lunes, 8 de julio de 2024

34. Acercándonos al final

Bueno, esta aventura se va acercando poco a poco a su final. Hoy les escribo desde el Wilshire Motel de Los Ángeles, adonde llegué anteayer tras volar desde San Francisco. En estos momentos me quedan tres vuelos más, un viaje en autobús, dos hoteles y un alojamiento en casa de una amiga. Todos los vuelos y hoteles los tengo ya reservados, así que espero que no haya problemas. Y es momento de empezar a hacer balance. En cierta forma, este viaje mío de vuelta al mundo se parece a los maratones que yo solía correr cuando era más joven, me refiero a los de algo más de 42 kilómetros. Este viaje es una pasada, como esos maratones, y yo voy atravesando las mismas fases anímicas.

En un maratón que uno afronte con la preparación mínima aconsejable, hay una primera fase magnífica en la que uno disfruta como un enano. Esa fase suele abarcar los primeros 25 kms. Del 25 al 35 es en donde de verdad se juega la carrera, cuando uno comprueba si estaba bien preparado o no, porque la cosa se pone dura y difícil. Cuando uno alcanza el kilómetro 35, ya es difícil que se retire, salvo percance físico sobrevenido, pero esta fase se completa por pura cabezonería, porque realmente está uno bastante cansado. Ese cansancio se supera por ilusión y por ganas de llegar a la meta, donde hay público, generalmente te espera la familia y los amigos y en esa fase final uno siente un subidón importante que le hace cruzar la meta a buena velocidad y con sensaciones extraordinarias. Por cierto, alrededor del km 35 es donde se puede experimentar lo que se llama el muro, un punto en el que parece imposible avanzar a pesar de poner todo el esfuerzo en seguir.

En este viaje, toda la parte europea, asiática y australiano-neozelandesa ha sido muy grata, equivalente a esos 25 primeros kms de los que les hablaba antes. Después, la parte latinoamericana se ha resistido más, con la excepción del paso por Brasil, que fue tan grato como la parte primera. Llegué a Ciudad de México en plena forma. Lo que pasa es que allí, al ir a volar a Tijuana, me equivoqué de aeropuerto y pasé un mal rato. Luego se me fastidió la salud, tanto por un catarro fuerte como por una cagalera importante. Todo a la vez, más encontrar a mi amigo Diego disgustado y estresado, me llevaron a un punto similar al famoso muro, prolongado hasta el azaroso y agobiante cruce de la frontera hacia el norte. Poco a poco he ido superando ese mal momento, con la ayuda de mis amigos Gonzalo, en San Diego, y Gianfranco en San Francisco.

He de decirles también que, desde que llegué a Tijuana hasta que me fui del piso de Gianfranco para alojarme en el Kensington Hotel, estuve todo el rato acompañado por anfitriones en torno a los 80 años (80 Diego, 78 Gonzalo y 83 Gianfranco), que me han llevado por donde ellos han querido. Es curioso que todos ellos me han llevado a ver zonas de bonitos paisajes, playas, panorámicas, huyendo de las áreas centrales de las ciudades, que son lo que a mí más me gusta. Esto conecta con Luis Casares, en Auckland, también de 78 años y que igualmente me llevó por zonas exteriores a la ciudad, si bien me dejó días intermedios para que yo me moviera por mí mismo. Es algo sobre lo que reflexionar. ¿Los mayores prefieren moverse en coche y ver bonitos paisajes, antes que caminar por las calles? No lo sé, pero se diría que sí.

