lunes, 22 de julio de 2024

40. Nueva York es única

Sí señor, Nueva York es una ciudad espléndida, que se mantiene en buena forma y en la que yo tengo montones de recuerdos de mis cuatro visitas previas. Realmente, la novedad esta vez es que viajo solo, mientras que las otras veces estaba acompañado y tal vez esta no es tanto una ciudad para un solitario como un lugar para visitar en pareja o con amigos. Como París, esta es una ciudad para enamorados. ¿Tal vez en una próxima ocasión? Quién lo sabe. En estos días felices estoy aprovechando el sueño de estar alojado en pleno Upper West Side, este pequeño barrio tranquilo que recuerda en parte al Barrio Salamanca de Madrid, tal como suele decir Elvira Lindo que también estuvo viviendo en este barrio durante el tiempo en que Antonio Muñoz Molina fue el director del Instituto Cervantes.

Y me estoy dedicando a visitar lugares que ya conocía de otras veces y que tienen para mí un carácter casi de leyendas, procurando que no me atrape la nostalgia, porque ya saben que la nostalgia no sirve para nada, hay que mirar siempre hacia el futuro. Anteayer y ayer es lo que hice, en el tiempo del fin de semana, como les voy a contar. Hoy lunes proseguiré mi revisión y mañana tengo el plan de al menos comer con mi anfitriona Anna Zetkulic, si finalmente puede quedar conmigo, algo que hemos intentado ya dos veces sin conseguirlo, porque la situación de su abuela, en cuidados paliativos en un hospital de New Jersey, ha impedido que nos reunamos.

El sábado cogí la línea A del Metro para llegarme a Brooklyn. Me bajé en la estación High Street y salí a la Cadman Place, donde está la Corte Suprema de Nueva York. Desde allí caminé hasta el comienzo de la calle Montague, eje cívico del barrio Brooklyn Heigts, donde vivieron William Faulkner, Truman Capote y otros escritores. Es un barrio precioso y la calle Montague concentra todas las tiendas, las terrazas y la vida de la zona. Al otro extremo de la calle empieza el Brooklyn Heights Promenade, un largo balcón elevado desde el que se contemplan las mejores vistas de Manhattan, al otro lado del East River. Algunas imágenes de este paseo, imprescindible en cualquier visita a Nueva York.


Por debajo de este paseo en balcón transcurren hasta tres niveles de vías de tráfico rodado rodeando Brooklyn y, al otro lado, hay un paseo de borde del East River, al que se baja por una serie de pasarelas y escaleras que parten del final del Promenade. Allí me dirigí yo y vean un par de vistas, de las carreteras y del Promenade desde abajo.


Continué caminando hasta el pie del Puente de Brooklyn. Mi idea era comer en el River Café, un lugar muy romántico de estilo francés con una terraza al lado del agua. Pero resultó que sólo abre por las tardes hasta la noche. Yo creo recordar haber comido allí, pero tal vez estoy equivocado o es que en otras épocas menos calurosas el lugar sí que abre a mediodía. Pero la cosa es que estaba cerrado. Así que caminé hacia atrás por la traza del puente hasta llegar a una escalerita que te sube al paseo peatonal que lo recorre hasta Manhattan. Es otra visita obligada y estaba abarrotado de gente caminando y haciéndose selfies de recuerdo. Vean algunas de las fotos que yo tomé.



Ya en Manhattan, el paseo te lleva hasta la zona del Ayuntamiento, donde yo doblé hacia el norte para cruzar la Canal Street y meterme en el Chinatown. Allí estaba en su día también el Little Italie, pero al final los chinos se lo han comido y apenas queda una calle, la Mulberry Street, toda llena de restaurantes de pasta y pizzerías con terrazas que apenas dejan paso a los peatones. Allí te asaltan los ganchos de los restaurantes hablándote en italiano, aunque la mayoría de los camareros son chicanos. Tenía algo de hambre después del fiasco del River Café así que paré en uno al azar y me tomé unos spaguettis supuestamente carbonara, aunque eran con nata y panceta, no como los auténticos. Se trataba de engañar el estómago hasta la noche y, dentro de la superchería, no estaban malos. Continué mi camino hacia el norte recorriendo una parte del SoHo, llena de galerías de arte y tiendas chulas.

