura, quiero explicarles cómo he llegado a definir estos últimos pasos que ya tengo concretados y con los billetes de avión y hoteles reservados y pagados. Realmente, llegar a cuadrar sobre la marcha este viaje tan largo y con tantas paradas para ver a gente, ha sido como armar un Tetris gigantesco, que en agunos momentos parecía imposible de resolver. Desde el primer momento, yo tenía en mente llegar a esta zona de Seattle-Vancouver, de grato recuerdo para mí tras haberla visitado en 2017. Desde aquí, mi primera idea era volar a Chicago, donde no tenía ningún contacto, y seguir luego a Nueva York, donde mi amigo Flavio Coppola siempre tiene una habitación de invitados para mí en su casa de Brooklyn. Pero ya antes de salir de Madrid, Flavio me hizo saber que en el mes de julio no iba a estar, que era su mes de vacaciones y que pensaba pasarlas en Italia y Francia, de donde es doblemente originario.

Ante eso pensé en soluciones alternativas. Como ir a Chicago y bajar luego a Nueva Orleans, por la llamada ruta del blues. Este es un viaje que tengo pendiente, pero para hacerlo bien hay que alquilar un coche para bajar por el curso del Mississippi, plan que no me atrevería a hacer yo solo. Mientras tanto, pensé en otras opciones. Al no tener alojamiento en Nueva York, valoré la posibilidad de parar en Newark (New Jersey), donde hay hoteles más baratos al lado del aeropuerto local (que tiene vuelos a Madrid) y al lado también de la estación del tren que en dos horas te pone en Manhattan. Pero yo tenía siempre la idea de intentar mi primer plan. Para ello me hice con dos contactos. El primero, Laura Jay, una chica de Nueva York que vino al workshop de Chicago en 2018 y con la que salí a correr por la orilla del lago, donde vimos amanecer antes de empezar la primera sesión de trabajo. Flavio me contó que Laura vive ahora en Chicago, donde sigue trabajando para C40, y me dio su Whatsapp personal.

El otro contacto era Anna Zetkulic, que vive en Nueva York. Anna Zetkulic es la persona que sustituyó a Flavio Coppola al frente de la red LUP, cuando éste se marchó del C40, para irse a trabajar a Google, en donde estuvo un año para pasar luego a Bloomberg donde trabaja ahora. Desde que Flavio se fue, yo tuve diversos contactos con Anna, pero enseguida vino mi jubilación y apenas nos comunicamos. Estoy conectado con ella por Facebook, donde ninguno de los dos colgamos demasiadas cosas. Y fue Costanza de Stefani quien me habló de ella en Bolonia, cuando cenamos juntos. Me dio su número de Whatsapp y me dijo que le escribiera, que tal vez podría echarme una mano en este tema del cierre de mi viaje. Pero este doble contacto con Laura y Anna lo fui dejando para más adelante, abrumado por las complejidades cotidianas de la logística del viaje.

El 24 de junio, estaba yo en el hotel Bristol de Ciudad de México, la víspera de volar a Tijuana (en ese momento ignoraba que mi viaje iba a entrar en una fase más dura y menos placentera), cuando me animé a escribirles a ambas. Para mi sorpresa, Anna me contestó enseguida. Le conté mis planes y le pregunté si iba a estar en Nueva York a finales de julio (mi idea en ese momento era que quedáramos un día a comer, o algo similar). Me respondió que ella tenía la segunda quincena del mes de vacaciones y que pensaba irse a Montana, para estar un poco más fresca. Vaya –le contesté–, entonces no nos podemos ver. Su respuesta: –Lo que pasa es que, si quieres, puedo dejarte mi casa cuando yo me vaya. Me quedé alucinado, esto era algo que no me esperaba. Y me daba la posibilidad de cerrar el viaje de forma gloriosa.

