miércoles, 10 de julio de 2024

35. Que sí, que sí, que me voy a Vancouver

Finalmente he recibido el visado para entrar en Canadá, cuyo retraso me tuvo muy preocupado los últimos días. Si no lo llego a conseguir, no hubiera podido coger el vuelo que voy a tomar dentro de unas horas, con un billete que es no reembolsable, según me confirmó la compañía Air Canada, con la que lo tenía reservado. Hubiera perdido, pues, los 116€ que me costó, una cantidad que tampoco es una ruina; se podría conceptuar como gastos imprevistos sobrevenidos, pero es algo que da mucha rabia. Además, tendría que haberme sacado un billete más para volar a Seattle, donde tengo hotel reservado para el día 14, quedarme un par de días más en el Wilshire Motel de LA y adelantar la reserva en el hotel de Seattle. Un incordio.

Encima, como el móvil no me permite recibir SMS, ese billete extra lo habría tenido que pagar con la tarjeta Revolut, que tampoco puedo cargar y en la que me quedan 260€. Todo muy justo, como ven. Ahora les cuento los detalles de esta historia. Pero, ya que estamos en los USA y estoy razonablemente contento, permítanme que les ponga una música ad hoc. Quizá Hank Williams sea la figura más importante de toda la historia del country. Y, allá por los años 50 cuando desarrolló su carrera, grabó esta maravilla llamada Lovesick Blues, es decir, el Blues del Enfermo de Amor. No se puede describir mejor esa supuesta enfermedad que con los gorgoritos de este señor. Escúchenlo y verán que no les miento.

El otro día les hablé del agradable domingo que pasé con mi amiga Shannon Ryan y su hijo Ryan. Pero cuando la dejé y me volví al Wilshire Motel, caí en la cuenta de que carecía de visado para Canadá y que eso me podía traer grandes problemas, como les conté en los párrafos finales. La historia de este tema arranca el pasado día 3, en casa de mi amigo Gianfranco, cuando aproveché un rato libre para sacarme los últimos billetes de avión de este viaje y reservar los últimos hoteles. En el caso de los hoteles, lo hice con la salvedad de pagar en el propio establecimiento al llegar, lo que evita que tenga que confirmar el pago mediante un PIN enviado por SMS, que es imposible que me llegue. En cuanto a los billetes, pues los pagué todos con el remanente de la tarjeta Revolut, que dejé ya sólo con 260€, quizá insuficientes para otro billete más. O al menos muy justo.

Les diré que, hace siete años, yo vine por las tierras del norte para un workshop de C40 en Portland (Oregon), como ya les he contado varias veces. Terminado el evento, cogí un vuelo a Vancouver y les juro que por entonces no te pedían ningún tipo de visado. Luego volví en bus hasta Seattle (como pienso hacer ahora), estuve unos días en Seattle y terminé mi tour en un tren de vuelta a Portland donde tenía el vuelo de vuelta para Madrid. Confiando en que las cosas no hubieran cambiado, yo saqué un vuelo de Air Canada para hoy, día 10. Y la misma página de la aerolínea me advirtió de que necesitaba tramitar un visado (alguien me ha dicho que esto de los visados para los europeos es una represalia por alguna medida proteccionista o arancelaria de la Unión Europea a los productos canadienses, así funciona el mundo).

El caso es que la página de Air Canada, me remitió a un enlace en el que me podrían solucionar el tema del visado. Ese enlace, me llevaba a un intermediario, que se llama Sherpa. Rellené un formulario bastante tedioso y procedí al pago: 28€. No me pareció caro, es similar a lo que pagué por entrar en Australia y luego en Nueva Zelanda y más barato que el visado de los USA. En la respuesta automática que me enviaron, me mandaban la factura del pago y me anunciaban que la respuesta del Gobierno del Estado de Columbia, solía tardar unos 15 minutos. Y yo me desentendí del tema.

Repasando los temas pendientes después de dejar a Shannon el domingo por la tarde, me di cuenta de que no había tenido más respuesta. Abrí la página de Sherpa y pinché en un enlace que permite chequear el estado de una petición de visado. Lo que allí aparecía era muy inquietante: Usted no tiene todavía el visado, que se ha retrasado. Nueva fecha de posible respuesta: el 9 de julio. Es decir, un día antes del vuelo. Me quedé preocupadísimo. Hablé con mi contacto en Vancouver que me dijo que era algo totalmente inusual. E hice un par de movimientos. El primero, cancelar la reserva del hotel en Vancouver, que era gratis hasta las doce de la noche; un día después ya me habrían cobrado al menos la estancia de un día. La otra, escribí en un chat que tiene la propia página de Sherpa, contando lo que me pasaba y pidiendo ayuda. Pero era domingo y no parecía haber nadie al otro lado del chat.

