viernes, 12 de julio de 2024

36. Vancouvering

Bueno, estoy aquí en Vancouver como un auténtico cura, esta es una ciudad preciosa y más viniendo de esa especie de anti-ciudad que es Los Ángeles. Estoy en un hotel magnífico (muy caro, eso sí, a pesar de ser sólo de tres estrellas), bien situado cerca del barrio Yaletown que es el más enrollado y divertido de la ciudad, con sus calles centrales Hamilton y Mainland con sus aceras del lado norte llenas de restaurantes y bares con terraza, en las que da el sol todo el día y que están atestadas de gente joven paseando arriba y abajo. Este barrio es un ejemplo de urbanismo con mezcla de usos inteligente, que intercala torres de oficinas, edificios más bajos para vivienda y bajos comerciales de bastante tirón para que se sitúen allí buenos negocios. En fin, estoy tan contento, que les voy a poner una música adecuada a mi estado de ánimo, el archiconocido Happy de Pharrell Williams. Pónganse la pantalla grande y disfrútenlo.

Pero, como dijo Jack el Destripador, vayamos por partes. El miércoles 10 de julio me levanté en el cuarto que tenía alquilado en el Wilshire Motel de LA, salí a desayunar a la pastelería de los días anteriores, regresé para hacer el equipaje, me dirigí a la recepción para el check-out y esperé al conductor del taxi que había reservado para que me llevara al aeropuerto, no otra cosa se puede hacer en una urbe que es la antítesis de la moda de las walkable cities que a mi tanto me gustan. En realidad, todo este viaje ha sido una sucesión de visitas a walkable cities, siempre que ello ha sido posible, como se ha ido contando.

El conductor llegó por fin y resultó ser un chino que no sabía una palabra de inglés. Vamos, que ni yes. Se ayudaba con un artilugio en su móvil al que me pidió que le hablara, pero al que no le debía de gustar mi acento, porque no traducía una mierda. Le pedí escribir en el teclado y así nos entendimos. Yo sólo quería aclarar que me tenía que llevar a la Terminal 6 y que el taxi estaba ya pagado. Aún con el tráfico típico de una hora valle en medio de la mañana, tardamos más de una hora en llegar a la puerta indicada, en donde estaban los mostradores de la Air Canada. Allí pasé los controles de pasaporte y filtros de seguridad sin problema y llegué a la puerta de embarque que, esta vez, estaba al lado de la entrada en donde me había dejado el chino.

El vuelo fue plácido, tres horas y cuarto, desde la ventana se veían los paisajes norteamericanos, cada vez menos desiertos y más verdes y los de la Air Canada te repartían unos saladitos y te invitaban a una bebida, incluidos cerveza y vino, todo un detalle. En el aeropuerto de Vancouver volví a pasar filtros y me dirigí a la puerta de salida, sin saber nada del taxista que me tenía que recoger y que, contra lo habitual, no me había enviado ningún Whatsapp o mensaje con el número de matrícula y la foto del coche. Pero, en la misma salida, vislumbré a un tipo con un letrero en un folio horizontal, me acerqué y allí decía Emilio Martínez. Un alivio. El tipo era de poco hablar, pero me llevó hasta la misma puerta del hotel que, como les digo, es magnífico.

Una vez instalado, me comuniqué con mi contacto coreano JJ, que me dio un rato para descansar y vino luego a las 19.30 a recogerme con su coche y llevarme a diferentes lugares del entorno precioso de la ciudad, para que disfrutara de las mejores vistas. El contacto con JJ me lo proporcionó antes de salir mi querido César Hernández, colega de Madrid Escucha y buen amigo mío, que vivió en Vancouver cuatro años. Dice César que conserva muchos amigos en esta ciudad, pero que JJ es el mejor para que me atienda como nadie. JJ vino a por mí y salimos en su coche. Empezamos visitando el Lynn Canyon. Para ello, dejamos el coche en el parking junto a la entrada e hicimos una ruta senderista no muy larga, que incluye el paso sobre un puente suspendido con piso de maderitas, hasta llegar a la 30 Feet Pool, la piscina de 30 pies, una poza muy profunda en la que la gente joven se lanza desde las rocas de los lados. Allí cayeron las primeras fotos.







Ya ven qué majo es este chaval. JJ es ingeniero de Caminos, se educó en Corea y a los 27 años se vino a Vancouver. Aquí lleva diez años, ahora tiene 37. Trabaja en la sección canadiense de Acciona, donde diseña carreteras y hospitales, además de trabajar de Project manager en diferentes obras. Está encantado de que yo haya venido por aquí, él trabaja hasta las cinco de la tarde y me dijo que iba a venir a recogerme todos los días de mi estancia por aquí menos el sábado, en torno a las seis para salir por ahí a que me enseñe cosas.