Pero, si tenía que estar en Nueva York el 15, eso implicaba renunciar a alguna de las etapas previas previstas. En concreto, suprimir Vancouver o Chicago. Le pregunté a Anna en dónde vivía, para ver cuál era el nivel de la tentación que me proponía (así se lo dije). Me contestó con mucho jajajá que en el Upper West Side. ¡Joder! Una zona estupenda, a tiro de piedra del Central Park. Añadió que se trata de un apartamento en un cuarto piso sin ascensor. Algo que a mí me da igual, mi hijo Kike vive en un sexto sin ascensor y no por eso dejo de ir a visitarlo en cuanto puedo. Me puse manos a la obra, pero en todo momento con la idea de que prefería eliminar Vancouver que Chicago (en ese momento apenas había conectado con JJ y no sabía que era tan majo). Pero la solución me vino dada, porque Laura Jay seguía sin contestarme.

Empeñado en localizarla, rebusqué en mis viejos contactos y encontré su dirección de mail del trabajo, la que termina en c40.org. Le escribí allí e inmediatamente me entró una respuesta automática de fuera del despacho: estoy de baja maternal hasta septiembre, si necesitas algo contacta con menganita en el mail xxx. Bueno, pues ya estaba todo resuelto. Anna me escribió para decirme que no había encontrado billetes a Montana para el 15 y que se iba el 17; que si no me importaba cambiar mi proyecto de vuelo al 17. De esto deduzco que el apartamento es muy pequeño y no apto para albergar a dos personas que no sean pareja. Entonces busqué un billete para el día 17. Así que ahora ya está todo claro y les explico el rush final.

Mañana domingo tengo previsto un programa de mochilero total, para rememorar los viejos tiempos. Madrugaré para hacer el check-out en el hotel y saldré caminando por las amplias aceras de Vancouver. Una caminata de 38 minutos por el paseo de borde de la bahía que me llevará a la Pacific Central Station. Allí tomaré el bus de la compañía FlixBus, que en cuatro horas y pico me llevará a Seattle, donde de nuevo caminaré otros 40 minutos hasta llegar al hotel Belltown en donde tengo un cuarto reservado. Las dos caminatas son cortas, el problema es hacerlas con la mochila a la espalda y la maleta arrastrando con sus dos ruedas. Por lo demás, el bus es cómodo, asientos amplios y recostables, aire acondicionado y WiFi gratis todo el trayecto. A ver si puedo ver la Final de la Eurocopa. Si no, al menos la podré seguir por el móvil.

En ese viaje tengo que pasar la frontera de vuelta a los USA, para lo cual hay que bajarse del bus con todo el equipaje, pasar el doble filtro de las dos aduanas y caminar hasta la parada del otro lado, donde viene el bus a recoger a los pasajeros. En cuanto al Belltown, será este mi último hotel del viaje, para tres noches. En Seattle, dispondré del lunes para callejear a mi aire por la ciudad. El martes tengo una cita con mi colega Radcliffe Dacaunay, que en su día estaba en el Ayuntamiento de Portland y se encargó de organizar el workshop de 2017, a pachas con mi amiga Clare Healy, de Londres. Radcliffe trabaja ahora para el Ayuntamiento de Seattle y sólo me puede dedicar tres horas, así de ocupado está.

El miércoles 17, saldré de madrugada en un taxi al Tacoma International Airport, que es como se llama el aeropuerto de Seattle, también bastante alejado de la ciudad. Allí tomaré un vuelo directo a Nueva York, adonde llegaré a mediodía, contando con las tres horas de desfase que ya voy a recuperar. Intentaré llegar a casa de Anna por algún medio, para tener unas horas con ella, que me dé la llave y me explique cómo funcionan la cafetera y la lavadora, además de indicarme cómo quiere que le deje la casa y dónde debo dejarle la llave. Esa noche, Anna volará a Montana y yo tendré una semana en Nueva York, en una localización magnífica, hasta el día 24 en que volaré por la noche con Iberia, para llegar a Madrid el 25 por la mañana, día del Apóstol Santiago y fiesta en Galicia y, este año, en toda España.