Me acosté muy preocupado y, aunque estaba muy cansado porque había hecho una sesión de yoga completa por la mañana y un trayecto mediano de senderismo con Shannon por la tarde, a las dos de la mañana tenía los ojos como platos. Consulté el ordenador. Nada del visado. Pero, entonces, sorprendentemente, me entró una respuesta automática al chat. Mi visado efectivamente no estaba listo y no me aconsejaban viajar en esas condiciones, porque podían pararme en el propio aeropuerto de LA, o bien al llegar a Vancouver. En sus estadísticas, todos los visados se habían conseguido, excepto distintos casos puntuales. UNO, por descubrirse algún error en los datos aportados. DOS, por haberse encontrado algún antecedente sospechoso del solicitante.  TRES, Por alguna decisión inesperada del Gobernador. Y CUATRO, por haber pedido el solicitante un segundo visado, que se había sobrescrito sobre el tramitado por Sherpa.

Y más abajo continuaba: No obstante, como alternativa, usted puede solicitar el visado directamente al Ministerio de Inmigración de Canadá y le informamos de que en el pasado se han dado caso de obtención de visados por este segundo intento. Le ofrecemos toda nuestra ayuda y blablablá. Eran las dos de la mañana, pero yo entendí enseguida que tenía que repetir mi petición, que no tenía ninguna garantía de que los de Sherpa me consiguieran el visado. Entré en la página del Ministerio, volví a rellenar todo el formulario y lo envié. Y procedí a pagar de nuevo. ¿Y saben ustedes cuánto me costó este trámite? Pues exactamente 7 dólares, es decir, 4,75€. Les cuento todo esto para que no caigan en el mismo error que yo cometí: no recurran nunca a intermediarios. Son todos unos cabrones.

La respuesta automática del Ministerio me insistía en que no podía viajar a Canadá hasta que tuviera el visado, y me anunciaba que tendría una respuesta en uno u otro sentido en un máximo de 72 horas. Desde la madrugada del lunes 8, las 72 horas me llevaban a la madrugada del 11, lo que ya me supondría perder el billete a Vancouver. El día 8 me desperté bastante estresado y agotado de no haber dormido lo suficiente. Publiqué mi post anterior, que había escrito en los ratos libres, bajé a desayunar a la pastelería del primer día y decidí salir a caminar a mi aire, para olvidarme de mi problema.

Era lunes y no tenía compromiso alguno. Además el día estaba muy nublado y eso llevaba aparejado un ambiente más fresquito. Tomé un bus hacia la orilla de la playa. Y descubrí que el precio normal es 1,75$, pero para los mayores de 65 se reduce a 35 céntimos. También descubrí que la máquina no da cambio, así que metí un billete de un dólar que tenía y se lo tragó. Empecé por recorrer el tramo peatonal de la 3th street, que suele estar bastante animado, aunque era muy pronto y las tiendas no estaban abiertas. Un par de fotos del lugar, que es de lo más urbano de Santa Mónica.


Continué hacia un muelle perpendicular a la costa, donde recordaba que había un par de hitos a tener en cuenta. Por un lado, está la tienda que van a ver abajo: la compañía de gambas de Bubba y Gump. Es una cadena de ropa que alude a la famosa compañía de gambas que monta Forrest Gump en la recordada película. Y luego está el indicador de que allí termina la Route 66, la mítica carretera que cruza Estados Unidos de Este a Oeste. Me hice un selfie con el poste, en el que no es difícil ver lo preocupado que estaba. Además de un par de fotos del muelle, les traigo un vídeo de la canción que los Stones dedicaron a la Route 66 hace casi 60 años, al comienzo de su carrera.




Bien, continué caminando por el paseo de borde de la playa hacia el sur, llena de surfistas aprovechando el discreto oleaje. Podría haber llegado a la playa de Venice, que es la más divertida, pero no me conseguía quitar de la cabeza mi preocupación, así que me di la vuelta. La 3th street estaba ya más animada y estuve a un tris de entrar en un restaurante de ramen que había por allí. Pero decidí recuperar el Wilshire Bulevard y empezar a subir hacia el interior, hasta llegar a mi hotel. Había cambiado varios billetes de un dólar en moneditas para tomar un bus si me veía muy cansado. Mi primer objetivo era un restaurante que se llama La Puglia y tenía muy buena pinta en el móvil, pero cuando llegué estaba cerrado.