Es un tipo súper amable, como tantos otros que me he ido encontrando en este periplo, pero incluso en un grado superior. JJ tiene una novia con la que no vive, porque piensa que la edad para casarse y tener hijos se le ha pasado ya y ahora él y su novia lo que quieren es divertirse y cuidarse, para lo que pasan juntos los fines de semana y las vacaciones, y en días de diario muchas veces quedan a comer o a cenar. Desde el Lynn Canyon seguimos la ruta hasta un mirador que hay en el lado norte de la ciudad, al otro lado de la ría que  bordea el Downtown por el lado norte. Desde allí nos hicimos nuevas fotos.


Fuimos luego al parque Stanley, a ver anochecer sobre la bahía y finalmente entramos a la ciudad en busca de algún pub donde podernos tomar una cerveza y yo algo de comer, porque no había cenado; JJ me había ido a recoger ya cenado. Nos costó encontrar una zona en la que JJ pudiera aparcar su coche pero al final la encontramos. Nos pedimos unas cervezas IPA artesanales y yo la acompañé con una quesadilla con pollo que me supo a gloria. Abajo tienen una foto más del final de nuestro encuentro. En este primer día nos contamos nuestras vidas. A JJ le maravilló mi viaje y el hecho de que hubiera dado conferencias en tres universidades coreanas. Le pregunté si no pensaba volver algún día a su tierra y me dijo que de momento no: está feliz en Vancouver, una ciudad magnífica en la que tiene un trabajo que le gusta y por el que le pagan bien. De hecho tiene ya más amigos en Vancouver que en Corea, a donde no obstante, va de vez en cuando a visitar a su familia. Aquí la foto.

Yo le conté que Corea y Japón estaban entre los lugares que más me habían gustado, junto con la sorpresa de Brasil, y le pregunté qué tal relación tenía con los japoneses, porque recuerden que mi amigo Woo, una persona educada, cariñosa y empática, me había confesado que él odiaba a los japoneses, que eran los culpables de la situación actual de división del país. Dice JJ al respecto que él no guarda ningún rencor a Japón, que para él los japoneses son un pueblo hermano; que ambos países están ahora colaborando y ayudándose mucho mutuamente. Añade que la historia hay que conocerla, no perderla de vista y aprender de ella para que no se vuelva a repetir, pero que mantener esa inquina viva lo único que consigue es que no se termine de resolver el tema. Un gran tipo este JJ.

Insistió en llevarme en su coche a la puerta del hotel, aunque yo sabía cómo volver andando y no estaba lejos. Y les juro que en mi primera noche canadiense dormí como un bendito. Por cierto, en cuanto entré en territorio canadiense, mi tarjeta SIM de Orange se revivió y me empezaron a entrar los típicos SMS de bienvenida, de donde está la embajada, etc. Es solamente en los USA donde el tema no funciona, ya ven si son raros y prepotentes estos gringos. Bien, el día 11 por la mañana, dediqué las primeras horas a hacer las últimas gestiones de este largo viaje, entre ellas, volver a cargar la tarjeta Revolut ahora que podía y reservar un asiento en el autobús que el domingo que viene ha de llevarme a Seattle. Después salí a caminar y tomé la calle Granville para llegar al centro de la ciudad. Me costó un poco encontrar un sitio para desayunar, pero de pronto me saltó a los ojos un lugar llamado Take Five Café. Con ese nombre no podía ser más que estupendo. Escuchen por qué.

Uno de los grandes temas de la historia del jazz. Por lo demás, el Take Five Café tenía unos muffins estupendos, un café muy bueno y unas mesas corridas de madera en las que había diversos periódicos de papel a disposición de los clientes. Y un gran cartel con la clave del WiFi. Ya ven qué sitio más acogedor. Después de desayunar, continué hasta el puerto y, antes de llegar, doblé a la derecha para entrar en el barrio del Gastown. Es este un sitio bastante tradicional de ambiente urbano, con cantidad de bares con terraza. Y allí está una de las atracciones turísticas de la ciudad: el viejo reloj que funciona a gas, uno de los pocos que quedan en el mundo, que da nombre al barrio. Vean unas fotos del ambiente, un selfie que me hice al pie del reloj y el vídeo de lo que hace el aparato para dar las once.