Salvo catástrofe sobrevenida, este es mi plan para cerrar el viaje. Un colofón digno de esta larga aventura, de la que mañana se cumplen tres meses. Les mentiría si les dijera que no estoy cansado. Lo estoy, especialmente después de los problemas y el ambiente en Latinoamérica y la malhadada experiencia en Tijuana. Me he ido recuperando poco a poco, pero ya quiero volver a casa, rescatar al gato y encerrarme a pasar calor hasta que afloje. En posts siguientes intentaré hacer balance, resumir los datos numéricos (países visitados, número de vuelos, número de ciudades) y tratar de elaborar algún tipo de conclusiones. Pero por lo demás, aún sigo en Vancouver y tengo algunos días que contarles. Empezando por el de ayer, viernes 12 de julio.

Ese día, tras ducharme, etc. salí a caminar por la ciudad. JJ me había señalado cuáles son las calles con más vidilla y ambiente y entre ellas elegí cuatro, formando un cuadrilátero amplio: Burrad, Robson, Denman y Davie. Burrad Street la habíamos recorrido en parte el día anterior y yo me desvié un poquito para desayunar en el Take Five Café. Luego tomé Robson en dirección noroeste. Enseguida me vi metido en un barrio lleno de chinos. En Vancouver hay chinos a cientos. A miles. Es la ciudad con mayor población de chinos fuera de China. Hasta la llaman Honkouver. ¿Y por qué hay tanto chino en esta ciudad en concreto? Pues la historia es muy curiosa.

La primera oleada de chinos vino a principios del siglo XX. Procedían de la zona de Hong Kong y venían para trabajar en la construcción del ferrocarril. Y ya se quedaron. Sabían inglés, eran trabajadores, empezaron a prosperar y se convirtieron en una entidad pequeña pero potente, sin perder nunca la relación con los familiares en su tierra. Y en los 60, cuando Gran Bretaña llegó a un acuerdo con la China de Mao para cederles gradualmente el gobierno de Hong Kong, las familias pudientes pusieron pies en polvorosa. No querían quedarse a merced del régimen comunista, tenían mucho dinero y primos en Vancouver. Y ahí fue cuando llegó la segunda oleada, la más importante, de la que ahora hay dos generaciones de vancouverers amarillos, que visten igual que los canadienses, con los que están bastante mezclados.

Llegando a Denman, doblé a la izquierda para ir a buscar la calle Davie de vuelta. Y, justo en la esquina de Denman con Davie, está una de las cosas que quería visitar por segunda vez en este viaje a Vancouver: el conjunto de estatuas de bronce de tipos de seis metros desternillándose de risa. Es obra de un artista chino que se llama Yue Minjun, que dice que lo que mola es interactuar con las estatuas para liberar la risa, que es algo muy sano. Pues eso es lo que yo hice. Vean unas fotos y el vídeo que le pedí a una chica que me tomara (para mandárselo a mis nietos, le dije).




Llegué por Davie hasta más o menos la altura del hotel. Era la una y yo quería comer pronto para llegar al gym de JJ con la digestión hecha, así que seguí hacia Yaletown y busqué un restaurante de los de la calle Hamilton. Acabé eligiendo el Cactus Club Café, donde me tomé una ensalada con salmón y aguacate bastante buena para recuperarme de la caminata. Volví al hotel a descansar un poco y empezar este post y me cambié para salir de nuevo en dirección a la casa de JJ. MI amigo coreano vive en un apartamento de buen nivel, en la planta 32 de un rascacielos cercano al estadio de la ciudad, donde se juega al fútbol, al rugby, al beisbol y al fútbol americano. Vancouver tiene equipos en la primera división de todas las ligas de Canadá.

Subí a la casa, estuve viendo las vistas y enseguida bajamos al gym, donde nos cambiamos y disfrutamos de las instalaciones: unos largos a braza en la piscina, un rato en el steam, que es como una sauna pero con vapor de agua (yo prefiero la sauna seca, que me resulta menos agobiante, aunque el steam seguramente me ayudó a combatir los mocos recurrentes que arrastro desde que me constipé en Lima), y luego una buena estancia en el jacuzzi. Me quedé como nuevo.

Luego subimos y JJ cocinó un par de rodajas de atún por el procedimiento de sellarlas a la plancha muy caliente y las acompañó con diferentes contorni, como les gusta hacer a los asiáticos: chucrut, ensalada de algas, arroz rojo, espinacas y un salteado de verduras con zanahoria, cebolla y bok choy, una verdura china. Me sacó una cerveza, aunque él cenó con agua con gas y nos salimos a cenar a la pequeña terraza con vistas a los rascacielos de la ciudad. Abajo el reportaje fotográfico: las vistas sobre la ciudad, el jacuzzi, el par de platos preparados y la pareja de colegas en la terraza.