El caso es que mis tres últimos días han sido una especie de liberación de esa línea argumental, con el día intermedio con Masafumi Koga visitando la universidad de Berkeley, en cierta forma un día de transición. Casualidad o no, mi estado físico va mejorando y afronto con ilusión esta fase final de mi aventura, en la que ya empiezo a intuir la última etapa, esa que en Madrid te iba acercando al Retiro, en donde te esperaban ya las ovaciones del público allí congregado para ver llegar a los corredores. El día 5 de julio dispuse de todo el día para moverme a mi antojo por San Francisco, desde el hotel situado cerca de la Union Square, es decir, en pleno Downtown. Empecé por desayunar en el Sears, un lugar mítico que se anuncia como famoso en el mundo entero, donde me comí unos huevos Benedict estupendos. Luego subí al hotel a ver el partido España Alemania en mi cuarto, tras de lo cual salí a caminar y mis pasos me llevaron al borde de la bahía, acordándome de la famosa canción de Otis Redding que todos ustedes conocen.

Watching the ships roll’in me fui poco a poco acercando a la terminal del ferry que va a Oakland. Allí hay un edificio ahora dedicado a mercado de alimentos de proximidad, donde los agricultores del entorno vienen a vender sus productos. Cotilleé por allí un rato y luego me senté en una creperie, donde me tomé una crepe de trigo sarraceno, con jamón, queso y rúcula, acompañada de un agua con gas, que todavía estaba cuidándome las tripas. Desde allí, tomé la Market Street la gran vía que estructura el territorio de la ciudad y cuyo trazado les mostré en unas fotos tomadas desde el mirador de Twin Peaks. Vean algunas fotos de la zona de la bahía y otras de los rascacielos de este circuito urbano por el Downtown.








Subí al hotel a descansar un rato y luego estuve haciendo mis últimas gestiones. Al anochecer, me vino a la mente el bar The Saloon, donde pasé una noche inolvidable en mi anterior visita a San Francisco. Es este un lugar con música en directo, que presume de ser el bar más antiguo de San Francisco, abierto en 1861. Así que eché a andar a través del Chinatown, que estaba animadísimo porque también están de fiestas. Al llegar al bar, mis sensaciones fueron de dejá vu total. En la puerta están los mismos dos barbudos que te franquean la entrada. Tras la barra, la misma señora con gorra de capitán de yate sirviendo cervezas que siguen costando a cinco dólares y han de pagarse en cash. Y al fondo, un grupo de músicos preparándose para tocar, igualmente todos bastante veteranos, el del bajo está tan gordo que ha de tocar sentado. Pero la marcha es la misma que hace seis años. Vean unas fotos del lugar y luego un vídeo que tomé con mi móvil, lógicamente con un sonido desastroso, pero que da idea del ambiente del lugar.




Acabé bailando con el personal, animado por mi primera cerveza en días. De nuevo en la barra, confraternicé con un par de veteranos de mi quinta a los que conté mi viaje y se quedaron de piedra. Me animaron a quedarme a ver a la banda siguiente, que ya tocaba por la noche, pero pensé que una segunda cerveza podría volverme a descompensar, así que me despedí de mis contertulios con grandes abrazos, el rock es lo que tiene. He leído que el bar no se llamaba así al principio, que ha ido cambiando de nombre, pero parece que no de mobiliario. Desanduve mi camino por el barrio chino, ya menos concurrido en mitad de la noche, los chinos se suelen acostar pronto. Llegué a mi hotel, me comí una manzana y un yogur que me había comprado en un Wallgreen y dormí perfectamente.

El día 6 no tuvo mucha historia. Salí a repetir de huevos Benedict, subí a hacer el equipaje, hice el check-out en el hotel y caminé hasta la estación del BART de Montgomery, donde tomé un tren al aeropuerto. Elegí este medio de transporte por consejo de Gianfranco y, ciertamente, es más barato que un Uber o un taxi, pero me resultó bastante latoso. El BART te deja en la terminal internacional. Allí hay que tomar un shuttle, o bus gratuito, que te lleva hasta un extremo de la terminal de vuelos domésticos. Pasé la seguridad y tuve que caminar luego una eternidad hasta la terminal de la que salen los vuelos de Frontier, una aerolínea local low-cost a la que dejan los peores lugares.