Caminé luego hacia la zona de Chinatown, soslayando el principal núcleo de homeless que okupan una manzana entera, como una colonia de zombies. Este es un problema grave de la sociedad capitalista, al que no se le ve solución. Dice JJ que desde que él llegó hace diez años, no ha hecho sino empeorar. Hace siete años, cuando visité la ciudad con mi colega de Curitiba Liana Valicelli, atravesamos esa zona, Liana iba haciendo fotos disimuladamente hasta que una chica demacrada y con ojos idos se le encaró diciendo no pictures y tuve que meterme en medio para que no la arañara o le tirara de los pelos (la chica tenía razón: bastante desgracia arrastran para que encima la gente les fotografíe como a una atracción turística, aunque desde luego la intención de Liana era muy distinta).

Mi camino me llevó a la Pacific Central Station, de donde el domingo habrá de salir el bus que debo tomar para ir a Seattle. Quería ver dónde estaban las dársenas de los autobuses y cuanto se tarda desde el hotel a pie, que es como pienso hacerlo. Así que, una vez chequeado el tema, eché a andar por el Pacific Boulevard un paseo peatonal y ciclista de ribera muy concurrido a esa hora por corredores, patinadores y paseantes. Al principio del paseo, divisé la estatua urbana denominada Trans Am Totem, imagen que les muestro abajo. Simboliza la forma en que el exceso de automóviles está machacando el entorno natural. De todas formas, está situada en medio de un enorme nudo de carreteras, lo que hace su mensaje aún más patético.

Recorrí el bulevar, alcancé la entrada del hotel y conté 38 minutos. Hecha esa comprobación, me fui a dar una vuelta por el Yaletown, el barrio en el que vive JJ, que tiene la hilera de bares en la acera bañada por el sol, en sus calles principales. Estuve a punto de entrar en el Cactus Club Café, en donde cené con Liana hace siete años, pero más adelante encontré otro más atractivo, el Yaletown Brewing Co. Es un lugar con una batería de grifos de cervezas artesanales con platos de fusión asiática. Me pedí un bowl de noodles con brotes de soja y unos trocitos mínimos de pollo, que estaba muy bueno y para el que les pedí palillos para comérmelo como Dios manda. Lo acompañé con una cerveza checa estupenda y comí como un señor. Después di una última vuelta por el barrio para regresar al hotel a echarme una merecida siesta. Vean un par de fotos del restaurante.


Tras la siesta, me quedé un rato empezando a escribir este post, mientras hacía tiempo para esperar a mi amigo JJ, que venía esta vez a pie para darnos juntos un nuevo paseo por diferentes áreas de esta ciudad, que tiene muchas zonas de interés. Llegó puntual y nos dirigimos hasta la zona de Coal Harbour, pasando frente a algunos rascacielos espectaculares.




El Coal Harbour es el antiguo puerto del carbón, recuperado como paseo marítimo lleno de bares y terrazas y muy concurrido a la caida del sol.




Algunos edificios interesantes más. En uno, parece que yo me quisiera sumar a la curvatura cóncava del perfil.





Mi amigo durante estas andanzas.


Y aquí las imágenes de la última cerveza, que nos tomamos antes de despedirnos, que ambos estábamos ya cansados.


Es un gran tipo este JJ. Estoy escribiendo esto en la noche del jueves 11, después de dejar a mi amigo y caminar hasta el hotel. El plan para mañana es, primero, hacerme una rutina completa de yoga, luego no tengo muy claro qué zonas iré a visitar por mi cuenta. Trataré de comer poco y pronto. Porque por la tarde cogeré mi traje de baño y una toalla del hotel y me dirigiré a la casa de JJ, a unos veinte minutos de aquí. Allí me llevará a su club deportivo privado para un baño en la piscina, sauna, yacuzzi y steam, que no sé lo que es. Luego subiremos a su casa en donde va a cocinar un atún cuya receta me quiero aprender. Será nuestra despedida, porque el sábado se va de camping con su novia y ya no volvemos a vernos.

Dice JJ que hace un tiempo vino su padre a visitarlo y le llevó exactamente a los mismos lugares que a mí. Ya les he dicho que suele hacer snowboard cuando llegan las nieves. También toca los bongós y suele sumarse a una sesión colectiva de percusiones que se hace en una playa cerca del parque Stanley todos los martes, de cuatro de la tarde a diez de la noche. JJ es un chaval estupendo, cariñoso, amable, un poco mayor que mis hijos, que vive una vida intensa en esta ciudad vibrante, de la que, según lo planificado, me marcharé el domingo en un autobús, justo a la hora en que juega España la final de la Eurocopa, que no podré seguir porque estaré viendo los maravillosos paisajes de esta zona desde la ventana del bus. A ver si ganan, hombre. Se lo merecen por juego y por calidad. Sean buenos.

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