JJ tenía que ir luego a recoger a su novia. Era viernes noche y ambos se iban de camping a algún lugar cerca de un lago. Le ayudé a bajar la tienda de campaña, mientras él bajaba el barco hinchable que iban a usar en su excursión de fin de semana. JJ es un tipo que ama la naturaleza, que le encanta salir a la montaña y que no es de extrañar que esté feliz aquí y no quiera volver a Corea. Me despedí de él con un abrazo sentido. JJ es de lo mejor que he encontrado en este viaje y mira que he estado con gente amable y cariñosa. Me dejó en el hotel y les juro que dormí como un auténtico bendito.

Hoy tenía el día libre, para estar por Vancouver a mi aire, tranquilamente, sin apuros, guardando fuerzas para mi jornada de mochilero de mañana. Así que, aunque me he despertado a las seis, me he dado la vuelta y he seguido durmiendo hasta las ocho, más o menos. Luego me he hecho mi rutina completa de yoga, me he duchado sin prisas y he salido a caminar hacia Yaletown. Quería esta vez desayunar en el Analog Café, el café analógico, un lugar muy atractivo, lleno de gente joven con ordenadores, que había localizado los días anteriores. El café y el croissant estaban a la altura de las expectativas. Desde allí he caminado hasta el paseo de borde de la bahía, pero lo he tomado en el sentido contrario al que utilizaré mañana.

Quería llegar al muelle de los ferrys que cruzan hasta la Granville Island, un lugar que ya visité hace siete años y que es un ejemplo de recuperación de viejas áreas industriales. Y les diré que lo he encontrado en plena actividad. Los sábados son días especiales para pasar la mañana en lugares como estos, llenos de cafés, galerías de arte, una Escuela de Artes y Oficios, terrazas, zonas con juegos de niños y parques bien cuidados, todo estructurado en torno a un Mercado Público adonde viene la gente a comprar productos frescos para toda la semana. Hice unas cuantas fotos que les muestro abajo, incluyendo la vista de Vancouver desde la isla.








El lugar estaba concurridísimo de gentes de todo tipo, abuelos, familias, niños y chavales en grupos ruidosos. Y había muchos músicos callejeros. Dice JJ que aquí el invierno es duro y triste, que la gente se pasa todo el tiempo encerrada en interiores y que, por eso, la llegada del buen tiempo se celebra como un regalo de Dios. He vuelto con el ferry y he atajado al hotel, porque empezaba a pegar el sol fuerte. Aquí me he puesto a terminar este post para ustedes, para que me sigan acompañando en este viaje hasta el final. En cuanto lo publique, saldré a comer algo a algún lugar cercano y me retiraré a descansar. Esta noche tal vez salga a algún sitio con marcha de los que recuerdo de mi anterior viaje. Aunque tengo que madrugar mañana, depende de lo cansado que me encuentre. En esta estancia en Vancouver he recargado las pilas de una forma espectacular, gracias a mi amigo JJ. Aún así, sigan deseándome suerte, que me queda un viaje en bus, ún último hotel y dos vuelos más. Y a ver si, encima, mañana gana España. Pórtense bien.

8 comentarios:

  1. ¿Su amigo se cortó el pelo para el último día con usted?

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  2. Que sigas disfrutando!! Vaya broche de oro en Manhattan! Y gracias por tu diario

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  3. Que majete el colega J.J , ánimo que ya lo tienes chupao, ya verás Tarik cuando te vea. Críspulo anda diciendo que te vengas ya, que que haces por ahí tanto tiempo con la edad que tienes jajaja.

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  4. A mi guardame todos los contactos que luego voy yo, sobre todo el de Manhattan. Así son los neoyorquinos, muyhospitalatios y generosos. Disfruta mucho.

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    1. Gracias. Los contactos los tengo, lo que no sé es si son transferibles.

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