Menos mal que salí con tiempo. Cuando llegué, aun me quedó margen de comerme un filete de pollo empanado con una cervecita en un bar mexicano desde el que tenía vistas a la puerta de embarque. Luego el vuelo duró apenas hora y cuarto. En el aeropuerto de Los Ángeles me esperaba un taxi que me llevó hasta el Wilshire Motel, un auténtico motel de carretera de los que salen en las películas, metido con calzador en un solar en medio de Santa Mónica. Tomé posesión de la casita sintiéndome Harry Dean Stanton en alguna de sus múltiples películas de veterano recalcitrante. ¿Que no saben quién es este señor? Pues vean una de sus últimas imágenes, antes de su fallecimiento en 2017. 

El motel no está mal, un poco lejos de la zona de Santa Mónica que más me gusta, pero siempre puedo coger un Uber o el Big Blue Bus para que me lleve a la orilla del mar a recorrer la playa de Venice. La casita que me han dado está limpia y aseada, la cama es cómoda, el baño perfecto, el aire acondicionado funciona bien y tengo espacio suficiente para extender mi esterilla de yoga, que hace mucho tiempo que no practicaba. Por la noche bajé a dar una vuelta por el entorno. Los Ángeles sigue siendo una ciudad inhóspita para el peatón, en donde la gente lo resuelve todo en coche. Caminé en dirección al océano, localicé algunos sitios buenos para desayunar, que estaban cerrados, evité a varios homeless por allí instalados debajo de los árboles y, al final encontré un sitio chicano donde me tomé una tapa de guacamole con una copa de vino blanco mexicano en una terraza al aire libre, porque por aquí hace bastante calor. Vean un par de imágenes del motel de marras.


Ayer domingo día 7 de julio tuve un día grato. Me desperté tras haber dormido aceptablemente y, después de muchos días, hice mi rutina completa de yoga. Después de ducharme, me vestí y salí a buscar un sitio para desayunar. La primera de las pastelerías que había localizado el día anterior estaba abierta, así que me tomé un café Latte y un croissant. Y volví al motel a esperar a mi amiga Shannon Ryan. Llegó bastante pronto con su niño, nacido el pasado octubre y con ocho meses por tanto, al que le ha puesto por nombre Ryan, como su apellido. A Shannon la conocí en el workshop de C40 de Portland, en 2017. Allí ya conectamos muy bien, me gustó lo que ella contaba de los proyectos urbanísticos de Los Ángeles y nos hicimos alguna foto juntos, como esta, donde Shannon es la de la derecha.

En posts anteriores les he mostrado otras imágenes de cuando visité con ella el edificio en el que se rodó Blade Runner y luego en Chicago, con Gisele Medeiros, Flavio Coppola y otros colegas. Me falta enseñarles la foto que nos hicimos en Chicago, en una de las visitas de campo incluidas en el workshop.

Bien, Shannon me informó a finales de 2023 del nacimiento de su primer hijo y, cuando empecé a planear este viaje, me las arreglé para incluir un día con ella, algo que no es fácil, porque es una mujer muy ocupada, con su trabajo en el Ayuntamiento de Los Ángeles y el cuidado de su hijo. Tenía que ser en fin de semana y la semana anterior estaba de vacaciones en Europa y la siguiente se iba fuera de Los Ángeles. Por eso he ido primero a San Francisco y luego he bajado a LA, porque no había otra forma de componer el Tetris de mi programa, lo mismo que me ha pasado en otras fases del viaje, en que he tenido que moverme en zig-zag.