Localicé por allí una farmacia y entré a hacerme con provisiones de melatonina de 5 mgs, dado que en España y en toda Europa se venden sólo de 2. Hice acopio de píldoras para más de un año y continué hacia Washington Square, un lugar muy querido por mí, porque allí está el centro cultural de la New York City University, donde tuvo lugar el congreso Greater and Greener del que ya les he hablado. Aquí es donde yo vine caminando los tres días, con mi corbatita, y aquí es donde me esforcé por explicar los fundamentos del Madrid Río, entonces todavía en construcción. Descansé un rato en los bancos de la plaza, llena de gente, y luego me fui a coger el Metro a casa. Vean una foto que hice por allí.

Este curioso personaje es nada menos que Fiorello Laguardia, que ganó las elecciones locales en 1934, convirtiéndose en alcalde de la ciudad, puesto en el que se mantuvo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. A este elemento, que debía de ser pequeñito y simpático, le cupo el honor de inaugurar el primer aeropuerto de Nueva York, que todavía conserva su nombre y está en pleno funcionamiento a pesar de la competencia del JFK del que yo habré de partir pasado mañana. Abajo les pongo un vídeo que grabé en el Metro, mientras esperaba a que viniera mi convoy. Este es el ambiente, más o menos, en los fines de semana.

Llegué a casa y me dediqué a descansar un rato, hacer algunas llamadas y empezar a pensar en mis siguientes posts con los que pretendo cerrar el blog. Pero llegadas las siete de la tarde, empecé a tener hambre y decidí que, en Nueva York, es obligado comerse un día una buena hamburguesa. Y uno de los lugares más recomendados es el P.J.Clarke’s, en la Tercera Avenida, una taberna centenaria. Bajé a coger el Metro de nuevo y me acerqué. Como de costumbre, la oportunidad de encontrar sitio en un lugar popular como este en sábado por la noche y sin reserva, pasa por ir pronto, tener suerte y por supuesto, ser un solo comensal. Jugué mis bazas y me sonrió la suerte. El veterano maitre me colocó en una mesa pequeña y les dire que, cuando estaba acabando de cenar, el lugar ya estaba lleno.

El P.J.Clarke es un lugar imprescindible. Ocupa un edificio de ladrillo de dos plantas, rodeado de enormes rascacielos que lo agobian, y estuvo a un tris de acabar también demolido, pero se montó una campaña ciudadana para salvarlo, que al final consiguió su objetivo. En esa campaña participó hasta Jackie Onassis, que era asidua del lugar. Nada más entrar, el ambiente es soberbio. El lugar no tiene nada más que sus famosas hamburguesas y luego ostras, almejas y similares, mucho más caras. Yo me pedí la típica, que viene siempre acompañada con un cuenco metálico de patatas fritas y el kétchup correspondiente. Y además, otro hallazgo: tienen cerveza de barril Brooklyn Lager, la mejor cerveza artesanal de Nueva York. Vean unas fotos del lugar y abajo les cuento la historia de esta cerveza mítica. 




La Brooklyn Lager es la estrella de la factoría Brooklyn Brewerie, fundada en 1987 por el periodista Steve Hindy. Este señor, fue corresponsal en Arabia Saudí y otros países del entorno en los que conseguirse una birra era algo impensable. Eso le llevó a aprender a fabricar cerveza de bañera, algo que hacían todos los periodistas en la zona, y especialmente en Irán a la llegada de los ayatollahs. Retirado del periodismo, volvió a New York y comprobó que las Budwaiser, Miller y demás le resultaban insípidas, así que decidió aprovechar sus conocimientos. Con un vecino, compraron una vieja fábrica de cerveza en Brooklyn y la pusieron en marcha. Y consiguieron esta cerveza que de verdad está buenísima, sobre todo la de barril. Anécdotas como esta pueden encontrarlas en el libro Historias de Nueva York de Enric González, cuya lectura les recomiendo vivamente.