Caminé un poco más hasta un Tartine, la cadena dog friendly que había descubierto en San Diego. Son unos establecimientos que dan productos ecológicos de calidad. Me tomé un sándwich de salmón con aguacate y quinoa, acompañado de una cerveza local, que me sirvió para engañar al estómago. Y ya seguí camino hasta el hotel. Me tumbé en la cama a descansar, pero no lograba quitarme de la cabeza mi obsesión con el tema del visado y, cada poco, miraba el ordenador a ver si se había producido algún cambio. Eran cerca de las ocho de la tarde y yo ya no esperaba novedades, cuando me entró el mensaje del gobierno canadiense: me acababan de conceder el visado. Salté de alegría y comprobé que, por el número de aplicación, era el segundo de los que había pedido, el que me había costado 4,75€.

Inmediatamente hice la única gestión que esta novedad comportaba: volví a reservar el hotel de Vancouver y tuve la suerte de que aún quedaban habitaciones libres. Tuve entonces la sensación de que, una vez más, había quebrado la mala racha que se había iniciado en Ciudad de México, cuando me equivoqué de aeropuerto. Esta mala racha duró hasta que crucé la frontera en Tijuana y me dejó un poco tocado anímicamente. Pero por fin había quebrado la racha y ya estaba otra vez en la buena senda. Tenía que celebrarlo, así que salí de nuevo, tomé un bus hasta el cruce con la 11th street y allí caminé cuatro manzanas hasta llegar al Father’s Office, la mejor hamburguesería de LA, que me enseñó Shannon en mi anterior visita. Es un lugar mítico para mí. Me hice un selfie en la puerta, donde pueden ver que cada vez me parezco más a Harry Dean Stanton. Les muestro también una vista del interior   


El Father’s Office es un lugar cuya decoración no tiene nada especial. Pero las hamburguesas están muy buenas. Para empezar, no usan el típico pan de hamburguesas, sino uno alargado de panadería, bastante suave y sabroso. Allí te ponen el típico filete ruso, hecho con carne de buey de calidad, sólo con una loncha de queso a derretir y un montón de rúcula. Eso te lo ponen en una especie de cesta del pan, metálica y protegida con un papel de cocina. No te dan cubiertos, hay que comérsela a mano, pero te traen un cerro de servilletas de papel, previendo que te vas a poner perdido. El lugar tiene una luz tenue en penumbra, varias cervezas artesanales de grifo y buena música de rock al volumen justo.

La chica de la puerta me ofreció tomarme otra, pero decliné la oferta: le dije que estaba ya mayor y que quería descansar. Volví a casa en el bus y dormí como un cura esta vez. Ayer martes, tenía una actividad programada: visitar el Museo Paul Getty. Así que bajé a desayunar a mi pastelería de costumbre, volví para hacer algunas llamadas de teléfono y salí a esperar al Big Blue Bus. El sistema de autobuses de LA va como el culo, sólo los usan colgados y jubilados que por la razón que sea no conducen; esta es una ciudad diseñada para el coche. El bus de la línea 2 del Big Blue Bus llegó con retraso, pero me llevó a la zona de Westwood, donde cogí un segundo bus, el 761, que me dejó en la entrada del Centro Getty.

La entrada es gratuita, pero hay que inscribirse on line. Y, al llegar, hay que sufrir una cierta cola para montarse en una especie de medio tranvía, medio teleférico, que te sube al museo. El complejo está encaramado en una montaña desde la que se ve todo Los Ángeles y realmente merece la pena. Yo tenía entrada para las once y estuve por allí hasta las tres de la tarde. Cuatro horas de museo dan para mucho. El edificio y los jardines que lo circundan son magníficos. Las colecciones de arte del viejo J. Paul Getty son extensas y abarcan desde los primitivos flamencos hasta el impresionismo. Es un museo muy interesante, en el que había mucha gente, especialmente turistas, con predominio de los asiáticos.

En todo el museo hay WiFi y he de confesarles que yo iba viendo los cuadros con un ojo en el móvil a ver cómo iba el partido España Francia de semifinales de la Eurocopa, que finalmente ganamos. Pero la colección de obras de arte es espectacular. Hay cuadros de Boticelli, Mantegna, Rubens, Rembrandt, Murillo, El Greco y todo lo que se puedan imaginar. Entre los impresionistas, muchos Monet, Manet, Renoir, Sisley o Degas. Abajo tienen una selección de las fotos que fui tomando del lugar, desde las del pequeño tranvía que te sube al museo.