Shannon me vino a recoger a mi hotel con su Toyota híbrido como el mío, en donde viajaba detrás su hijo Ryan. Me contó que su marido se había quedado en casa trabajando y que este iba a ser el primer hiking (ruta de senderismo) que iba a hacer su hijo. Shannon está muy guapa como siempre, es una chica deportista que hacía surf en las playas de Los Ángeles, actividad que piensa retomar en cuanto su hijo sea un poco mayor, y que también corría cuando yo la conocí. Así que nos hemos subido con el coche al monte, se ha colgado al niño en un aparato de sujeción frontal y hemos hecho un largo recorrido por las afueras de la ciudad. En este caso no es como con los ancianos que me han llevado por sitios similares en coche (Gianfranco al menos caminaba un poco para bajar y subir de las playas). A mí el senderismo me gusta, pero siempre en compañía. Para caminar solo, prefiero la ciudad, como saben.

Después hemos bajado al centro a buscar un restaurante en el que me ha invitado a comer una ensalada muy rica. Ryan sigue en parte con la teta, pero ya come un poco de todo, es un tragón y yo creo que va a ser un gigante. Entre unos ratos y otros, nos hemos puesto al día, yo le he contado mi viaje y le he preguntado por el plan fastuoso de la ciudad en el que ella trabajaba hace seis años, consistente en promover zonas de mayor densidad en el entorno de los cruces de líneas de transporte público. Como me imaginaba, el tema va muy despacio, se necesitaría cambiar la mentalidad de los angelinos, para que dejaran de ir en coche a todos lados.

Por otra parte, ella ya no está en el equipo que sigue trabajando en eso. Hace unos años se pasó a la unidad de protección del patrimonio histórico artístico, un lugar menos estresante, que le ha permitido tener un crío. Después de comer, hemos tomado un café rápido, me ha traído al motel y nos hemos despedido, que ella trabajaba hoy y los domingos por la tarde son momentos para la depre post-weekend, y más con un niño pequeño. Abajo unas fotos de esta agradable jornada de senderismo y aire libre. Shannon sigue muy guapa y el niño es precioso.



Pero está escrito que no puedo tener momentos de tranquilidad en este viaje, que todo lo que se puede complicar se complica y que nada es sencillo. Hace siete años, cuando volé a Vancouver desde Portland, no era necesario visado. Mi siguiente movimiento, ya se lo adelanto, será viajar a Vancouver el próximo día 10. Me saqué el billete el día 3 y entonces descubrí que hace falta un visado, como para USA; Australia o Nueva Zelanda. Hice el formulario, pagué y me dijeron que en 15 minutos tendría una respuesta. Pues hasta ahora. Hay una aplicación en la que se puede chequear el status de la petición. Allí sigue poniendo: pendiente de aprobación por el Gobernador de Columbia, próxima fecha posible el 9 de julio.

Es decir, un día antes del vuelo. Yo he pagado y lo más posible es que me den la Visa, pero si no me la dan, estoy jodido. Me dice mi amigo de Vancouver que esto es algo muy inusual, tal vez tenga que ver con que es un billete sólo de ida, porque pensaba volver a Seattle en bus, Pero, finalmente, todo mi viaje ha sido un sinvivir con cosas como esta, relacionadas con la informática, mi cobertura de móvil y los trámites on line, y no podía dejar de ser así hasta el final. Una pesadez que te agota mentalmente. Así que, por favor, crucen los dedos y deséenme suerte. Una vez más la necesito.

6 comentarios:

  1. Anónimo
    Hola, Emilio. Me alegro de que tu sueño se vaya haciendo realidad. Te deseo suerte en la etapa final del viaje.Seguro que todo sale bien y tu buena estrella sigue acompañándote.
    Un abrazo,
    Alfonso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias querido Alfonso, las cosas de momento van saliendo, no sin esfuerzo, y ya va quedando poco.

      Eliminar
  2. Pues desde un lugar en las montañas de León, apacible, solitario y silencioso, te deseo la mejor de las fortunas para esta etapa final de tu extraordinario periplo. Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, querido Alfred. Disfruta de la tranquilidad del entorno leonés, un fuerte abrazo.

      Eliminar
  3. Respuestas
    1. Gracias por ese apoyo gráfico explícito, querido lector anónimo, quien quiera que seas.

      Eliminar