Bien, como estaba contento y no hacía demasiado calor, decidí volver andando por la calle 55 hasta Broadway y subir hasta Columbus Avenue, que me lleva directamente a la esquina de mi casa, en la calle 70. Un paseo delicioso para bajar la cena, en medio de todo el personal de fiesta por ser sábado. Dormí como un bendito y esto nos lleva al día de ayer. Ya saben que soy un clásico y los urbanitas clásicos como yo salen los domingos por la mañana al parque. Y yo tengo el Central Park a tiro de piedra. Así que bajé a desayunar en la Pastissería Rosetta, donde llevo haciéndolo desde el primer día. Desde su terraza aproveché el WiFi del lugar para hacer algunas llamadas más. Pasé por casa un instante a hacer lo que se imaginan y seguí al parque. Les pongo en primer lugar dos fotos del edificio Dakota, donde aun vive Yoko Ono y del mosaico en el suelo del parque dedicado a John Lennon, donde los domingos se reúnen los músicos a tocar en su honor.


En el parque, lleno ya de ciclistas, corredores y paseantes, comencé a deambular al azar, pero mis pasos me llevaron a la Tavern on the Green, que es el lugar donde se sitúa cada año la meta del Marathón, el primer domingo de noviembre. ¡Cuántos recuerdos! Uno llega después de más de 40 kilómetros, atraviesa Harlem, donde las orquestillas de jazz animan la carrera con ritmos acelerados de bebop y entra en Central Park por el lado norte. Pero, un rato después, te vuelven a sacar a la 5ª Avenida. Y bastante más abajo entras de nuevo en el parque, te crees que todo es ya pan comido y resulta que tienes unos repechos endemoniados que te acaban de machacar. Entonces afrontas una bajada y al final está la meta, enfrente de la Tavern on the Green, donde bajas la velocidad y empiezas a pararte mientras te ponen por los hombros una de esas mantas térmicas metalizadas que todo yanqui lleva en su coche por si acaso.

La Taberna sigue a tope, con su terraza llena de gente desayunando, y yo emprendí el camino hacia el norte por los caminos más recónditos de este parque maravilloso. Por si no lo saben, el parque fue concebido por el paisajista Frederick Olmsted, que era el primer jardín que diseñaba. La idea era construir un parque totalmente artificial, sobre el suelo de roca original de la isla. El resultado fue tan exitoso que a Olmsted le llovieron los contratos para diseñar parques en todas las ciudades americanas, entre ellos el Prospect Park de Brooklyn, que yo he visitado en otras ocasiones. Caminando hacia el norte, llegué a la altura del gran Reservoir, como se conoce al lago de la parte norte. Allí me salí a la 5ª Avenida para recorrer la llamada Milla de los Museos.

En efecto, aquí están el Guggenheim, el Metropolitan y la Flick Colection, entre otros. La Flick está cerrada por reformas y el Met es el lugar en donde he quedado con Anna Zetkulic y una amiga suya para comer mañana martes. Pero me acerqué al Guggenheim para ver si había mucha cola y si no era demasiado caro. No había cola y costaba, para los idosos, 19 dólares, que es asequible. Así que entré. Cogí el ascensor hasta la sexta planta y empecé a bajar por las curvas del edificio, porque esa es la forma en que está concebida su visita. Las colecciones que se exhibían no me interesaban especialmente; a mí lo que me gusta es el edificio, abajo les pongo unas fotos. Además, aquí es donde se desarrolla la famosa escena inicial de la película Men in Black (la primera, que es excelente), en la que el becario de la policía que interpreta Will Smith, consigue perseguir a un cefalopoide hasta que en el piso último salta al vacío. Y los policías dicen: un tipo capaz de perseguir durante una hora a un cefalopoide, es excepcional, debemos de contratarlo sin dudarlo, ya mismo. Vean las fotos prometidas y un vídeoselfie.



 

Rodeé el Metropolitan y volví a atravesar el parque para acceder a la zona más al norte del Upper West Side, la que se estructura en torno a la Amsterdam Avenue, que es algo así como lo que mis amigas llaman la Salamanquilla, al este del Retiro, que es una zona menos elegante y llena de vida, en torno a las calles Ibiza y Sainz de Baranda. Mi destino era un lugar mítico (ya están viendo que soy bastante mitómano): el Barney Greengrass, en la misma avenida Amsterdam. Es la típica taberna de barrio, con un ultramarinos a un lado, donde el dueño te cobra y te saluda con cariño. Entre los comensales que gustaban de venir aquí, estaban Alfred Hitchcock, Groucho Marx, Irving Berlín y Lee Strasberg. En este lugar se han rodado escenas de El Padrino, Los Soprano y la extraordinaria Revolutionary Road, con Leonardo di Caprio y Kate Winslet, que les recomiendo ver, si no la conocen.