Hay un restaurante con terraza en el complejo, más bien caro, pero yo me pedí una ensalada Cesar y una cerveza y engañé al estómago hasta la noche. Por la tarde y ya con el partido acabado, continué la visita al museo. La exposición temporal estaba dedicada a la escultora francesa Camille Claudel, que entró a trabajar al estudio de Rodin y fue sucesivamente su alumna, su colaboradora, su modelo y su amante. El tipo la debió maltratar bastante porque salió de allí para ingresar en un manicomio donde estuvo recluida 30 años. Pero su arte es espectacular, especialmente los grupos en los que parece captar el movimiento. Aquí pueden ver dos escenas de valses y otra que se llama La Edad Madura (1899), donde se ve al tipo mayor, o idoso, capturado por una especie de parca que lo aleja de la jovencita que le intenta pillar desde el suelo. Muy simbólico.



Volví con el tranvía al exterior, cogí el 761 y luego el Big Blue Bus 2 y regresé al motel. Tras descansar un poco, hice el check-in on line del vuelo a Vancouver y reservé un taxi para que me lleve hoy al aeropuerto. Luego me puse a escribir este post y lo completé en buena parte. Pero era mi última noche en LA y decidí salir otra vez, en busca de un restaurante español de tapas que me había recomendado Shannon. Mi amiga tiene sangre italiana, me conoce bien y sabe lo que me gusta y el restaurante estaba a 18 minutos andando del motel. Así que paré de escribir y emprendí el camino, porque en Internet avisaban de que cierra a las 21.00

El lugar se llama Teleferic Barcelona Los Ángeles y lo cierto es que, nada más entrar, se siente uno en un lugar fantástico, que no parece Los Ángeles. Allí todos son españoles, especialmente catalanes, pero, las vueltas que da la vida: había también un gallego (¿dónde no lo hay?). Se llama Javier, es de Ferrol y ya medio catalán también. El lugar es caro, hacen cócteles imaginativos, tienen vinos de marca y platos bastante sofisticados, como arroz negro y diversas paellas. Pero Javier me dijo que tenían cerveza Estrella Galicia así que me tomé una Milnueve, con unos pinchos morunos con humus que estaban exquisitos. Y el tipo tuvo el detalle de invitarme a una segunda cerveza. Le encantó lo que yo le conté de mi viaje y lo de que llevara ya casi tres meses fuera de mi casa. Allí son todos españoles, trotamundos, jóvenes, animosos y llenos de tatuajes que les suben por el cuello hasta acercarse a la cara.

Estuve allí muy a gusto hasta que llegó la hora de cerrar y luego me hice mis 18 minutos de camino de vuelta en mitad de la noche, cruzándome únicamente con algún despistado que se había retrasado para sacar al perro y que me miraba con desconfianza. Los Ángeles no es ciudad para pasear, y menos de noche. Pero en ningún momento de estos días pasados me he sentido en peligro. Hay mucha gente durmiendo en la calle, pero son inofensivos y en buena parte están hechos polvo por el fentanilo. USA es una sociedad opulenta, despilfarradora y poco respetuosa con el medio ambiente, que expulsa a los que no aguantan el ritmo. Desde luego que se vive mucho mejor en Europa, eso ni lo duden.

Llegué al motel sin novedad, acabé de escribir este post y me fui a dormir, con la idea de publicarlo hoy por la mañana. Hoy, día 10 de julio, mi programa es volver a desayunar a la pastelería de estos días, rehacer el equipaje, hacer el check-out en el hotel y esperar al taxi que me llevará al aeropuerto. A ver si esta vez no me llevan al lugar equivocado. A mediodía sale mi vuelo a Vancouver, donde me espera un hotel mejor que este de LA, en pleno Downtown. Mi contacto en Vancouver es un joven coreano que se llama JJ (pronúnciese yei-yei). JJ vivió varios años, como compañero de piso, con mi amigo César Hernández, que anduvo por la ciudad hasta que le denegaron la prolongación del permiso de residencia. Volvió entonces a Madrid y allí lo conocí yo, en el contexto del programa Madrid Escucha, de la señora Carmena. Cuando empecé el viaje, le pedí a César algún contacto en Vancouver y me dio este de JJ, que me ha demostrado ya ser muy amable. Ya les voy contando. Les dejo unas imágenes típicas de esta anti-ciudad de LA. En la tercera pueden ver cómo el Wilshire Motel está encajado en un solar entre medianeras. Sean buenos.  



4 comentarios:

  1. En definitiva, que Los Ángeles es una ciudad muy desangelada.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muy ingenioso. Un buen juego de palabras. No se me había ocurrido.

      Eliminar
  2. vaya penaeros que pasas de vez en cuando pero bueno eso es lo que tienen los viajes jaja

    ResponderEliminar
  3. Sí. Los turistas no tienen estos problemas, pero los viajeros hemos de enfrentarlos todo el tiempo. Pero esa es la gracia del tema. Hasta pronto, amigo.

    ResponderEliminar