El lugar está organizado con mesas de formica sin mantel, sillas metálicas baratas, servilletas de papel y mucho bullicio. Hay que hacer un poco de cola. Y la comida es judía, a base de bagels abiertos por la mitad y a la plancha, pastrami sándwiches y diversos guisos típicos de la cocina kosher. Yo hice la cola, me senté y entonces me recordaron que sólo se admite el pago en cash. No tenía bastante, así que salí a buscar un cajero de ATM para sacar con mis tarjetas. Enfrente del bar había una tienda CVS, pero me dijeron que su cajero estaba averiado. Tuve que seguir hasta Broadway para encontrar unos chinos con cajero útil. De vuelta al bar, le dije al tipo que no quería hacer cola de nuevo. Lo entendió y me situó enseguida.

El típico pastrami sándwich es de carne cortada en láminas muy finas, pero a mí me gusta más el de salmón ahumado, sobre todo sabiendo que no es un salmón comprado en cualquier tienda de congelados, sino uno que ahúman ellos mismos; aquí todo es artesanal, desde el queso fresco con el que untan el bagel hasta los pepinillos que te ponen de acompañamiento. Aquí no tenían Brooklyn Lager, pero me pedí una botella de Samuel Adams, la cerveza prototípica de Boston. Y les diré que el sándwich estaba sensacional, con su cebolla un poco picante, su tomate y su puñadito de alcaparras. Al final te dan un ticket con el que vas a pagar al mostrador del ultramarinos. El lugar estaba lleno de un público dominguero mezclado, familias con varios niños, grupos de amigos, parejas veteranas. Saludé al calvo que dirige el tema, que sigue al pie del cañón doce años después de mi última visita, como pueden ver en las fotos de abajo. 




Salí a la calle con la intención de regresar a casa andando. Pero, casi al lado del Barney Greengrass, observé una iglesia de la que entraban y salían negros muy maqueados y vestidos de gala. La curiosidad me pudo y me asomé preguntando si podía entrar. Me dijeron que por supuesto pero que lo que no podría hacer es salir hasta que se terminara la ceremonia. Pregunté cuánto podía tardar y me dijeron que no más de media hora. Así que entré y me senté. Así a primer vistazo, creo que era el único blanco. Era la misa del domingo, detrás del cura había un teclista, un guitarra y una cantante y en un lado un batería. El cura lanzaba gritos y retos que eran saludados con voces que expresaban su acuerdo: sí señor, muy bien, eso es.

El sacerdote conducía su rebaño con autoridad. Inició entonces su discurso, en el que mezclaba pasajes de la Biblia con alusiones a algunos de los presentes, del tipo: Y tú fulanito, deberías de tratar mejor a tus empleados, que ya sabemos que eres un poco explotador y Cristo nos insta a ser generosos. La gente mostraba su acuerdo ruidosamente. No fue un discurso muy largo y enseguida entró la música de nuevo. Entonces empezaron a pasar el micrófono a algunos de los asistentes, para que dijeran lo que quisieran y los tipos cosechaban nuevas expresiones de aprobación. Y, para mi sorpresa, me pasaron el micrófono y tuve que decir que era español, que me encontraba muy a gusto entre ellos y que les trasladaba todo mi respeto desde mi condición de europeo. Grandes alaridos aprobatorios.

El cura abrevió hacia la bendición general. Quedaba únicamente la felicitación a los escolares del barrio que habían terminado exitosamente sus cursos y se habían graduado. Subieron todos con sus birretes de graduados y les sacaron champán. La música arreció y el personal empezó a desfilar: la ceremonia había terminado y era momento de irse a comer, lo que aproveché yo también para marcharme del templo, entre gente que me daba la mano emocionada. Durante la ceremonia de los graduados grabé un pequeño clip, para que vean ustedes el ambiente. Esto es lo que sucede en las llamadas misas góspel, que los negros celebran para sus festividades.

Volví a casa en unos quince minutos y dediqué la tarde a escribir este post. Y, ya anocheciendo, volví a salir y cogí otro Metro hacia el sur. Quería darme una vuelta por el Bowery, el barrio más popular en donde se sitúan las calles de los primeros números, que empiezan desde Houston hacia el norte. Estaba animadísimo, sobre todo en torno al arranque de la 2ª Avenida. Por allí tenía dos antros míticos que visitar. El primero, el McSorley’s Old Ale House, que es uno de los lugares que se proclama como el bar más antiguo de Nueva York. De hecho, mantiene el viejo suelo de madera en el que cada día echan serrín para barrer mejor lo que se vaya cayendo. Y tiene además el dudoso honor de ser el último bar de la ciudad que autorizó la entrada de mujeres, y eso tras una sentencia judicial que les obligaba, en la década de los sesenta, como atestiguan los recortes de periódico que hay por las paredes.

Está en la zona histórica de los ucranianos, al lado de la plaza de Taras Shevchenko y enfrente de una iglesia ortodoxa de dicha comunidad. Es directamente un bar de borrachos, donde te pides una cerveza y ya te dan una segunda de regalo. Está en la zona en donde empieza la 4ª Avenida, que tiene un desarrollo muy cortito, porque enseguida aparecen las avenidas Madison, Park y Lexington, que cubren el espacio entre la 3ª y la 5ª, estas sí larguísimas. En el McSorley’s hay que pagar también con cash, no se admiten las tarjetas. Y creo recordar que las cervezas costaban cinco dólares hace doce años. Ahora valen ocho. También vi que daban cosas de comer y el lugar estaba bien restaurado y más tranquilo. Vean algunas fotos más.


Para picar algo antes de retirarme tenía otros planes: caminar hasta la propia calle Houston, en donde está el muy famoso Katz’s Delicatessen, otro lugar muy popular en donde la gente va a comerse los pastrami sándwiches para terminar adecuadamente la noche. Estaba abarrotado y había un montón de pequeñas colas para pedir los sándwiches que tanto gustan a la gente joven. Pero yo no tenía mucha hambre y observé que donde no había cola ninguna era en el mostrador de los perritos calientes y la bebida. Así que me pedí uno con una birra de presión y me fui a sentar. Este bar se hizo muy famoso cuando se rodó allí la escena de Cuando Harry encontró a Sally, en la que Meg Ryan le demuestra a su compañero que es capaz de fingir un orgasmo, en medio de los estupefactos comensales del lugar, escena que termina cuando la vecina de mesa le dice al camarero: a mí póngame lo mismo que ha tomado la señorita. Abajo unas fotos que tomé y el vídeo de la escena citada.




Era ya noche cerrada cuando salí del Katz’s y eché a andar en medio de la multitud de jóvenes en retirada, en busca de una estación de Metro que encontré bastante pronto y con la que subí hacia el norte haciendo un cambio en la estación de la calle 50. Un par de días completos de fin de semana neoyorkino. Aquí he de reconocer que tengo una cierta ventaja al ser esta mi quinta visita a la ciudad y haber sido las anteriores de entre diez y quince días. No conozco Nueva York tan bien como París, por ejemplo, pero me arreglo bastante bien entre el Metro y los barrios. Desde luego que no me va a dar tiempo de visitar todo lo que se puede ver en esta ciudad magnífica, pero estoy seleccionando lo que tenía más vivamente guardado en mi memoria. A falta de dos días de vuelta al mundo, esta última fase me está permitiendo mantener el pulso narrativo hasta el final. Así que, como de costumbre: pórtense bien.

3 comentarios:

  1. Que bueno todo lo que cuentas. Te hubiera quedado genial haber puesto el tema de Take the A train de Duke Ellintong, el mismo que cogiste para ir a Brooklyn.

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  2. Por ser fiel a la historia apuntar que el temas es de Billy Strayhorn que lo compuso para el Duke. La idea surgió cuando èste le invito a su casa en Brooklyn y le indicó que para llegar tomará el tren A

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    1. ¡Vaya! Eso se avisa. Hubiera quedado niquelao. Pero así también está bien y no me apropio yo de un dato que es tuyo. Un abrazo, amigo.

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